En noviembre de 2007 llevaría a cabo un viaje que me
permitiría conocer de primera mano, durante diez días, los lugares históricos y
naturales más importantes del norte y centro de la Comunidad Foral de Navarra.
Durante esas jornadas llegaría a lugares tan famosos como la
imponente abadía de Leyre, testigo milenario de la espiritualidad navarra; el
castillo y santuario de Javier, símbolo de la historia y la devoción; las
calles llenas de vida y tradición de Pamplona, con su casco antiguo lleno de
leyendas; y la sierra de Urbasa, donde la naturaleza se muestra en todo su
esplendor con bosques, praderas y sorprendentes formaciones kársticas. No
faltarían en la ruta pueblos con encanto y mucha historia, como Sangüesa, con
su arquitectura románica y su pasado medieval; el misterio de Zugarramurdi,
donde las brujas dejaron su huella; o el acogedor valle de Baztán, con su
capital Elizondo, escenario de leyendas y paisajes verdes. También recorrería
caminos históricos como el de Roncesvalles, punto emblemático en la ruta
jacobea, y Puente la Reina, paso obligado de peregrinos y lugar de encuentro de
culturas.
Al final de aquel viaje, ya comentaba que me quedaba con
muchas ganas de seguir explorando el sur de Navarra. Y tras diez años —que se
dicen pronto— por fin iba a tener la oportunidad de retomar y completar ese
periplo por esta fascinante comunidad. En esta nueva etapa, me esperaba
descubrir lugares tan emblemáticos como Tudela, con su vibrante historia y
cultura; las impresionantes Bardenas Reales, ese paisaje casi lunar que no deja
indiferente a nadie; o Carcastillo, con su monasterio de La Oliva, joya del
románico cisterciense. Pero estos no serían los únicos, ya que la riqueza de
Navarra es tan amplia que cada rincón guarda un secreto por revelar.
Sería el viernes, justo después de salir del trabajo, cuando
pondría rumbo a Tudela, población que sería el centro de operaciones para
conocer la zona, aprovechando además el festivo de San José, que caía en
domingo y se trasladaba al lunes.
Decidí alojarme en el Hostal Remigio, que en aquel
momento ofrecía una excelente relación calidad-precio. Situado en plena Plaza
de los Fueros, en el corazón de Tudela, su ubicación era inmejorable para
recorrer cómodamente tanto la ciudad como los alrededores.
El hotel, de gestión familiar, combinaba una atención
cercana con unas instalaciones funcionales y cómodas. Las habitaciones,
sencillas pero bien cuidadas, contaban con todo lo necesario para una estancia
agradable. Además, disponía de restaurante propio, conocido por su apuesta por
la cocina navarra tradicional y, en especial, por las verduras de la Ribera,
muchas de ellas procedentes de su propia huerta.
Sin grandes lujos, pero con todo lo necesario, resultó una
opción muy práctica y acogedora para este viaje.
BARDENAS REALES
No me iba a andar por las ramas y mi primer destino en el
sur de Navarra iban a ser las Bardenas Reales, que tanto se me habían
resistido. Y es que la historia de este espacio natural, cuyos perfiles
desérticos ejercen una atracción irresistible, comienza con su anexión en el
siglo XI al reino de Navarra. Es así como pasa a propiedad de los reyes y gana
el calificativo de Real. A lo largo de los siglos el uso de este territorio,
compartido por entidades de población muy alejadas de aquí, ha estado casi
siempre en relación con el aprovechamiento de los pastos.
Los peculiares perfiles orográficos de este territorio son
tan evocadores y fotogénicos que aparecen con recurrencia en anuncios
televisivos y películas como Airbag, Acción Mutante o El Mundo nunca es
Suficiente. También ha servido de guarida a bandoleros famosos, como
Sanchicorrota, quien durante el siglo XV hizo de las Bárdenas su territorio particular
hasta que Juan II formó un ejército para capturarlo. El bandido prefirió
apuñalarse antes que entregarse y sólo pudieron ajusticiar su cadáver.
Para recorrer las Bárdenas lo mejor es contar con tu propio vehículo particular, ya que se trata de un espacio extenso, con caminos de tierra que conectan distintos puntos de interés. La entrada más habitual es la del Centro de Información de Aguilares, a pocos kilómetros de Arguedas, donde además se puede obtener un plano general del parque y algunas recomendaciones básicas para la visita.
Paneles Informativos. Bardenas Reales |
Desde allí parte una ruta circular principal de unos 34 km, bien señalizada y apta para turismos, aunque con cierta precaución, especialmente si ha llovido, ya que algunas zonas pueden embarrarse. El recorrido atraviesa paisajes sorprendentes, con formas erosionadas y una atmósfera que recuerda más al oeste americano que al norte de España.
Eso sí, es importante tener en cuenta que no está permitido salirse de los caminos marcados y que, al tratarse de un Parque Natural protegido, conviene extremar el respeto por el entorno: no dejar residuos, no hacer fuego y evitar ruidos innecesarios.
Pista de Tierra en las Bardenas Reales |
Conviene llevar agua y protección solar, ya que no hay sombras ni servicios durante la ruta. En los meses cálidos, lo ideal es visitar el parque a primera hora de la mañana o al atardecer, cuando el sol cae oblicuo y los relieves se tiñen de tonos dorados.
Mi primera parada dentro del Parque Natural sería el Cabezo de las Cortinillas, una formación singular que, sin ser de las más conocidas, ofrece una vista privilegiada del entorno. Se trata de un cerro aislado, con una altitud cercana a los 450 metros, cuya cima es accesible mediante una pista de tierra que permite, tras un pequeño esfuerzo, alcanzar lo más alto a pie.
Cabezo de las Cortinillas |
Cabezo de las Cortinillas |
Inicié la subida con calma, dejando el coche aparcado en una de las pistas cercanas. El terreno, seco y polvoriento, se abría entre matojos dispersos y formaciones erosionadas que ya anticipaban el carácter marciano de esta parte de las Bárdenas. La pendiente no era especialmente exigente y, en esta época del año, la temperatura suave y la brisa hacían el recorrido incluso agradable.
Cabezo de las Cortinillas |
Subida al Cabezo de las Cortinillas |
A medida que ganaba altura, el paisaje se desplegaba ante mí en todas direcciones: barrancos, lomas peladas y cordales de tonos ocres que parecían no terminar nunca. Al llegar a la cima, el esfuerzo merecería la pena. Desde allí se dominaba una panorámica inmensa, con el silencio roto solo por el viento. Una de esas vistas que invitan a quedarse un rato más de lo previsto, intentando abarcar con la mirada todo lo que se extiende en el horizonte.
Bardenas Reales desde Cabezo de las Cortinillas |
Bardenas Reales desde Cabezo de las Cortinillas |
Bardenas Reales desde Cabezo de las Cortinillas |
Desde el Cabezo de las Cortinillas me dirigí nada más y nada menos que al Cabezo de Castildeterra, que se encuentra a unos 5 kilómetros de distancia, una corta travesía que me permitió seguir disfrutando de los paisajes únicos de las Bárdenas.
Cabezo de Castildetierra |
Castildeterra es, sin duda, la formación más emblemática y reconocible del parque. Su perfil inconfundible se eleva majestuoso, una verdadera escultura de la naturaleza moldeada por el viento y la erosión a lo largo de miles de años. La combinación de areniscas, arcillas y yesos crea un juego de colores y formas que parecen sacados de otro planeta. Su aspecto casi piramidal, con una cresta afilada, la convierte en un icono visual que ha trascendido el ámbito local para convertirse en símbolo indiscutible no sólo de las Bárdenas Reales sino también de Navarra.
Cabezo de Castildetierra |
Al acercarme, la grandeza de Castildeterra impresiona incluso más que desde lejos. Su base ancha se eleva con fuerza y, aunque no es posible escalarlo, rodearlo permite apreciar la complejidad de sus capas y la delicadeza con que la naturaleza ha esculpido cada detalle. La luz del día jugaba con las sombras, resaltando los contornos y dándole vida a la piedra seca y quebradiza.
Cabezo de Castildetierra |
Después de contemplar la majestuosidad del Cabezo de Castildeterra, proseguí mi camino hacia el Barranco de las Cortinas, que se encuentra a poca distancia y ofrece una perspectiva distinta pero igualmente impactante del paisaje. Desde allí, las vistas permiten admirar no solo Castildeterra, sino también una serie de montículos y formaciones rocosas que salpican el horizonte, como pequeñas esculturas naturales esparcidas sobre el terreno árido.
El barranco, con sus abruptas paredes y profundos surcos, dibuja un contraste dramático con la llanura que lo rodea, y desde sus bordes se pueden observar los juegos de luz y sombra que dan vida a cada grieta y pliegue de la tierra. La sensación de amplitud y soledad es abrumadora, y el paisaje invita a detenerse a contemplar la inmensidad y el silencio que solo un espacio así puede ofrecer.
Barranco de las Cortinas |
Barranco de las Cortinas |
Mientras avanzaba, la vista se perdía entre las formas caprichosas de la erosión, recordándome por qué las Bárdenas son un escenario único en España, y uno de esos lugares que no dejan indiferente a quien lo visita.
Cabezo de Castildetierra desde Barranco de las Cortinas |
Cabezo de Castildetierra desde Barranco de las Cortinas |
Desde el Barranco de las Cortinas, mi camino continuó hacia la emblemática Bardena Blanca, la zona más representativa del parque. Su terreno claro y casi blanco se debe a la presencia de arcillas yesíferas y margas, depósitos sedimentarios formados hace millones de años en un antiguo mar interior. La erosión ha moldeado estas capas blandas en un relieve muy particular, con barrancos profundos y laderas erosionadas que ofrecen un espectáculo visual único en toda la región.
Bardena Blanca |
A diferencia de las formas más abruptas y oscuras que había visto antes, aquí predominan las suaves tonalidades claras y una textura delicada, fruto de un proceso geológico muy diferente. La Bardena Blanca es, en esencia, un enorme libro de historia natural, donde cada estrato cuenta un capítulo sobre el clima y el paisaje que existieron hace siglos.
Bardena Blanca |
La Bardena Blanca ofrece un espectáculo geológico fascinante, con sus formaciones sedimentarias y arcillosas que cuentan historias de un pasado remoto, y que sin embargo se diferencian de manera muy marcada de otras zonas del parque.
Bardena Blanca |
Desde la Bardena Blanca, el camino me llevaría hasta el Rallón, una formación que, aunque cercana, presenta un carácter muy distinto. Aquí, las capas de yeso y arcilla se han elevado casi verticalmente, esculpiendo un perfil impresionante que domina el paisaje. A diferencia de la Bardena Blanca, donde predominan las suaves formas sedimentarias, el Rallón ofrece una visión más dramática y escarpada, un verdadero monumento natural que parece desafiar la erosión.
Camino Bardenas Reales |
El Rallón |
Las paredes del Rallón muestran claramente las marcas del tiempo y la fuerza del viento y la lluvia que las moldean sin descanso. Desde aquí, se puede apreciar cómo la naturaleza crea paisajes únicos, tan diferentes entre sí, aunque formen parte del mismo entorno.
El Rallón |
Desde las pistas que recorría, pude contemplar la Blanca Alta, una zona que, aunque comparte cierta similitud visual con la Bardena Blanca, se distingue por sus relieves más abruptos y sus formaciones geológicas propias. Sin adentrarme en ella, desde la distancia ya se apreciaba cómo sus mesetas y barrancos dibujaban un perfil diferente, más escarpado y agreste, fruto de la erosión de materiales yesíferos y arcillosos.
Blanca Alta |
Blanca Alta |
Esta perspectiva me ofrecía un nuevo ángulo del paisaje, complementando la visión más suave y abierta de la Bardena Blanca, y dejándome claro que cada rincón de las Bardenas guarda su propia identidad, aún sin explorarlo a fondo.
Al llegar a la Escultura del Pastor Bardenero, pude apreciar una representación que homenajea la figura clave en la gestión tradicional de las Bardenas. Esta escultura simboliza a los pastores que, durante siglos, han cuidado del ganado y del territorio, manteniendo el equilibrio ecológico de la zona. Los pastores bardeneros eran responsables de vigilar los rebaños y garantizar el aprovechamiento sostenible de los pastos, un trabajo fundamental para la conservación del paisaje y la biodiversidad local. La escultura se encuentra en un punto accesible del recorrido, sirviendo también como recordatorio de la importancia de este oficio en la historia y vida cotidiana de las Bardenas.
Escultura del Pastor Bardenero |
Tras dejar atrás la Escultura del Pastor Bardenero, llegué al Embalse del Ferial, un espacio que aporta un contraste refrescante a este paisaje seco y árido. Este embalse, construido para abastecer de agua a la zona, no solo cumple una función práctica, sino que también se ha convertido en un punto clave para la fauna local, atrayendo aves y ofreciendo un pequeño oasis dentro del entorno semidesértico. Su presencia recuerda la adaptación humana para convivir con este territorio tan particular.
Embalse del Ferial |
Un poco más adelante se encuentra el Mirador de la Ribera, desde donde se domina una panorámica impresionante de la Bardena Blanca y la Bardena Negra, con sus formas erosionadas y tonos variados que cambian con la luz del día. Desde este punto, el contraste entre las diferentes áreas del parque queda perfectamente reflejado, y es posible entender mejor la diversidad geológica y visual que hace de las Bardenas un espacio único.
Vistas desde Mirador de la Ribera |
Como se puede ver, las Bardenas son un espacio enorme, con múltiples zonas y lugares interesantes que pueden ocupar todo el tiempo que uno quiera. Yo, madrugando como habréis notado, pasé toda la mañana recorriéndolas, y ya cerca de las 15:00 me dirigía a mi siguiente destino para comer algo y recuperar fuerzas antes de continuar.
CARCASTILLO
Antes de continuar hacia el monasterio de La Oliva, haría
una breve parada en Carcastillo, localidad que además de ser una de las
principales puertas de acceso a las Bardenas Reales, guarda también un pequeño
pero interesante patrimonio histórico que merece la pena recorrer con calma.
En pleno centro del casco urbano se encuentra la Iglesia del Salvador, una construcción de origen medieval que, aunque muy reformada, conserva en su interior detalles que remiten a sus primeros siglos. El templo destaca especialmente por su torre y su portada, que muestra restos del estilo gótico inicial. En el interior, varias imágenes religiosas y retablos completan un ambiente sobrio, pero con encanto.
Iglesia del Salvador. Carcastillo |
Paseando por la Calle Mayor, eje principal del núcleo urbano, se pueden ver algunas viviendas tradicionales de piedra y ciertos rincones que conservan la esencia rural y tranquila de la zona. En ella se encuentra también el Palacio del Abad, conocido hoy como Casa Malle, un edificio que en su día fue residencia del abad del cercano monasterio de La Oliva. Su aspecto señorial y su volumen contrastan con el resto del caserío, dejando constancia de la importancia que tuvo la institución monástica en la vida del pueblo.
Iglesia del Salvador y Palacio del Abad. Carcastillo |
Calle Mayor. Carcastillo |
Tras este breve paseo por el centro, pondría rumbo al monasterio, ubicado a escasos kilómetros de la localidad, dispuesto a seguir con una de las visitas más esperadas del día.
MONASTERIO DE LA OLIVA
Después de visitar el centro de Carcastillo y aprovechar
para comer algo tras la intensa mañana en las Bardenas, continuaría mi
recorrido acercándome al imponente monasterio de La Oliva, uno de los conjuntos
monásticos más representativos del Císter en Navarra.
Tenía muchas ganas de llegar hasta este monasterio fundado bajo directrices cistercienses por el rey García Ramírez en 1143 con monjes que procedían del monasterio francés Scala Dei. El favor regio y los privilegios concedidos hicieron que la comunidad creciera rápidamente, alcanzando momentos de gran esplendor espiritual y económico durante toda la Edad Media. Esta prosperidad se tradujo en un importante patrimonio agrícola, sobre todo en viñedos y cereal, además de una profunda influencia en la organización del territorio circundante. No obstante, como tantos otros centros monásticos, sufrió un fuerte declive con la Desamortización de Mendizábal en el siglo XIX, que supuso su abandono durante décadas, hasta que en 1927 se reanudó la vida monacal con la llegada de una nueva comunidad.
Monasterio de la Oliva |
El nombre del monasterio, “La Oliva”, proviene probablemente de un olivo silvestre que los monjes encontraron al llegar a este lugar, símbolo de paz y del nuevo comienzo de la vida espiritual que iban a emprender allí.
Realmente impresionante es la iglesia abacial de Santa
María, comenzada a mediados del siglo XII, que conserva una clara
estructura cisterciense: austera, equilibrada y con esa mezcla tan armoniosa de
elementos románicos y góticos que caracterizan a esta orden. Cuenta con tres
naves separadas por pilares cruciformes y una cabecera con cinco capillas: la
mayor, de planta semicircular, y las laterales, rectangulares, abiertas a
través de arcos apuntados. En el exterior, la sobria fachada principal está
rematada por una torre renacentista que rompe discretamente la unidad de
estilos, añadiendo un matiz tardío sin restar elegancia al conjunto.
El claustro actual fue levantado entre los siglos XIV y XV para sustituir al original, del que apenas quedan restos, destacando especialmente sus capiteles tallados con escenas simbólicas y costumbristas. Entre ellas, se representan labores agrícolas y, muy especialmente, el cultivo de la vid, una actividad que los primeros monjes comenzaron nada más instalarse en estas tierras siguiendo las técnicas vinícolas que trajeron desde Borgoña. Esta tradición vitivinícola ha perdurado a lo largo de los siglos y sigue viva hoy día en la comunidad que lo habita.
Claustro. Monasterio de la Oliva |
Claustro. Monasterio de la Oliva |
Unos metros más allá del claustro, en posición aislada, se encuentra la pequeña y enigmática capilla de San Jesucristo, considerada el edificio más antiguo de todo el complejo. De construcción previa a la fundación del monasterio, conserva su estructura sencilla y maciza, con muros de sillería y una nave única que remite a los orígenes más remotos del lugar. También merece una mención la sala capitular, de planta cuadrada y cubierta con bóvedas de crucería, uno de los pocos vestigios supervivientes del siglo XII que formaban parte del claustro primitivo.
Sala Capitular. Monasterio de la Oliva |
El monasterio puede visitarse en distintos horarios según el día. De lunes a sábado permanece abierto de 9:30 a 12:00 por la mañana y de 15:30 a 18:00 por la tarde. En domingos y festivos el horario matinal es algo más reducido, de 9:30 a 11:30, mientras que por la tarde vuelve a abrir de 16:00 a 18:00. La entrada general cuesta 2,50 €, mientras que para grupos es algo más económica, 2 €. También existe la posibilidad de realizar visitas guiadas en diferentes franjas del día.
ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DEL YUGO
Después de haber visitado Carcastillo y el Monasterio de la
Oliva, continuaría hacia otro de los puntos clave del entorno: la Ermita de Nuestra Señora del Yugo,
situada en lo alto de una colina cercana a Arguedas.
Desde este punto privilegiado se obtiene una de las mejores vistas panorámicas del paisaje bardenero y de la Ribera. La ermita, de origen medieval y reconstruida en el siglo XVII, presenta una arquitectura sobria de nave única, con una portada barroca sencilla. En su interior se venera a la Virgen del Yugo, patrona de Arguedas, cuya imagen ocupa el altar principal y recibe gran devoción por parte de los vecinos de la zona.
Ermita de Nuestra Sra del Yugo |
El entorno de la ermita está acondicionado con un área recreativa, una casa de hermandad y un mirador que permite observar buena parte del terreno recorrido a lo largo del día. La ubicación elevada y despejada convierte al lugar en un excelente punto de referencia para comprender la geografía de la comarca y descansar brevemente antes de acércame al último destino de la jornada.
Bardenas Reales desde Ntra Sra del Yugo |
ARGUEDAS
Tras dejar atrás la ermita, decidí continuar la ruta con una
breve parada en Arguedas,
localidad ligada históricamente a las Bardenas y punto habitual de acceso a
este singular paraje. El pueblo, de dimensiones modestas pero con carácter
propio, ofrece un paseo tranquilo por su núcleo tradicional.
Uno de sus principales referentes patrimoniales es la Iglesia de San Esteban, construida en el siglo XVII sobre una anterior edificación medieval. Con su única nave y retablo mayor de estilo barroco, no destaca por su grandiosidad, pero sí por su valor simbólico para los habitantes de Arguedas y su integración en el entorno.
Iglesia de San Esteban. Arguedas |
Desde allí, pondría rumbo, de nuevo, a Tudela, cerrando el círculo de esta intensa jornada. Tocaba cenar algo y reponer fuerzas, porque aún quedaban rincones por descubrir en esta tierra sorprendente.
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