MARRUECOS - DIA 5. Safi: pureza y autenticidad

22 de Marzo de 2016.

Desde que, día y medio atrás, me montaba en el tren hacia Casablanca apenas me había encontrado con extranjeros, tan sólo alguna que otra pareja francesa y poco más, lo que me estaba sorprendiendo bastante, pues aunque sabía que esta era una zona que no estaba explotada demasiado, turísticamente hablando, no pensé que llegaría a ser tan auténtica, por lo que me estaba encantando la experiencia de sentirme un auténtico forastero en tierras árabes.

Visto lo anterior, todo parecía indicar que el día de hoy, superaría, más si cabe, al de ayer en autenticidad, pues me iba a dirigir a Safi, una de las ciudades más importantes de la costa atlántica marroquí debido a que, hoy en día, es uno de los mayores centros de exportación y transformación de fosfatos en fertilizantes y abonos químicos, además de tener una gran industria conservera, pero olvidada a su suerte respecto a lo que ofrece a nivel cultural e histórico, que es lo suficiente como para pasarte, tranquilamente, medio día disfrutando de todo ello.

Dado que el desayuno estaba incluido en el precio de la habitación, lo aprovecharía y disfrutaría de una mesa en la que me servirían los mismos productos que días atrás en otros alojamientos. Terminado este me dispuse a deshacer el cansino camino que ayer me había traído hasta aquí, con la empinada y agotadora cuesta como protagonista, y que me haría llegar fundido hasta la parte superior de Oualidia. La recompensa, por lo menos, serían las espectaculares vistas del océano y la laguna, que tan buenos momentos me había hecho pasar durante la tarde de ayer.

Laguna de Oualidia

Acto seguido y a tan sólo unos metros, hallaba la estación de taxis, donde no tardaría mucho en encontrar uno con dirección a Safi. Al igual que ayer también sería compartido, pero esta vez viajaría en un coche normal en vez de en furgoneta. También me tocaría esperar, pues cuando me monté, en su interior sólo estaban una pareja de quinceañeros en el asiento del copiloto, algo que me sorprendería sobremanera, al comprobar de lo que son capaces para conseguir más espacio, más gente y más dinero.

Pasarían quince minutos antes de que llegaran, casi seguidos, dos nuevos viajeros, una señora de mediana edad, que se situaría a mi lado, y un joven de unos 25 años que se colocaba al lado de la señora, por lo que era de esperar que la puerta trasera se cerrara y comenzáramos el viaje. Pero no, mi sorpresa sería que el conductor esperaría otros cinco minutos más, hasta que consiguió un último cliente, que como pudo se sentó ladeado en la puerta contraria a la que yo estaba. La imagen era propia de una película cómica o del concurso de televisión “Qué apostamos” y aunque no pude evitar soltar una carcajada disimulada, pues éramos siete personas encajados como si fuéramos mercancía, también es cierto que, pasado un rato desde que el dueño del coche empezara la conducción, me empezaba a faltar el aire en los pulmones y el pecho me empezaba a doler un poco de la presión.

Serían al final 70 kilómetros que se me harían bastantes largos debido a lo que acabo de contar en el párrafo anterior y la fuerte tormenta que nos sorprendía a mitad de camino y que me impuso bastante porque los aguaceros que se estaban formando en la carretera de doble sentido por la que circulábamos, empezaban a ser considerables.

Afortunadamente, todos los protagonistas del viaje, llegábamos sanos y salvos a nuestro destino. Por cierto que el trayecto me saldría por 25 dírhams, por lo que tampoco podía pedir peras al olmo. Eso sí, en cuanto puse los pies en el suelo no pude evitar hacer la mayor inspiración que había hecho en mi vida y es que casi que me faltaba el aire.

Este primer vehículo me dejaba en la estación de taxis que se encuentra en las afueras de la ciudad, por lo que aquí tendría que coger uno nuevo, esta vez ya de corto recorrido e individual, para que me llevara hasta la estación de autobuses, donde quería comprar el billete hacia Essaouira para la tarde de hoy, antes de empezar la jornada turística.

El trayecto conseguiría que me lo dejara por 12 dírhams y no tardaría ni diez minutos en llegar hasta allí.

El boleto para Essaouira lo sacaría con la empresa CTM, que cómo ya comenté es de las más seguras y fiables y me saldría por 55 dírhams. Tras esto, tendría suerte y encontraría una consigna que me permitiría dejar el equipaje hasta la salida de mi autobús a las 17.00, por lo que mejor imposible. (15 dírhams por una bolsa mediana).

En el pequeño trayecto que había realizado hacía unos minutos en el segundo taxi, me fijaría en que la terminal de buses no se hallaba demasiado lejos, unos diez minutos, del primer monumento importante con el que empezar la visita en Safi, por lo que no tenía dudas de que llegaría caminando hasta él. Este no era otro que el bastión defensivo de la Kechla.

No obstante y antes de llegar hasta él, tendría la oportunidad de admirar el exterior de dos bonitas mezquitas que me pillarían de camino y es que, cómo ya venía siendo costumbre, su interior estaba prohibido para los no musulmanes.

Mezquita

Mezquita

Durante el periodo de treinta años en que los portugueses ocuparon Safi se construiría una fortaleza defensiva y militar, que se conoce con el nombre de Kechla. Tras ser utilizada como prisión hasta 1990, sus instalaciones darían paso a un museo de cerámica donde se exponen algunas de las mejores piezas del país, pero que no podría observar dado que dicho museo estaba siendo objeto de una importante remodelación.

Bastión Defensivo de la Kechla

Me dedicaría entonces a rodear los muros de la descomunal ciudadela, para al final conseguir entrar por una pequeña puerta al interior del recinto amurallado y así dirigirme a la parte trasera de la construcción militar, donde pude ver unas excelentes vistas de los tejados de la medina, la colina des Potiers y el océano en la lejanía.

Puerta de la Muralla

Parte Trasera del Bastión Defensivo de la Kechla

Safi desde Bastión Defensivo de la Kechla

Tras deleitarme un rato con la panorámica, me adentraría en el conglomerado de calles que conforman la medina y desde lo más alto de la misma iría descendiendo, perdiéndome por un laberinto de pasadizos y callejuelas de lo más genuinos que me llevarían hasta las principales calles del zoco y sus aledaños, compuestas por plazuelas secretas, pasadizos cubiertos, galerías con arcos y un ambiente misterioso, consecuencia de la mezcla de penumbra y halos de luz, provenientes del sol.

Ciudad Alta de Safi

Ciudad Alta de Safi

Ciudad Alta de Safi

En sus puestos hallaría todo tipo de mercancía, desde latón, cestas y sombreros de esparto hasta babuchas, bolsas de cuero y piezas de cobre. Tampoco faltarían las carnicerías exponiendo sus piezas de animales al aire libre, cuyo olor no era fácil de aguantar, o puestos callejeros que ofrecían sopas y alguna que otra delicia marroquí.

De esta manera me encontraba casi sin quererlo con la capilla portuguesa, que es de hecho el coro de la antigua Catedral construida en el S. XVI y una de las tres únicas muestras de arquitectura gótica que se pueden ver en el continente africano. Casualidades de la vida hacía dos días había podido visitar la Cisterna de El Jadida que es otro de los ejemplos, junto con la Capilla de Santiago en Melilla, que sería la única que me faltaría por conocer.

Catedral Portuguesa

Muy cerca de la anterior podría ver los muros que guardan los secretos de la gran Mezquita, antes de dirigirme, por la calle principal, Rue du Souk, donde se concentran la mayor parte de puestos de ropa y zapatos, hasta la descomunal puerta Bab Chaaba, donde en sus inmediaciones había gran número de comercios y tiendas exponiendo piezas de cerámica. Ellas iban a ser la antesala de mi siguiente visita, pues no tendría más que cruzar la calle para afrontar una pendiente que me introduciría de forma directa en la colina des Potiers o de los alfareros.

Puerta Bab Chaaba

Artesanía en la Colina des Potiers

No pasarían ni cinco minutos, cuando un señor entrado en años me abordaría para invitarme a llevar a cabo un tour personalizado para que pudiera ver cuál era el proceso artesanal  a través del cual se elaboraban todas las piezas que se encuentran desperdigadas por la zona y en el interior de los talleres. Primero me llevaría hasta un pequeño local donde un primer profesional se encontraba creando piezas de barro mediante un torno que manejaba con destreza y enorme profesionalidad. Mi improvisado anfitrión me contaba que aunque parece fácil, es muy complicado llegar a dominar esta técnica, pues tienes que manejar al mismo tiempo las manos, para dar la forma que quieras a la pieza, y los pies, que se encargan de dar ritmo a la maquinaria del torno, acelerando o frenando la misma.

Alfarero en la Colina des Potiers

Trabajando la Cerámica en Colina des Potiers

La siguiente visita consistiría en un paseo por la colina mostrándome el conjunto de hornos y chimeneas de barro que antaño funcionaban a destajo y que hoy en día sólo son una muestra del antiguo esplendor de esta zona, pues la gran parte de ellos se encuentran resquebrajados y abandonados. En ellos se cocía la pieza a altas temperaturas.

Hornos en la Colina des Potiers

Por último llegaríamos hasta el taller donde un nuevo artesano se encontraba esmaltando y decorando pequeñas vasijas, último paso antes de someter al producto a una segunda cocción y que esté listo para venderse.

Alfarero en la Colina des Potiers

Era evidente que no me podía marchar de allí sin que me llevara hasta un comercio, donde tendría que comprar algo como agradecimiento. Así que acabaría con dos pequeños recipientes que me saldrían ambos por 40 dírhams.

El amable señor me llevaría de nuevo hasta el lugar donde nos habíamos encontrado y se perdía en unos segundos por el entresijo de calles, probablemente, en busca de nuevos invitados.

Quería evitar recorrer otra vez las calles de la medina para llegar hasta la costa, mi siguiente objetivo, simplemente por no pasar por los mismo lugares que ya conocía, por lo que decidí llegar hasta allí, rodeando las impresionantes murallas que protegen el núcleo antiguo de la población. Serían veinte minutos los que tardaría en realizar este nuevo paseo que me permitiría poder conocer la totalidad del perímetro defensivo de Safi.

Muralla de la Medina

Muralla de la Medina

Y ya en la costa, tan sólo me quedaba por admirar el Castillo del Mar o Qasr el Bahr, fortaleza que domina el atlántico y que se construyó para proteger el puerto y asentar la autoridad portuguesa, además de ser residencia del gobernador de la ciudad. Desgraciadamente se encontraba cerrada y no pude visitar su interior.

Castillo del Mar o Ksar el Bhar

Y entre unas cosas y otras me había plantado en las 14.30, por lo que no dudaría en introducirme otra vez en la medina y sentarme a disfrutar de un buen tajine de pollo con ensalada marroquí, acompañados por una coca cola. (60 dírhams).

Medina

Comiendo Tajine en Safi

Medina

No quería marcharme de Safi sin acercarme a ver su playa, pero lo que no podía imaginarme es que estuviera tan alejada, pues tuve que rodear todas las instalaciones del puerto que son enormes y luego caminar otro nuevo tramo hasta por fin conseguir pisar la arena. No había ni un alma por la zona y tampoco me quedaba ya mucho tiempo, pues mi autobús hacia Essaouira salía a las 17.00, así que no permanecería allí más de diez minutos, antes de desandar mis pasos hasta la avenida que sale del Castillo del Mar, que me llevaría, otra vez, hasta la calle que me dejaría en la estación de autobuses.

Playa de Safi

Llegaba a esta con el tiempo justo para recoger mi maleta y subir al interior del autobús. Pero al final tanto agobio no me serviría de nada, pues no me podía ir de Marruecos sin vivir en primera persona el apasionante mundo de los retrasos de este país árabe. Había leído que eran muchas las ocasiones en que la puntualidad brillaba por su ausencia en los trayectos en este tipo de transporte, incluida la compañía CTM, pero hasta ahora pensaba que era una exageración porque tan sólo había tenido que esperar diez minutos de la hora indicada en el trayecto de Casablanca a El Jadida. Pero esta vez, sí que me lo iba a creer con creces, pues nos tendrían esperando dos horas y media a todos los pasajeros. Lo más curioso es que no se inmuto ni Dios, la gente estaba de lo más tranquila y yo era el único que cada veinte minutos me acercaba a la ventanilla de CTM para preguntar qué era lo que sucedía, a lo que me respondían que había mucho tráfico y que lo sentían mucho.

Así que hasta las 19.30 no salíamos hacia Essaouira, donde llegaría a las 21.30. Una vez en la terminal, tomaría un taxi hasta una de las puertas de la medina (8 dírhams) y tras caminar unos metros entraba por la puerta del Riad que me acogería durante las dos siguientes noches.

El Palazzo Desdemona sería el segundo alojamiento que más me gustaría en mi viaje, sin dudarlo, pues a la excelente ubicación tanto del centro de la medina como del puerto, había que sumarle una habitación amplísima con cama con dosel, una buena limpieza y la amabilidad del personal. Además el desayuno estaba incluido y era abundante y de calidad. (35 euros por noche).

Palazzo Desdemona

Palazzo Desdemona

Mientras esperaba en la estación de Safi, tendría tiempo, como bien se ha podido comprobar, de merendar y no me quedaría corto, pues me tomaría un bollo bien contundente con dos batidos (15 dírhams), por lo que no tenía nada de hambre, así que poco más me quedaba ya por hacer hoy.

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