EGIPTO - DIA 06. Los templos de Abu Simbel

14 de Noviembre de 2008.
Por delante de nosotros se presentaba uno de los días más importantes en nuestra visita a Egipto, pues hoy conoceríamos los impresionantes templos de Abu Simbel, los mismos que hace más de 3500 años, en el trigésimo cuarto aniversario de este reino, el engreído faraón Ramsés II ordenó esculpir en piedra al borde de un barranco.
Pero antes de poder disfrutar de los mismos no nos quedaba otra que llegar hasta ellos y la manera seleccionada por la agencia iba a ser en autobús. La verdad que no me importaba porque así podía ir observando el paisaje desértico que siempre me ha gustado tanto y, por otro lado, servía para echarme alguna que otra cabezada en la primera mañana relativamente tranquila desde que habíamos llegado al país.
El hecho de ir por tierra, ya que también se puede llegar en avión, significaba el tener que acatar la norma establecida de que tanto las agencias como los particulares deberán ir en un convoy acompañado en su parte delantera y trasera por militares, debiendo en los autobuses grandes ir también montado uno de ellos.
Así que a las 11:00 estábamos todos los implicados al lado del obelisco inacabado listos para partir hacia el sur. Nosotros íbamos en una vehículo intermedio pues éramos unos quince y, por tanto, no tendríamos que llevar a nadie armado con nosotros.
A decir verdad pienso que todo esto es un poco teatro y está algo magnificado, pues si realmente los radicales quieren cometer un atentado al final lo acaban haciendo, como ya sucedería en el templo de Hatshepsut años atrás.
Los colores, la inmensidad y la magia del desierto no me defraudarían, una vez más, quedándome atónito en muchos momentos del trayecto, confundiendo en multitud de ocasiones inmensos espejismos con grandes lagos, que bien pensado era algo absurdo en un paisaje tan desolador, seco e inerte de vida.
Vistas del desierto hacia Abu Simbel
Sobre las 14:30 llegábamos a las inmediaciones de Abu Simbel, después de unas tres horas y media de viaje. Efectivamente no nos dirigíamos de forma directa hacia el monumento, sino que antes nos llevaban hasta el barco que nos acogería durante los próximos tres días ya que habíamos decidido realizar el crucero por el lago Nasser en vez de otras opciones tipo el Mar Rojo o los oasis interiores del país.
El nuevo barco llamado Nubian Sea era mucho más grande que el Amarante, con el que recorreríamos el Nilo, y en nada tenía que envidiar a muchos de los cruceros que se realizan por el Mediterráneo. Sus salones eran amplios y modernos, sus cubiertas espaciosas y el personal de lo más amable y servicial.
Nubian Sea antes de la Visita a Abu Simbel

Lago Nasser desde crucero Nubian Sea
Tras ubicarnos en nuestros respectivos camarotes, nos dejarían unos veinte minutos para dejar el equipaje y asearnos un poco, justo el tiempo necesario para que el barco se desplazase y volviera a ser amarrado en las cercanías del famoso templo.
Ya sólo nos separaba del esperado encuentro unos cinco minutos caminando, por lo que llegaríamos a las taquillas sin apenas darnos cuenta.
En esta segunda parte del viaje Ali seguía con nosotros y aunque habíamos tenidos nuestros más y nuestros menos en algún que otro momento, el trato seguía siendo cordial. Nos acompañaría a sacar nuestras entradas, pues no estaban incluidas y nos daría algunas explicaciones del lugar, para después invitarnos a pasar solos ya que los guías no pueden acceder al interior del recinto de los templos. También nos diría que cuando nos hubiéramos cansado podíamos volver al barco por nuestra cuenta, por lo que no me podía creer que iba a tener toda la tarde para ansiarme con este increíble tesoro del Antiguo Egipto.
Entrada a Abu Simbel
Atravesadas las taquillas, todavía tendríamos que avanzar unos cuantos metros antes de poder torcer a la izquierda, y ahora sí, encontrarnos frente a frente ante la colosal construcción de piedra realizada para glorificar a Ramsés II.
Entrada a Abu Simbel
Este fue uno de los faraones más poderosos de todo el Antiguo Egipto y se piensa que reinó durante un periodo de sesenta y seis años, entre 1279 y 1213 a.n.e. Al morir dejó tras de sí más de cien hijos y otras tantas mujeres y concubinas.
Se conservan más estatuas de Ramsés II que de cualquier otro faraón; además, creó, amplió y embelleció numerosos templos, lo que permite hacerse una idea de lo ególatra que podía llegar a ser. Se dice incluso, por varios historiadores, que era capaz de trucar la historia, borrar las firmas de otros emperadores y sustituirlas por la suya e incluso hacerse representar adorándose a sí mismo.
Abu Simbel
El poderoso mandatario ordenaría su construcción para conmemorar la victoria ante los nubios e incorporar los territorios de estos a su reino, además de ser una advertencia de su poder para los viajeros que llegaban desde el lejano reino de Punt, cargados con oro, marfil, esclavos y plumas de avestruz.
No tardaría mucho en encontrar el lugar perfecto para poder admirar con tranquilidad las cuatro figuras colosales de veinte metros del faraón con corona y sentado en el trono, y con diminutas estatuas de sus familiares a los pies.
Abu Simbel

Abu Simbel
-¿Y pensar que estuvo a punto de desaparecer? Me decía a mí mismo. Y es que tanto él como otros 22 templos hubieran terminado sumergidos para siempre bajo las aguas del lago Nasser al construirse la presa de Asuán si, a principios de los años sesenta, no se hubiera llevado a cabo por la Unesco la campaña internacional que conseguiría salvarlos.
Un sacrificio de cuarenta millones de dólares permitió mover y reconstruir el templo en un paraje más alto, incluyendo el traslado de dos montañas enteras. Los arquitectos incluso alinearon el templo que habían recolocado para reproducir un fenómeno semestral que tiene lugar el 22 de febrero y el 22 de octubre, fechas que se pensaba coincidían con el nacimiento Ramsés y su coronación: cuando los primeros rayos del sol que penetran 55 metros en el santuario del templo iluminan los murales del faraón divinizado y sus deidades.
Abu Simbel
En agradecimiento por todo el esfuerzo que conllevó todo ello, Egipto regalaría a los países que participaron varios de sus templos. Así España recibiría el de Debod o Estados Unidos el de Dendur.
Abu Simbel
Otro detalle que tampoco me pasaría desapercibido sería el que en la reconstrucción dejaran caído sobre el suelo uno de los colosos ya que en su momento este se vendría abajo a consecuencia de un terremoto. En el traslado, por tanto, lo dejaron tal y como había permanecido durante siglos.
Después de pasarme casi una hora apreciando mucho de sus detalles exteriores decidiría visitar su interior, en el que encontraría una avenida donde se levantan ocho estatuas de más de nueve metros de alto que representan a Osiris, el dios de los muertos, y que me llevaría hasta lo más profundo del santuario, donde Ramsés II, sentado, está flanqueado por una tríada de dioses.
A la salida me dirigiría, cruzando la llanura desde el Gran Templo, hasta el santuario realizado en honor a la diosa Hathor para su mujer favorita, Nefertari, “la razón por la que el mismo sol brilla”. Pero ni siquiera aquí podría dejar de lado su inmodestia, pues fijándose bien en las seis estatuas de diez metros de alto que se alinean en la fachada, cuatro de ellas corresponden al faraón. Realmente sorprendente.
Abu Simbel

Abu Simbel

Abu Simbel
Llevaba ya un buen rato casi sólo por el recinto, haciendo y deshaciendo a mi antojo, tomando todas las fotografías que quería sin gente y disfrutando de ver una obra de tales características sin apenas nadie. Me sentía un privilegiado. El motivo no era otro que la mayoría de grupos organizados se habían esfumado a primera hora de la tarde y los pocos que quedaban, al rato de llegar, se habían retirado a sus respectivos cruceros hasta la hora que tenía lugar el espectáculo de luces y sonidos. Yo le preguntaría a Alí si podía quedarme allí hasta ese momento y, por primera vez, no puso ninguna objeción y le pareció bien, así que eso fue lo que hice.
Atardeciendo en Abu Simbel

Atardeciendo en Abu Simbel

Atardeciendo en Abu Simbel

Lago Nasser desde Abu Simbel
Fue un momento especial y único que podría vivir durante casi dos horas, hasta que  comenzaría a llegar el público que venía a presenciar el evento nocturno que comentaba en el párrafo anterior. También aparecerían Tony y el resto del grupo y juntos nos sentaríamos  en uno de los bancos de madera situados en frente del hermoso santuario, delante de tanta grandiosidad, con las luces del recinto apagadas y esperando que se desarrollaran los acontecimientos.
De repente, la música empezaría a sonar para dar paso a una voz que representaba al viento, el cual haría de narrador de una preciosa historia, acompañada de luces que se encendían y apagaban en las portadas de los dos templos, permitiéndonos apreciar mil y una tonalidades de éstos en la oscuridad de la noche y bajo un cielo estrellado que hacía de complemento perfecto a este, trasportándonos a ese Egipto mágico y esotérico, a los misterios indescifrables de un país único y apasionante que te acaba seduciendo disimuladamente y que cuando quieres darte cuente de ello, ya es demasiado tarde para escapar de su embrujo.

Luces y Sonido en Abu Simbel

Luces y Sonido en Abu Simbel


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