Peralejo de las
Truchas había sido el lugar elegido como centro de operaciones para
recorrer la comarca del Alto Tajo y todavía no había tenido oportunidad de
conocerlo, por lo que me pareció buena idea comenzar el día recorriéndolo tras
un relajado desayuno.
Este pueblo que linda con la Serranía de Cuenca, por cierto
otro enclave más que recomendable, es capital natural de la comarca. Hasta los
años cuarenta, Peralejos fue punto de partida de las arduas maderadas: miles de
pinos recién cortados y descortezados que los gancheros dirigían río abajo,
haciendo equilibrios sobre el bosque flotante, sin más herramienta que una vara
terminada en gancho. El extenso y duro viaje hasta Aranjuez, en Madrid, duraba
toda la primavera y algo más, pero lo más terrible eran los primeros noventa
kilómetros de aguas bravas y hoces acantiladas desde Peralejo de las Truchas
hasta Ocentejo y el puente de Valtablado del Río, lo que hoy se conoce como el
Alto Tajo. Las aventuras y desventuras de una de aquellas cuadrillas de
gancheros de la posguerra han sido recreadas en clave literaria por José Luis
Sampedro en la novela El río que nos lleva.
Peralejo de las Truchas |
Río Tajo a su paso por Peralejo de las Truchas |
Además de su magnífico y espectacular entorno, Peralejos
posee un notable templo, dedicado a San
Mateo del siglo XVII, con espléndidos óleos de la escuela de Ribera, un
destacable órgano y un retablo mayor barroco.
Iglesia de San Mateo. Peralejo de las Truchas |
Otro de sus fuertes es su arquitectura tradicional con bellas casonas serranas con balconadas
de madera. Un buen ejemplo de estas sería la Casa del Cura.
Arquitectura Tradicional. Peralejo de las Truchas |
Sin duda, el ambiente de paz y tranquilidad que se disfruta
en este lugar es reseñable y pasear por la localidad casi desierta es un
privilegio.
Muy agradables son también la plaza Mayor y la plaza de la
Taberna, donde pueden volver a verse viviendas pertenecientes a familias
ilustres de épocas pasadas.
No sería mucho el tiempo empleado en recorrer el pueblo por
lo que pronto me encontraba de camino hacia Orea, aunque un poco antes de
llegar podría deleitarme con una nueva panorámica del Alto Tajo digna de
reseñar.
Mirador del Alto Tajo camino hacia Orea |
Tengo que reconocer que Orea,
a pesar de ostentar el título de ser el pueblo más alto de la provincia de
Guadalajara, no me diría gran cosa, por lo que tras visitar su iglesia de la Asunción y su Ayuntamiento, continuaría mi camino sin
entretenerme.
Carreteras sinuosas y llenas de parches, que hablan del
aislamiento secular de esta comarca, me conducirían hasta dos pueblos de
extraña fisionomía. Por un lado, Checa
conocido como la Ronda molinesa por el aspecto que ofrecen sus casas
escalonadas sobre las escarpadas márgenes del río Cabrillas, afluente del Tajo
que parte esta villa serrana en dos, derramándose en cascada en mitad del
caserío. Más arriba hay otro salto mayor y más hermoso, al que llaman Agua Despeñada.
Río Cabrillas a su paso por Checa |
Checa |
El túnel bajo el Ayuntamiento
me conduciría a la plaza Mayor, buen
conjunto de arquitectura tradicional.
Tampoco dejan de sorprender los muros encalados de las casas en contraste con
la piedra rojiza de las terreras. Un reflejo de la trashumancia del toro de
lidia de estas tierras hacia la lejana
Andalucía. Tampoco te deja indiferente la iglesia
de San Juan Bautista con su imponente torre.
Iglesia de San Juan Bautista. Checa |
El otro pueblo peculiar que mencionaba líneas atrás sería Chequilla, un lugar único, peculiar y
hasta fantasmagórico que nadie debería perderse en una ruta por el Alto Tajo.
La villa desafía todas las teorías del urbanismo con sus casas y la iglesia de San Juan en torno a rechonchos peñones de color rojizo que afloran por
doquier en cada metro cuadrado, donde debería haber calles y plazas. Pero es
que incluso utilizan semejantes moles, no en pocas ocasiones, a modo de paredes
y cimientos de las propias viviendas.
Chequilla |
Chequilla |
Chequilla |
A espaldas del frontón, varias veredas se adentran y
ramifican por un laberinto de peñascos
fracturados, algunos de los cuales delimitan a modo de tendido el coso taurino, una inusual plaza
rupestre que es imposible te deje indiferente.
Plaza de Toros. Chequilla |
Chequilla y sus Farallones Rocosos |
Otra curiosidad del entorno es lo que se conoce con el
nombre de tafoni, es decir pequeñas
oquedades que se originan por la lenta disgregación de la arenisca a causa de
la humedad. Las capas más arcillosas de la roca o donde los granos de cuarzo
están menos cementados serán más propensas a ser disgregadas. Un detalle
geológico más, por si fueran pocos en la zona, digno de ser observado.
Tafonis de Farallón Rocoso. Chequilla |
Era consciente de que iba a llegar tarde a Madrid, pero no
podría evitar hacer una última parada en un impresionante paraje, tan bello
como poco conocido, situado en la hoz
del río Gallo. A lo largo de milenios, el río del mismo nombre, ha labrado
un abrupto desfiladero de rojizas paredes verticales con chimeneas, agujas,
bloques de piedra fracturados, acompañado a su vez por el crecimiento de
choperas a orillas del río y de pinos que se agarran a las moles imponentes de
las rocas.
Desfiladero Santuario de la Virgen de la Hoz |
Al comienzo del recorrido se encuentra, al pie de un inmenso
pináculo y asomado sobre el Tajo, el santuario
de la Virgen de la Hoz cuyo origen se atribuye a la aparición de la imagen
de la Virgen a un pastor perdido en el barranco. En el siglo XIII se instalaron
en el lugar unos monjes, aunque la ermita actual es del XV. El edificio se
encuentra incrustado en la roca y alberga la imagen bizantina de la Virgen.
Santuario de la Virgen de la Hoz |
En los alrededores existen varias rutas de senderismo que,
desgraciadamente y por falta de tiempo, no podría llevar a cabo, aunque es la
excusa perfecta para regresar a un lugar tan impactante.
Farallón Rocoso del Santuario de la Virgen de la Hoz |
En sólo diez kilómetros atravesaba el centro de la
monumental Molina de Aragón, recordando así la visita que pude hacer años atrás
de esta histórica localidad y que ahora tendría que conformarme con ver desde
el espejo retrovisor, resaltando especialmente las torres de su impactante
fortaleza, por las que un día pude pasear.
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