CANADA - DIA 23. Victoria: la joya de la Corona

22 de Julio de 2012.

Al no tener coche, ya que lo habíamos entregado el día de ayer, para de esa manera cuadrar mejor nuestros planes y ahorrarnos bastante dinero, teníamos que afrontar el trayecto de Vancouver a Victoria en transporte público. El problema que este como tal no existe, ya que no hay autobuses públicos, ni metro que te lleven hasta el punto de donde salen los ferrys hacia Victoria. Así que para no complicarnos la vida decidimos contratar los servicios de una empresa privada que cubre dicho camino y te lleva del centro de una ciudad al de la otra. La empresa se llama Pacific Coach Lines y cuesta 62 dólares, todo incluido, por persona.

Así que a las 08.30 de la mañana había un señor en la recepción de nuestro hotel, diciendo en alto nuestros nombres, para desde este trasladarnos a la estación de autobuses de Vancouver. Desde aquí nos cambiaríamos de vehículo, a otro más moderno y grande, para afrontar el trayecto de unos 45 minutos y unos 40 kilómetros hasta Tsawwassen, lugar en el que se encuentra el puerto y desde donde salen los barcos. Aquí esperaríamos cinco minutos escasos y pasados estos y una vez que las barreras, que obstaculizaban el paso, se levantaron, la gran cantidad de vehículos que esperábamos fuimos avanzando y entrando en las bodegas del enorme ferry. Eran unas cuantas decenas de coches, autobuses, camiones que iban pasando a aquel enorme cubículo de la embarcación, hasta completar totalmente el aforo de la misma.

Cuando lo permitieron, bajamos del autobús y subimos a las distintas cubiertas, esperando ya con la brisa marina y el olor a sal, el momento en que el barco zarpara y se pusiera a navegar. Tras otro cuarto de hora más inmovilizados en el puerto, comenzaría la travesía que nos llevaría en pocas millas a internarnos entre un sinfín de islas de diferentes tamaños, donde se hacía más presente la fauna y el ecosistema de esta parte del Pacífico.


Ferry de Vancouver a Victoria



Islas en el Trayecto del Ferry a Victoria

Según íbamos avanzando un viento gélido me iba dejando cada vez más helado, pero el paisaje que tenía delante de mí, bien merecía la pena aguantar las bajas temperaturas que había que aguantar. Para ser Julio estaríamos a unos 5 o 6 grados, con una sensación térmica seguramente inferior por el viento, por lo que gran parte del pasaje aguardaba calentito en el interior del Ferry. A mí me compensaba más pasar frío, a pesar de llevar la sudadera y el cortavientos puesto, y disfrutar del momento.


Islas en el Trayecto del Ferry a Victoria

Después de hora y media de viaje, llegábamos hasta la bahía Swartz, a unos 30 kilómetros al norte de la ciudad de Victoria. Aquí volveríamos a subir al autobús, unos minutos antes de que el barco llegase a puerto y cuando este arribó y se abrieron las compuertas, el autobús se puso nuevamente en marcha para llevarnos, en cuarenta minutos, hasta el mismo centro de la ciudad. Así que al final tardamos unas tres horas y media, sin contar el desplazamiento desde el hotel a la terminal de Vancouver y el tiempo de espera allí hasta antes de la partida.

Ya en Victoria, tomaríamos un taxi (12 dólares)  hasta nuestro hotel, el Ramada Victoria, que lo teníamos como a 4 km del centro. El motivo es que en el corazón de la ciudad los precios estaban prohibitivos cuando fuimos a reservar y tuvimos que ir alejándonos hasta encontrar algo más asequible. Cuando llegamos a la recepción eran las 13.30 y resulta que aquí en Canadá, al igual que en USA, hay muchos sitios que no puedes hacer la entrada al hotel hasta pasadas las tres, por lo que dependiendo con quien te encuentres siguen la norma a rajatabla o no. Aquí fueron tajantes y dijeron que todavía quedaba mucho tiempo hasta esa hora y que naranjas de la china, que teníamos que esperar. A lo que respondimos que no, que nos guardasen las maletas en consigna y que ya haríamos el check in cuando llegáramos por la noche, que ahora nos íbamos a conocer Victoria pues había mucho por descubrir. A lo que accedieron, aunque con cara de pocos amigos.

Nada más salir del hotel había una parada de autobús por el que pasaba el número once, que te deja en pleno centro. No tuvimos que esperar demasiado para cogerlo y, efectivamente, en 10 minutos te plantas muy cerca de todos los grandes edificios históricos.

Victoria es la capital de la provincia canadiense de la Columbia Británica y su nombre hace honor a la reina de Inglaterra que reinó durante el siglo XIX. Se trata de una ciudad dedicada principalmente a actividades de turismo, funciones públicas y universitarias, con espectaculares edificios que la convierten en una de las ciudades más bonitas de América del Norte. Sería por el más importante y simbólico de todos estos por el que comenzaríamos nuestra visita. Estoy hablando del Parlamento, con su mezcla de torreones, cúpulas y vidrieras.


Parliament Building

Parliament Building

En un pequeño puesto con una carpa blanca, había unas chicas uniformadas, las cuales repartían gratuitamente pases de visitas guiadas al interior del edificio, tanto en inglés como en francés. Así que fuimos hasta allí y pedimos los nuestros, eligiendo, claro está, el primero de los idiomas. Esperaríamos hasta las 14.40 y con puntualidad inglesa, como no podía ser de otra manera, comenzaría el pequeño tour de media hora que te lleva a conocer las estancias y la historia más significativa de este lugar. El chaval que nos tocó hablaba rapidísimo y, la verdad, que no había manera de entenderle, al lo menos yo, y no me enteré de prácticamente nada de lo que decía, así que aproveché para separarme un poco del grupo, dentro de lo permitido, y me dediqué a hacer mis fotillos.


Parliament Building

Parliament Building

Parliament Building

A la salida, después de casi 45 minutos, es decir más de lo esperado, decidimos comer unos perritos calientes de forma rápida y así poder entrar, dado que cerraba a las 17.00, en el Royal BC Museum, que se encuentra justo en frente del Parlamento (21 dólares la entrada). Sólo disponíamos de una hora, lo cual para mi gusto es bastante poco, ya que es un museo que hay que tomárselo con calma y tiene muchas cosas originales e interesantes para disfrutar.


Royal BC Museum

Pero como el tiempo manda, pues un poco rápido fuimos viendo lo que este ofrecía. Primero una increíble colección de dinosaurios, mejor dicho de sus esqueletos en tamaño real, lo que realmente impresiona lo suyo.


Dinosaurios.Royal BC Museum

Después  continuamos con la exposición de historia natural, donde vimos un mamut y animales disecados colocados en un montaje, bastante bien hecho, de sus ecosistemas, como un bosque con alces y osos grizzli asomándose entre los árboles o la fauna ártica con focas.


Representación Ecosistema Costa Marítima.Royal BC Museum

En la tercera planta, que a mí fue lo que más me gustó, pudimos ver una inmensa sala con tótems gigantes y multitud de máscaras de distintas tribus de la zona y un montaje perfecto construido a escala de lo que era la ciudad colonial, con sus bares, sus tiendas, sus edificios, etc. por cuyas calles puedes pasear y meterte  por todos los recovecos que lo forman. También en otra sala hay una reconstrucción a escala de un antiguo galeón con la cabina del capitán. Como se ve no tiene desperdicio.


Pueblo antiguo.Royal BC Museum

Pasadas las cinco, no tuvimos más remedio que marcharnos ante la presión de los altavoces anunciando que, por favor, se fuera saliendo del museo y, por otro lado, la de los guardias que te iban invitando a abandonar cada una de las estancias con dirección a la salida. Una vez en la calle, la visita no se acababa con el interior, ya que rodeando todo el edificio, lo tienen montado de tal manera, para que también puedas visitar varios puntos de interés, por ejemplo la Ann´s Schoolhouse, una escuela de la época con sus pupitres y recreada como era entonces; la Helmcken House, otra casa perteneciente a un político influyente de la época; un montón de increíbles tótems de colores a cada cual más espectacular; esculturas, placas conmemorativas, etc.


Casa Helmcken. Royal BC Museum

Thunderbird Park y Mungo Martín House

Totems Thunderbird Park

Cuando acabamos con los exteriores del museo, daríamos una vuelta por la bahía de Inner Harbour, bastante animada y dominada por la preciosa figura del edificio del Fairmont Empress Hotel, un fabuloso hotel de lujo sólo disponible para las grandes fortunas y todo él cubierto de hiedra.


Fairmont Empress Hotel

Inner Harbour

Después de tomarnos este paseo con mucha calma, seguimos caminando, ya fuera del centro histórico, hacia la casa de Emily Carr, una de las pintoras más famosa de la Columbia Británica, y aunque estaba cerrada, lo bueno que tiene es que posee amplios ventanales que te permiten ver parte del interior, haciéndote una idea de cómo era una casa de la época por dentro en esta zona.


Emily Carr House

Seguiríamos caminando por la calle Government, durante otro largo rato, hasta por fin llegar a varios miradores sobre el Pacífico y más concretamente hasta la visión que se tiene del estrecho de Juan de Fuca. Los miradores eran el Holland Point y el Finlayson Point, donde en este último soplaba un viento bastante fuerte, por lo que tampoco permanecimos mucho tiempo allí.


Estrecho de Juan de Fuca desde Finlayson Point

Eran ya las nueve, por lo que para volver lo que haríamos sería seguir caminando, para variar, y así atravesar el Beacon Hill Park, un bonito parque, en el cual se aprecia lo bien cuidado que lo tienen y lo bien conservado que está todo.


Beacon Hill Park

Nos haríamos las fotos de rigor y sin darnos cuenta nos encontramos  de nuevo en el meollo de la ciudad, listos para cenar en una hamburguesería llamada: The Sticky Wicket (23 dólares por persona). Ya con la tripa llena, sólo nos quedaba coger el bus número once para así poder llegar a descansar a nuestro hotel sobre las once de la noche.

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