BIARRITZ. La distinguida urbe de la costa atlántica

14 de Agosto de 2005.

Hacía un día caluroso en San Sebastián, donde disfrutábamos de muchas de sus ofertas culturales y gastronómicas durante varias jornadas festivas y hoy como los días anteriores pensábamos continuar con los baños en la playa de La Concha, las preciosas vistas que se obtienen desde sus montes, así como seguir degustando los sabrosos y originales pinchos de su parte antigua. ¿Tenía buena pinta el plan, verdad?

Pero tendríamos la mala suerte de que justo antes de salir de nuestro alojamiento nos enteraríamos que “los de siempre” habían organizado una manifestación por el casco histórico de San Sebastián y era probable que hubiera algún problema. Ante esto no nos lo pensamos y decidiríamos irnos a pasar el día a Francia y dejarnos el dinerito en tierras francesas que por lo menos no están montandola día sí y día también. Lástima que al final los hosteleros tengan que pagar justos por pecadores.

Entre las múltiples opciones del sur de nuestro país vecino, al final nos animaríamos por conocer Biarritz que sólo distaba cincuenta kilómetros de donde nos encontrábamos por lo que en menos de una hora estábamos ya aparcados en la ciudad francesa.

Hace un siglo, Biarritz no destacaba por nada en particular. Puerto ballenero en su origen, sus playas atraían a gente de la cercana Bayona, pero la fama llegó de repente, con las visitas de la emperatriz Eugenia y Napoleón III, a los que siguieron los nombres más ilustres de la época. La reina Victoria del Reino Unido estuvo aquí en 1889 y, a partir de 1906, Eduardo VII se convirtió en visitante asiduo.

Biarritz

Al oeste de Bayona, Biarritz posee un espléndido centro, que se ha ido expandiendo a lo largo de la costa en forma de zonas residenciales. Nosotros nos ceñiríamos a conocer sus lugares más importantes, comenzando por una de sus inmensas playas conocida como Grande Plage, dominada por el Casino Municipal. Esta es la más grande y popular de la ciudad. En el pasado sólo los bañistas más osados se atrevían a nadar en sus aguas, lo que la hizo merecedora del apodo ya olvidado de Plage des Fous (playa de los Locos). Al norte se convierte en la Plage Miramar.

Grande Plage. Biarritz

Grande Plage. Biarritz

Para aquellos que prefieran algo más tranquilo  pueden acudir a la Plage du Port – Vieux, que es una playa más pequeña y familiar, así como la favorita de los lugareños al encontrarse protegida por dos peñascos.

Después de unos refrescantes baños, varias calles sombreadas y ajardinadas nos llevarían desde la playa principal a la Rocher de la Vierge o Roca de la Virgen, coronada por una estatua de la Virgen María, que es el principal emblema de Biarritz. Está rodeada de arrecifes y unida a tierra por una pasarela intransitable con mala mar.

Roca de la Virgen. Biarritz

Tampoco quisimos perdernos el pequeño puerto pesquero que se hizo repentinamente popular en la segunda mitad del siglo XIX al construirse en sus alrededores suntuosas villas de lo más llamativas para la época.

Incluso tendríamos tiempo de visitar varios monumentos religiosos como la iglesia de Saint Eugenie y otra de estilo ruso cuyo nombre no identifiqué.

Iglesia Ortodoxa. Biarritz

Saint Eugenie. Biarritz

Después de varios paseos más siguiendo los contornos de los acantilados, sobre las rocas y decorados con hortensias, que mejor qué terminar nuestra estancia haciendo una breve visita al mercado Les Halles, donde se pueden encontrar auténticas exquisiteces locales tales como quesos, pates, ostras, trufas, mariscos y un sinfín de productos más, por lo que bien merece la pena darse una pequeña vuelta y saciar así el apetito.

Biarritz

A media tarde volveríamos a poner rumbo a San Sebastián donde descansaríamos unas horas en el hotel antes de volver a salir a disfrutar de la noche donostiarra y de los increíbles fuegos artificiales de la Semana Grande en la que nos hallábamos inmersos, pero esa es ya otra historia.

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