Algo más de
una hora, unos 120 kilómetros, nos separaban de la entrada de Yosemite, otro de
los parques americanos con más renombre y el último que íbamos a visitar en
nuestra estancia en USA. El acceso lo llevaríamos a cabo por el paso de Tioga,
pues salvo mucha mala suerte era muy poco probable que se encontrara cerrado
como consecuencia de las nevadas. Aún así cierto nerviosismo se apoderaría de
nosotros ya que al encontrarse a más de tres mil metros, cualquier pequeña y
repentina nevada que hubiera podido caer, nos hubiera hecho dar un terrible
rodeo y hubiera acabado con nuestro planning en un segundo.
El cielo
azul que seguía acompañándonos hacía casi imposible que se nos fastidiaran los
planes y efectivamente pronto encontraríamos una señal que decía que el Tioga
Pass se encontraba abierto. Lo celebraríamos con un aplauso espontáneo y unos
kilómetros después nos encontrábamos esperando en la fila para poder atravesar
el puesto de los guarda parques. Fue la primera vez que tuvimos que estar
esperando un buen rato hasta atravesar el puesto de control, lo que nos
permitió ya hacernos una idea de lo masificado que puede llegar a estar este
parque.
Entrada a Yosemite National Park
Nada más
atravesar el acceso, unos metros más adelante, haríamos nuestra primera parada
para llevar a cabo la primera ruta de senderismo. En un parking, perfectamente habilitado,
dejaríamos el coche y tras comprobar que llevábamos las provisiones necesarias
de agua y snacks nos dispusimos a afronta el trekking llamado “Gaylor Lakes”.
La distancia
a recorrer es de 4,7 kilómetros, ida y vuelta, en un tiempo estimado de unas
dos horas y media a un ritmo normal. Comienzas, de primeras y sin
contemplaciones, con una enorme subida, de un fuerte desnivel, donde en cuanto
empiezas a ganar un poco de altura las vistas son espectaculares. Tras un poco
más de esfuerzo y llegar a un repecho donde el desnivel se suavizaría
considerablemente, pudimos contemplar una imagen sobrecogedora de las montañas
que nos rodeaban, incluido el monte Dana, inmensas praderas y del pequeño valle
que atravesaríamos posteriormente en coche. Aquí realizaríamos una parada
importante pues Cristina iba desfondada y necesitaba coger fuerzas. Una vez
recuperada nuestra amiga y tras un poco más de esfuerzo llegaríamos a lo más
alto de la ruta desde donde ya se podía ver el objetivo final de nuestra
caminata. La bajada hasta el lago no supuso gran esfuerzo pues la distancia no
era demasiada y en unos minutos estábamos en su orilla. Soplaba un aire frío,
que más o menos se aguanta bien, pero que al ir en manga corta nos haría no
estar por allí más de un cuarto de hora. Lo suficiente para disfrutar un rato
del entorno privilegiado que teníamos
delante y para tirar las fotos de rigor.
Vistas en Gaylor Lake Trail Gaylor Lake
De nuevo en el coche continuaríamos nuestra ruta por las preciosas praderías de Tuolumne Meadows, surcadas por multitud de arroyos y acompañadas en muchas ocasiones por descomunales paredes de granito. Sería en una zona habilitada con mesas de madera de este sector del parque, donde aprovecharíamos para sacar nuestros bocatas y comer rodeados de este paisaje privilegiado.
Si bonitos nos habían resultado los lagos Ellery y Tioga, en las inmediaciones de la entrada del parque, no se iba a quedar lejos el lago Tenaya, la primera parada después de haber llenado la tripa y por donde estuvimos dando un paseo por su orilla.
Omstead Point es otra de esas vistas que dejan sin aliento y que uno no se puede perder en su visita a Yosemite. Ante nuestros ojos teníamos el espectacular valle de Tenaya y la cara este del Half Dome. Era un paisaje de postal y no pudimos evitar tirarnos un buen rato disfrutando de él.
Todavía queríamos hacer muchas cosas hoy por lo que a partir de aquí ya no haríamos paradas importantes, salvo para hacer alguna que otra fotografía, y nos dirigimos directos hacia el valle de Yosemite. Justo antes de empezar a bajar hacia el mismo nos encontraríamos con un mirador llamado Half Dome View donde puedes ver una nueva perspectiva de la famosa roca y del valle de Yosemite. Ya en este nos dirigiríamos hacia la espectacular Bridalveil Fall, una inmensa cascada a la que se llega en quince minutos andando, pues el sendero sólo tiene una distancia de 0,8 kilómetros. Sus 188 metros de caída hacen que cuando empiezas a acercarte a ella, una fina lluvia empiece a calarte sin contemplaciones. No obstante, dado que no hacía frío, hasta se agradecía. Nos situaríamos casi debajo de ella y allí estuvimos deleitándonos con el paisaje antes de marchar hacia una nueva caída de agua, la Lower Yosemite Fall, donde en esta ocasión no tendríamos suerte al encontrarse completamente seca. Fue una lástima pero Septiembre es, probablemente, el peor mes para ver cascadas dado que después de la sequía del verano, estas vienen casi sin agua.
Yosemite Valley View Bridalveil Fall
En el camino hacia el fondo del valle, donde teníamos nuestra morada, iríamos flanqueados a ambos lados del trayecto por míticas cumbres de gran renombre mundial, especialmente para los escaladores, aunque algunas de ellas ya lo son para todo el mundo. El Capitán, las Catedrales, Eagle Peak, Sentinel Dome serían algunos de los colosos de granito que nos acompañarían antes de llegar a Curry Village, el que sería nuestro alojamiento durante las dos próximas noches.
Este iba a
consistir en unas tiendas de campaña con camastros y una pequeña estufa para
hacer frente a la inclemencia del frío nocturno. Los baños y las duchas serían
compartidos. El precio por cada noche sería de 107,56 dólares cada tienda de
campaña. Es verdad que es abusivo, pero si se tiene en cuenta que el
alojamiento en el interior de este Parque es realmente limitado y se agota
muchos meses antes puede hasta comprenderse. El motivo es que el alojarse fuera
de él supone realizar grandes distancias y perder mucho tiempo. Otras opciones
serían contratar cabañas que pueden superar el doble de precio de las tiendas
de campaña u hoteles de lujo como el The Ahwahnee que por noche te cobran más
de 500 dólares. Así que como se ve conviene reservar con hasta cinco o seis
meses de antelación.
Otra de las curiosidades de nuestro confortable alojamiento son los inmensos baúles de metal y con candado que te encuentras en la puerta de cada tienda de campaña y donde tienes que dejar todo tipo de comida y productos de droguería tales como el desodorante y pastas dentífricas. El motivo no es otro que al ser este territorio de osos, estos bajan por la noche a buscar comida, por lo que si no quieres tener una visita inesperada, en medio de la noche, con estos preciosos animalitos, lo mejor es hacer caso. Lo mismo se aplica para los coches, pues no sería la primera vez que estos mamíferos han destruido alguno porque su dueño ha olvidado en su interior algún manjar.
La reserva
estaba correcta, por lo que no tardaríamos mucho en dejar los bártulos en las
tiendas e irnos a duchar a las zonas comunes antes de que luego se pusieran
hasta arriba de gente. Una vez aseados, nos iríamos a una pequeña tienda donde
vendían inmensas pizzas, entre otras cosas, y nos pusimos finos a base de
estas.
Era ya el
momento de retirarse a descansar con el sentimiento propio de Daniel Boone y
otros grandes aventureros americanos, sintiendo muy cerca los ruidos de la
noche acechándote y la incertidumbre y emoción de si tendría lugar alguna
visita inesperada.
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