Todavía me quedaban muchos lugares interesantes de la
capital austriaca por descubrir o recordar, así que todo hacía indicar que iba
a ser otra jornada de lo más intensa. Lo bueno que no tenía prisa para ello, ni
estaba sometido a tiempos concretos, como normalmente suele pasar el último día
de estancia en una ciudad, antes de regresar a casa, como consecuencia de tener
que tomar algún vuelo, y es que en esta ocasión es cierto que terminaba mi
tiempo en Viena pero no mi viaje, como ya se verá, por lo que la tranquilidad
era total.
Hasta ahora, la gran avenida en la que se hallaba mi
hostel, a pesar de poseer varios e interesantes lugares de interés, no habían
sido objeto de mi atención y es que al estar a tiro de piedra había decidido
dejarlos para empezar la jornada de hoy, así me servían para ir desperezándome
de manera tranquila, pues no suponían un esfuerzo extra ni en desplazamiento ni
en atención.
Tal era el caso de la Majolikahaus y la casa de los
Medallones, dos fantásticos testimonios de Otto Wagner, el genio que
revolucionaría la arquitectura de su país. La fachada de la Majolikahaus,
totalmente de cerámica, es una explosión vegetal verde y rosa; mientras que en
las paredes del otro edificio mencionado y contiguo a este último, pude
observar brillantes medallones dorados con perfiles femeninos.
Majolikahaus |
Casa de los Medallones |
Aparcaba por un momento las cuestiones artísticas y me
dedicaba a pasear por el Naschmarkt, un animado mercado al aire libre que todas
las guías y programas dicen que no puedes perderte. Y es que este se encuentra
formado por más de 120 puestos que venden todo tipo de delicatessen.
Naschmarkt |
Era temprano y ya empezaba a haber ambiente por allí, gente
paseando y otros degustando la gran cantidad de delicias que ofrece el lugar,
más allá del Apfelstrudel y la Sachertorte. Es un lugar que supone un auténtico
encuentro de culturas donde oriente y occidente se encuentran, con influencias
asiáticas y africanas. Es una aventura para todos los sentidos, con colores,
texturas y aromas increíbles.
Desde setas silvestres, diferentes tipos de pasta y gnocchi
hechos a mano, dulces turcos hasta todo tipo de nueces tostadas, wassabi, miel
silvestre, pasando por aceitunas de todo el mundo de diferentes lugares y
formas, hierba fresca para la salud, frutas confitadas. Cualquier cosa puede
encontrarse aquí, incluso el traje austríaco nacional está presente.
Naschmarkt |
Naschmarkt |
Naschmarkt |
A su alrededor también pueden verse bares, cafés y
restaurantes de moda que han explotado en los últimos años y se han convertido
imprescindibles para los vieneses.
Tras dejar atrás los último puestos del mercado, me daba de
bruces con un curioso edificio denominado Secession con una fachada repleta de
animales de todo tipo, coronada por una peculiar cúpula decorada a base de
hojas de laurel en hierro dorado. Destaca también el friso de Klimt. Se construiría
con la intención de acoger exposiciones de un nuevo movimiento artístico recién
creado en Viena en 1898.
Edificio Secession |
Muy cerca también podría ver los exteriores de la Casa de
los Artistas o Künstlerhaus, un espacio dedicado a importantes exposiciones, y
el Musikverein, la sociedad de amigos de la música donde cada año podemos ver
desde nuestras casas a la Orquesta filarmónica de Viena dar el concierto de Año
Nuevo para multitud de países.
Musikverein |
Pegada a este último edificio queda la Schwarzenbergplatz,
una plaza larga, totalmente simétrica, bordeada de suntuosas construcciones: la
embajada de Francia en estilo Art Nouveau, la cámara de comercio, un palacio
barroco, todos ellos dominados por el monumento dedicado a la liberación de
Viena por el Ejército Rojo (1945).
Schwarzenbergplatz |
Y ya no era plan de hacer esperar más a uno de los
principales monumentos de la capital, por lo que atravesé la inmensa Karlsplatz,
donde también podría ver el pabellón modernista de Otto Wagner, y me plantaría
en frente de la iglesia de San Carlos Borromeo.
Faltan los adjetivos para hablar de esta maravillosa y
majestuosa iglesia. Su estética barroca tiene un extraordinario valor, hasta el
punto de estar considerada entre las edificaciones más impresionantes del mundo
dentro de esta corriente arquitectónica.
Iglesia de San Carlos Borromeo |
Su construcción obedece a una ofrenda que hiciera Carlos VI
durante una epidemia de peste. Erradicada ésta en 1714, comenzaron los
trabajos, los cuales concluirían en 1737. La simbiosis perfecta de elementos
romanos y griegos que a su vez se mezclan con otros italianos e incluso
franceses, hacen del conjunto algo imponente, teniendo mucho que ver también su
gran cúpula inspirada en San Pedro de Roma y sus dos soberbias columnas
laterales con relieves, inspiradas en la columna Trajana de Roma.
Después de las obligadas fotografías me dirigí a la puerta
para acceder a su interior, confiando que era gratuita o que estaría incluida
en la Viena pass, al menos. Pero la cara que se me quedaría cuando los chicos
que estaban guardando la puerta me dijeron que ninguna de las dos opciones eran
válidas y que había que abonar ocho euros para entrar, sería un auténtico
poema. Tanto que estaría pensando si entrar o no durante diez minutos. En la
anterior ocasión en Viena, tampoco accedería, por lo que al final de perdidos
al río, y doliéndome en el alma pagaría el importe establecido.
El interior, afortunadamente, no me decepcionaría, pues sólo
ya el altar mayor sobrecoge con un relieve con San Carlos sobre una nube,
ascendiendo a los cielos. A este hay que añadirle los fantásticos frescos de la
cúpula, los cuales estaban restaurándose y por tanto se encontraban
parcialmente cubiertos por andamios. Este hecho que, en principio, pudiera
suponer un cabreo monumental después de la cantidad pagada, lleva consigo,
irónicamente, todo lo contrario y es gracias a esta circunstancia, un ascensor
te permite llegar primero a una plataforma situada a más de la mitad de la
altura del interior de la iglesia, saliendo desde esta unas escaleras metálicas
que te llevan hasta la misma linterna de la cúpula, lo que te brinda la
oportunidad de poder apreciar los frescos tan de cerca que casi puedes
tocarlos, es decir, un auténtico privilegio que compensa el dinero pagado. Las
pinturas son enormes y contempladas
desde abajo nada hace pensar que puedan llegar a tener el tamaño que tienen. La
verdad que me sentí un privilegiado de poder admirar cada detalle de los
frescos que en condiciones normales, salvo con unos prismáticos potentes, una
buena iluminación y acabando con tortícolis, no hubiera sido posible.
Altar Mayor.Iglesia de San Carlos Borromeo |
Frescos Cúpula. Iglesia de San Carlos Borromeo |
Frescos Cúpula. Iglesia de San Carlos Borromeo |
Pero por si acaso todavía no había quedado contento, que no
era el caso, tendría la oportunidad, una vez hube descendido, de subir por unas
escaleras laterales que me llevarían a una pequeña sala donde podría
experimentar durante unos minutos, con unas gafas de realidad virtual, un paseo
a vista de pájaro por el exterior de la iglesia, pareciendo que estaba volando y
que podía posarme en las columnas, la cúpula o la mismísima linterna.
Saldría de allí la mar de contento y eso que había estado a
punto de no entrar, por lo que la satisfacción era aún mayor.
Era el momento de cambiar de aires y qué mejor que
caminando, así que afrontaría un paseo de unos veinte minutos hasta llegar a la
parte superior del palacio Belvedere. Ello lo haría por el exterior de los
jardines, exactamente por una calle llamada Prinz Eugen Strasse, paralela a un
gran muro que no me permitiría ver nada de lo que me iba a encontrar, de tal
manera que la sorpresa iba a ser importante, según accediera al recinto.
Y tal y como ya presagiaba, no quedaría defraudado, pues la
primera imagen con la que me encontraría sería con el edificio del palacio superior
de Belvedere, precedido por un bonito estanque rodeado de flores amarillas y
naranjas.
Palacio Belvedere Superior |
También me llamaría la atención una curiosa obra conocida
como “Fat House”, es decir, casa gorda, la cual supone una crítica a la
sociedad de consumo actual, pero que más allá del aspecto serio, es realmente
una obra divertida y que es objeto de gran número de fotografías y posados
junto a ella.
Fat House. Jardines Belvedere Superior |
Tras recrearme un rato con esta primera parte de los
jardines, había llegado el momento de acceder al interior del palacio, lo cual
ya me moría de ganas por hacer. Con la Viena pass el pase es libre, por lo que
me ahorré la nada desdeñable cifra de quince euros, ya que mi única pretensión
era entrar a este edificio. De todas maneras el pase te permite acceder a los
dos palacios, por lo que si esa es tú idea ahorrarías veinte euros.
Y tanto era mi interés en acceder porque su interior guarda
la mayor colección de pinturas de Gustav Klimt, más de veinte, estando entre
ellas las mundialmente conocidas “El Beso” y “Judith”. Así que me recrearía
aproximadamente una hora contemplando las obras del genial autor y alguna otra
como “Napoleón cruzando los Alpes” de Louis David, además de disfrutar con
increíbles estancias como el salón de Mármol, donde se firmaría el histórico
tratado de 1955 en donde Austria recuperaba su soberanía, después de diez años
de ocupación del país por parte de los aliados, al finalizar la Segunda Guerra
Mundial.
El Beso de Klimt. Belvedere Superior |
Salón de Mármol. Belvedere Superior |
Procedería después a realizar el paseo por los jardines que
conectan ambos palacios con preciosos estanques y esculturas, además de unas
vistas excepcionales de Viena, aunque para mi gusto, eran mejores las que se
conseguían desde Schönbrunn.
Jardines del Palacio de Belvedere |
Jardines del Palacio de Belvedere |
Jardines del Palacio de Belvedere |
Por cierto, que no he comentado que todo este complejo sería
construido por el príncipe Eugenio de Saboya, uno de los jefes militares más
competentes de su tiempo, y uno de los hombres más ricos de Europa, con el fin
de que hiciera las veces de residencia de verano. A su muerte, todas las
posesiones pasaron a su nieta, la princesa Victoria de Saboya, quien vendió el
palacio a la emperatriz María Teresa en 1752.
Pero dejemos ya la historia y continuemos con mi ruta, que
me situaba ahora en el Belvedere bajo, la residencia del Príncipe y que había
leído que contaba también con hermosas salas y habitaciones, pero renunciaría a
ellas, pues después de todo, ya había visitado suficientes estancias reales en
mi estancia en Viena, y optaría mejor por volver a cambiar de aires.
Para ello volvería hacia la Karlsplatz y allí cogería la
línea roja de metro para bajarme unas cuantas paradas después en Donauinsel,
pues no quería marcharme de Viena sin contemplar el maravilloso Danubio, que
tan buenos recuerdos me traía de mi estancia anterior, y es que aquel año 1995
podríamos hacer un pequeño crucero de unas horas de duración que nos llevaría
hasta la abadía de Melk, otro imprescindible en cualquier viaje por Austria.
La estación se encuentra justo en medio del famoso río y de
sus canales, por lo que nada más bajarte y salir al exterior te encuentras con
las fabulosas vistas del inmenso curso de agua. Es uno de esos ríos que nunca
te deja indiferente y, que por lo general, invita a alguna exclamación de
sorpresa.
Río Danubio desde Donauinsel |
No me pensaría mucho bajar hasta la estrecha franja de
terreno, fruto de las titánicas obras que supuso la excavación del Nuevo
Danubio y que separa este del auténtico. Desde ella podría admirar el
descomunal cauce de este último y observar embarcaciones de pesca, mástiles
azotados por el viento y un faro que permite echar un vistazo a los rascacielos
de la ONU cercanos, ya que esta es una de las sedes que esta tiene en el mundo.
También podría ver algún bar situado a la ribera del río que tenía bastante
buena pinta y que invitaba a sentarte allí y no levantarte, pero me podría más
el querer conocer otros lugares, como ya es habitual en mí.
Río Danubio desde Donauinsel |
Faro de Donauinsel o Isla del Danubio |
Complejo de la ONU desde Donauinsel |
Desde donde me encontraba se podía divisar perfectamente, en
la otra orilla del río, un edificio tipo fortificación que me resultó de lo más
curioso, así que no dudaría en volver a tomar el metro una estación para
desplazarme hasta allí. Me bajaría en Vorgartenstrabe y en sólo cinco minutos
me había plantado delante del edificio que resulta que no era un castillo, sino
una iglesia dedicada a San Francisco de Asís. De todas maneras sus
características arquitectónicas invitan a equivocarte y confundirla, pues posee
torres con tejas, torreones y otros elementos más propios de aquellas
construcciones que de una iglesia. La verdad que es original y realmente bonita
por lo que merece la pena desplazarse hasta aquí. Además está situada en un
parque, en la conocida como plaza de México, al lado del Danubio, por lo que
también puedes, con un simple paseo, ver el río.
San Francisco de Asís desde Donauinsel |
San Francisco de Asís desde Donauinsel |
Iglesia de San Francisco de Asís. Mexicoplatz |
Vista esta por fuera, pues su interior estaba cerrado a cal
y canto, volvería a tomar el metro para bajarme en la siguiente parada, en Praterstern,
que como habréis adivinado corresponde al famoso parque de atracciones vienés.
Pero antes de adentrarme en él optaría por sentarme en una terraza, nada más
salir del suburbano, de un restaurante que se llamaba Praterwirt, donde me
tomaría dos salchichas con mostaza y una coca cola por 7,70 euros.
Comiendo cerca del Prater |
Con la tripa llena, ahora sí que me dirigiría a la entrada
del parque la cual es gratuita, teniendo que pagar individualmente cada
atracción. Tras dar una vuelta por él y disfrutar del ambiente que había, me
dirigiría al motivo principal por el que había llegado hasta aquí: la famosa
noria gigante o riesenrad, la cual gira con elegancia desde 1897, ofreciendo un
magnífico panorama del vasto y boscoso Prater y de los tejados de la antigua
ciudad imperial.
Riesenrad o Noria del Prater |
Riesenrad o Noria del Prater |
Tiene casi 65 metros de altura y un diámetro de 61 metros y
se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. Contribuyó igualmente a
su popularidad las escenas de la película “El tercer hombre” que se rodaron
dentro. Su esbelta silueta, a lo que se viene a unir el vivo color rojo de sus
originales cabinas forman un todo con el paisaje de la ciudad.
Riesenrad o Noria del Prater |
Riesenrad o Noria del Prater |
Prater desde la Noria o Riesenrad |
Durante la Segunda Guerra Mundial, la noria quedó destrozada
casi por completo, hecho este que obligó a una profunda reconstrucción y en
1947 sus radios volvieron a girar. Tras la remodelación el número de cabinas se
redujo a catorce. Aún así las que no se pudieron reutilizar se pueden ver en la
planta baja, exponiendo diferentes objetos.
Entrada a la Noria del Prater |
Como decía anteriormente las panorámicas que se obtienen
desde arriba son impresionantes y es una actividad diferente para realizar en
la capital. Además está incluida en la Viena pass si cuentas con ella, sino el
coste es de diez euros.
También tendría oportunidad de fijarme que había cabinas que
se encuentran preparadas para tener un romántica velada con cena o para
distintas celebraciones, pero no quiero ni pensar lo que pueden llegar a
costar.
A la salida, me adentraría por los senderos y alamedas del
Prater, compartiéndolos con corredores, paseantes y ciclistas. Se respiraba paz
y la amplia avenida central, del parque más grande de la ciudad, parecía no
terminar nunca, de hecho no llegaría al final pues optaría por sentarme en
varios ocasiones cerca de los estanques y caminos que me iba encontrando, así
hasta que a la altura de la mitad del gran espacio verde, optaría por tomar la
avenida Rotundenallee, la cual me llevaría a cruzar un puente y sólo una calle
después torcer a la derecha por Lowengasse y tras avanzar unos metros por esta,
encontrarme con los famosos apartamentos Hundertwasserhaus, un himno a la
irregularidad y al eclecticismo, con suelos elevados de los que surgen árboles,
columnas inclinadas, cúpulas bizantinas, etc. Su autor pretendía huir del
clasicismo y de las líneas rectas y vaya si lo consiguió, logrando crear un
edificio con prominentes líneas curvas y utilización de azulejos de vivos
colores en la fachada.
Prater |
Viviendas Hundertwasserhaus |
Viviendas Hundertwasserhaus |
Viviendas Hundertwasserhaus |
Habría, desde donde me encontraba, como unos veinte minutos
caminando hasta mi siguiente objetivo, así que no dudaría en caminar hasta él.
Y es que no podía irme de la capital austriaca sin volver a uno de sus más
destacados parques, conocido como Stadtpark.
Fue el primer parque municipal y está diseñado al estilo
inglés con estanques, fuentes y monumentos conmemorativos. Entre estos últimos
destaca, justo frente a la entrada principal, el dedicado a Johann Strauss. Es
una obra de mármol en cuyo centro está la dorada figura del compositor, cuya
imagen sale en infinidad de folletos y libros de Viena. La verdad, que tendría
suerte porque cuando llegué a ella no había nadie y pude fotografiarme con
ella. Diez minutos después aquello era una romería y todo el tiempo que estuve
por allí no paró de haber gente haciéndose fotos a su alrededor.
Escultura Johann Strauss.Stadtpark |
Escultura Johann Strauss.Stadtpark |
Delante del monumento, a mano derecha, se encuentra también
un bonito reloj floral. Además por otras partes del parque existen monumentos
dedicados a otros compositores consagrados como Schubert, Stolz y Lehár.
Reloj Floral.Stadtpark |
Escultura Andreas Zelinka.Stadtpark |
El tiempo empezaba a agotarse, pero todavía quería dar un
último paseo por una zona que se me había quedado pendiente, entre otras. Para
ello tomaría el metro en la estación del mismo nombre que el parque, para
bajarme tras un trasbordo en Volkstheater, donde nada más salir me encontraría
con el monumental teatro Volkstheater, valga la redundancia, donde se representan
obras modernas, aunque también se programan en ocasiones obras de teatro
clásico y algunas operetas.
Volkstheater |
Casi detrás de este podría ver un elegante palacio barroco
llamado Trautson con una ornamentación opulenta y con uno de los mayores
conjuntos de esculturas de Viena localizadas en la cornisa y el frontón.
Destaca la gran estatua de Apolo tocando la lira.
Pero tengo que confesar que no había llegado hasta aquí para
admirar estos dos impresionantes edificios, de lo cual no me arrepiento, sino
que me pillaban de paso para llegar al verdadero motivo de mi desplazamiento:
el minúsculo barrio de Spittelberg, compuesto por casas de origen barroco y con
un ambiente romántico y recogido. Sus calles peatonales están flanqueadas por
cafés, restaurantes y pequeñas tiendas artesanales de lujo. Es un encantador
rincón que muchos turistas pasan por alto y que bien merece la pena dedicarle
un poco de tiempo en la visita a la ciudad.
Barrio Spittelberg |
Barrio Spittelberg |
El reloj marcaba las 19:15, así que finalizaría aquí mi
estancia en la maravillosa ciudad Imperial, a falta de deshacer la poca
distancia que me separaba del hostel, para recoger la maleta, y desde él
caminar unos pocos metros para tomar el metro hasta Karlsplatz, donde cambiaría
a la línea roja y tras otras dos estaciones bajarme en Südtiroler Platz
Hauptbahnhof.
Desde esta estación salen muchos de los trenes que van a
otras ciudades de Austria y de Europa, además de autobuses y no sé cuantas más
opciones, por lo que no dudé en preguntar a un señor trajeado que donde podía
comprar el billete de tren para Bratislava, mi próximo destino. Este tras una
primera reacción un tanto desconfiada cuando le paré, al ver cuál era mi
pregunta, cambió de forma rápida su actitud y me pidió que le siguiera,
dejándome delante de la oficina de billetes OBB, en la misma planta que la
salida a la calle. Aquí entraría y compraría el correspondiente billete para la
capital de Eslovaquia, saliéndome por 10,30 euros. La salida estaba prevista
para las 20:15, por lo que me tocaría hacer una pequeña carrera hasta el andén
correspondiente, pero esta sería en vano, ya que cuando llegué empezaba a salir
en los carteles que anuncian el correspondiente destino, una frase repetida
hasta la saciedad que indicaba que el tren sufría un retraso de treinta
minutos. Para que luego digan de España y es que en los últimos viajes he sido
objetos de retrasos importantes tanto en Francia como ahora en Austria, dos de
los países que siempre pavonean de la puntualidad de sus transportes. Así que
en cuanto a cómo funciona nuestro sistema de trenes no tenemos nada que
envidiarles.
Esta media hora la aprovecharía para echar cuentas de lo que
me hubiera gastado en las atracciones turísticas de hoy, haciendo un total de
25 euros, que sumados a los 95,30 de lo que hubieran supuesto los dos días
anteriores, hacía un total de 120,30 euros. Así que dado que la Viena pass me
saldría por 89,10 euros, el balance final es que estaba más que amortizada, por
lo que planificándose bien y teniendo claro lo que se quiere visitar es más que
probable que se amortice.
A las 20:45 se cerraban las puertas de los vagones y se oía
el silbato que indicaba que el tren partía hacia Bratislava, la capital de Eslovaquia, mi siguiente destino, por lo que pongo aquí fin a este diario en la
maravillosa Viena, que en esta segunda estancia me ha permitido casi conocerla
de nuevo, aunque también es cierto que me ha traído muchos y muy buenos
recuerdos de cuando estuve con mi querida abuela.
Estación de Trenes de Viena |
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