Su nombre
se ha convertido en sinónimo de juego y riqueza u ostenta con orgullo el título de paraíso fiscal sin impuestos en
el que encuentran un perfecto refugio las abultadas fortunas de conocidos
famosos y deportistas, pero el principado de Mónaco también ofrece monumentos,
museos y una interesante vida cultural, por lo que hoy pasaría el día completo
conociendo este diminuto país.
Edificio Villa Victoria |
Y es que se había hecho esperar, pues andaba ya tiempo detrás de conocer el segundo estado más pequeño del mundo, siendo además el último que me faltaba en Europa de los considerados microestados.
Situado en
un peñón al borde del mar, entre el departamento francés de los Alpes Marítimos
y el mar Mediterráneo, el principado de Mónaco ha sido desde el siglo XIV
hábilmente administrado por la familia Grimaldi. El auge económico actual se
debe, curiosamente, a una pérdida, la de Roquebrune y Mentón, que obligó en
parte a Carlos III a construir en 1865 el Casino que ha dado origen a la
leyenda del lugar.
Banderas de Mónaco |
Pero antes de llegar al recién mencionado mítico Casino, todavía quedaba mucho camino por recorrer, por lo que lo mejor será empezar por el principio.
No tendría
dudas en madrugar y en utilizar el tren para llegar al Principado,
principalmente porque la estación la tenía a tiro de piedra del hostel y porque
se tarda la mitad en llegar que utilizando el autobús.
Estación de Tren de Niza |
De hecho, apenas tardaría algo más de veinte minutos, apeándome en su estación principal conocida como Mónaco – Monte Carlo. El trayecto de ida y vuelta me costaría 8,20 euros.
Dado que
tuve la oportunidad, optaría por desayunar en el hostel por 5 euros, por lo que
una vez en Mónaco comenzaría directamente con las visitas, así que al salir de
la estación me dirigí caminando hasta el límite oeste del pequeño país,
tardando unos veinte minutos en llegar hasta Fontvieille, un barrio de reciente creación llevado a cabo bajo el
reinado de Rainiero III y que tuvo como objetivo dar respuesta a la estrechez
del territorio monegasco. El proyecto no fue fácil, pues implicó ganar terreno
al mar, sabiendo que en este lugar el fondo marino es especialmente profundo
(entre 30 y 40 metros). Se consiguieron recuperar 22 hectáreas, de las cuales
alrededor de un tercio se dedicaron a la creación del puerto deportivo,
mientras que el resto se utilizó para construir industrias, museos, centros
comerciales y viviendas.
El primer
lugar que me apetecía conocer en este barrio sería la Rosaleda de la Princesa Grace (Roseraie Princesse Grace), un jardín
que se estableció como consecuencia de la trágica muerte de la princesa en un accidente
de coche, y es que las rosas eran sus plantas preferidas. Por ello se creó este
espacio por el Príncipe Rainieri, llegando este tipo de plantas de todas las
partes del mundo nada más conocerse la noticia: Francia, Inglaterra, Estados
Unidos e incluso Nueva Zelanda. Es un lugar agradable donde pueden observarse
hasta 4000 rosales, además de un buen número de esculturas donde destaca
especialmente la de la Princesa.
Rosaleda de la Princesa Grace |
Rosaleda de la Princesa Grace |
Acto seguido me desplazaría hasta la frontera con Francia, tardando sólo diez minutos en hacerlo y es que me hacía ilusión pasar de un país a otro caminando, de esta manera llegaba hasta el espigón del puerto de Cap d´Ail desde donde tendría unas magníficas vistas de la población y de la mítica Tête de Chien, un promontorio rocoso desde donde dicen que se consiguen una de las mejores panorámicas de la Costa Azul. Lástima que al no tener coche no pudiera acercarme a comprobarlo.
Puerto de Cap d´Ail (Francia) |
Y tras disfrutar un rato de estas estupendas vistas volvería a Mónaco y continuaría hacia el puerto de Fontvieille, un puerto deportivo con capacidad para unos 275 barcos que permite quitarle algo de presión al ya de por sí masificado puerto Hercule. Dadas sus dimensiones, no autoriza el fondeo de embarcaciones de más de treinta metros de eslora. Es un puerto popular entre los navegantes ya que está resguardado del viento y del oleaje.
Puerto de Fontvieille |
Recomiendo pasear por su gran dique ya que desde el mismo se consiguen unas hermosas vistas del Peñón, es decir donde se ubica el centro histórico, además del edificio del museo marítimo al filo del acantilado.
Barrio Le Rocher o Monaco Ville desde Fontvieille |
Museo Oceanográfico desde Fontvieille |
Bordeando todo el puerto, llegaría poco después hasta la Esplanade Rainier III, donde hallaría cuatro importantes museos: la colección de automóviles, el Jardín de los Animales, el museo de sellos y monedas y el museo naval. No tenía especial interés en visitar ninguno de ellos, además de que no eran ni mucho menos baratos, por lo que continuaría tranquilamente mi camino.
Encima de
la localización de los anteriores, aprovecharía para conocer el Jardín de la UNESCO, otro cuidado
parque repleto de vegetación en el que se pueden apreciar especies típicas
mediterráneas, como olivos y cipreses, así como otros arbustos y árboles más
exóticos. También hay un buen número de esculturas y un mirador desde donde se
consigue otra nueva panorámica de la zona.
Jardín de la UNESCO |
Barrio Le Rocher desde Jardín de la UNESCO |
Sin más preámbulos, era el momento de cambiar de barrio y dirigirme al más importante de todos ellos: Le Rocher o también llamado Mónaco – Ville. Ubicado en la Roca, una lengua de tierra escarpada y plana que se adentra en el mar casi 800 metros, es el casco antiguo de Mónaco, donde los Grimaldi, la familia regente más antigua de Europa, fundó su principado en el siglo XIII. Hoy es un laberinto de estrechas calles medievales por donde merece la pena perderse sin rumbo fijo.
Decidiría
acceder hasta el mismo por su acceso más impresionante conocido como Rampe Major, una espectacular rampa de
tejas rojas que atraviesa dos puertas medievales y que me llevaría de forma
directa a la Place du Palais,
adornada con cañones donados por Luis XIV y una estatua en bronce de Francesco
Grimaldi. Pero sin duda, su edificación más emblemática es el Palais Princier, el castillo a la par
que palacio de la dinastía Grimaldi, sede del gobierno de Mónaco y que se
encuentra en el mismo emplazamiento de una fortaleza medieval genovesa.
Rampe Major o Rampa Principal |
Le Palais Princier o Palacio del Príncipe |
En verano puede visitarse, quedándome por tanto con las ganas al encontrarme en las fechas que estábamos, así que tendría que conformarme con las espectaculares vistas que se consiguen desde las terrazas situadas a ambos lados del palacio, obteniendo panorámicas tanto del puerto de Fontvieille como del de Hércules.
Puerto de Hércules desde terraza de Plaza del Palacio |
Puerto de Fontvieille desde terraza de Plaza del Palacio |
Con semejantes vistas, el tiempo pasaría volando y pronto darían las 11:55, hora en la que tendría lugar el cambio de guardia. Afortunadamente no había mucha gente y conseguiría un lugar en primera fila. Estuvo entretenido gracias al acompañamiento de la banda de música que acompañaba el acto, aunque este es muy similar a tantos otros cambios de guardia que se producen en diversos países.
Cambio de Guardia en Plaza del Palacio |
Cambio de Guardia en Plaza del Palacio |
Dándole la espalda al palacio y teniendo de frente el cuartel de los Carabineros, optaría por dirigirme hacia el lado derecho de este edificio, encontrándome unos pocos metros más hacia delante con la Catedral, construida a finales del siglo XIX imitando el estilo románico, cubriéndose los gastos con los beneficios obtenidos del casino. En el interior se pueden observar varios cuadros italianos del XVI que pertenecieron a la antigua iglesia de San Nicolás, así como la tumba de la princesa Grace, siempre llena de flores.
Cuartel de los Carabineros del Príncipe |
Catedral de Mónaco |
Justo al lado de la catedral, haciendo esquina a dos calles, se levanta el palacio de Justicia, un edificio levantado en 1930 con el mismo tipo de piedra con el que se hicieron las murallas. Su fachada es peculiar ya que hace curva y posee una doble escalinata.
Palacio de Justicia |
Mi siguiente parada sería en los jardines de Saint Martin, el primer jardín público del Principado inaugurado en 1816 y construido sobre una parcela abandonada para proporcionar trabajo a los residentes en el país cuando Mónaco se vio afectado por la hambruna de aquellos años.
En sus
orígenes las especies que albergaba eran típicamente mediterráneas, salpicado
de pinares, encinas y arrayanes, pero posteriormente se sumaron especies
exóticas aclimatas al lugar.
Es un lugar
maravilloso y de los que más me gustaron del Principado, con sinuosos caminos
que siguen la pendiente rocosa, adornados a cada paso con fuentes, estatuas y
parterres de flores, ofreciendo muchos lugares de descanso para los visitantes,
con bancos bajo los pinos o miradores con vistas al puerto de Fontvieille o
hacia el mar Mediterráneo.
Jardines de Saint Martin |
Jardines de Saint Martin |
Entre sus esculturas destaca especialmente la del príncipe navegante Alberto I, situada en un saliente rocoso con nuevas y excepcionales vistas.
Escultura de Alberto I.Jardines de Saint Martin |
Un lugar, por tanto, encantador donde se combinan plantas y esculturas, arte y botánica, y en el que reina la armonía y la paz.
Al salir de
las instalaciones anteriores y un poco más hacia adelante me toparía con el museo Oceanográfico, todo un símbolo de
Mónaco junto con el Casino, ocupando un precioso edificio de líneas neoclásicas
que se funde con el acantilado. Fue dirigido durante bastante tiempo por el
popular Jacques Cousteau, y algunos lo consideran el mejor del mundo. No
obstante, decidiría no entrar a visitarlo, dado que el tiempo del que disponía
no me permitiría hacerlo. Para quienes estén interesados, en su interior además
del acuario, encontraran salas que albergan exposiciones de tecnología marina,
conchas, pesca, fauna y flora.
Museo Oceanográfico |
En la puerta del museo es imposible no fijarse en un submarino amarillo de lo más peculiar. Se trata, ni más ni menos, del Anorep, utilizado por el comandante Cousteau en muchas de sus expediciones del mundo marino.
Submarino Anorep de Jacques Cousteau |
Acto seguido llegaría hasta el extremo de La Roca donde se sitúa el teatro de Fort Antoine, una antigua fortaleza del siglo XVIII de planta circular que sería destruida y posteriormente reconstruida para acondicionar en su espacio interior un teatro de estilo griego.
Era el
momento de volver hacia atrás, pero por un sector diferente de La Roca, pues en
el mismo me habían quedado muchos e importantes edificios pendientes.
Tal es el
caso de la capilla de la Visitación,
una capilla barroca convertida en pinacoteca y donde se pueden ver obras de
artistas barrocos italianos, además de otras de Rubens, Zurbarán o Ribera. En
esta misma plaza se encuentran también el Consejo
Nacional y el Ministerio de Estado.
Ministerio de Estado |
En la siguiente plaza encontraría otra capilla, en este caso la de la Misericordia, levantada en 1639 para sede de la cofradía de Penitentes Negros. El interior es muy bonito, con un Cristo tallado en madera por el escultor oficial de Napoleón. Justo enfrente se halla el Ayuntamiento de Mónaco.
Capilla de la Misericordia |
Ayuntamiento de Mónaco |
Y entre las callejuelas por las que seguía paseando, de repente se cruzaría en mi camino una hermosa plazuela que no esperaba encontrar. Era de lo más encantadora, con un pequeño pozo en el centro y con enredaderas colgadas de las paredes de las casas que la flanqueaban, así como el busto de François Bosio, un importante escultor monegasco, que le da nombre a la misma. Un auténtico remanso de paz en el agitado centro histórico.
Plazuela François Bosio |
Decidiría
abandonar el barrio de Mónaco – Ville, justo por la parte contraria que me
había llevado hasta él, es decir por la rampa sur con vistas al puerto de
Hércules, que me dejaría justo a sus pies. Aquí me encontraría, de casualidad,
con la escultura de Juan Manuel Fangio
y su Mercedes Benz, uno de los mejores pilotos de Formula I de todos los
tiempos, por lo que no podría evitar meterme en el coche e inmortalizar el
momento con varias fotografías.
Mónaco desde Mirador Panorámica Sur |
Escultura a Juan Manuel Fangio |
Acababa de llegar al barrio de La Condamine que se extiende a los pies del Rocher, entre el peñón y Montecarlo, ocupando el propio puerto.
Respecto al
mencionado puerto de Hércules, de
aguas profundas, ocupa una bahía natural al pie del centro histórico. Lleva en
uso desde la antigüedad como así lo constatan fuentes griegas y romanas, sin
embargo los vientos predominantes del este lo convirtieron en un refugio
deficiente. Para tratar de subsanar este problema se erigieron dos pilares a
principios del siglo XX que proporcionaron una ligera protección. Aunque sería
en 2011 cuando el puerto ganó el status de clase mundial, cuando se construyó
un malecón flotante y se ancló al pie del barrio de La Roca, proporcionando así
un refugio seguro y necesario contra los vientos y el oleaje del mar, haciendo
incluso posible que los principales cruceros atraquen en sus instalaciones.
Dada la
cercanía, aprovecharía para acercarme hasta la Plaza de Armas, aunque apenas duraría tiempo allí, ya que estaba
repleta de puestos de todo tipo que le quitaban toda la belleza por la que se
caracteriza sin estos.
Y como ya
había hambre y mucha, me pareció buena idea comer una pizza y una coca cola en
un restaurante que no me pareció caro. Me saldría por 13 euros.
Tras el
almuerzo, visitaría en primer lugar la plaza
e iglesia de Santa Devota, dedicada a la patrona de Mónaco y de la familia.
En el interior, lo más destacable es un cuadro italiano del siglo XVIII con la
Sagrada Familia. Todos los años, el 26 de enero, es testigo de una curiosa
tradición: se quema un barco en recuerdo del que ardió cuando unos maleantes
querían robar el cuerpo de la santa allá por el siglo XI.
Iglesia de Santa Devota |
Enfrente de la anterior, al lado del puerto, se puede ver otra escultura dedicada a otro importante piloto de Formula I. Hablo de William Grover de la escudería Williams, que termino sus días siendo espía británico y ejecutado por los nazis.
Escultura a William Grover |
Y ahora sí, afrontaba la empinada avenida d´Ostende, para llegar hasta el más famoso de los barrios de Mónaco, ni más ni menos que Montecarlo y como era de esperar el lujo elevado a la máximo potencia era la característica principal del mismo.
Por fin
tenía delante de mí el famoso Casino de
Montecarlo, el cual debe su nombre al príncipe Carlos III, quien mandaría
construir tan emblemático edificio. Fue inaugurado en 1865, época en que este
tipo de establecimientos empezaban a ser muy populares en Alemania, al
contrario que ocurría en Francia, donde estaban prohibidos. Con la llegada del
ferrocarril, los aristócratas europeos, dieron rienda suelta a su pasión por el
juego y el lugar pasó a tener fama mundial.
Casino de Montecarlo |
Sería edificado por Charles Garnier, arquitecto de la Ópera de París, y construido entre jardines, que además ofrecen unas estupendas vistas de la ciudad al estar sobre una colina. Su interior se encuentra decorado en estilo belle époque y recuerda los tiempos en que era punto de encuentro de los grandes duques de Rusia, los lores ingleses y otras personalidades. Como curiosidad no está permitida la entrada a los propios monegascos.
Casino de Montecarlo |
Merece la pena detenerse un rato en la plaza, sólo por ver el ir y venir de los coches de gama alta más espectaculares que se pueden encontrar en el planeta. Era un constante trasiego de escuderías como Ferrari, Lamborghini, Aston Martin, Rolls – Royce, Porsche, etc.
De los
mencionados jardines, los más vistosos son los que se conocen como Boulingrins, por los que es agradable
pasear entre fuentes y parterres, mientras se observan especies exóticas como
lirios de los valles japoneses, palmeras, bambúes sagrados o hibiscos chinos.
Si a ello se le añade una magnífica vista de la plaza del Casino, pues no es de
extrañar que te puedas quedar sin palabras.
Jardín de los Boulingrins |
Pero en la plaza no sólo destaca el mencionado casino, sino que también hay otros edificios importantes como el edificio de la Ópera, también de Garnier, siendo en su época una construcción revolucionaria al carecer de palco. Enfrente de la misma hay nuevos jardines con una terraza a orillas del mar donde se alza el Centro de Congresos. Además hay varias esculturas donde destacan especialmente la “Reina Mariana” de Manolo Valdés y la de “Adán y Eva” de Botero, así como la llamada Promenade des Champions, una avenida en la que a lo largo de un centenar de metros se rinde homenaje a los grandes jugadores de fútbol que han dejado la huella de sus pies impresa en el cemento, tales como Maradona, Platini o Di Stéfano.
Ópera de Montecarlo |
Escultura Adán y Eva de Botero |
Huella de Maradona. Promenade des Champions |
Tampoco podía olvidarme del Hotel y el Café París, situados enfrente del Casino, ofreciendo el primero a los huéspedes una vista increíble de este. El segundo sería inaugurado en 1868 y desde entonces ha sido uno de los lugares más populares de Mónaco, visitado por muchas celebridades. Sus ventanales estilo belle epoque recuerdan el estilo de los antiguos bistrós parisinos. Ya había leído la locura de precios de este tipo de lugares en este país, por lo que ni se me pasó por la cabeza sentarme a tomar algo.
Hotel París |
Otro de esos lugares imprescindibles en las inmediaciones que no quise perderme, más incluso para cualquier aficionado a la Fórmula 1, sería la mítica curva Loews, la curva más lenta que existe en este mundial y en la que los monoplazas pasan a 50 km/h y en primera, algo inaudito para lo que son sus velocidades habituales. ¡Incluso llegan a formarse atascos! Para apreciarla mejor y ver como la toman los coches que pasan por aquí, lo mejor es situarse en lo alto de las escaleras que están justo al lado y que te dan una perspectiva perfecta de la misma.
Curva Loews de Fórmula 1 |
Mi camino continuaría hacia el no demasiado lejano Jardín Japonés, un parque público que sería concebido por el paisajista japonés Yasuo Beppu y bendecido incluso por un sacerdote sintoísta. En el espacio se pueden ver un buen número de plantas procedentes del país del Sol naciente, con otros elementos característicos como puentes, farolillos o templetes. Si no fuese por el conjunto de rascacielos por el que está rodeado, podrías tener la sensación de estar en el país oriental.
Jardín Japonés |
Jardín Japonés |
Empezaba a estar cansado pues casi había recorrido el Principado de punta a punta caminando, pero haría un último esfuerzo para llegar hasta la playa artificial de Larvotto, de aguas turquesas y guijarros, es una de las playas más populares de Mónaco ya que una gran red marina protege de la entrada de medusas y otras especies. Además en los primeros metros sus aguas son poco profundas y suele estar muy limpia.
Playa de Larvotto |
Aquí me sentaría a descansar viendo como el sol desaparecía por el horizonte y la noche empezaba a ser la protagonista.
Mientras
empezaba a desandar parte de lo andado, de repente encontraría una sucesión de
concesionarios de las marcas que había podido ver delante del casino. Fue
increíble ver todos esos coches concentrados en tan pocos metros y
completamente nuevos, con sus carrocerías impolutas brillando detrás del
escaparate.
Concesionario Aston Martin |
Concesionario Rolls Royce |
No tardaría mucho en volver a llegar a la plaza del Casino, pues quería verla de noche y en su máximo apogeo. No me decepcionaría, al revés me sorprendería aún más, pues por la noche todo parece más mágico, más de cuento.
Casino de Montecarlo |
También aprovecharía para dar una vuelta por lo que se conoce como el Cercle d´Or, es decir el círculo de oro: una sucesión, en las inmediaciones del casino, de joyerías, boutiques de alta costura, anticuarios, etc. cuyos escaparates me dejarían casi igual de sorprendido que los automóviles de alta gama que ya había podido observar. Firmas como Louis Vuitton, Versace, Fred, Dior, me despedirían de este diminuto y peculiar país donde el dinero y el lujo son sus principales notas características.
Fred en Círculo de Oro. Montecarlo |
Louis Vuitton en Círculo de Oro. Montecarlo |
Efectivamente, alguien podrá echar de menos el jardín Exótico, uno de los reclamos turísticos de Mónaco más importantes, pero desgraciadamente estaba siendo objeto de una profunda restauración que no me permitiría visitarlo. Quién sabe si en una próxima ocasión.
A las 18:00
tomaba el tren de vuelta a Niza, llegando a esta apenas media hora después, por
lo que aprovecharía para pasar un rato por el hostel y descansar antes de
volver a salir a cenar.
Tampoco me
complicaría buscando un lugar para ello, pues nada más torcer la esquina
encontraría la pizzería Le Saëtone, que
tenía buen aspecto, por lo que esta sería mi elección. Elegiría unos espagueti
con roquefort y parmesano que estaban muy buenos y una cerveza. Todo me saldría
por 16 euros.
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