16 de Septiembre de 2013.
Lo que en principio iba a ser un madrugón de campeonato, se convertiría, al final, en una de esas locuras, que si la piensas mucho acabas por no hacerla. Y es que mientras cenábamos, el día anterior, al lado de un grupo de franceses, una chica perteneciente al mismo, se dirigió a nosotros en un perfecto castellano para preguntarnos que si íbamos a hacer una historia llamada Blue Bird o algo parecido, de la que hasta ese mismo momento no habíamos oído hablar nada. Le preguntamos que en qué consistía y comenzó a contarnos que no era, ni más ni menos, que bajar hasta las entrañas del volcán Ijén con un guía minero y ver de cerca las fumarolas de azufre que se suceden sin parar como consecuencia de la actividad volcánica, pero añadiendo a ello el verlo con un color azul intenso que sólo se puede observar cuando es totalmente de noche.
Lo que en principio iba a ser un madrugón de campeonato, se convertiría, al final, en una de esas locuras, que si la piensas mucho acabas por no hacerla. Y es que mientras cenábamos, el día anterior, al lado de un grupo de franceses, una chica perteneciente al mismo, se dirigió a nosotros en un perfecto castellano para preguntarnos que si íbamos a hacer una historia llamada Blue Bird o algo parecido, de la que hasta ese mismo momento no habíamos oído hablar nada. Le preguntamos que en qué consistía y comenzó a contarnos que no era, ni más ni menos, que bajar hasta las entrañas del volcán Ijén con un guía minero y ver de cerca las fumarolas de azufre que se suceden sin parar como consecuencia de la actividad volcánica, pero añadiendo a ello el verlo con un color azul intenso que sólo se puede observar cuando es totalmente de noche.
Había leído que esto no se podía hacer y que estaba
prohibido, pero se conoce que como dicha actividad, al final supone más
ingresos para todo el mundo, lo han acabado convirtiendo en un negocio que da
de comer a mucha gente. Nos quedamos pensando que hacer y como nuestra nueva
amiga nos vio predispuestos, nos animó a qué nos apuntáramos con su grupo, de
esta manera los franceses y también nosotros, conseguíamos algo más de
descuento en el extra que había que pagar al conductor que nos organizaba toda
la aventura (120000 con la entrada al parque incluida por persona). Lo que
vendría después sería el enterarnos de la hora a la que había que estar ya
listos, fuera de las habitaciones con todo preparado. Nada menos que a las
00.45 de la madrugada. Sí, no me he equivocado al escribirlo, porque casi nos
da un pasmo cuando nos enteramos de ello. Pero bueno, no se baja todos los días
al cráter de un volcán activo, así que creo que iba a merecer la pena el
esfuerzo.
Visto lo visto, en cuanto acabé el último bocado de la cena,
casi que me faltó ir corriendo a la habitación y meterme de un salto en la
cutrez de cama. Aunque si lo miraba por el lado bueno, el dormir tan poco me
iba a servir para pasar menos tiempo encima del mugriento colchón que olía a
humedad más que en los prados asturianos. Eran las nueve de la noche cuando
esto sucedía y tan sólo tres horas después sonaba, otra vez, el despertador.
A la hora indicada estábamos delante de la mini furgoneta
que nos trasladaría hasta el parking del Parque Nacional del Volcán Ijén, donde
comenzaríamos la ruta para llegar al tan ansiado destino. Esta la empezaríamos
a las dos de la madrugada con un frío que te calaba los huesos pues la
temperatura no superaría los cinco grados, por lo que a pesar de ir bien
ataviados con ropa de senderismo y de manga larga, nos costaría entrar en
calor. Por supuesto, que tampoco nos faltaban los frontales o linternas,
dependiendo de cada cual.
Tras unos primeros momentos por terreno llano, pronto comenzaríamos la subida que ya no se suavizaría hasta casi después de hora y media y unos tres kilómetros. Aunque comencé con mucho sueño y las piernas y la desgana pesaban como losas, pronto el calor y la aventura de estar haciendo todo esto de madrugada, empezó a hacer que el ánimo y la vitalidad aumentaran, por lo que tras media hora caminando, ya se me habían olvidado todas las penurias. Así que el resto del camino se me haría bastante llevadero, pero sin negar que es un sobre esfuerzo a esas horas intempestivas. Un poco antes de las cuatro estábamos en el mirador del volcán Ijén, donde llegan todas las visitas y desde el que en condiciones normales ya no se podría seguir avanzando, indicándolo claramente un cartel bien grande, por lo que siempre tuve la duda de sí lo que estábamos haciendo era realmente legal o un trapicheo que ya está establecido en la zona. Sinceramente, creo que es más bien lo segundo.
Tras unos primeros momentos por terreno llano, pronto comenzaríamos la subida que ya no se suavizaría hasta casi después de hora y media y unos tres kilómetros. Aunque comencé con mucho sueño y las piernas y la desgana pesaban como losas, pronto el calor y la aventura de estar haciendo todo esto de madrugada, empezó a hacer que el ánimo y la vitalidad aumentaran, por lo que tras media hora caminando, ya se me habían olvidado todas las penurias. Así que el resto del camino se me haría bastante llevadero, pero sin negar que es un sobre esfuerzo a esas horas intempestivas. Un poco antes de las cuatro estábamos en el mirador del volcán Ijén, donde llegan todas las visitas y desde el que en condiciones normales ya no se podría seguir avanzando, indicándolo claramente un cartel bien grande, por lo que siempre tuve la duda de sí lo que estábamos haciendo era realmente legal o un trapicheo que ya está establecido en la zona. Sinceramente, creo que es más bien lo segundo.
Hasta este instante el trayecto lo habíamos realizado
completamente solos, sin encontrarnos con un alma en el camino, sólo éramos
nuestro grupo de unas 9 personas y el guía y nadie más. Pero sería aquí donde
comenzaríamos a ver a los primeros mineros provenientes de las profundidades de
la tierra y cargando sobre sus hombros dos pesadas cestas de entre 70 y 90 kg.
repletas de rocas de azufre y enlazadas entre sí por una flexible vara. Unas
condiciones durísimas que además están muy mal recompensadas pues no se llega a
pagarles ni un euro por cada kilo. Aún así ellos consideran que son unos
privilegiados en comparación con otros ciudadanos. Este tipo de cosas te dan
que pensar. El azufre de color limón que recogen del interior del cráter es
utilizado después para cosmética y medicina y para ser añadido a fertilizantes
e insecticidas. Su jornada laboral es de unas siete horas y todas ellas sin
ningún tipo de protección contra los nocivos gases del volcán, salvo pequeños pañuelos
de algodón en la nariz utilizados sólo por algunos de ellos.
Azufre extraído del Volcán Ijén |
Tras descansar un poco en este punto, iniciaríamos la bajada
hasta lo profundo del cono, siempre acompañados por nuestro guía y con bastante
cuidado de no tropezar o resbalar como consecuencia del polvo y de las piedras
sueltas. Siempre en fila de a uno y manteniendo cierta distancia con el que
teníamos delante. Y todo ello sintiendo desde los primeros metros en los que
iniciamos el descenso un hedor nauseabundo y pestilente, parecido a huevo podrido,
característico del azufre. Tras unos treinta minutos más, habíamos llegado a
nuestro objetivo: el punto de donde se extrae el azufre. Aquí ya había varios
mineros golpeando con largas barras de hierro el suelo, acto con el que
conseguían quebrar este, para segundos después depositar los trozos obtenidos
en las cestas mencionadas antes y que luego subirían como he contado.
Tras comprobar, de nuevo, la dureza de esta profesión y
mirar un poco alrededor nuestro, no tendría que transcurrir mucho tiempo para
quedarnos pasmados ante la belleza que nos ofrecían las entrañas de la tierra:
un color azul intenso y brillante que resurgía entre las nubes de humo de los
nocivos gases. Como si del fuego fatuo se tratase, parecía que te acabaría
seduciendo y dominando y caerías hipnotizado bajo su poder. Era un color
realmente mágico, como si de la fogata de un druida en el momento de realizar
un conjuro se tratase. Todo ello unido al silencio de la noche lo hacían,
realmente, inolvidable.
Fumarolas Azules de Azufre.Volcán Ijén |
Tras unos veinte minutos en el lugar y tras venir hacia
nosotros una primera ráfaga de humo por un cambio de la dirección del viento,
empezamos a subir, de nuevo, y es que como consecuencia de esto, todos los allí
presentes tuvimos la sensación de un picor de garganta y un escozor de ojos
tremendos. Sólo fueron unos segundos, los suficientes para darnos cuenta del
tremendo mérito que tiene toda esta gente realizando tan arduo trabajo.
Pasadas las cinco, llegaríamos, otra vez, al mirador que
habíamos dejado atrás hacía ya algo más de una hora, después de una subida algo
sofocante y es que el frío inicial con el que habíamos empezado la noche había
ido desapareciendo poco a poco. Cuando alcanzamos este, nos tiraríamos al suelo
a descansar y a esperar a que llegara el amanecer, para así observar la otra
perspectiva que te brinda el volcán y ser conscientes, realmente, hasta donde
habíamos bajado. Poco a poco, el día empezaba a llegar y así podíamos empezar a
disfrutar del entorno en el que estábamos. Ante nosotros había un lago de un
verde esmeralda, del que brotaban intensas humaredas de humo blanco. Ello
acompañado de cicatrices en gran parte del terreno e importantes brechas en la
tierra, consecuencia del poder de las entrañas de la montaña cuando esta se
enfurece.
Entorno del Volcán Ijén |
Brecha causada por la erupción del volcán Ijén |
Disfrutaríamos un rato más de todas estas vistas y sensaciones
y subiríamos un poco más allá de lo que es el mirador para tomar nuevas
instantáneas, desde un lugar diferente e increíble, en el que pudimos llevarnos
un nuevo recuerdo imborrable de estos momentos en los que, además, tendríamos
la fortuna de ser acompañados por un mar de nubes que rodeaba el monte Raung,
justo en frente de donde estábamos, haciendo todo más especial y perfecto, si
es que no lo era ya.
Mar de Nubes rodeando al Volcán Raung |
Era el momento de emprender el camino de regreso, por lo
que, tranquilamente, comenzamos a bajar hacia los autobuses, llegando a ellos a
eso de las siete de la mañana. Aquí seríamos recibidos con el merecido desayuno
consistente en un sándwich de chocolate con mermelada, un huevo duro y té o café
a elegir.
Tan sólo quedaba ya iniciar el, de nuevo, día duro de
trasiego en distintos vehículos hasta llegar a nuestro destino. Tras unas dos
horas en las mismas furgonetas que nos habían llevado al volcán Ijén,
acabaríamos en la estación de Ketapang, puerto que sirve de conexión a los
ferris que unen Java con Bali. Aquí nos despediríamos del conductor, no sin que
antes nos gestionase los billetes del autobús de línea que tendría que
llevarnos hasta la capital de Bali, Denpasar. Recordar que estos también los
adquirimos en la agencia de turismo de Yogyakarta (100000 rupias por persona).
De haberlo sabido los hubiéramos sacado directamente aquí y nos hubiéramos
ahorrado unas 20000 rupias, ya que el autobús está al lado del puerto de
Ketapang. Como he dicho este es un autobús de línea regular en el que viajan
los indonesios y estaba bastante destartalado. Montaríamos en él, colocaríamos
las maletas en la parte trasera y nos sentamos con el resto de viajeros, siendo
objeto de unas cuantas miradas por muchos de ellos, tanto a nosotros, como al
resto de occidentales que allí se encontraban. Algunas de curiosidad, otras de
desprecio, otras de indiferencia, pero desde luego que de una forma u otra te
sentías observado.
Puerto de Ketapang.Java |
A las 10.00 se cerraban las puertas y el autobús arrancaba y
giraba a la izquierda para meterse en las bodegas del Ferry, el cual se pondría
a navegar pocos minutos después. Durante la travesía pudimos salir del bus y
subir hasta el piso superior, donde había unos bancos donde nos sentamos y así
poder despedirnos definitivamente de Java, una inmensa isla en la que habíamos
sido testigos de experiencias asombrosas que nos llevábamos para siempre en
nuestro corazón.
Isla de Java desde el Ferry a Gilimanuk |
Pronto, en sólo unas horas, empezaría una nueva etapa del
viaje en la paradisiaca isla de Bali, donde esperábamos poder cumplir todas las
expectativas que llevábamos en la cabeza. Tras una hora arribábamos al puerto
de Gilimanuk, en el extremo occidental de Bali, donde el autobús se volvía a
poner en marcha con todo el pasaje en su interior y emprendía un largo
recorrido de otras tres horas y media.
Puerto de Gilimanuk.Bali |
Dicho recorrido sería, por cierto, el más duro e incómodo de
lo que llevaba de viaje, pues entre el cansancio que llevaba encima, que me
tocó entre Raúl y otro señor indonesio y casi no podía moverme, el calor y que
llevaba sin saber lo que era una buena ducha desde el día anterior, estaba
realmente irascible e insoportable. Aún así no pude evitar sorprenderme y
esbozar una sonrisa, cuando el autobús realizó alguna parada y, de repente, en
el estrecho pasillo se juntaron al mismo tiempo, entrando por la puerta
delantera y trasera, vendedores de comida, de gafas de sol, de juguetes para
niños e incluso jóvenes con guitarras cantando canciones indonesias. Mis ojos
no daban crédito a lo que estaban viendo pues parecía una película de los
hermanos Marx. Aún así y todo, eran capaces de conseguir avanzar por el
pasillo, haciendo cada uno lo suyo y atendiendo a todo aquel que quería
adquirir alguna cosa o colaborar con los artistas. Desde luego que las caras de
todos los occidentales que allí estábamos eran de auténtica sorpresa.
Se suponía que el autobús debía dejarnos en Denpasar, como
ya había contado, pero de repente, se detuvo en una enorme estación que se
encontraba cerca de Mengwi, otra localidad de la isla. Al principio no le dimos
la mayor importancia pues pensábamos que era una simple parada y nada más. Pero
cuando el conductor empezó a decirnos a los que todavía estábamos sentados, que
a qué esperábamos para bajarnos y que el recorrido había llegado a su fin, nos
quedamos perplejos. A esto es a lo que se referían muchas guías y blogueros
cuando hablaban que en este país todo es impredecible y que las cosas cambian
en un momento y sin previo aviso. La cara de todos los europeos que allí estábamos fue un poema
cuando nos dieron esta información, pero no nos quedaba otra que obedecer por
mucho que estábamos quejándonos de que nuestro destino final tenía que ser
Denpasar y más cuando vimos que los miembros de seguridad de la estación
empezaban a venir hacia el autocar.
Así que al final bajaríamos del bus unas quince personas del viejo continente y nos iríamos derechos todos hacia unos policías y al personal de la estación, que estaban juntos, para que nos dijeran lo que teníamos que hacer para llegar a Ubud, el destino final de la mayoría de nosotros. La respuesta fue borde y sencilla: “coged un taxi” y se quedaron tan anchos. Fue entonces cuando, acto seguido, estos se apartaron y nos empezaron a rodear taxistas para ofrecernos sus servicios. Todo más que sospechoso. Fue entonces cuando empezó la locura de la negociación porque no nos quedaba otra, intentado cada uno conseguir el mejor precio posible. De repente, vi aparecer a una pareja española que ya la tenía localizada del viaje y, antes de que unos franceses que también estaban al acecho, les dijeran nada, les propuse, rápidamente, que si compartíamos un vehículo, a lo que me respondieron que por supuesto. El chico hablaba bastante bien inglés, por lo que consiguió de forma rápida y efectiva un vehículo por 200000 rupias los cuatro hasta nuestros hoteles de Ubud. No sé si fue caro, pero consiguió rebajarle en más de la mitad la cantidad inicial que solicitaba.
Así que al final bajaríamos del bus unas quince personas del viejo continente y nos iríamos derechos todos hacia unos policías y al personal de la estación, que estaban juntos, para que nos dijeran lo que teníamos que hacer para llegar a Ubud, el destino final de la mayoría de nosotros. La respuesta fue borde y sencilla: “coged un taxi” y se quedaron tan anchos. Fue entonces cuando, acto seguido, estos se apartaron y nos empezaron a rodear taxistas para ofrecernos sus servicios. Todo más que sospechoso. Fue entonces cuando empezó la locura de la negociación porque no nos quedaba otra, intentado cada uno conseguir el mejor precio posible. De repente, vi aparecer a una pareja española que ya la tenía localizada del viaje y, antes de que unos franceses que también estaban al acecho, les dijeran nada, les propuse, rápidamente, que si compartíamos un vehículo, a lo que me respondieron que por supuesto. El chico hablaba bastante bien inglés, por lo que consiguió de forma rápida y efectiva un vehículo por 200000 rupias los cuatro hasta nuestros hoteles de Ubud. No sé si fue caro, pero consiguió rebajarle en más de la mitad la cantidad inicial que solicitaba.
Eran las 17.00 (una hora más en Bali que en Java), cuando
entrábamos a la recepción del hotel Sri Bungalows en plena calle Monkey Street,
el corazón de Ubud, una localidad situada casi en el centro de la isla y un
buen centro de operaciones para poder ver muchas de las cosas interesantes que
hay por lo alrededores. Nos recibirían con unos zumos de naranja, bien
fresquitos, por lo que nos pareció que estábamos en el paraíso, después de los
días que llevábamos a nuestras espaldas. Tras hacer el check – in, nos
acompañarían a nuestra habitación, alrededor de unos elegantes jardines y una piscina.
Después de tanta paliza, por fin, llegaba la recompensa.
Complejo Sri Bungalows.Ubud |
Aprovecharíamos lo que restaba de tarde para descansar y
asearnos, que falta nos hacía, y para tomar el primer contacto con esta
localidad, paseando por su calle principal, Monkey Street, mientras buscábamos
una agencia que nos convenciera para contratar con ella para los días sucesivos
un vehículo con conductor. Al final nos decantaríamos por “Three Brothers” pues
nos pareció bastante seria. Al final los precios que conseguiríamos, después de
negociar un poco con él, serían los siguientes (los trayectos los contaré en
los capítulos sucesivos):
- Primer día: 350000 rupias
- Segundo día: 400000 rupias
- Tercer día: 400000 rupias
- Cuarto día: 220000 rupias
Los tres primeros de 08.00 a 18.00 y el cuarto de 14.00 a
19.00
Ya con los deberes de hoy hechos, sólo nos quedaba pasear
otro rato por la céntrica calle y meternos a cenar en el restaurante Art Café,
donde realmente arrasaríamos con la cocina, al no haber comido nada desde las
siete de la mañana. Bebidas, entrantes, platos principales y postres por 260000
rupias los dos. Buena música y un ambiente acogedor y entrañable, aunque más
para parejas y recién casados que para amigos, aunque aquí la mayoría de sitios
se enfocan para este tipo de viajeros, pero bueno es lo que había.
El día ya no daba para más porque mi cuerpo casi que
desfalleció en cuanto entró por la puerta de la habitación y se desplomó sobre
la inmensa cama que le había correspondido.
A TENER EN CUENTA:
- Para la subida al volcán Ijen por la noche, es conveniente llevar un frontal o linterna propia, ya que el camino se hará mucho más llevadero que siguiendo las luces del resto de personas. Importante también llevar agua y algo de comida.
- Las temperaturas en el Parque Nacional de Ijén pueden llegar a ser bastante bajas, por lo que es interesante llevar algo de abrigo como forros polares o sudaderas que abriguen. También conviene llevar botas o calzado con suela dura para trekking.
- A la hora de contratar, ya sea en el puerto o por agencia, el autobús que te lleva de Java a Denpasar, la capital de Bali, conviene preguntar cuál es el destino final del viaje para cerciorarse de que no hay cambios de última hora, aun así en cualquier momento pueden jugártela.
No hay comentarios :
Publicar un comentario