EGIPTO - DIA 02. Pirámides y Gran Esfinge de Giza

10 de Noviembre de 2008.

Como no teníamos que juntarnos con nuestro grupo hasta la noche, la agencia nos había preparado para hoy la visita a la Esfinge y las famosas pirámides de Giza, pero con una peculiaridad que nos haría poner una cara de enorme satisfacción cuando vimos de lo que se trataba y es que teníamos a nuestra disposición una Furgoneta con conductor y guía para nosotros solos. Verlo para creerlo, por lo que el viaje no podía comenzar mejor.

Nuestra guía se llamaba Oda, una mujer jovial y entusiasta que hablaba un perfecto castellano y es que pronto nos contaría que había pasado dos años estudiando en España. Ella misma nos diría que es complicado hablar bien una lengua si no vas a su país de origen, por lo que como tenía los medios no dudaría en hacerlo.

Giza se encuentra a 23 kilómetros de El Cairo por lo que el trayecto nos serviría para tener el primer contacto con la forma de conducir y el tráfico en Egipto y, a decir verdad, el panorama es desolador a la par que impactante. Por lo general, los conductores son agresivos, no dejan de tocar el claxon y dan bruscos volantazos de forma inesperada, lo que se convierte en algo similar a una carrera de rallies en los pocos espacios que no están colapsados, porque esta es otra de las características que definen El Cairo. Sus calzadas y circunvalaciones son un continuo fluir de vehículos que la convierten en una ciudad caótica, envuelta casi siempre por una nube de polución y humo, consecuencia de los atascos kilométricos que se dan todos los días en la capital y del polvo procedente del desierto. Además hay que tener en cuenta que es una de las cinco urbes más pobladas del mundo lo que también es un factor a tener en cuenta.

Vistas de El Cairo desde Pirámides de Giza

Tardaríamos algo más de una hora en llegar a la entrada del recinto que cobija una de las más grandes maravillas del planeta y la única que ha sobrevivido de las del mundo antiguo.

Es complicado expresar con palabras los sentimientos que transmiten las colosales y enigmáticas construcciones una vez que estás delante de ellas. Su imponente estampa y el extraordinario ejemplo de equilibrio y monumentalidad te dejan sin poder reaccionar durante los primeros minutos que las tienes ante ti.

Oda se encargaría de sacarme de mi estado momentáneo de hipnosis preguntándome - ¿Te apetecería una breve clase de historia? A lo que asentí con la cabeza. Tony por su parte, ya le había contestado afirmativamente hacía un rato, pero decidieron esperar al impacto inicial que me habían producido los panteones.

Y es que, como la mayoría ya sabe, nos encontrábamos en la necrópolis que alberga el conjunto funerario más famoso del antiguo Egipto y en el que serían enterrados los faraones Keops, Kefrén y Micerinos.

Dado que los egipcios creían en el más allá, para ellos era fundamental conservar el cuerpo del fallecido para que tras su muerte el alma pudiera fundirse, de nuevo, con dicho cuerpo y así continuar con la nueva vida que le había correspondido. Es por ello que los reyes eran embalsamados y enterrados con una gran cantidad de valiosos objetos que iban a poder utilizar ante los peligros que les pudieran surgir en el viaje hacia ese mundo desconocido que se abría ante ellos.

La pirámide del faraón Keops era la primera que teníamos delante de nosotros. Es la más antigua de Giza y la mayor del mundo, construida alrededor del año 2500 antes de nuestra era con 2.300.000 bloques de granito de un peso de 2750 kilos cada uno. Originariamente estaba recubierta de piedra caliza para que resplandeciera con el sol y se erigió con tanta precisión que la base era casi un cuadrado perfecto, cada uno de cuyos lados medía 230 metros. En su construcción trabajaron unos 100.000 hombres en el momento álgido y probablemente se tardó medio siglo en completarla.

Pirámide de Keops

Nuestras caras de sorpresa causarían una pequeña carcajada en Oda, a lo que acto seguido nos daría casi una hora para rodearla y hacer todas las fotos que quisiéramos. Dicho y hecho sólo me harían falta unos segundos para sacar el trípode y colocarlo para tomar la primera fotografía, lo que supuso que, sin tiempo para reaccionar, me viese rodeado por un montón de niños que habían salido de la nada y que preguntaban como locos si podían salir ellos también en la imagen y si les daba permiso para utilizar la cámara. No tendría que decir nada, pues nuestra guía todavía andaba por allí observándolo todo y se acercó para explicarles que era ese aparato tan raro y para pedirles cariñosamente que mejor que no tocasen nada por si se rompía, a lo que obedecieron sin rechistar.

Pirámide de Keops

Pirámide de Keops

Después de estar a nuestro aire el tiempo pactado, volveríamos a juntarnos y nada más ver a Oda le preguntaría si sería posible entrar al interior de la Gran Pirámide, a lo que con cara de circunstancia, me respondería negativamente pues estaba en restauración y es que cada año de forma rotativa se cierra una de las tres y en esta ocasión era a esta a quien le había correspondido. Aun así me diría que no me preocupase pues tendría oportunidad de vivir dicha experiencia en nuestra siguiente visita: la pirámide de Kefrén.

Pirámide de Kefrén

Dicho faraón sería el hijo de Keops y su tumba es igual de impresionante que la de su padre. De hecho aunque mide tres metros menos, a primera vista parece mayor, pero tan sólo es un efecto óptico ya que no podía construir una pirámide que superase a la de su progenitor, pero solventaría el problema erigiéndola en un terreno más alto. En su parte superior, además, se puede apreciar cómo sigue estando cubierta por piedra caliza que era una nota característica y dominante de todas las pirámides y que con el tiempo han ido perdiendo.

Pirámide de Kefrén

Pirámide de Kefrén

Pirámide de Kefrén

Aquí sí que tendríamos la oportunidad de acceder al interior, algo que me apetecía muchísimo hacer, pues no todos los días se tiene la oportunidad de llegar al corazón de una pirámide del Antiguo Egipto. Pero llegar hasta la cámara funeraria del faraón no sería un camino de rosas, sino todo lo contrario. Para empezar tendríamos que enfrentarnos a una empinada rampa donde, obligadamente, tuvimos que ir en cuclillas para no darnos con la cabeza en el techo, añadiéndole a esta incómoda postura el hecho de que al poco de haber atravesado el umbral, empezáramos a sudar como pollos y quedáramos con la camiseta empapada en pocos segundos. El calor era asfixiante y la sensación de claustrofobia importante, pero el hecho de encontrarnos en un lugar histórico tan crucial, haría que no nos importase cualquier sufrimiento que tuviéramos que padecer.

Al cabo de unos minutos cambiaríamos la bajada por una subida, a través de otro pasadizo más estrecho, terminando con un pasillo que nos llevaría de forma directa hasta la cámara del Rey.

La falta de aire era considerable y los goterones de sudor caían por mi frente como si de una cascada se tratasen, pero no importaba. Allí estaba el sarcófago de granito que un día contuvo el cuerpo del Faraón Kefrén del que no se sabe su paradero, aunque por lo menos su espíritu  persiste entre las piedras.

Cuando en 1818 un ladrón de tumbas llamado Belzoni se adentró en la pirámide y llegó has el mismo punto en el nosotros estábamos ahora, descubrió que otros saqueadores se le habían adelantado, por lo que es incierto el momento en el que desapareció el cuerpo del rey.

Tras esta gran experiencia, saldríamos otra vez al exterior, lo que supuso una sensación de liberación increíble, tal vez de las mejores de mi vida, y bañados en sudor nos dirigimos hacia la pirámide de Micerino, donde no permaneceríamos mucho tiempo, lo suficiente como para hacernos unas fotos y saber que el hijo de Kefrén tendría que conformarse con un lugar de enterramiento más pequeño, sólo mide 60 metros,  y es que en su época el enorme coste económico y laboral de construir una pirámide ya no era tan asumible como en tiempos pasados.

Pirámide de Micerinos

Sería ya con la furgoneta con la que nos dirigiríamos hacia el llamado mirador Panorama, desde el que se obtiene una perspectiva conjunta de los tres colosales monumentos. Oda nos comentaría que se puede llegar andando en unos treinta minutos pero que muy pocos lo hacen ya que la gran mayoría va con grupos organizados. El vehículo nos dejaría al principio de un pasillo repleto de puestos por el que no nos quedó más remedio que pasar y aguantar el constante acoso de los vendedores, pero con ignorarles y no detenerte es suficiente para que te dejen en paz.

Las vistas son fantásticas y además de las pirámides se puede apreciar en la lejanía el barrio de Giza. Aquí estaríamos otro buen rato en silencio apreciando el esplendor y la grandiosidad de estos monumentos al pie del desierto y que el tiempo ha querido conservar para que todavía hoy podamos disfrutarlos.

Mirador de las Pirámides

Mirador de las Pirámides

Mirador de las Pirámides

Cuando nos volvimos a encontrar con Oda, esta nos preguntaría si queríamos ir directos a la Esfinge o preferíamos pasar antes a ver el museo de la Barca Solar y, cómo íbamos muy bien de tiempo, optamos por ver antes este y terminar la visita por todo lo alto.

Dicho museo está muy cerca de la pirámide de Keops. En él se puede observar una barca funeraria de madera de cedro, descubierta en 1945 en una de las cinco fosas de barcas enterradas alrededor de la Gran Pirámide. Debió tener como función llevar al faraón muerto con el dios Sol en su viaje diurno por el cielo y en su viaje nocturno por el mundo subterráneo.

Museo Barca Solar

Y, ahora sí, que llegaba el momento de poner el broche de oro a la mañana con la visita de la enigmática e imponente Esfinge y completar así la imagen mítica del antiguo Egipto. Con veinte metros de altura, cabeza humana y garras de león, sería construida para vigilar la propia tumba del rey Kefrén, quien la mandaría construir allá por el siglo XXVI a.C.

Esfinge y Pirámide de Kefrén

Es con ella con la que culmina el talento creativo del país de los faraones, pudiendo resumirse en sus rasgos las características esenciales de esta vieja civilización: habilidad artística, misterio y la preocupación del hombre por la brevedad de la vida y por lo que hay más allá de esta.

Esfinge y Pirámide de Kefrén

Esfinge de Giza

Esfinge de Giza

No dudaríamos en inmortalizar estos momentos con la Esfinge con las clásicas fotos de perspectiva en las que se engaña a la vista haciendo que un monumento sea más pequeño o más grande de lo que en realidad es. De esta manera acabaríamos mirándola desafiantes y fijamente a los ojos, como si tuviera la misma altura que nosotros.

Esfinge de Giza

Pasaban ya varios minutos de las 13:30 por lo que Oda se nos acercaría a preguntarnos si nos parecía bien el ir yéndonos a comer, a lo que respondimos afirmativamente. Pero antes nos plantearía si queríamos ir a ver una tienda de auténticos papiros egipcios, lo que no nos importó ya que incluso estábamos interesados en hacernos con alguno como recuerdo para nuestras respectivas casas. Creo que merece la pena pasarse, al menos una vez, por alguna de ellas pues exponen cientos de preciosos dibujos realizados sobre el peculiar material. Yo me haría al final con uno de tamaño folio de la clásica máscara de Tutankamón que hoy todavía sigue enmarcada en perfecto estado en mi casa.

Papiro con la máscara de Tutankamon

Para comprar el papiro genuino es aconsejable ir a los denominados “institutos del papiro”, es decir, tiendas especializadas en este antiguo tipo de papel. Los precios suelen ser altos por lo general y, excepto en las tiendas con tarifas fijas, se espera que el cliente regatee. Uno se puede tomar todo el tiempo del mundo y mientras también se puede disfrutar de las muestras de cordialidad con las que te reciben los vendedores acompañado por un buen té.

Cuidado con comprar los papiros en cualquier sitio porque te puede suceder que te acaben vendiendo imitaciones realizadas en hojas secas de plátano que se desintegran al cabo de poco tiempo, después de haber pagado una fortuna.

Saldríamos de allí como a las 14:30 y aunque ya estábamos muertos de hambre, Oda nos propondría otra visita a una tienda de esencias y perfumes, seguramente motivada por haber visto que habíamos comprado algo unos minutos antes, pero en esta ocasión nuestro interés era nulo por lo que nos ofrecían y a decir verdad, habíamos accedido a ir a este nuevo comercio más por educación y no hacerle un feo a nuestra guía, con lo bien que se había portado con nosotros toda la mañana, que por otra cosa. Así que tras cumplir el trámite, ahora sí que nos montaríamos en la furgoneta y nos marcharíamos directos al hotel, donde nos despediríamos de la amable Oda y nos iríamos a un centro comercial cercano a comer en un Burguer.

Tienda de Esencias en Giza

Como a media tarde, nos trasladarían a Tony y a mí al aeropuerto de El Cairo donde tomaríamos un nuevo vuelo con dirección a la ciudad de Luxor, donde llegaríamos en poco más de una hora. Cuando salimos al exterior nos esperaba el que iba a ser nuestro guía definitivo durante el resto del viaje. Se llamaba  Alí y él sería el encargado de acompañarnos al coche que nos dejaría a los tres en el puerto, donde embarcaríamos en el barco que navegaría por el río Nilo en los días sucesivos.

Al final con tantas historias era medianoche cuando entrábamos en el camarote que nos había correspondido en la motonave, donde nos esperaban dos bandejas con sándwiches, frutas y agua como recibimiento. La verdad que me encantaría porque llegaba desmayado y así pude irme con la tripa llena a dormir, en cuanto terminé el último bocado.  

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