16 de Julio de 2013.
A las dos de la madrugada, no pude más, estaba desquiciado,
fuera de mí, con los nervios a flor de piel. Tenía varias opciones: o me tiraba
por el pequeño balcón que había en la habitación al patio exterior o me
levantaba y mataba al tipo indio que no había dejado de taladrar con sus
ronquidos infernales mis pobres oídos y el de todos mis compañeros. Al final la
cordura pudo más y descarté cualquiera de las dos opciones que había valorado
en un primer momento, optando por coger mi almohada y mi edredón e irme a la
sala de estar común a tumbarme en el gran sofá negro que estaba más sólo que la
una en el silencio de la noche. Creo que fue la mejor decisión que pude tomar,
pues era cómodo y no se oía absolutamente nada, así que, por fin, pude cerrar
los ojos y perderme en mis sueños.
El despertador sonaría a eso de las 06.30, ya que tampoco
quería que me pillaran allí, con la baba colgando y la boca abierta, pues las
carcajadas o cara de circunstancia de más de uno hubiera sido para filmarla.
Así que me levanté y volví para mi cuarto y… ¡tachán! ¡El tío seguía roncando!
Así que nada decidí comenzar el día a estas horas. Total ya estaba acostumbrado
de los días anteriores. Mientras me preparaba, los búlgaros que también se
habían levantado y creo que no por su propia voluntad, me preguntaron entre
resignados y muertos de sueño: ¿has dormido bien? – Lo que casi sin contestar y
poniendo cara de circunstancia, desembocó en unas tremendas carcajadas por
parte de todos nosotros. Esto produciría que el señor indio se medio despertara
y nos chistase para que nos callásemos lo que hace que casi se produzca un
asesinato con ensañamiento y alevosía. Al final seguimos riéndonos ante la
situación y pasando olímpicamente de él.
La jornada comenzaría con unos bollos y un té frío sacados
de la misma máquina de ayer (6 francos). Tras este pequeño desayuno tomaría el
tranvía número 16 que me llevaría hasta el corazón del centro histórico, donde
decidiría bajarme en uno de los lugares con más solera y de más importancia de
todo él: en la plaza del Mercado en la que había un montón de puestecitos con
todo tipo de alimentos y comida típica.
|
Markt-Platz o Plaza del Mercado |
Esta se encuentra presidida por uno de los edificios más
emblemáticos de la ciudad: el Ayuntamiento o Rathaus que destaca sobre todo por
su color rojo proveniente de la piedra arenisca con la que está construido,
pero además por sus murales, las almenas y la peculiar torre. Después de estar
unos minutos fijándome en los detalles de esta espectacular fachada, me animé a
traspasar las puertas que dan acceso a su patio interior y así contemplar unas
coloridas pinturas que lo decoran. Me hubiera gustado hacer una de las visitas
guiadas que se realizan pero son por las tardes, así que mi gozo en un pozo.
|
Rathaus o Ayuntamiento |
|
Rathaus o Ayuntamiento |
Nada más salir, me dirigí por una de las callejuelas que se
encuentran por detrás del peculiar
edificio, en continua subida, hasta una pequeña plazuela con una de esas
fuentes tan características de las que pude ver tantas en Berna, era la
Martins-kirchplatz, desde donde además pude contemplar por primera vez el Rin,
el gran río centroeuropeo de 1320 km. y que es navegable por una buena parte de
su recorrido.
|
Martins-Kirchplatz |
Desde aquí pronto bajaría hasta el puente Mittelere Brücke, construido inicialmente en
madera y del que únicamente queda su capilla como elemento original, crucé este
y llegué a la ribera contraria y aquí me senté en una de las muchas gradas que
se encuentran por aquí para disfrutar de las sensacionales vistas que te ofrece
el río y las antiguas casas del centro histórico.
|
Mittlere Brücke y Río Rin |
|
Río Rin a su paso por Basilea |
Una vez que me deleité lo suficiente comenzaría un agradable
paseo que me llevaría por un pequeño tramo de la ribera del río hasta otro de
sus puentes, el Johanniterbrücke, el cual me llevaría casi directo hasta una de
las antiguas puertas de entrada a la ciudad, cuando esta estaba amurallada, la
llamada St. Johanns Tor.
|
St Johanns-Tor |
Desde aquí y tras un paseo de quince minutos, me daría casi
de bruces con la puerta Spalentor, la mejor reminiscencia de la antigua Basilea
con sus dos torreones y el techo en forma de pináculo puntiagudo, lástima que
toda ella estuviera cubierta de andamios por restauración y casi no se pudiera
apreciar ninguno de estos elementos.
La parte antigua me estaba gustando bastante y eso que había
oído por todas partes que si era una ciudad que no tenía nada, que si no era
bonita, etc. Pero una vez más me reafirmo en que al final tienes que descubrir
los lugares por ti mismo para forjarte tú propia idea de las cosas. Lo mismo es
que yo soy poco exigente o que soy demasiado agradecido con cualquier lugar que
me brinde unos mínimos de cultura y paisaje, no sé, pero vamos que yo estaba
disfrutando un montón de la ciudad.
Seguiría mi camino por la Spalenvorstadt, la avenida que
parte desde la famosa puerta y me perdería por esta y sus calles aledañas, es
decir, la zona más bonita y más tradicional del casco antiguo de Basilea. Aquí
me encontraría con un sinfín de casitas de arquitectura tradicional con sus
característicos ventanales de madera de colores, así como una decoración
constante basada en enredaderas y flores en muchas de las terrazas de las
casas. Había un montón de comercios y tiendas de artesanía y prácticamente no
circulaban vehículos a motor por lo que lo hacía, si cabe, más auténtico.
|
Spalenvorstadt |
|
Centro Histórico |
El siguiente punto que visitaría sería la catedral situada
en la Münster-platz, una enorme plaza rectangular situada a las orillas del Rin
rodeada de más casas típicas. La catedral, por su parte, de un característico color rosado, al estar
hecha del mismo material que el Ayuntamiento, ofrecía un aspecto imponente,
destacando sobre todo la puerta de entrada que es una de las mejores puertas
románicas de Europa y de los Alpes. Como estaba abierta, es evidente que no
pude evitar entrar a descubrir su interior, donde se encuentra enterrado Erasmo
de Rotterdam, y ya de paso subir hasta lo más alto de sus torres. (5 francos).
Como la ascensión es por una escalera de caracol bastante estrecha y con
escalones donde muchas veces no te cabe el pie entero, me hicieron dejar la
mochila abajo y, curiosamente, me obligaron a subir con una familia, ya que
desde que hubo una muerte no hacía mucho tiempo de una persona que viajaba
sola, no dejan que lo hagas sin al menos ir dos. De todas maneras, una vez que
cruzamos las puertas por las que empiezas la subida, la familia y yo nos dimos
libertad de movimientos y dijimos que nos veíamos abajo antes de salir de nuevo
a la nave principal de la catedral. Después del esfuerzo de tantísimos
escalones, la recompensa es de lo mejor, toda la ciudad a tus pies y unas vista
del recorrido del Rin inmejorable, todo acrecentado por el hecho de que no
tienes elementos externos de seguridad que te limiten tus movimientos y,
encima, te permitan llegar hasta el mismo pináculo del templo, donde puedes
casi tocar a las gárgolas que se encuentran allí, expectantes de todo lo que
sucede a su alrededor. Realmente es de las mejores oportunidades, en cuanto a
catedrales se refiere, para moverte totalmente a tus anchas.
|
Münster o Catedral |
|
Basilea desde su Catedral |
|
Basilea desde su Catedral |
Tras recrearme yo no sé cuanto con las vistas y las
fotografías y coincidir, de nuevo, con la familia, al final bajaríamos todos
juntos para que sobre todo no me echaran a mí la bronca por haberme separado de
ellos, así que la verdad que fueron muy majetes.
Todavía quería darme una vuelta por el interior de la
catedral y su cripta antes de salir al exterior, por lo que tras ello, apenas
me quedaría ya tiempo para hacer nada más. Miré el mapa y decidí terminar mi
estancia con la visita a otra de las puertas de la antigua muralla: la torre
monasterio de Sant Alban. Con esta última imagen medieval me despediría, ahora
sí, de Basilea.
|
St Alban-Tor |
Sólo me restaba tomar de nuevo el tranvía hasta la estación
central, comprar aquí un montón de chocolates para la familia y amigos en la
chocolatería Läderach, una de las mejores marcas de esta gran debilidad y tomar
el autobús número 50, para retornar al punto en el que comenzaría mi aventura
hacía ya cuatro días.
De nuevo y al igual que a la ida, parece que todo se
pega en esta vida, el avión de easyet despegaba con exquisita puntualidad suiza
a las 13.30, por lo que ya no se podía pedir nada más. Suiza me había fascinado
y nada como terminar este diario haciéndolo de la manera que mejor
caracterizaría a un país como este: colorín colorado este cuento se ha acabado.
No hay comentarios :
Publicar un comentario