Nos despertábamos a una hora bastante aceptable para lo que
suelen ser estos viajes, las 08:00, pues hoy teníamos por delante algo más de
300 kilómetros a recorrer en unas cuatro horas y es que aunque nuestro destino
final no era otro que la espectacular ciudad de Florencia, en el camino nos
esperaban dos desvíos para conocer algunos ejemplos de las tantas ciudades
monumentales que posee Italia.
Nuestra primera parada sería en Padova o Padua a la que
llegaríamos después de recorrer unos ochenta kilómetros en hora y media y es
que la carretera dejaba bastante que desear.
Corte medieval de la poderosa familia Carrara, Padua
consolidó entonces su importancia como centro cultural. Por sus pórticos
transitaron artistas y humanistas procedentes de los más remotos rincones del
continente europeo, atraídos por la fama de la Universidad, aún hoy una de las
instituciones académicas más prestigiosas de Europa. La lista de los huéspedes
ilustres que pisaron el suelo del antiguo burgo, hoy próspera capital del norte
italiano, difícilmente puede ser más granada.
En la universidad tuvo cátedra Galileo y Petrarca hizo de la
ciudad su última residencia en la tierra, prefiriéndola a Venecia, la cercana
rival. También aquí Donatello fundió en bronce los rasgos de una famosa estatua
ecuestre que puede verse en la plaza del Santo desde 1453, y, en fin, Giotto,
otro de los grandes, realizó el más ambicioso de sus trabajos: el ciclo
pictórico que cubre por entero el interior de la capilla de los Scrovegni.
Nuestra primera imagen de la ciudad sería la del Pratto
della Valle, una enorme plaza ovalada en el centro de la urbe que se integra a
la perfección con el resto del conjunto urbano, pese a sus colosales
dimensiones. Ocupa el emplazamiento del primitivo teatro romano, y todavía
sigue siendo uno de los lugares de encuentro y recreo preferidos por los
paduanos. Si pudiéramos apreciarla a vista de pájaro, advertiríamos que es un
islote rodeado por un canal, a cuyo centro se accede por cuatro puentes simétricos.
Sobre el gran número de pedestales se aprecian estatuas de personajes
ilustres que vivieron en la ciudad o
estudiaron en su Universidad. Aunque no todos, pues de ellos quedaron excluidos
aquellos que alcanzaron la santidad. Ésta es la razón de que el omnipresente
San Antonio no haya dejado su huella en esta galería de celebridades.
Nuestra siguiente y última visita sería para conocer la basílica de San Antonio, donde se veneran los restos del santo, en la tumba situada a la izquierda, provocando enormes peregrinaciones. Su interior es de transición entre el románico y el gótico e impresionan sus ocho cúpulas bizantinas que recuerdan a San Marcos. El altar mayor esta presidido por un Cristo y ocho esculturas de Donatello.
Pratto della Valle |
Nuestra siguiente y última visita sería para conocer la basílica de San Antonio, donde se veneran los restos del santo, en la tumba situada a la izquierda, provocando enormes peregrinaciones. Su interior es de transición entre el románico y el gótico e impresionan sus ocho cúpulas bizantinas que recuerdan a San Marcos. El altar mayor esta presidido por un Cristo y ocho esculturas de Donatello.
Basílica de San Antonio |
Como decía, no daba tiempo para más en Padua, aunque pueda
parecer increíble, y es que nuestro guía, con una falsa simpatía, nos pediría
que volviéramos al autobús al mandar el programa turístico.
Era el momento de afrontar casi 300 kilómetros hasta nuestro
siguiente destino: la ciudad de Pisa, donde llegaríamos tras tres horas de
admirar, durante buena parte del recorrido, los paisajes de llanuras rojizas y
suaves colinas, con el color verde de eterno telón de fondo, de la Toscana.
En la época de máximo apogeo – hasta el siglo XVI, cuando el
río Arno era navegable hasta el mar -, Pisa fue al Tirreno lo que Venecia al
Adriático. En aquellos tiempos, la flota toscana había extendido su influencia
hasta lugares tan distantes como Cerdeña o el norte de África. Es curioso que
de esta tradición marinera, tan sólo se conozca desde hace unas pocas décadas.
Después de un fugaz paseo por el centro, donde apenas
pudimos fijarnos en los secretos y encantos que esconde la Ciudadela Vieja,
llegaríamos al Campo dei Miracoli donde se encuentran los más famosos
monumentos de Pisa: la Torre Inclinada, el Duomo o Catedral, el Baptisterio y
el Camposanto.
Campo dei Miracoli |
No tendríamos suerte con la Torre y es que esta se
encontraba cerrada al público como consecuencia de un importante plan de
restauración con el fin de reducir su inclinación y evitar el posible derrumbe.
Los trabajos estaban consistiendo en
retirar tierra del subsuelo, debajo de los cimientos, para provocar que
éste cediera por la parte contraria a la inclinación a la vez que se inyectaba
cemento con el fin de crear una base más sólida. Todo ello mientras la torre se
mantenía sujeta por unos gruesos cables de acero que le quitaban parte de su
encanto, pero que aún así no nos impidieron hacernos la famosa foto sujetando
el edificio.
Torre de Pisa |
Tiempo después me enteraría de que el anterior proyecto
sería todo un éxito y se logró reducir en varios centímetros la inclinación,
hasta alcanzar la que tenía en 1700, esperando que se mantenga estable al menos
durante tres nuevos siglos. Actualmente su puede volver a subir, aunque las
visitas se realizan en grupos limitados de unas cuarenta personas cada vez con
el fin de no provocar nuevos daños.
También de enorme belleza es la Catedral de Santa María
Assunta, más conocida como el Duomo. Es una obra maestra de un románico que daría
nombre a un estilo y su fachada es bellísima realizada a base de galerías con
columnas. Como curiosidad decir que aquellos que toquen una serie de
figuritas de animales de las puertas de
bronce, conseguirán que se cumplan sus deseos. Esos serían un perro, una rana y
un par de lagartijas.
Duomo Santa María Assunta |
En su interior, entre otros muchos detalles, destaca la
lámpara de Galileo, en el centro de la nave principal, donde dicen que
descubrió, observando su oscilación, la teoría del isocronismo en los
movimientos pendulares.
Respecto al Baptisterio, que tan bien armoniza con la
catedral, continúa siguiendo el estilo románico de Pisa. Antes de entrar
conviene fijarse en las columnas que hay a ambos lados de la puerta. Según una
leyenda, fueron robadas por los pisanos en Constantinopla y traídas a la
ciudad. La verdad es que las esculturas no parecen del siglo XII. En su
interior se verá una de las primeras obras góticas italianas, el maravilloso
púlpito de Nicola Pisano. Además de la pila bautismal de rigor, otra
particularidad es su impresionante acústica.
Para finalizar la visita veríamos el Camposanto, donde lo
más interesante son los excelentes frescos góticos que representan el tema de
la muerte. Una lástima que durante la Segunda Guerra Mundial, sufrieran graves
desperfectos y sólo unos cuantos consiguieran salvarse.
Y así terminaba nuestra breve visita de Pisa, con cierta
sensación de frustración pues en algunos momentos parecía que se trataba de una
carrera, no teniendo tiempo para casi nada en contraposición a las ganas e
ilusión por quedarte en cada sitio una eternidad. Pero es lo que hay en este
tipo de viajes organizados, por lo que lo mejor es mentalizarse y llevarlo de
la mejor manera.
Con la oscuridad como acompañante llegábamos a Florencia,
una ciudad desbordada por el arte, los palacios, la belleza y los grandes
museos a la que dedicaríamos la jornada de mañana.
Nos alojaríamos en el hotel Delta Florence, de cuatro
estrellas. Estaba bastante alejado del centro por lo que era inviable acercarse
a dar una vuelta por él. Además su categoría no se correspondía a la realidad,
pues las instalaciones eran bastante viejas, teniendo las paredes desconchones
y marcas de que se había matado algún insecto en el pasado. El baño también era
cutre y no brillaba por su limpieza, pues de refilón se veía algo de suciedad y
polvo en algunas zonas. Afortunadamente sólo pasaríamos una noche aquí.
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