Montábamos en el coche a las ocho de la mañana, con el equipaje ya cargado, comida para un regimiento y, aparentemente, la suficiente motivación como para afrontar 700 millas, es decir, más de 1100 kilómetros hasta Miami, cuya estimación para recorrerlos está estipulada en unas diez horas a una velocidad constante y sin imprevistos.
Éramos conscientes de que no iba a ser un camino de rosas y
de que ni por asomo íbamos a tardar el tiempo previsto por las diferentes
aplicaciones de móviles y GPS, pero jamás pensamos que este viaje en coche se
convirtiera, probablemente, en el más duro, cansino e insufrible que ninguno
habíamos hecho hasta ahora.
Desde ayer el aeropuerto de Miami empezaba a funcionar con
relativa normalidad, se habían levantado un buen número de restricciones en
carreteras principales, comenzaba a haber combustible en las gasolineras y,
aunque lentamente, la vida de los habitantes de Florida volvía a la normalidad
después de la desagradable experiencia del huracán Irma.
Habíamos sido cientos de miles los desplazados y como es
evidente esa cantidad ingente de personas y vehículos teníamos que regresar a
nuestro lugar de origen, siendo Orlando, Tampa y especialmente Miami, los
destinos más importantes.
Reconozco que a lo mejor nos pusimos en marcha demasiado
tarde y que tal vez teníamos que haber salido mucho antes, como así haríamos a
la ida, pero creíamos que el regreso sería escalonado en los días sucesivos y
que no todo el mundo se iba a poner de acuerdo para llevar a cabo los mismos
planes que nosotros. Pero desgraciadamente sería así.
Las dos primeras horas, hasta las diez, conseguiríamos
circular de forma normal y a la velocidad máxima permitida, pero a partir de
ese momento empezaría el calvario, ralentizándose cada tramo poco a poco hasta
terminar parados con casi las tres terceras partes del recorrido todavía por
delante.
Regresando a Miami tras el Huracán Irma |
A partir de este momento iríamos intercalando momentos de
más de media hora detenidos, con tráfico muy lento y con algunos tramos con
circulación normal, aunque los menos. Según avanzábamos íbamos siendo testigos
de los estragos del huracán con una gran cantidad de árboles y postes caídos,
la totalidad de los carteles de publicidad arrancados y grandes balsas de aguas
en los arcenes que casi llegaban a la calzada.
Después de cuatro horas haríamos la primera parada para
estirar un poco las piernas, comer algo e intentar despejarnos, pues ya
estábamos agotados. Tras media hora de descanso continuaríamos el camino.
El siguiente capítulo pasaba por observar como muchos
vehículos, especialmente camiones y grandes coches familiares, no aguantaban el
envite de tantas horas funcionando e iban cayendo uno tras otro por averías,
convirtiéndose el arcén en un taller al aire libre, con grúas que acudían a socorrer a los damnificados y
otros conductores que echaban una mano en lo que podían.
Regresando a Miami tras el Huracán Irma |
Jamás pensamos que nos sentiríamos protagonistas de una
película de Hollywood, pues se estaban dando todos los ingredientes de la
misma.
A las 16:30 parábamos otra vez a comer en un área de recreo
donde devoramos los sándwiches que habíamos preparado y, perdiendo el tiempo
justo, nos volvíamos a poner en marcha. A estas alturas ya llevábamos ocho
horas y media en carretera y todavía nos quedaba algo menos de la mitad del
camino.
Los kilómetros se seguían sucediendo, muy lentamente,
haciendo que todos empezáramos a tener el cuerpo dolorido, los ánimos por los
suelos y un humor de perros, por lo que el silencio imperaba en el interior del
vehículo, llevando cada uno como mejor podía y sabía la situación.
A las 21:30 decidíamos parar otra vez para cenar, cuando
estábamos ya, teóricamente, a menos de dos horas de Miami. Optaríamos por una
hamburguesería de un gran centro comercial, donde tendríamos que esperar quince
minutos hasta que llegó nuestro turno, aunque eso sería lo de menos, pues para
repostar nos tocaría una nueva espera de otros veinte minutos, viviendo aquí
otra escena de película. Y es que las instalaciones de la gasolinera estaban
tomadas por unos diez coches de policía, mostrando su fuerza con las luces
rojas y azules parpadeando y los agentes desplegados estratégicamente, armados
hasta los dientes. Todo estaba montado como si fuese un embudo, donde cada
vehículo que quisiera acceder a los surtidores tuviera que pasar
obligatoriamente entre dos policías, que te saludaban, fijaban detenidamente
sus miradas en los ocupantes del mismo y, por último, te indicaban el número
del surtidor al que te tenías que dirigir. Nuestras caras de perplejidad creo
que eran dignas de un reportaje.
A falta de cinco minutos para la medianoche conseguíamos
llegar al hotel que nos acogería para dormir, después de 16 horas de viaje, una
auténtica odisea que nos dejaría como auténticos zombis. La elección del
alojamiento vendría casi impuesta y sería otro gran quebradero de cabeza que
tendríamos que ir solucionando sobre la marcha, por si no teníamos ya
suficiente. Y es que el gran problema que tendríamos es que no quedaba ni un
solo hotel disponible en toda el área continental de la ciudad de Miami,
nuestra primera opción, teniendo que optar entre los pocos que ofrecían sus
servicios en South Beach, pues muchos de ellos habían sufrido graves daños por
el huracán y estaban cerrados. De esta manera el único que tenía un precio razonable
y nos ofrecía dos habitaciones con espacio suficiente para todos y un mínimo de
limpieza y garantías para pasar una noche, era el Hotel 18. Aún así las paredes
estaban afectadas por la humedad derivada de las lluvias torrenciales y no
funcionaban los televisores ni otros aparatos eléctricos. Así que visto lo
visto creo que no pudimos tomar mejor decisión que huir a Alabama.
Hotel 18.Miami |
Alguien podrá pensar que porqué no recurrimos a Ernesto y
Sonia, los amigos de Belén, para pasar esta noche, pero es que ellos también
estaban viviendo su calvario personal, llevando cuatro días en un refugio
facilitado por la empresa de Ernesto y sin noticias de en qué condiciones había
podido quedar su vivienda, que ya aprovecho para decir que tras la primera
incursión en ella, días después, la impresión no fue nada alentadora.
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