DIA 19. FLORIDA. El infernal regreso a Miami

13 de Septiembre de 2017.

Montábamos en el coche a las ocho de la mañana, con el equipaje ya cargado, comida para un regimiento y, aparentemente, la suficiente motivación como para afrontar 700 millas, es decir, más de 1100 kilómetros hasta Miami, cuya estimación para recorrerlos está estipulada en unas diez horas a una velocidad constante y sin imprevistos.

Éramos conscientes de que no iba a ser un camino de rosas y de que ni por asomo íbamos a tardar el tiempo previsto por las diferentes aplicaciones de móviles y GPS, pero jamás pensamos que este viaje en coche se convirtiera, probablemente, en el más duro, cansino e insufrible que ninguno habíamos hecho hasta ahora.

Desde ayer el aeropuerto de Miami empezaba a funcionar con relativa normalidad, se habían levantado un buen número de restricciones en carreteras principales, comenzaba a haber combustible en las gasolineras y, aunque lentamente, la vida de los habitantes de Florida volvía a la normalidad después de la desagradable experiencia del huracán Irma.

Habíamos sido cientos de miles los desplazados y como es evidente esa cantidad ingente de personas y vehículos teníamos que regresar a nuestro lugar de origen, siendo Orlando, Tampa y especialmente Miami, los destinos más importantes.

Reconozco que a lo mejor nos pusimos en marcha demasiado tarde y que tal vez teníamos que haber salido mucho antes, como así haríamos a la ida, pero creíamos que el regreso sería escalonado en los días sucesivos y que no todo el mundo se iba a poner de acuerdo para llevar a cabo los mismos planes que nosotros. Pero desgraciadamente sería así.

Las dos primeras horas, hasta las diez, conseguiríamos circular de forma normal y a la velocidad máxima permitida, pero a partir de ese momento empezaría el calvario, ralentizándose cada tramo poco a poco hasta terminar parados con casi las tres terceras partes del recorrido todavía por delante.

Regresando a Miami tras el Huracán Irma

A partir de este momento iríamos intercalando momentos de más de media hora detenidos, con tráfico muy lento y con algunos tramos con circulación normal, aunque los menos. Según avanzábamos íbamos siendo testigos de los estragos del huracán con una gran cantidad de árboles y postes caídos, la totalidad de los carteles de publicidad arrancados y grandes balsas de aguas en los arcenes que casi llegaban a la calzada.

Después de cuatro horas haríamos la primera parada para estirar un poco las piernas, comer algo e intentar despejarnos, pues ya estábamos agotados. Tras media hora de descanso continuaríamos el camino.

El siguiente capítulo pasaba por observar como muchos vehículos, especialmente camiones y grandes coches familiares, no aguantaban el envite de tantas horas funcionando e iban cayendo uno tras otro por averías, convirtiéndose el arcén en un taller al aire libre, con grúas  que acudían a socorrer a los damnificados y otros conductores que echaban una mano en lo que podían.

Regresando a Miami tras el Huracán Irma

Jamás pensamos que nos sentiríamos protagonistas de una película de Hollywood, pues se estaban dando todos los ingredientes de la misma.

A las 16:30 parábamos otra vez a comer en un área de recreo donde devoramos los sándwiches que habíamos preparado y, perdiendo el tiempo justo, nos volvíamos a poner en marcha. A estas alturas ya llevábamos ocho horas y media en carretera y todavía nos quedaba algo menos de la mitad del camino.

Los kilómetros se seguían sucediendo, muy lentamente, haciendo que todos empezáramos a tener el cuerpo dolorido, los ánimos por los suelos y un humor de perros, por lo que el silencio imperaba en el interior del vehículo, llevando cada uno como mejor podía y sabía la situación.

A las 21:30 decidíamos parar otra vez para cenar, cuando estábamos ya, teóricamente, a menos de dos horas de Miami. Optaríamos por una hamburguesería de un gran centro comercial, donde tendríamos que esperar quince minutos hasta que llegó nuestro turno, aunque eso sería lo de menos, pues para repostar nos tocaría una nueva espera de otros veinte minutos, viviendo aquí otra escena de película. Y es que las instalaciones de la gasolinera estaban tomadas por unos diez coches de policía, mostrando su fuerza con las luces rojas y azules parpadeando y los agentes desplegados estratégicamente, armados hasta los dientes. Todo estaba montado como si fuese un embudo, donde cada vehículo que quisiera acceder a los surtidores tuviera que pasar obligatoriamente entre dos policías, que te saludaban, fijaban detenidamente sus miradas en los ocupantes del mismo y, por último, te indicaban el número del surtidor al que te tenías que dirigir. Nuestras caras de perplejidad creo que eran dignas de un reportaje.

A falta de cinco minutos para la medianoche conseguíamos llegar al hotel que nos acogería para dormir, después de 16 horas de viaje, una auténtica odisea que nos dejaría como auténticos zombis. La elección del alojamiento vendría casi impuesta y sería otro gran quebradero de cabeza que tendríamos que ir solucionando sobre la marcha, por si no teníamos ya suficiente. Y es que el gran problema que tendríamos es que no quedaba ni un solo hotel disponible en toda el área continental de la ciudad de Miami, nuestra primera opción, teniendo que optar entre los pocos que ofrecían sus servicios en South Beach, pues muchos de ellos habían sufrido graves daños por el huracán y estaban cerrados. De esta manera el único que tenía un precio razonable y nos ofrecía dos habitaciones con espacio suficiente para todos y un mínimo de limpieza y garantías para pasar una noche, era el Hotel 18. Aún así las paredes estaban afectadas por la humedad derivada de las lluvias torrenciales y no funcionaban los televisores ni otros aparatos eléctricos. Así que visto lo visto creo que no pudimos tomar mejor decisión que huir a Alabama.

Hotel 18.Miami

Alguien podrá pensar que porqué no recurrimos a Ernesto y Sonia, los amigos de Belén, para pasar esta noche, pero es que ellos también estaban viviendo su calvario personal, llevando cuatro días en un refugio facilitado por la empresa de Ernesto y sin noticias de en qué condiciones había podido quedar su vivienda, que ya aprovecho para decir que tras la primera incursión en ella, días después, la impresión no fue nada alentadora.

Sobre la una, apagábamos la luz, con el único deseo de que mañana no hubiese ningún contratiempo y pudiéramos tomar el vuelo que nos llevase definitivamente a Madrid, pues más que nunca, estábamos deseando regresar a casa.

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