Comenzaba un nuevo día y en esta ocasión no me costaría tanto madrugar
como en jornadas anteriores. Era consciente que el segundo crucero llegaba a su
fin y con él la posibilidad de quedar cada día prendado de la desolación y el
silencio que te ofrecen la grandeza de los paisajes del desierto egipcio.
Antes de desembarcar de la nave para afrontar las últimas visitas de
esta región del país, Ali nos contaba, asomados a la cubierta, que es el único
lugar de Egipto en el que se pueden seguir viendo a los inmensos y famosos
cocodrilos, en estado salvaje, que tanta fama le dieron al Nilo. Los que los
han visto aseguran que los más grandes parecen más dinosaurios que otra cosa y
que todavía por esta zona son una causa importante de mortalidad para sus
habitantes, que tienen que andarse con especial cuidado cada vez que se acercan
a las orillas del lago.
Hizo bien en contarnos esta historia el último día porque si no más de
uno seguro que hubiera andado con la mosca detrás de la oreja cada vez que
bajábamos o subíamos a las pequeñas embarcaciones que nos llevaban cada día a
tierra desde el gran barco.
El primer monumento que nos recibía hoy era el imponente santuario de
Kalabsha, construido por el emperador Augusto en el siglo I d.C., sobre otros
templos anteriores de Amenofis II y Ptolomeo IX.
Templo de Kalabsha |
Dedicado a Marul, dios de la fertilidad (conocido como Mandulis por los
griegos), fue desplazado cincuenta kilómetros al norte de su emplazamiento
original, operación que realizó en 1970 un equipo de arqueólogos alemanes
después de la inundación Nubia. Se alza, en la actualidad, a orillas del lago
Nasser, al oeste de la Gran Presa, en un lugar que, debido al cambiante nivel
de las aguas, se convierte a veces en una isla.
Desde el borde del agua, una calzada nos conduciría hasta el primer pilono,
detrás del cual se alza un patio porticado. La sala hipóstila, sin tejado,
destaca por sus capiteles y relieves, en los que aparece Amenofis II ofreciendo
vino a Marul.
Templo de Kalabsha |
Templo de Kalabsha |
Grabados Templo de Kalabsha |
En las cercanías también podríamos ver otras dos construcciones. Por un
lado el templo de Beit al Wali, trasladado también desde Nubia y construido
durante el reinado de Ramsés II. Sus muros describen las batallas de este rey
contra los nubios.
Ruinas de Beit el Wali |
Grabados Templo de Beit el Wali |
Jeroglíficos en Beit el Wali |
Y por otro, el pabellón de Quertassi, cuya entrada se encuentra
flanqueada por dos columnas adornadas con
la cabeza de la diosa Hathor, mientras que el resto de las mismas cumplen una
función meramente funcional para sujetar el techo. También son destacables los
capiteles que están decorados con flores de loto.
Kiosco de Kertassi |
Kiosco de Kertassi |
Kiosco de Kertassi |
Se piensa que aquí también era venerada Isis, además de Hathor, las dos
deidades femeninas principales de la religión egipcia.
Pero, sin duda, lo mejor de este templo es su ubicación ya que se encuentra
al borde del lago Nasser y las vistas que se obtienen de este son fabulosas.
No había tiempo para más, había llegado el
momento de decir adiós al sur de Egipto y a sus templos. Tampoco
volveríamos ya al crucero, pues desde aquí un autobús nos conduciría hasta el
aeropuerto de Asuán, desde donde volaríamos al lugar donde comenzó todo: El Cairo.
Crucero Nubian Sea |
Presa de Asuán |
Al estar ya dentro del país todo fue rápido y tras pasar unos controles
rutinarios, otro autobús nos esperaba para conducirnos al que iba a ser nuestro
hotel los próximos tres días: el Ramsés Hilton.
Este se encuentra ubicado en pleno centro de la ciudad, a tan sólo dos
manzanas del museo Egipcio y muy cercano a la zona comercial, por lo que podías
ir caminando a muchos lugares de interés y la seguridad era máxima. También al
lado estaba el río Nilo, por lo que desde la habitación las vistas de este eran
inmejorables. Nos darían una habitación situada en la planta 12 desde donde se podía
divisar una gran panorámica del área en la que estábamos situados.
Vista de El Cairo desde Ramses Hilton |
Las instalaciones estaban decoradas con lujo, en el que el mármol era el
material dominante, las habitaciones eran muy amplias con minibar, caja fuerte,
etc.
Los empleados y recepcionistas muy simpáticos, aunque no hablaban nada de
español y poco inglés pero aún así se esforzaban por entenderte. Y el desayuno
fue de lo mejor, muy variado y generoso y tipo buffet, por lo que podías comer
hasta hartarte.
Tras descansar un rato en la habitación, pues el día había sido largo,
decidiríamos salir a cenar con parte de nuestros amigos catalanes con los que
habíamos hecho buenas migas en los dos cruceros.
Saldríamos a la calle y allí nos enfrentaríamos, por primera vez, a tener
que cruzar una amplia avenida de El Cairo para poder llegar a la zona que
habíamos elegido para cenar. Aquello era una locura e impresionaba de verdad.
Venían cientos de coches a la vez, no había ni semáforos ni pasos de peatones
y, por supuesto, que ninguno se detenía. Tras observar la situación y como lo
hacían sus habitantes haríamos un primer intento, pero casi se llevan por
delante a una de las chicas catalanas. Visto lo visto, al final tomaríamos la
determinación de pegarnos a la gente que también iba a cruzar y hacerlo con
ellos como si casi fuéramos casi la misma persona, vamos que parecíamos su
sombra. Menudo cachondeo porque al pegarnos tanto a ellos la gente nos miraba raro
como si fuéramos a hacerles algo y andaban más rápido o casi que se ponían a
correr y nosotros detrás sin separarnos ni un metro. Si a esto le unimos que
éramos ocho personas, pues la situación era cómica. No sería un mal método pues
con él sobrevivimos a nuestros días en la gran capital. Otra opción era esperar
a tener el hueco suficiente como para llegar a la otra acera sin que te
alcancen los vehículos, pero en las calles amplias es casi imposible, porque
viene por todos los lados.
Paseo Nocturno por El Cairo |
Ya a
salvo daríamos una vuelta por una zona repleta de comercios y con un ambiente
brutal en todas sus calles, muchas veces al pasar por las tiendas no paraban de
ofrecernos todo tipo de mercancías, pero con seguir andando nos dejaban en paz.
Había también infinidad de restaurantes de todo tipo, por lo que nos meteríamos
en uno que tenía muy buena pinta y allí que nos pegaríamos un homenaje con
especialidades egipcias. Una buena manera de dar por finalizado un día de lo
más completo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario