ALTO TAJO - DIA 03. Peralejo de las Truchas, Orea, Checa, Chequilla y Virgen de la Hoz

9 de Noviembre de 2015.

Peralejo de las Truchas había sido el lugar elegido como centro de operaciones para recorrer la comarca del Alto Tajo y todavía no había tenido oportunidad de conocerlo, por lo que me pareció buena idea comenzar el día recorriéndolo tras un relajado desayuno.

Este pueblo que linda con la Serranía de Cuenca, por cierto otro enclave más que recomendable, es capital natural de la comarca. Hasta los años cuarenta, Peralejos fue punto de partida de las arduas maderadas: miles de pinos recién cortados y descortezados que los gancheros dirigían río abajo, haciendo equilibrios sobre el bosque flotante, sin más herramienta que una vara terminada en gancho. El extenso y duro viaje hasta Aranjuez, en Madrid, duraba toda la primavera y algo más, pero lo más terrible eran los primeros noventa kilómetros de aguas bravas y hoces acantiladas desde Peralejo de las Truchas hasta Ocentejo y el puente de Valtablado del Río, lo que hoy se conoce como el Alto Tajo. Las aventuras y desventuras de una de aquellas cuadrillas de gancheros de la posguerra han sido recreadas en clave literaria por José Luis Sampedro en la novela El río que nos lleva.

Peralejo de las Truchas

Río Tajo a su paso por Peralejo de las Truchas

Además de su magnífico y espectacular entorno, Peralejos posee un notable templo, dedicado a San Mateo del siglo XVII, con espléndidos óleos de la escuela de Ribera, un destacable órgano y un retablo mayor barroco.

Iglesia de San Mateo. Peralejo de las Truchas

Otro de sus fuertes es su arquitectura tradicional con bellas casonas serranas con balconadas de madera. Un buen ejemplo de estas sería la Casa del Cura.

Arquitectura Tradicional. Peralejo de las  Truchas

Sin duda, el ambiente de paz y tranquilidad que se disfruta en este lugar es reseñable y pasear por la localidad casi desierta es un privilegio.

Muy agradables son también la plaza Mayor y la plaza de la Taberna, donde pueden volver a verse viviendas pertenecientes a familias ilustres de épocas pasadas.

No sería mucho el tiempo empleado en recorrer el pueblo por lo que pronto me encontraba de camino hacia Orea, aunque un poco antes de llegar podría deleitarme con una nueva panorámica del Alto Tajo digna de reseñar.

Mirador del Alto Tajo camino hacia Orea

Tengo que reconocer que Orea, a pesar de ostentar el título de ser el pueblo más alto de la provincia de Guadalajara, no me diría gran cosa, por lo que tras visitar su iglesia de la Asunción y su Ayuntamiento, continuaría mi camino sin entretenerme.

Carreteras sinuosas y llenas de parches, que hablan del aislamiento secular de esta comarca, me conducirían hasta dos pueblos de extraña fisionomía. Por un lado, Checa conocido como la Ronda molinesa por el aspecto que ofrecen sus casas escalonadas sobre las escarpadas márgenes del río Cabrillas, afluente del Tajo que parte esta villa serrana en dos, derramándose en cascada en mitad del caserío. Más arriba hay otro salto mayor y más hermoso, al que llaman Agua Despeñada.

Río Cabrillas a su paso por Checa

Checa

El túnel bajo el Ayuntamiento me conduciría a la plaza Mayor, buen conjunto de arquitectura tradicional. Tampoco dejan de sorprender los muros encalados de las casas en contraste con la piedra rojiza de las terreras. Un reflejo de la trashumancia del toro de lidia  de estas tierras hacia la lejana Andalucía. Tampoco te deja indiferente la iglesia de San Juan Bautista con su imponente torre.

Iglesia de San Juan Bautista. Checa

El otro pueblo peculiar que mencionaba líneas atrás sería Chequilla, un lugar único, peculiar y hasta fantasmagórico que nadie debería perderse en una ruta por el Alto Tajo. La villa desafía todas las teorías del urbanismo con sus casas y la iglesia de San Juan en torno a rechonchos peñones de color rojizo que afloran por doquier en cada metro cuadrado, donde debería haber calles y plazas. Pero es que incluso utilizan semejantes moles, no en pocas ocasiones, a modo de paredes y cimientos de las propias viviendas.

Chequilla

Chequilla

Chequilla

A espaldas del frontón, varias veredas se adentran y ramifican por un laberinto de peñascos fracturados, algunos de los cuales delimitan a modo de tendido el coso taurino, una inusual plaza rupestre que es imposible te deje indiferente.

Plaza de Toros. Chequilla

Chequilla y sus Farallones Rocosos

Otra curiosidad del entorno es lo que se conoce con el nombre de tafoni, es decir pequeñas oquedades que se originan por la lenta disgregación de la arenisca a causa de la humedad. Las capas más arcillosas de la roca o donde los granos de cuarzo están menos cementados serán más propensas a ser disgregadas. Un detalle geológico más, por si fueran pocos en la zona, digno de ser observado.

Tafonis de Farallón Rocoso. Chequilla

Era consciente de que iba a llegar tarde a Madrid, pero no podría evitar hacer una última parada en un impresionante paraje, tan bello como poco conocido, situado en la hoz del río Gallo. A lo largo de milenios, el río del mismo nombre, ha labrado un abrupto desfiladero de rojizas paredes verticales con chimeneas, agujas, bloques de piedra fracturados, acompañado a su vez por el crecimiento de choperas a orillas del río y de pinos que se agarran a las moles imponentes de las rocas.

Desfiladero Santuario de la Virgen de la Hoz

Al comienzo del recorrido se encuentra, al pie de un inmenso pináculo y asomado sobre el Tajo, el santuario de la Virgen de la Hoz cuyo origen se atribuye a la aparición de la imagen de la Virgen a un pastor perdido en el barranco. En el siglo XIII se instalaron en el lugar unos monjes, aunque la ermita actual es del XV. El edificio se encuentra incrustado en la roca y alberga la imagen bizantina de la Virgen.

Santuario de la Virgen de la Hoz

En los alrededores existen varias rutas de senderismo que, desgraciadamente y por falta de tiempo, no podría llevar a cabo, aunque es la excusa perfecta para regresar a un lugar tan impactante.

Farallón Rocoso del Santuario de la Virgen de la Hoz

En sólo diez kilómetros atravesaba el centro de la monumental Molina de Aragón, recordando así la visita que pude hacer años atrás de esta histórica localidad y que ahora tendría que conformarme con ver desde el espejo retrovisor, resaltando especialmente las torres de su impactante fortaleza, por las que un día pude pasear.

En poco menos de dos horas volvería, de nuevo, al ladrillo y polución de la Capital, pero con la satisfacción de haber desconectado por completo en parajes y lugares que bien parecen sacados de otro mundo.

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