DIA 09. ARGENTINA. Cataratas de Iguazú (lado argentino)

3 de Septiembre de 2016.

Una de las notas más características de la selva misionera, que es donde están emplazadas las cataratas del Iguazú, es su gran pluviosidad a lo largo de todo el año, por lo que las lluvias te pueden sorprender en cualquier momento, independientemente de cuando vayas a visitar las famosas cascadas.

Antes de emprender este viaje, tuve curiosidad por ver si Septiembre era un buen mes para visitar la zona y me alegraría bastante al observar que era uno de los mejores meses, pues sólo daban un promedio de nueve días lluviosos en comparación con otros meses que daban hasta la mitad.

Pero esta vez los dioses y la suerte no iban a estar de nuestro lado y muy pronto se nos acabarían las buenas noticias y es que hoy al levantarnos nos encontraríamos un día de lo más desapacible. Aunque no llovía, los nubarrones negros que cubrían el cielo, nos avisaban de que no tardaría mucho en hacerlo. También era mala suerte, el segundo día por aquí y en tan pocas horas se sustituían los cielos casi despejados de ayer y la agradables temperaturas que nos permitieron estar en manga corta, por justo lo contrario, porque, efectivamente, la entrada del frente también venía acompañada por la bajada de las temperaturas hasta en diez grados, por lo que estábamos a 17 grados. Verlo para creerlo, en Iguazú y nos iba a tocar ir con sudadera y chubasquero.

Al igual que ayer, cruzábamos la calle y nos plantábamos en la terminal de ómnibus para tomar el autobús de las nueve de la mañana, pero esta vez con dirección al Parque Nacional Iguazú en territorio argentino. Por fin íbamos a pasar un día entero en este país, al que hasta ahora sólo habíamos utilizado como tránsito para ir a otros países cercanos. A diferencia del transporte para el lado brasileño de las cataratas, en el lado argentino hay el doble de horarios, por lo que apenas tienes que esperar para dirigirte hasta allí. El billete nos costaría 130 pesos, ida y vuelta, y en sólo veinte minutos ya estábamos en la puerta del Parque.

En las taquillas apenas había gente, lo cual tampoco era muy extraño con el tiempo que hacía, por lo que no tendríamos que esperar para comprar las entradas. Estas nos costarían 330 pesos cada una al no pertenecer a ninguno de los países que forman Mercosur, ya que para los ciudadanos de estos son más baratas.

Nada más entrar nos detendríamos, estos primeros instantes, en alguna que otra tienda para echar un vistazo de que nos podríamos llevar de recuerdo, pero fue una visión rápida y fugaz porque nos podían más los nervios por dirigirnos a ver la famosa masa de agua.

Tras pasar todo el complejo de tiendas y puntos de información, nos encontraríamos a la derecha el inicio del sendero verde de tan sólo 600 metros, el cual no dudaríamos en tomar para así tener el primer contacto con la naturaleza y su flora y fauna característica. Tendríamos suerte y ya en este primer paseo podríamos ver un mono maicero o caí subido a un árbol y degustando algún fruto o planta de la que pronto se cansaría, para esfumarse poco después entre la vegetación.

Sendero Verde


Sendero Verde

Mono Caí en el Sendero Verde

Esta senda finaliza en la Estación Cataratas, desde donde se toma el trenecito a la garganta del Diablo. Es un trayecto de unos tres kilómetros que aunque puede hacerse andando, ya sea por el bochorno en época de calor o por las lluvias en otros momentos, es mejor hacerlo en el cómodo tren.

Estación Cataratas

Tren hacia la Estación Garganta del Diablo

Tren hacia la Estación Garganta del Diablo

Por cierto, que si no te apetece hacer  el sendero verde, también tienes la posibilidad de coger el tren en la estación central que está de frente nada más pasar las taquillas.

Una de las cosas que menos me gustaron de Iguazú es el tiempo de espera de cada tren y es que tuvimos que esperar entre 20 y 30 minutos cada vez que lo cogimos. No sé si en temporada alta será igual pero si es así, me parece que se pierde demasiado tiempo y deberían ponerlos con más frecuencia.

Según nos subimos al tren empezaría a llover, lo que haría que las caras de muchos de los allí presentes fueran un poema, la mía también, por supuesto, pues no llevo nada bien el mal tiempo en lo viajes, como me imagino le pasará a mucha gente.

El tren nos dejaría, tras diez minutos de recorrido, en la estación Garganta del Diablo, donde comenzamos a andar por una pasarela metálica de 1100 metros que discurre sobre el río Iguazú, pudiendo ver la inmensidad y la aparente tranquilidad de este.

Pasarela sobre el Río iguazú Superior

Río iguazú Superior desde la Pasarela

Río iguazú Superior desde la Pasarela

Esta termina en los miradores que están justo encima de la espectacular Garganta del Diablo. La fuerza del agua era brutal y un guardia del Parque que andaba por allí comentaba a un grupo que era probablemente el máximo caudal con el que podían contar las cataratas, de hecho llevaba tiempo sin verlas así.

La lluvia cada vez apretaba con más fuerza y tras cuarenta minutos disfrutando del espectáculo y tan sólo unas pocas fotografías, pues era imposible sacar la cámara, acabaríamos calados hasta los huesos y muertos de frío entre el aire y la humedad. Así que volveríamos por donde habíamos venido.

Garganta del Diablo

Garganta del Diablo

Garganta del Diablo

Sería una buena decisión pues nada más llegar a la estación Cataratas comenzaba a llover con más fuerza todavía, lo que nos obligó a todos los que estábamos por allí a refugiarnos debajo de los toldos que cubrían un área para comidas.

Todavía no he hecho referencia a uno de los animales más característicos del Parque, los coatíes. Su apariencia inofensiva y de animal entrañable al que podrías abrazar cual peluche no tiene nada que ver con la realidad. Su único objetivo es el de conseguir comida, ya sea por las buenas, aprovechándose del incumplimiento por muchos turistas de las normas que prohíben dar de comer a los animales, o bien por las malas, abalanzándose sobre las mochilas semi abiertas o directamente sobre los bocadillos o snacks de aquellos que esté comiendo en el exterior. No se cortan un pelo y prueba de ello fue ver como a un señor que estaba comiéndose un sándwich, le arañaron toda la mano al intentar quitárselo. Por lo que hay que tener cuidado ya que son agresivos cuando hay comida de por medio.

Coatí en la Estación Cataratas

Tras dos horas sin parar de llover y sin que el tiempo nos diese un respiro, lo que aprovecharíamos para meternos en la  cafetería que allí se encontraba y hacer un brunch improvisado con lo que habíamos traído de las compras de ayer por la tarde, el tiempo por fin daba una tregua, lo que nos haría tomar la decisión de volver otra vez a la Garganta del Diablo para tratar de tomar alguna fotografía más decente y disfrutar mejor de las vistas de antes. Esta decisión vendría motivada a que como todavía teníamos todo el día de mañana, preferimos esperar a ver si teníamos más suerte y probar a hacer los circuitos inferior y superior y alguna que otra actividad sin acabar calados.

Garganta del Diablo

Garganta del Diablo

Garganta del Diablo

En esta segunda oportunidad, tendríamos algo más de fortuna, ya que la lluvia caía débilmente y esto nos permitiría estar allí algo más de una hora.

La visión que te proporciona la Garganta del Diablo es tal y te deja tan absorto que cuesta apartar la mirada de las estruendosas cortinas de agua que se precipitan estrepitosamente en este sector de selva subtropical que divide o, según se mire une Argentina y Brasil.

Garganta del Diablo

Garganta del Diablo

Sería aquí donde, tras dos días en este paraíso, yo también pasaría a formar parte del gran número de personas que piensa que las cataratas del Niágara son una piscina al lado de estas. Y es que es cierto que Iguazú al ser cuatro veces más anchas que aquellas, hacen que no tenga competidora  posible, por lo que es preferible, a poder ser, visitar primero los saltos de agua norteamericanos antes que los argentino brasileños, pues así evitas quedar decepcionado con los primeros.

Mientras el chirimiri seguía cayendo, nosotros seguíamos allí petrificados y perplejos asistiendo al bellísimo espectáculo que ofrece la Garganta del Diablo, la cascada de mayor caudal. Es este el lugar perfecto para reflexionar sobre una de las leyendas del Parque Nacional Iguazú: “Cuando se haya envenenado el último río, cortado el último árbol y matado el último pez, el hombre se dará cuenta de que no puede comerse el dinero”.

Garganta del Diablo

Garganta del Diablo

La lluvia volvía a caer con fuerza, por lo que era el momento de despedirnos de esta área de las cascadas y volver hacia la estación “cataratas”, a la que llegamos como la primera vez: chorreando.

Diluviaba, estábamos empapados, con frío y cansados del tiempo, tanto psicológicamente como físicamente, por lo que tomaríamos la decisión, tras pasar un rato mirando algunas tiendas, de no seguir en el Parque y volver a Puerto Iguazú en el bus de las 17:15, donde pasaríamos descansando el resto de la desapacible tarde. Visto lo visto a ver si había suerte y por lo menos mañana, aunque estuviera nublado, no llovía.

A las 21:00 nos animaríamos a salir a cenar. Para cambiar un poco esta vez elegiríamos una pizzería llamada “Color” donde nos tomaríamos dos buenas pizzas más la bebida (900 pesos), costándonos terminarlas. Son contundentes y muy jugosas y creo que con la mediana es suficiente para una persona.

Y hasta aquí la jornada de hoy, la cual terminábamos con los dedos cruzados para que las condiciones meteorológicas cambiasen un poco y nos ayudaran a disipar la ralladura que empezábamos a arrastrar por haber visto tan poco el sol en una semana que ya llevábamos de viaje.

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