Desde que, día y medio atrás, me
montaba en el tren hacia Casablanca apenas me había encontrado con extranjeros,
tan sólo alguna que otra pareja francesa y poco más, lo que me estaba
sorprendiendo bastante, pues aunque sabía que esta era una zona que no estaba
explotada demasiado, turísticamente hablando, no pensé que llegaría a ser tan
auténtica, por lo que me estaba encantando la experiencia de sentirme un
auténtico forastero en tierras árabes.
Visto lo anterior, todo parecía
indicar que el día de hoy, superaría, más si cabe, al de ayer en autenticidad,
pues me iba a dirigir a Safi, una de las ciudades más importantes de la costa
atlántica marroquí debido a que, hoy en día, es uno de los mayores centros de
exportación y transformación de fosfatos en fertilizantes y abonos químicos, además
de tener una gran industria conservera, pero olvidada a su suerte respecto a lo
que ofrece a nivel cultural e histórico, que es lo suficiente como para
pasarte, tranquilamente, medio día disfrutando de todo ello.
Dado que el desayuno estaba
incluido en el precio de la habitación, lo aprovecharía y disfrutaría de una
mesa en la que me servirían los mismos productos que días atrás en otros
alojamientos. Terminado este me dispuse a deshacer el cansino camino que ayer
me había traído hasta aquí, con la empinada y agotadora cuesta como
protagonista, y que me haría llegar fundido hasta la parte superior de
Oualidia. La recompensa, por lo menos, serían las espectaculares vistas del
océano y la laguna, que tan buenos momentos me había hecho pasar durante la tarde
de ayer.
Laguna de Oualidia |
Acto seguido y a tan sólo unos
metros, hallaba la estación de taxis, donde no tardaría mucho en encontrar uno
con dirección a Safi. Al igual que ayer también sería compartido, pero esta vez
viajaría en un coche normal en vez de en furgoneta. También me tocaría esperar,
pues cuando me monté, en su interior sólo estaban una pareja de quinceañeros en
el asiento del copiloto, algo que me sorprendería sobremanera, al comprobar de
lo que son capaces para conseguir más espacio, más gente y más dinero.
Pasarían quince minutos antes de
que llegaran, casi seguidos, dos nuevos viajeros, una señora de mediana edad,
que se situaría a mi lado, y un joven de unos 25 años que se colocaba al lado
de la señora, por lo que era de esperar que la puerta trasera se cerrara y
comenzáramos el viaje. Pero no, mi sorpresa sería que el conductor esperaría
otros cinco minutos más, hasta que consiguió un último cliente, que como pudo
se sentó ladeado en la puerta contraria a la que yo estaba. La imagen era propia
de una película cómica o del concurso de televisión “Qué apostamos” y aunque no
pude evitar soltar una carcajada disimulada, pues éramos siete personas
encajados como si fuéramos mercancía, también es cierto que, pasado un rato desde
que el dueño del coche empezara la conducción, me empezaba a faltar el aire en
los pulmones y el pecho me empezaba a doler un poco de la presión.
Serían al final 70 kilómetros que
se me harían bastantes largos debido a lo que acabo de contar en el párrafo
anterior y la fuerte tormenta que nos sorprendía a mitad de camino y que me
impuso bastante porque los aguaceros que se estaban formando en la carretera de
doble sentido por la que circulábamos, empezaban a ser considerables.
Afortunadamente, todos los
protagonistas del viaje, llegábamos sanos y salvos a nuestro destino. Por
cierto que el trayecto me saldría por 25 dírhams, por lo que tampoco podía
pedir peras al olmo. Eso sí, en cuanto puse los pies en el suelo no pude evitar
hacer la mayor inspiración que había hecho en mi vida y es que casi que me
faltaba el aire.
Este primer vehículo me dejaba en
la estación de taxis que se encuentra en las afueras de la ciudad, por lo que
aquí tendría que coger uno nuevo, esta vez ya de corto recorrido e individual,
para que me llevara hasta la estación de autobuses, donde quería comprar el
billete hacia Essaouira para la tarde de hoy, antes de empezar la jornada
turística.
El trayecto conseguiría que me lo
dejara por 12 dírhams y no tardaría ni diez minutos en llegar hasta allí.
El boleto para Essaouira lo
sacaría con la empresa CTM, que cómo ya comenté es de las más seguras y fiables
y me saldría por 55 dírhams. Tras esto, tendría suerte y encontraría una
consigna que me permitiría dejar el equipaje hasta la salida de mi autobús a
las 17.00, por lo que mejor imposible. (15 dírhams por una bolsa mediana).
En el pequeño trayecto que había
realizado hacía unos minutos en el segundo taxi, me fijaría en que la terminal
de buses no se hallaba demasiado lejos, unos diez minutos, del primer monumento
importante con el que empezar la visita en Safi, por lo que no tenía dudas de
que llegaría caminando hasta él. Este no era otro que el bastión defensivo de
la Kechla.
No obstante y antes de llegar
hasta él, tendría la oportunidad de admirar el exterior de dos bonitas
mezquitas que me pillarían de camino y es que, cómo ya venía siendo costumbre,
su interior estaba prohibido para los no musulmanes.
Mezquita |
Mezquita |
Durante el periodo de treinta
años en que los portugueses ocuparon Safi se construiría una fortaleza
defensiva y militar, que se conoce con el nombre de Kechla. Tras ser utilizada
como prisión hasta 1990, sus instalaciones darían paso a un museo de cerámica
donde se exponen algunas de las mejores piezas del país, pero que no podría
observar dado que dicho museo estaba siendo objeto de una importante
remodelación.
Bastión Defensivo de la Kechla |
Me dedicaría entonces a rodear
los muros de la descomunal ciudadela, para al final conseguir entrar por una
pequeña puerta al interior del recinto amurallado y así dirigirme a la parte
trasera de la construcción militar, donde pude ver unas excelentes vistas de
los tejados de la medina, la colina des Potiers y el océano en la lejanía.
Puerta de la Muralla |
Parte Trasera del Bastión Defensivo de la Kechla |
Safi desde Bastión Defensivo de la Kechla |
Tras deleitarme un rato con la
panorámica, me adentraría en el conglomerado de calles que conforman la medina
y desde lo más alto de la misma iría descendiendo, perdiéndome por un laberinto
de pasadizos y callejuelas de lo más genuinos que me llevarían hasta las
principales calles del zoco y sus aledaños, compuestas por plazuelas secretas,
pasadizos cubiertos, galerías con arcos y un ambiente misterioso, consecuencia
de la mezcla de penumbra y halos de luz, provenientes del sol.
Ciudad Alta de Safi |
Ciudad Alta de Safi |
Ciudad Alta de Safi |
En sus puestos hallaría todo tipo
de mercancía, desde latón, cestas y sombreros de esparto hasta babuchas, bolsas
de cuero y piezas de cobre. Tampoco faltarían las carnicerías exponiendo sus
piezas de animales al aire libre, cuyo olor no era fácil de aguantar, o puestos
callejeros que ofrecían sopas y alguna que otra delicia marroquí.
De esta manera me encontraba casi
sin quererlo con la capilla portuguesa, que es de hecho el coro de la antigua
Catedral construida en el S. XVI y una de las tres únicas muestras de
arquitectura gótica que se pueden ver en el continente africano. Casualidades
de la vida hacía dos días había podido visitar la Cisterna de El Jadida que es
otro de los ejemplos, junto con la Capilla de Santiago en Melilla, que sería la
única que me faltaría por conocer.
Catedral Portuguesa |
Muy cerca de la anterior podría
ver los muros que guardan los secretos de la gran Mezquita, antes de dirigirme,
por la calle principal, Rue du Souk, donde se concentran la mayor parte de
puestos de ropa y zapatos, hasta la descomunal puerta Bab Chaaba, donde en sus
inmediaciones había gran número de comercios y tiendas exponiendo piezas de cerámica.
Ellas iban a ser la antesala de mi siguiente visita, pues no tendría más que
cruzar la calle para afrontar una pendiente que me introduciría de forma
directa en la colina des Potiers o de los alfareros.
Puerta Bab Chaaba |
Artesanía en la Colina des Potiers |
No pasarían ni cinco minutos,
cuando un señor entrado en años me abordaría para invitarme a llevar a cabo un
tour personalizado para que pudiera ver cuál era el proceso artesanal a través del cual se elaboraban todas las
piezas que se encuentran desperdigadas por la zona y en el interior de los
talleres. Primero me llevaría hasta un pequeño local donde un primer
profesional se encontraba creando piezas de barro mediante un torno que
manejaba con destreza y enorme profesionalidad. Mi improvisado anfitrión me
contaba que aunque parece fácil, es muy complicado llegar a dominar esta
técnica, pues tienes que manejar al mismo tiempo las manos, para dar la forma
que quieras a la pieza, y los pies, que se encargan de dar ritmo a la
maquinaria del torno, acelerando o frenando la misma.
Alfarero en la Colina des Potiers |
Trabajando la Cerámica en Colina des Potiers |
La siguiente visita consistiría
en un paseo por la colina mostrándome el conjunto de hornos y chimeneas de
barro que antaño funcionaban a destajo y que hoy en día sólo son una muestra
del antiguo esplendor de esta zona, pues la gran parte de ellos se encuentran resquebrajados
y abandonados. En ellos se cocía la pieza a altas temperaturas.
Hornos en la Colina des Potiers |
Por último llegaríamos hasta el
taller donde un nuevo artesano se encontraba esmaltando y decorando pequeñas
vasijas, último paso antes de someter al producto a una segunda cocción y que
esté listo para venderse.
Alfarero en la Colina des Potiers |
Era evidente que no me podía
marchar de allí sin que me llevara hasta un comercio, donde tendría que comprar
algo como agradecimiento. Así que acabaría con dos pequeños recipientes que me
saldrían ambos por 40 dírhams.
El amable señor me llevaría de
nuevo hasta el lugar donde nos habíamos encontrado y se perdía en unos segundos
por el entresijo de calles, probablemente, en busca de nuevos invitados.
Quería evitar recorrer otra vez
las calles de la medina para llegar hasta la costa, mi siguiente objetivo,
simplemente por no pasar por los mismo lugares que ya conocía, por lo que
decidí llegar hasta allí, rodeando las impresionantes murallas que protegen el
núcleo antiguo de la población. Serían veinte minutos los que tardaría en
realizar este nuevo paseo que me permitiría poder conocer la totalidad del
perímetro defensivo de Safi.
Muralla de la Medina |
Muralla de la Medina |
Y ya en la costa, tan sólo me
quedaba por admirar el Castillo del Mar o Qasr el Bahr, fortaleza que domina el
atlántico y que se construyó para proteger el puerto y asentar la autoridad
portuguesa, además de ser residencia del gobernador de la ciudad.
Desgraciadamente se encontraba cerrada y no pude visitar su interior.
Castillo del Mar o Ksar el Bhar |
Y entre unas cosas y otras me
había plantado en las 14.30, por lo que no dudaría en introducirme otra vez en
la medina y sentarme a disfrutar de un buen tajine de pollo con ensalada
marroquí, acompañados por una coca cola. (60 dírhams).
Medina |
Comiendo Tajine en Safi |
Medina |
No quería marcharme de Safi sin
acercarme a ver su playa, pero lo que no podía imaginarme es que estuviera tan
alejada, pues tuve que rodear todas las instalaciones del puerto que son
enormes y luego caminar otro nuevo tramo hasta por fin conseguir pisar la
arena. No había ni un alma por la zona y tampoco me quedaba ya mucho tiempo,
pues mi autobús hacia Essaouira salía a las 17.00, así que no permanecería allí
más de diez minutos, antes de desandar mis pasos hasta la avenida que sale del
Castillo del Mar, que me llevaría, otra vez, hasta la calle que me dejaría en
la estación de autobuses.
Playa de Safi |
Llegaba a esta con el tiempo
justo para recoger mi maleta y subir al interior del autobús. Pero al final
tanto agobio no me serviría de nada, pues no me podía ir de Marruecos sin vivir
en primera persona el apasionante mundo de los retrasos de este país árabe.
Había leído que eran muchas las ocasiones en que la puntualidad brillaba por su
ausencia en los trayectos en este tipo de transporte, incluida la compañía CTM,
pero hasta ahora pensaba que era una exageración porque tan sólo había tenido
que esperar diez minutos de la hora indicada en el trayecto de Casablanca a El
Jadida. Pero esta vez, sí que me lo iba a creer con creces, pues nos tendrían
esperando dos horas y media a todos los pasajeros. Lo más curioso es que no se
inmuto ni Dios, la gente estaba de lo más tranquila y yo era el único que cada
veinte minutos me acercaba a la ventanilla de CTM para preguntar qué era lo que
sucedía, a lo que me respondían que había mucho tráfico y que lo sentían mucho.
Así que hasta las 19.30 no
salíamos hacia Essaouira, donde llegaría a las 21.30. Una vez en la terminal,
tomaría un taxi hasta una de las puertas de la medina (8 dírhams) y tras
caminar unos metros entraba por la puerta del Riad que me acogería durante las
dos siguientes noches.
El Palazzo Desdemona sería el
segundo alojamiento que más me gustaría en mi viaje, sin dudarlo, pues a la
excelente ubicación tanto del centro de la medina como del puerto, había que
sumarle una habitación amplísima con cama con dosel, una buena limpieza y la
amabilidad del personal. Además el desayuno estaba incluido y era abundante y
de calidad. (35 euros por noche).
Palazzo Desdemona |
Palazzo Desdemona |
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