BRATISLAVA - DIA 01. Llegada a la capital eslovaca

26 de Junio de 2017

Este diario no comienza como siempre, es decir, saliendo un viernes desde el aeropuerto de Madrid, después de un día de trabajo. En esta ocasión eso ya lo había hecho cuatro días antes, volando hacia Viena, por lo que, como se puede ver, lo que empiezo a contar aquí es la continuación de ese mismo viaje, que animo a leer a quien pudiera estar interesado en la capital austriaca. Habían sido tres intensos días descubriéndola y conociendo palacios, iglesias, parques y la interesante historia de los Habsburgo y tras todo ello la dejaba atrás en un tren que salía con media hora de retraso de la ciudad imperial con dirección a Bratislava, la capital de Eslovaquia.

Panel Indicador del Tren hacia Bratislava

Había decidido continuar mi viaje con esta ciudad, primero por la cercanía, pues son las dos capitales europeas que más cercanas se encuentran, distando sólo sesenta kilómetros la una de la otra, aunque si nos ponemos pijoteros es cierto que el primer lugar lo ocuparían Roma y la Ciudad del Vaticano, pero ya es rizar el rizo. Ante tal cercanía y lo cómodo que resultaba era más que tentador acercarme hasta ella. En segundo lugar, era una forma sencilla de añadir un nuevo país a mi lista lo cual era bastante atrayente, y por último, me servía de alguna manera de descanso antes de afrontar la última capital de mi viaje: Praga, que también es monumental y tiene muchísimo que ofrecer, descansado un poco entre dos ciudades que tienen tantísimo patrimonio. Con esto no quiero decir que Brastislava no tenga nada, ni mucho menos, pero sí  que es cierto que es más pequeña y todo está muy cerca y sus monumentos no son tantos como los de Viena y Praga, permitiéndome así tomarme las cosas con más calma y descansar un poco.

Dicho esto, vuelvo al punto exacto donde continuaba mi viaje, es decir, contemplando por los grandes ventanales del tren como el sol se iba poniendo sobre las grandes llanuras que unen Austria y Eslovaquia. Sólo media hora después la oscuridad era la protagonista lo que aprovecharía para echarme una cabezadita de otra media hora, justo el tiempo que quedaba para llegar a la estación de Bratislava, así que si se suman los dos tiempos, ya se habrá comprobado que sólo se tarda una hora en enlazar ambas capitales.

Nada más entrar al hall de la estación un cartel nos recibía a todos los recién llegados con un “Welcome to Slovakia”, así que la primera impresión del país ya era de buen anfitrión y de querer agradar a los visitantes.

Hall de la Estación de tren de Bratislava

Cuando salí al exterior preguntaría a un joven que donde se cogían los tranvías y aunque este casi no hablaba inglés, me pediría que intentara explicarle de alguna otra manera que era lo que estaba buscando para intentar ayudarme, así que le enseñaría un plano con el símbolo del transporte en cuestión y me indicaría que bajase por unas escaleras cercanas a la salida del hall. Así que de momento el primer contacto con la gente del país había sido bueno.

En mi caso tenía que tomar el tranvía número uno, para bajarme cuatro paradas después, en la estación Vysoká, a la que llegaría en sólo siete minutos. Por cierto que el billete se saca en las máquinas expendedoras que están en las paradas, pero ojo que sólo admiten monedas. El importe son setenta céntimos, por lo que el coste de la vida con respecto a Viena ya comenzaba a notarse una barbaridad.

Bajaría por la calle Mariánska y al final, giraría a la derecha y me encontraría un edificio un tanto cutre en una gran avenida, el cual correspondía al Hostel Blues, la que iba a ser mi estancia en la capital eslovaca. El precio de cada una de las dos noches que iba a estar en él, sin desayuno incluido, sería de 17,90 euros en una habitación compartida de cuatro personas.

Aunque el exterior puede asustar, el interior está bien. Me atendería una chica muy amable que me explicaría el funcionamiento de las diferentes llaves de la habitación y de la taquilla y cama que me correspondían. Estas son amplias y están limpias, teniendo baño privado donde se encuentran separada la ducha del lavabo, por lo que es cómodo. La zona común posee una cocina espaciosa  e impecable, pudiendo utilizar su frigorífico para dejar alimentos y bebidas. El centro histórico se encuentra a muy pocas manzanas por lo que no se tarda más de diez minutos caminando en llegar.

Tras tomarme un bocadillo y una coca cola en recepción, pues eran ya las 23:00, subiría a mi cuarto, encontrándome como compañeros a un indio, un australiano y un dubaití. Lástima que mi inglés no llegue a un nivel de conversación porque no pude integrarme en la amena charla que estaban manteniendo sobre viajes, así que me dediqué a colocar el equipaje, ducharme y meterme en la cama, que con la tontería eran ya las 00:15.

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