INDIA - DIA 18. Fuerte Gwalior y llegada a Orchha

7 de Septiembre de 2025.

El amanecer me encontró dejando atrás Agra, aún envuelto en la bruma matinal, mientras el coche avanzaba en dirección a Gwalior. La distancia que separa ambas ciudades es de aproximadamente 120 kilómetros, un trayecto que, dependiendo del tráfico, tomaría cerca de dos horas y media por carretera. Rajesh, como siempre, conducía con seguridad mientras yo aprovecharía el tiempo para dormir un poco más, no haciendo así tan duro el madrugón.

FUERTE GWAILOR

A medida que nos acercábamos a nuestro destino, el perfil de Gwalior comenzó a recortarse en el horizonte. Y, dominándolo todo desde las alturas, la imponente silueta de su fuerte. Elevado sobre una colina rocosa, este bastión ha sido testigo de siglos de historia, albergando dinastías, batallas y leyendas que han quedado impresas en sus muros de arenisca. Se dice que el emperador mogol Babur lo describió como "la perla entre las fortalezas de la India", un elogio que, con solo verlo desde la distancia, empezaba a cobrar sentido.

Fuerte Gwalior

Pronto, estaría cruzando sus puertas monumentales, explorando sus palacios decorados con relieves, templos centenarios y vestigios de un pasado glorioso. Pero antes, debía ascender hasta su entrada y prepararme para una nueva inmersión en la historia.

Atravesar la imponente puerta del Fuerte de Gwalior era como cruzar el umbral del tiempo. Desde abajo, la colosal fortaleza se alzaba desafiante sobre la meseta rocosa, sus murallas extendiéndose como una espina dorsal de piedra que dominaba la ciudad. No era difícil imaginar por qué, a lo largo de los siglos, tantas dinastías habían luchado por su control. Gwalior no solo era una fortaleza inexpugnable, sino un símbolo de poder, una joya estratégica que, quien la poseía, gobernaba el corazón del norte de la India.

Fuerte Gwalior

Fuerte Gwalior

Según avanzaba por el sendero empinado que llevaba a la entrada principal, el paisaje se desplegaba a mi alrededor con una majestuosidad abrumadora. Sus muros de arenisca, teñidos por el sol de la mañana, exhibían tonos dorados y azulados que parecían cambiar con cada ángulo de la luz. No tardé en encontrarme con la primera de muchas maravillas: los escultóricos jainistas excavados en la roca. Estas figuras colosales, con su hierática serenidad, parecían observar con paciencia infinita el flujo de los siglos. Algunos de estos budas esculpidos alcanzaban más de 15 metros de altura, con sus facciones suaves desafiando la dureza de la piedra.

Esculturas Jainistas. Fuerte Gwalior

Esculturas Jainistas. Fuerte Gwalior

Esculturas Jainistas. Fuerte Gwalior

Esculturas Jainistas. Fuerte Gwalior

Cruzando la majestuosa puerta Hathi Pol, cuyo nombre evocaba la entrada de los elefantes reales, la verdadera dimensión del fuerte comenzó a revelarse. No era solo una fortaleza: era una ciudad amurallada que en su época dorada albergó reyes, cortesanos, artistas y sabios. Sus palacios, templos y estructuras defensivas hablaban de un pasado en el que la guerra y la cultura se entrelazaban.

Hathi Pol. Fuerte Gwalior

Me dirigí primero al Man Mandir, el palacio más emblemático del fuerte, construido en el siglo XV por el rajá Man Singh Tomar. Su fachada, cubierta de azulejos azules y decorada con motivos geométricos y figuras de animales, rompía con la severidad de la piedra circundante. El palacio fue concebido tanto como residencia real como escenario de celebraciones cortesanas. En sus salas, antaño adornadas con frescos, música y danza, se celebraban audiencias privadas y banquetes. Los relieves cerámicos representan patos, elefantes y cocodrilos, y suponen uno de los primeros ejemplos del uso ornamental del azulejo vidriado en la India central. El conjunto contaba con estancias subterráneas destinadas a las mujeres del harén y cámaras ventiladas diseñadas para soportar el calor extremo de la región.

Palacio de Man Singh. Fuerte Gwalior

Palacio de Man Singh. Fuerte Gwalior

Palacio de Man Singh. Fuerte Gwalior

Con el paso de los siglos, esas dependencias inferiores adquirieron un uso muy distinto: los emperadores mogoles las transformaron en prisiones para nobles y miembros de la realeza derrotada. Durante el reinado de Aurangzeb, su propio hermano Murad Baksh fue confinado y ejecutado aquí, víctima de las intrigas por el trono. Se dice que en una de las cámaras existía un pozo profundo, empleado como foso de ejecución para los condenados.

Palacio de Man Singh. Fuerte Gwalior

Tras dejar atrás el Man Mandir, continué explorando el interior del fuerte, que se abría en una sucesión de patios, muros y pasadizos que parecían no tener fin. A cada paso aparecían nuevas estructuras, testigos de distintas épocas y estilos que convivían en un mismo espacio.

Pronto encontraría el Karna Mahal, una de las construcciones más antiguas del conjunto. Mandado levantar por el rey Kirti Singh en honor a su antepasado Karna, conserva la sobriedad propia de los primeros tiempos del fuerte. La piedra desnuda, sin apenas ornamentación, muestra el carácter militar del edificio, más pensado para resistir que para impresionar. Aun así, su posición, dominando el valle, debió de otorgarle una importancia estratégica. Desde allí, la vista se extiende hasta perderse en la llanura, un recordatorio constante del poder que ejercía quien controlaba Gwalior. En los muros aún se distinguen restos de inscripciones y molduras, y el aire de austeridad contrasta con el refinamiento que alcanzaría el arte local en los siglos posteriores.

Karna Mahal. Fuerte Gwalior

Karna Mahal. Fuerte Gwalior

Un poco más adelante se encuentran los palacios de Jahangir y Shah Jahan, levantados en época mogol. Aunque el tiempo los ha erosionado, todavía dejan ver la elegancia propia de aquel periodo: arcos apuntados, celosías labradas y patios interiores concebidos más para el descanso que para la defensa. Las dos edificaciones se suceden casi como una sola, conectadas por pasajes y terrazas que debieron de formar parte de un mismo conjunto residencial. Aquí, el fuerte cambia de tono: la severidad rajput da paso a la simetría y la delicadeza mogola, a una arquitectura pensada para la contemplación. En algunos muros aún sobreviven fragmentos de inscripciones en persa y relieves geométricos, testimonio de una etapa en la que Gwalior fue también un símbolo de refinamiento cortesano. Desde las estancias superiores, las vistas sobre la ciudad son amplias y tranquilas; uno puede imaginar a los emperadores descansando aquí, lejos del bullicio de Delhi o Agra, disfrutando de la brisa sobre la meseta.

Shah Jahan Mahal y Jahangir Mahal. Fuerte Gwalior

Shah Jahan Mahal y Jahangir Mahal. Fuerte Gwalior

Shah Jahan Mahal y Jahangir Mahal. Fuerte Gwalior

Mi recorrido continuaría hacia el Vikram Mahal, construido por el príncipe Vikramaditya Singh, hijo del rey Man Singh Tomar. A diferencia de los anteriores, este edificio combina la función residencial con la religiosa. En su interior existió un templo dedicado a Shiva, del que apenas se conservan la plataforma y algunos fragmentos de columnas talladas. El equilibrio entre lo palaciego y lo devocional da al lugar una atmósfera distinta: menos monumental, pero más íntima. Las galerías abiertas, hoy en ruinas, debieron de servir como espacios de meditación y retiro. A pesar del deterioro, aún se percibe el cuidado con que fue concebido: un lugar de recogimiento dentro del corazón mismo del fuerte.

Vikram Mahal. Fuerte Gwalior

Desde allí avancé hacia el Jauhar Kund, uno de los puntos más sobrecogedores del complejo. Este recinto, hoy silencioso y parcialmente cubierto de maleza, fue escenario de los antiguos rituales de jauhar: el acto extremo por el cual las mujeres de la corte preferían arrojarse al fuego antes que ser capturadas tras la caída del fuerte. No hay monumento ni inscripción que lo recuerde, pero el lugar conserva una gravedad difícil de describir. Más allá del mito o la épica, se impone la sensación de haber estado frente a un episodio humano de desesperación y dignidad, testimonio de una época en que el honor se confundía con la supervivencia.

Jauhar Kund. Fuerte Gwalior

Un poco más arriba se alza la chhatri de Bhim Singh Rana, uno de los últimos gobernantes rajput que resistieron en el fuerte antes de su caída definitiva. Su cenotafio, construido en el siglo XVII, combina la sobriedad de la piedra con una elegancia propia del arte rajput tardío. Cúpulas, arcos y pilares se abren al horizonte, y desde allí se domina una panorámica imponente de la ciudad y las llanuras que se extienden a sus pies. Es un lugar sereno, casi contemplativo, que funciona como contrapunto al dramatismo del Jauhar Kund: si aquel evocaba el sacrificio, éste celebra la memoria de quienes defendieron Gwalior hasta el final.

Bhimsingh Rana. Fuerte Gwalior

Descendiendo unos metros más, llegué al estanqué de Suraj Kund, un antiguo depósito de agua sagrada asociado a la fundación de la ciudad. Según la leyenda, un ermitaño llamado Gwalipa curó aquí al príncipe Suraj Sen de una grave enfermedad; en agradecimiento, el joven fundó la ciudad y dio su nombre a la fortaleza. Aún hoy, el estanque conserva una atmósfera de recogimiento y es considerado un lugar propicio para las abluciones. No lejos de allí, el Gangola Tal —otro de los grandes reservorios del fuerte— servía como fuente de agua para la población amurallada y como sistema defensivo, al impedir el acceso por el flanco occidental. Estos embalses, junto a pozos escalonados y canales, formaban una red hidráulica avanzada para la época.

Antes de partir, me detuve un instante en una de las terrazas elevadas. Desde allí, la ciudad se extendía a mis pies, los templos y cúpulas desplegados ante la inmensidad de la ciudad. Gwalior había sido escenario de batallas, intrigas y grandeza. Ahora, en la calma del mediodía, solo quedaba su silueta imponente, desdibujándose contra el horizonte.

Fuerte Gwalior

Gwalior desde su Fuerte

Después de unas tres horas explorando sus rincones, era el momento de decir adiós. La fortaleza me había enseñado que no era solo una reliquia arquitectónica, sino un testigo de la historia india, desde la gloria de los rajás hasta el dominio mogol y la llegada de los británicos.

El fuerte está abierto todos los días desde las 6:00 hasta las 17:30. La entrada cuesta 250 INR.

TEMPLO SAHASTRABAHU

Dada la cercanía del fuerte, le pediría a Rajesh que nos dirigiéramos hasta algunos templos situados fuera de sus murallas.

El primero de ellos sería el también llamado Sas Bahu Ka Mandir, situado en la ladera oriental. Este conjunto de templos fue construido en el siglo XI por la dinastía Kachchhapaghata. El templo principal, dedicado a Vishnú, y su anexo menor destacan por la complejidad de sus relieves en arenisca: frisos con escenas mitológicas, motivos vegetales y paneles escultóricos que cubren columnas y muros. La talla es extremadamente detallada, con gran precisión en cada figura, reflejo del alto nivel de la escultura medieval en la región. A pesar de los daños sufridos a lo largo de los siglos, la estructura conserva su fuerza expresiva y continúa ofreciendo vistas privilegiadas sobre la ciudad, mostrando cómo la religión y el poder local convivían juntos.

Templo Sahastrabahu

Templo Sahastrabahu

Templo Sahastrabahu

Fuerte Gwalior desde Templo Sahastrabahu

TELI KA MANDIR

Más al norte se alza el Teli Ka Mandir, el templo más alto de Gwalior (aprox. 30 m), cuya construcción se sitúa entre los siglos VIII y IX. Su singularidad radica en la combinación de estilos: la torre piramidal de influencia dravídica se mezcla con elementos nagara del norte. Originalmente dedicado a Vishnú, presenta frisos tallados con figuras divinas y motivos animales que reflejan las tradiciones artísticas del subcontinente en la temprana edad media. La visita fue breve pero intensa, y la posición elevada del templo ofrece una perspectiva excepcional sobre la colina y la evolución arquitectónica de Gwalior.

Templo Teli Ka Mandir

Templo Teli Ka Mandir

FRIENDS OF ORCHHA (HOMESTAY)

Con una última mirada a las imponentes murallas del fuerte de Gwalior, me despedí de aquel lugar cargado de historia. Era momento de continuar el viaje, así que Rajesh y yo retomamos la ruta, dejando atrás la fortaleza para adentrarnos en el camino que me llevaría a Orchha, una joya oculta a unos 120 kilómetros, unas tres horas de trayecto.

El paisaje comenzó a transformarse a medida que avanzábamos. Dejábamos atrás el ajetreo de Gwalior para sumergirnos en una India más rural, donde la vida parecía seguir otro ritmo. En los pequeños pueblos que atravesábamos, los mercados improvisados bullían de actividad, con vendedores ofreciendo frutas, especias y coloridos tejidos al borde del camino. Caravanas de motos y bicicletas sorteaban el tráfico con la misma destreza de siempre, mientras las mujeres vestidas con saris vibrantes caminaban rumbo a sus quehaceres. Era un espectáculo cotidiano y fascinante.

Cuando finalmente nos acercamos a Orchha, su atmósfera distinta se hizo evidente. A diferencia de otras ciudades, aquí no había grandes tumultos ni un tráfico ensordecedor. Solo calles tranquilas, casas de adobe, templos antiguos que emergían entre la vegetación y un aire de calma que envolvía el lugar. Orchha parecía anclada en el tiempo, lista para revelarme su historia sin prisas.

Mi alojamiento para esta etapa del viaje sería el Friends of Orchha, un homestay con una causa social que iba más allá de ser simplemente un lugar para dormir. El proyecto nace con la intención de apoyar a las comunidades locales, ofreciendo empleo y formación a los habitantes de la zona, especialmente a mujeres y jóvenes en situación de vulnerabilidad. Los ingresos generados por el alojamiento se reinvierten en educación y desarrollo comunitario, lo que le daba un valor añadido a la experiencia de hospedarse allí.

Homestay Friends of Orchha

Al llegar, el ambiente del homestay me envolvió de inmediato. La habitación era humilde y estaba completamente solo en el alojamiento. La familia —Surendra, Kiran y su hija universitaria Khushi— se aseguró de que me sintiera bienvenido.

Mi familia en Homestay Friends of Orchha

Tras acomodarme, me ofrecieron cenar juntos en el patio común. La comida era sencilla pero auténticamente tradicional, preparada con esmero. Durante la cena charlamos sobre la vida en Orchha y, sobre todo, sobre los estudios de Khushi, la única que podía comunicarse en inglés. Escucharla hablar de su universidad y de su día a día me permitió entender mejor la realidad de las familias locales y su esfuerzo por mantener vivas sus tradiciones mientras afrontan la modernidad.

Disfruté de la conversación, de la comida y de la calma del patio, dejando que la tranquilidad del lugar cerrara un día intenso. Más tarde, me retiré a la habitación, sintiendo que la jornada había sido completa y que mañana esperaba otro capítulo lleno de historia y descubrimientos.


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