VIENA - DIA 04. San Carlos, Belvedere y Prater, entre otros sitios, como despedida

26 de Junio de 2017.


Todavía me quedaban muchos lugares interesantes de la capital austriaca por descubrir o recordar, así que todo hacía indicar que iba a ser otra jornada de lo más intensa. Lo bueno que no tenía prisa para ello, ni estaba sometido a tiempos concretos, como normalmente suele pasar el último día de estancia en una ciudad, antes de regresar a casa, como consecuencia de tener que tomar algún vuelo, y es que en esta ocasión es cierto que terminaba mi tiempo en Viena pero no mi viaje, como ya se verá, por lo que la tranquilidad era total.

Hasta ahora, la gran avenida en la que se hallaba mi hostel, a pesar de poseer varios e interesantes lugares de interés, no habían sido objeto de mi atención y es que al estar a tiro de piedra había decidido dejarlos para empezar la jornada de hoy, así me servían para ir desperezándome de manera tranquila, pues no suponían un esfuerzo extra ni en desplazamiento ni en atención.

Tal era el caso de la Majolikahaus y la casa de los Medallones, dos fantásticos testimonios de Otto Wagner, el genio que revolucionaría la arquitectura de su país. La fachada de la Majolikahaus, totalmente de cerámica, es una explosión vegetal verde y rosa; mientras que en las paredes del otro edificio mencionado y contiguo a este último, pude observar brillantes medallones dorados con perfiles femeninos.

Majolikahaus

Casa de los Medallones

Aparcaba por un momento las cuestiones artísticas y me dedicaba a pasear por el Naschmarkt, un animado mercado al aire libre que todas las guías y programas dicen que no puedes perderte. Y es que este se encuentra formado por más de 120 puestos que venden todo tipo de delicatessen.

Naschmarkt

Era temprano y ya empezaba a haber ambiente por allí, gente paseando y otros degustando la gran cantidad de delicias que ofrece el lugar, más allá del Apfelstrudel y la Sachertorte. Es un lugar que supone un auténtico encuentro de culturas donde oriente y occidente se encuentran, con influencias asiáticas y africanas. Es una aventura para todos los sentidos, con colores, texturas y aromas increíbles.

Desde setas silvestres, diferentes tipos de pasta y gnocchi hechos a mano, dulces turcos hasta todo tipo de nueces tostadas, wassabi, miel silvestre, pasando por aceitunas de todo el mundo de diferentes lugares y formas, hierba fresca para la salud, frutas confitadas. Cualquier cosa puede encontrarse aquí, incluso el traje austríaco nacional está presente.

Naschmarkt

Naschmarkt

Naschmarkt

A su alrededor también pueden verse bares, cafés y restaurantes de moda que han explotado en los últimos años y se han convertido imprescindibles para los vieneses.

Tras dejar atrás los último puestos del mercado, me daba de bruces con un curioso edificio denominado Secession con una fachada repleta de animales de todo tipo, coronada por una peculiar cúpula decorada a base de hojas de laurel en hierro dorado. Destaca también el friso de Klimt. Se construiría con la intención de acoger exposiciones de un nuevo movimiento artístico recién creado en Viena en 1898.

Edificio Secession

Muy cerca también podría ver los exteriores de la Casa de los Artistas o Künstlerhaus, un espacio dedicado a importantes exposiciones, y el Musikverein, la sociedad de amigos de la música donde cada año podemos ver desde nuestras casas a la Orquesta filarmónica de Viena dar el concierto de Año Nuevo para multitud de países.

Musikverein

Pegada a este último edificio queda la Schwarzenbergplatz, una plaza larga, totalmente simétrica, bordeada de suntuosas construcciones: la embajada de Francia en estilo Art Nouveau, la cámara de comercio, un palacio barroco, todos ellos dominados por el monumento dedicado a la liberación de Viena por el Ejército Rojo (1945).

Schwarzenbergplatz

Y ya no era plan de hacer esperar más a uno de los principales monumentos de la capital, por lo que atravesé la inmensa Karlsplatz, donde también podría ver el pabellón modernista de Otto Wagner, y me plantaría en frente de la iglesia de San Carlos Borromeo.

Faltan los adjetivos para hablar de esta maravillosa y majestuosa iglesia. Su estética barroca tiene un extraordinario valor, hasta el punto de estar considerada entre las edificaciones más impresionantes del mundo dentro de esta corriente arquitectónica.

Iglesia de San Carlos Borromeo

Su construcción obedece a una ofrenda que hiciera Carlos VI durante una epidemia de peste. Erradicada ésta en 1714, comenzaron los trabajos, los cuales concluirían en 1737. La simbiosis perfecta de elementos romanos y griegos que a su vez se mezclan con otros italianos e incluso franceses, hacen del conjunto algo imponente, teniendo mucho que ver también su gran cúpula inspirada en San Pedro de Roma y sus dos soberbias columnas laterales con relieves, inspiradas en la columna Trajana de Roma.

Después de las obligadas fotografías me dirigí a la puerta para acceder a su interior, confiando que era gratuita o que estaría incluida en la Viena pass, al menos. Pero la cara que se me quedaría cuando los chicos que estaban guardando la puerta me dijeron que ninguna de las dos opciones eran válidas y que había que abonar ocho euros para entrar, sería un auténtico poema. Tanto que estaría pensando si entrar o no durante diez minutos. En la anterior ocasión en Viena, tampoco accedería, por lo que al final de perdidos al río, y doliéndome en el alma pagaría el importe establecido.

El interior, afortunadamente, no me decepcionaría, pues sólo ya el altar mayor sobrecoge con un relieve con San Carlos sobre una nube, ascendiendo a los cielos. A este hay que añadirle los fantásticos frescos de la cúpula, los cuales estaban restaurándose y por tanto se encontraban parcialmente cubiertos por andamios. Este hecho que, en principio, pudiera suponer un cabreo monumental después de la cantidad pagada, lleva consigo, irónicamente, todo lo contrario y es gracias a esta circunstancia, un ascensor te permite llegar primero a una plataforma situada a más de la mitad de la altura del interior de la iglesia, saliendo desde esta unas escaleras metálicas que te llevan hasta la misma linterna de la cúpula, lo que te brinda la oportunidad de poder apreciar los frescos tan de cerca que casi puedes tocarlos, es decir, un auténtico privilegio que compensa el dinero pagado. Las pinturas son enormes  y contempladas desde abajo nada hace pensar que puedan llegar a tener el tamaño que tienen. La verdad que me sentí un privilegiado de poder admirar cada detalle de los frescos que en condiciones normales, salvo con unos prismáticos potentes, una buena iluminación y acabando con tortícolis, no hubiera sido posible.

Altar Mayor.Iglesia de San Carlos Borromeo

Frescos Cúpula. Iglesia de San Carlos Borromeo

Frescos Cúpula. Iglesia de San Carlos Borromeo

Pero por si acaso todavía no había quedado contento, que no era el caso, tendría la oportunidad, una vez hube descendido, de subir por unas escaleras laterales que me llevarían a una pequeña sala donde podría experimentar durante unos minutos, con unas gafas de realidad virtual, un paseo a vista de pájaro por el exterior de la iglesia, pareciendo que estaba volando y que podía posarme en las columnas, la cúpula o la mismísima linterna.

Saldría de allí la mar de contento y eso que había estado a punto de no entrar, por lo que la satisfacción era aún mayor.

Era el momento de cambiar de aires y qué mejor que caminando, así que afrontaría un paseo de unos veinte minutos hasta llegar a la parte superior del palacio Belvedere. Ello lo haría por el exterior de los jardines, exactamente por una calle llamada Prinz Eugen Strasse, paralela a un gran muro que no me permitiría ver nada de lo que me iba a encontrar, de tal manera que la sorpresa iba a ser importante, según accediera al recinto.

Y tal y como ya presagiaba, no quedaría defraudado, pues la primera imagen con la que me encontraría sería con el edificio del palacio superior de Belvedere, precedido por un bonito estanque rodeado de flores amarillas y naranjas.

Palacio Belvedere Superior

También me llamaría la atención una curiosa obra conocida como “Fat House”, es decir, casa gorda, la cual supone una crítica a la sociedad de consumo actual, pero que más allá del aspecto serio, es realmente una obra divertida y que es objeto de gran número de fotografías y posados junto a ella.

Fat House. Jardines Belvedere Superior

Tras recrearme un rato con esta primera parte de los jardines, había llegado el momento de acceder al interior del palacio, lo cual ya me moría de ganas por hacer. Con la Viena pass el pase es libre, por lo que me ahorré la nada desdeñable cifra de quince euros, ya que mi única pretensión era entrar a este edificio. De todas maneras el pase te permite acceder a los dos palacios, por lo que si esa es tú idea ahorrarías veinte euros.

Y tanto era mi interés en acceder porque su interior guarda la mayor colección de pinturas de Gustav Klimt, más de veinte, estando entre ellas las mundialmente conocidas “El Beso” y “Judith”. Así que me recrearía aproximadamente una hora contemplando las obras del genial autor y alguna otra como “Napoleón cruzando los Alpes” de Louis David, además de disfrutar con increíbles estancias como el salón de Mármol, donde se firmaría el histórico tratado de 1955 en donde Austria recuperaba su soberanía, después de diez años de ocupación del país por parte de los aliados, al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

El Beso de Klimt. Belvedere Superior

Salón de Mármol. Belvedere Superior

Procedería después a realizar el paseo por los jardines que conectan ambos palacios con preciosos estanques y esculturas, además de unas vistas excepcionales de Viena, aunque para mi gusto, eran mejores las que se conseguían desde Schönbrunn.

Jardines del Palacio de Belvedere

Jardines del Palacio de Belvedere

Jardines del Palacio de Belvedere

Por cierto, que no he comentado que todo este complejo sería construido por el príncipe Eugenio de Saboya, uno de los jefes militares más competentes de su tiempo, y uno de los hombres más ricos de Europa, con el fin de que hiciera las veces de residencia de verano. A su muerte, todas las posesiones pasaron a su nieta, la princesa Victoria de Saboya, quien vendió el palacio a la emperatriz María Teresa en 1752.

Pero dejemos ya la historia y continuemos con mi ruta, que me situaba ahora en el Belvedere bajo, la residencia del Príncipe y que había leído que contaba también con hermosas salas y habitaciones, pero renunciaría a ellas, pues después de todo, ya había visitado suficientes estancias reales en mi estancia en Viena, y optaría mejor por volver a cambiar de aires.

Para ello volvería hacia la Karlsplatz y allí cogería la línea roja de metro para bajarme unas cuantas paradas después en Donauinsel, pues no quería marcharme de Viena sin contemplar el maravilloso Danubio, que tan buenos recuerdos me traía de mi estancia anterior, y es que aquel año 1995 podríamos hacer un pequeño crucero de unas horas de duración que nos llevaría hasta la abadía de Melk, otro imprescindible en cualquier viaje por Austria.

La estación se encuentra justo en medio del famoso río y de sus canales, por lo que nada más bajarte y salir al exterior te encuentras con las fabulosas vistas del inmenso curso de agua. Es uno de esos ríos que nunca te deja indiferente y, que por lo general, invita a alguna exclamación de sorpresa.

Río Danubio desde Donauinsel

No me pensaría mucho bajar hasta la estrecha franja de terreno, fruto de las titánicas obras que supuso la excavación del Nuevo Danubio y que separa este del auténtico. Desde ella podría admirar el descomunal cauce de este último y observar embarcaciones de pesca, mástiles azotados por el viento y un faro que permite echar un vistazo a los rascacielos de la ONU cercanos, ya que esta es una de las sedes que esta tiene en el mundo. También podría ver algún bar situado a la ribera del río que tenía bastante buena pinta y que invitaba a sentarte allí y no levantarte, pero me podría más el querer conocer otros lugares, como ya es habitual en mí.

Río Danubio desde Donauinsel

Faro de Donauinsel o Isla del Danubio

Complejo de la ONU desde Donauinsel

Desde donde me encontraba se podía divisar perfectamente, en la otra orilla del río, un edificio tipo fortificación que me resultó de lo más curioso, así que no dudaría en volver a tomar el metro una estación para desplazarme hasta allí. Me bajaría en Vorgartenstrabe y en sólo cinco minutos me había plantado delante del edificio que resulta que no era un castillo, sino una iglesia dedicada a San Francisco de Asís. De todas maneras sus características arquitectónicas invitan a equivocarte y confundirla, pues posee torres con tejas, torreones y otros elementos más propios de aquellas construcciones que de una iglesia. La verdad que es original y realmente bonita por lo que merece la pena desplazarse hasta aquí. Además está situada en un parque, en la conocida como plaza de México, al lado del Danubio, por lo que también puedes, con un simple paseo, ver el río.

San Francisco de Asís desde Donauinsel

San Francisco de Asís desde Donauinsel

Iglesia de San Francisco de Asís. Mexicoplatz

Vista esta por fuera, pues su interior estaba cerrado a cal y canto, volvería a tomar el metro para bajarme en la siguiente parada, en Praterstern, que como habréis adivinado corresponde al famoso parque de atracciones vienés. Pero antes de adentrarme en él optaría por sentarme en una terraza, nada más salir del suburbano, de un restaurante que se llamaba Praterwirt, donde me tomaría dos salchichas con mostaza y una coca cola por 7,70 euros.

Comiendo cerca del Prater

Con la tripa llena, ahora sí que me dirigiría a la entrada del parque la cual es gratuita, teniendo que pagar individualmente cada atracción. Tras dar una vuelta por él y disfrutar del ambiente que había, me dirigiría al motivo principal por el que había llegado hasta aquí: la famosa noria gigante o riesenrad, la cual gira con elegancia desde 1897, ofreciendo un magnífico panorama del vasto y boscoso Prater y de los tejados de la antigua ciudad imperial.

Riesenrad o Noria del Prater

Riesenrad o Noria del Prater

Tiene casi 65 metros de altura y un diámetro de 61 metros y se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. Contribuyó igualmente a su popularidad las escenas de la película “El tercer hombre” que se rodaron dentro. Su esbelta silueta, a lo que se viene a unir el vivo color rojo de sus originales cabinas forman un todo con el paisaje de la ciudad.

Riesenrad o Noria del Prater

Riesenrad o Noria del Prater

Prater desde la Noria o Riesenrad

Durante la Segunda Guerra Mundial, la noria quedó destrozada casi por completo, hecho este que obligó a una profunda reconstrucción y en 1947 sus radios volvieron a girar. Tras la remodelación el número de cabinas se redujo a catorce. Aún así las que no se pudieron reutilizar se pueden ver en la planta baja, exponiendo diferentes objetos.

Entrada a la Noria del Prater

Como decía anteriormente las panorámicas que se obtienen desde arriba son impresionantes y es una actividad diferente para realizar en la capital. Además está incluida en la Viena pass si cuentas con ella, sino el coste es de diez euros.

También tendría oportunidad de fijarme que había cabinas que se encuentran preparadas para tener un romántica velada con cena o para distintas celebraciones, pero no quiero ni pensar lo que pueden llegar a costar.

A la salida, me adentraría por los senderos y alamedas del Prater, compartiéndolos con corredores, paseantes y ciclistas. Se respiraba paz y la amplia avenida central, del parque más grande de la ciudad, parecía no terminar nunca, de hecho no llegaría al final pues optaría por sentarme en varios ocasiones cerca de los estanques y caminos que me iba encontrando, así hasta que a la altura de la mitad del gran espacio verde, optaría por tomar la avenida Rotundenallee, la cual me llevaría a cruzar un puente y sólo una calle después torcer a la derecha por Lowengasse y tras avanzar unos metros por esta, encontrarme con los famosos apartamentos Hundertwasserhaus, un himno a la irregularidad y al eclecticismo, con suelos elevados de los que surgen árboles, columnas inclinadas, cúpulas bizantinas, etc. Su autor pretendía huir del clasicismo y de las líneas rectas y vaya si lo consiguió, logrando crear un edificio con prominentes líneas curvas y utilización de azulejos de vivos colores en la fachada.

Prater

Viviendas Hundertwasserhaus

Viviendas Hundertwasserhaus

Viviendas Hundertwasserhaus

Habría, desde donde me encontraba, como unos veinte minutos caminando hasta mi siguiente objetivo, así que no dudaría en caminar hasta él. Y es que no podía irme de la capital austriaca sin volver a uno de sus más destacados parques, conocido como Stadtpark.

Fue el primer parque municipal y está diseñado al estilo inglés con estanques, fuentes y monumentos conmemorativos. Entre estos últimos destaca, justo frente a la entrada principal, el dedicado a Johann Strauss. Es una obra de mármol en cuyo centro está la dorada figura del compositor, cuya imagen sale en infinidad de folletos y libros de Viena. La verdad, que tendría suerte porque cuando llegué a ella no había nadie y pude fotografiarme con ella. Diez minutos después aquello era una romería y todo el tiempo que estuve por allí no paró de haber gente haciéndose fotos a su alrededor.

Escultura Johann Strauss.Stadtpark

Escultura Johann Strauss.Stadtpark

Delante del monumento, a mano derecha, se encuentra también un bonito reloj floral. Además por otras partes del parque existen monumentos dedicados a otros compositores consagrados como Schubert, Stolz y Lehár.

Reloj Floral.Stadtpark

Escultura Andreas Zelinka.Stadtpark

El tiempo empezaba a agotarse, pero todavía quería dar un último paseo por una zona que se me había quedado pendiente, entre otras. Para ello tomaría el metro en la estación del mismo nombre que el parque, para bajarme tras un trasbordo en Volkstheater, donde nada más salir me encontraría con el monumental teatro Volkstheater, valga la redundancia, donde se representan obras modernas, aunque también se programan en ocasiones obras de teatro clásico y algunas operetas.

Volkstheater

Casi detrás de este podría ver un elegante palacio barroco llamado Trautson con una ornamentación opulenta y con uno de los mayores conjuntos de esculturas de Viena localizadas en la cornisa y el frontón. Destaca la gran estatua de Apolo tocando la lira.

Pero tengo que confesar que no había llegado hasta aquí para admirar estos dos impresionantes edificios, de lo cual no me arrepiento, sino que me pillaban de paso para llegar al verdadero motivo de mi desplazamiento: el minúsculo barrio de Spittelberg, compuesto por casas de origen barroco y con un ambiente romántico y recogido. Sus calles peatonales están flanqueadas por cafés, restaurantes y pequeñas tiendas artesanales de lujo. Es un encantador rincón que muchos turistas pasan por alto y que bien merece la pena dedicarle un poco de tiempo en la visita a la ciudad.

Barrio Spittelberg

Barrio Spittelberg

El reloj marcaba las 19:15, así que finalizaría aquí mi estancia en la maravillosa ciudad Imperial, a falta de deshacer la poca distancia que me separaba del hostel, para recoger la maleta, y desde él caminar unos pocos metros para tomar el metro hasta Karlsplatz, donde cambiaría a la línea roja y tras otras dos estaciones bajarme en Südtiroler Platz Hauptbahnhof.

Desde esta estación salen muchos de los trenes que van a otras ciudades de Austria y de Europa, además de autobuses y no sé cuantas más opciones, por lo que no dudé en preguntar a un señor trajeado que donde podía comprar el billete de tren para Bratislava, mi próximo destino. Este tras una primera reacción un tanto desconfiada cuando le paré, al ver cuál era mi pregunta, cambió de forma rápida su actitud y me pidió que le siguiera, dejándome delante de la oficina de billetes OBB, en la misma planta que la salida a la calle. Aquí entraría y compraría el correspondiente billete para la capital de Eslovaquia, saliéndome por 10,30 euros. La salida estaba prevista para las 20:15, por lo que me tocaría hacer una pequeña carrera hasta el andén correspondiente, pero esta sería en vano, ya que cuando llegué empezaba a salir en los carteles que anuncian el correspondiente destino, una frase repetida hasta la saciedad que indicaba que el tren sufría un retraso de treinta minutos. Para que luego digan de España y es que en los últimos viajes he sido objetos de retrasos importantes tanto en Francia como ahora en Austria, dos de los países que siempre pavonean de la puntualidad de sus transportes. Así que en cuanto a cómo funciona nuestro sistema de trenes no tenemos nada que envidiarles.

Esta media hora la aprovecharía para echar cuentas de lo que me hubiera gastado en las atracciones turísticas de hoy, haciendo un total de 25 euros, que sumados a los 95,30 de lo que hubieran supuesto los dos días anteriores, hacía un total de 120,30 euros. Así que dado que la Viena pass me saldría por 89,10 euros, el balance final es que estaba más que amortizada, por lo que planificándose bien y teniendo claro lo que se quiere visitar es más que probable que se amortice.

A las 20:45 se cerraban las puertas de los vagones y se oía el silbato que indicaba que el tren partía hacia Bratislava, la capital de Eslovaquia, mi siguiente destino, por lo que pongo aquí fin a este diario en la maravillosa Viena, que en esta segunda estancia me ha permitido casi conocerla de nuevo, aunque también es cierto que me ha traído muchos y muy buenos recuerdos de cuando estuve con mi querida abuela.

Estación de Trenes de Viena

Y ahora, ¿te animas a seguir mis pasos por tierras eslovacas? Si es así tan sólo tienes que pinchar en la pestaña respectiva y allí verás que continúa este viaje por Centroeuropa.

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