MARRUECOS - DIA 2. Marrakech: la perla del sur

19 de Marzo de 2016.


Serían los Almorávides quienes en 1062 fundaron Marrakech. Su mayor logro fue haber traído el agua a la ciudad mediante un ingenioso sistema de pozos, redes de canalización y captación de fuentes. Gracias a ellos fueron posibles los jardines, huertos y palmerales y, en consecuencia todo lo que ha permitido el desarrollo y la proyección de la ciudad. Por aquel entonces, Marrakech, era la capital de Marruecos.

En el siglo XII, los Almohades toman el relevo. Mejoran los sistemas de riego, amplían las murallas y crean el primer hospital de la ciudad que acoge al sabio Averroes.

En 1269, los Merínidos conquistan el sur de Marruecos y Marrakech pierda la capitalidad en beneficio de Fez. Esto sería hasta la llegada de los Saadianos en 1554 donde la ciudad vuelve a recuperar su estatus. Es aquí donde comienza una nueva era y bajo el reinado de Ahmed El-Mansour se construyen fabulosos palacios, mezquitas, fuentes, madrazas y la magnífica necrópolis, donde se enterrarían los principales personajes de su dinastía.

En el siglo XIX y bajo la dinastía Alauita se afrontan nuevas e increíbles obras que culminarían con un nuevo conjunto de fascinantes palacios y jardines. Sería a partir de entonces cuando Marrakech empezaría a alcanzar fama internacional y a que todo aquel que la visitaba sucumbiera a sus encantos, como así sucedería con celebridades como Winston Churchill o el pintor Jacques Majorelle.

El desayuno se encontraba incluido en el precio de la habitación, por lo que no era plan de desaprovecharlo, así que como este no se servía hasta las 08.30, me daría el lujo de no madrugar demasiado. Estaría compuesto por zumo de naranja natural, una ensaimada, pan con mantequilla y mermelada y algo parecido a un crepe. Además de leche o café. Así que bastante contundente para aguantar bien toda la mañana.

Riad La Perle D´azur

Tenía claro que los primeros pasos que daría iban a estar destinados a recorrer la plaza Jemaa-el-Fna, situada entre la Medina y los bulevares modernos. Quería que fuese así para poder seguir su evolución en diferentes momentos del día, observar cómo pasa de estar dormida a ir desperezándose, poco a poco, hasta que se produce el estallido y la ebullición de la misma cuando se empiezan a esconder los últimos rayos de sol. Pero no adelantemos acontecimientos, pues ahora todo se encontraba en calma, los comerciantes iban montando sus puestos con tranquilidad y los vendedores de zumos ya comenzaban a tratar de atraer a los primeros turistas, entre ellos yo, que sucumbí al primero de ellos (10 dírhams). Era de fresa y naranja y estaba buenísimo.

Plaza Jemaa-el-Fna

Puesto de zumos en la Plaza Jemaa-el-Fna

Me dediqué a deambular por la gran cantidad de puestos y pequeñas tiendas, a observar el inmenso y pintoresco mercado de alimentos, medicinas, cestería, objetos dispares y recuerdos para turistas, siendo acompañado, cada cierto tiempo, por llamadas de atención de los dueños de los puestos para tratar que me acercara a su negocio y conseguir así alguna venta. Pero de momento, no estaba muy dispuesto por lo que me hice bastante bien el despistado, consiguiendo evitarles.

Plaza Jemaa-el-Fna

Puestos en la Plaza Jemaa-el-Fna

Puesto en la Plaza Jemaa-el-Fna

Mis primeras sensaciones estaban siendo muy buenas, no me estaba sintiendo agobiado y la explosión de olores y sonidos me estaba encantando.

Pasada la hora, dejaría la famosa plaza, ya habría tiempo a lo largo del día para verla mucho más animada y en su máximo apogeo.

Decidiría encaminarme, entonces, hacia el sur de la ciudad, por una larga calle, repleta igualmente de puestos y comercios, aquí no se desaprovecha ni un metro de espacio, hasta uno de los grandes palacios de Marruecos: el palacio de la Bahía (10 dírhams), una sucesión infinita de patios, estanques, mosaicos y esmaltados que me sorprendieron a cada paso que daba.

Calle Riad-Zitoun-el-Kdim

Carnicería de la Medina

Jardines Palacio de la Bahía

Sería erigido a finales del siglo XIX por orden del gran visir Mulay el-Hassan, un hombre déspota y cruel que al final de su vida llegó a ejercer el poder sobre todo el reino. Las obras durarían siete años, de ahí que haya quedado la frase “la Bahía está finalmente acabada”, refiriéndose a cuando por fin se termina un asunto complejo.

El palacio es un ejemplo de residencia privada islámica, pues respondía a las necesidades de una vida social alta.

Palacio de la Bahía

La visita me llevaría por diferentes departamentos situados en torno a grandiosos patios interiores, cada cual más asombroso que el anterior. En ellos se puede observar como los artesanos marroquíes han dejado una increíble muestra de su destreza artística. Todos son espectaculares, sin poder destacar uno más que otro, por lo que hay que detenerse y contemplar hasta el último detalle de las dependencias de la Favorita, la sala del Consejo, el patio del Honor, la sala de audiencias y el jardín moruno donde crecen cipreses, naranjos y jazmines.

Palacio de la Bahía

Palacio de la Bahía

Palacio de la Bahía

Cuando volví a salir a la calle el contraste fue brutal, pues fue pasar, en segundos, de la tranquilidad y el sosiego a la auténtica locura, ya que la ciudad estaba en completa ebullición y el trasiego de personas y vehículos era constante, especialmente, de las motocicletas con las que hay que tener mucho cuidado pues van como locos y sin paciencia alguna.

Caminaría otros quince minutos hasta llegar a la mezquita de la Kasbah y la calle del mismo nombre, donde una nueva selva de ciclistas, carretillas tiradas por asnos y niños jugando a la pelota me dejarían de nuevo sin palabras. La entrada al edificio religioso está vetada a los no musulmanes, por lo que me tuve que conformar con disfrutar sólo del exterior. Por cierto, cuenta la leyenda, al igual que en la koutoubia, que las esferas doradas de la claraboya eran de oro puro. Supuestamente, la esposa del soberano hizo fundir sus joyas para hacerse perdonar por haber roto el ayuno del Ramadán. También sorprende bastante el gran minarete de color ocre, decorado con cerámica blanca y verde, que se levanta con fuerza sobre el resto de la construcción.

Mezquita de la Kasbah

Casi pegadas a la recién mencionada mezquita, se encontraba otro de los tesoros que uno no puede perderse cuando viene a Marrakech. Hablo de las Tumbas Sadíes, es decir, los mausoleos de los soberanos sadíes (S. XVI) que reposan en un apacible jardín.(10 dírhams). Más concretamente podría ver la sala del Mihrab donde reposan los restos de los soberanos alauitas y que se encuentra a la izquierda y que debido a la estrechez de la entrada me tocaría esperar una cola de unos veinte minutos. A continuación, en el centro del recinto, está la sala de las Doce Columnas que alberga la sepultura de Ahmed el-Mansour y, por último la sala donde están enterrados las esposas y los hijos. El resto de las tumbas que se pueden ver dispersas por el jardín se piensa que pertenecen a los servidores del sultán o tal vez a personajes ilustres.

Tumbas Sadíes

Tumbas Sadíes

Tumbas Sadíes

Desde aquí y tras preguntar a un boticario que me indicaría, de forma altruista, la dirección llegaría hasta Bab Agnaou, una majestuosa y monumental puerta, cuyo marco es una superposición de arcos labrados, decorados por delicados entrelazados florales. Esta era la antigua entrada del palacio del soberano almohade Abd el- Moumen y solía adornarse con las cabezas de los condenados a muerte.

Puerta Bab Agnaou

Dos nuevas rectas serían suficiente para llegar hasta la entrada del palacio El-Badi (10 dírhams), el que fuera “El Incomparable”, que sería mandado construir en 1593 por Ahmed el-Mansour, para las recepciones y audiencia oficiales. Hacía sobrado honor a su nombre antes de que el soberano alauita Moulay Ismail lo desmantelara en el siglo XVII para decorar los palacios de Meknés. Sólo quedan los muros de color ocre, entre los que una vez al año resuenan los cánticos y las danzas del festival nacional de arte popular marroquí. Aún así y todo bien merece la pena una visita sólo por ver la extensión del recinto y las vistas que se obtienen desde una terraza, a la izquierda de la entrada, del propio palacio, de la medina y las Tumbas sadianas.

Palacio El-Badi

Palacio El-Badi

Mientras paseaba por la gran explanada central traté de hacerme una idea del lujo y el refinamiento que pudo haber en este lugar y la verdad que sobrecoge.

También tendría la oportunidad de penetrar en los subterráneos del palacio, donde podría ver los angostos calabozos y restos de canalizaciones. Y para finalizar una inmensa roca atrapada entre dos paredes, con la que uno no deja de darle vueltas de cómo, con el peso que debe tener, es posible que aguante de esa manera encajada.

Pasadizos Palacio El-Badi

Roca suspendida en el Palacio El-Badi

A la salida mi intención sería rodear los muros del Palacio Real, que son una continuación del anterior palacio e intentar tomar alguna buena fotografía de la construcción, pero tras andar como cinco minutos y ser consciente de que iba a ser imposible, tanto porque no se puede hacer gran cosa al respecto, como porque en alguna puerta interesante que había, estaba tomada a cal y canto por el ejército y la policía y hay una norma en Marruecos que se tiene que cumplir a rajatabla, que es que no se pueden fotografiar autoridades ni edificios gubernamentales, así que, por mi bien, haría caso de la misma.

Eran ya las 13.30 y tenía bastante hambre, así que me dirigí a una plaza peatonal por la que había pasado tiempo atrás llamada Qzadria o de los hojalateros que, además de estar bordeada de tiendas – taller donde los artesanos cortan, golpean y punzan la hojalata para convertirla en faroles, apliques y farolillos, cuenta con varias terrazas al aire libre para sentarte y probar la gastronomía marroquí. Así que no lo dudé y a ello que fui. Me decidiría al final por el Tajine o para que se me entienda mejor, un guiso de carne, acompañado de verduras hervidas, servido en un plato cónico de cerámica. Además también me animaría con cuscús con verduras. Y de beber coca cola. Al final comería más con los ojos y aunque no me gusta que suceda, no podría con todo, pero es que las cantidades eran brutales. Todo me costaría 80 dírhams, incluyendo también el pan.

Plaza Qzadria o de los Hojalateros

Comiendo Tajine en Plaza Qzadria o de los Hojalateros

Había que bajar la comida como fuera, así que lo mejor sería paseando y dirigiéndome hacia el barrio judío y su sinagoga que es la más antigua de la ciudad con 500 años y que acoge a los últimos judíos de la Mellah. Sería por los recovecos de estas calles, donde me ocurriría el primer momento un tanto desagradable del viaje y es que cuando ya estaba a punto de encontrar la pequeña e insignificante puerta marrón que da paso al interior del edificio religioso y que, por cierto, se encontraba cerrado, me abordarían dos jovenzuelos, de no más de 13 años, para haciéndome cuatro señas absurdas y acompañándome los últimos metros que me quedaban por llegar a mi destino final, querer atribuirse ellos el logro, después de las vueltas que había dado, y por supuesto, que les soltara la pasta. Como no puedo con los caraduras, me juré a mi mismo que no les iba a soltar ni un mísero dírham y claro, después de decirles varias veces que no les entendía y que no tenía dinero, se empezaron a poner algo nerviosos y a gritarme. Aceleré el paso para evitar que salieran nuevos secuaces y por fin conseguía dejar esa zona, no sin llevarme varios improperios en árabe que a saber lo que significaban, pero seguro que guapo no.

Necesitaba evadirme un poco del ajetreo de gente y tráfico y para ello lo mejor era un recinto cerrado y tranquilo, así que dado que lo tenía cerca, optaría por el museo Dar Si-Saïd que había oído que su interior merecía mucho la pena, más allá de lo que expone. Tras pagar los 10 dírhams de la entrada, podría encontrarme con puertas de madera talladas procedentes de las kasbas del territorio presahariano, para poco después dar paso a una fuente de mármol blanco para las abluciones y varias salas, situadas alrededor de un jardín, en las que se exponían objetos de todo tipo como caftanes, babuchas, cinturones, sables y puñales bereberes.

Jardines del Palacio y Museo Dar Si-Saïd

Palacio y Museo Dar Si-Saïd

Todo era bonito e interesante, pero tampoco me estaba volviendo loco, aunque si estaba consiguiendo el objetivo por el que había entrado aquí, que no era otro que relajarme.

Sin embargo, todo cambiaría cuando, siguiendo el sentido de la visita, accedería hasta el segundo piso, con el que me quedaría de piedra e incluso me saldría una expresión de asombro que haría que el guardia me dirigiera una mirada. Y es que no era para menos, pues sus estancias muestran una profusión de cúpulas, yesos, tallados y mosaicos policromados espectaculares y de los que es complicado apartar la mirada, pues te dejan como hipnotizado.

Detalles del Palacio y Museo Dar Si-Saïd

Detalles del Palacio y Museo Dar Si-Saïd

Aunque me costó lo suyo irme de allí, por fin saldría otra vez a la calle. Estaba en un barrio muy tranquilo y agradable y, para mi gusto, uno de los mejor cuidados y bonitos de Marrakech. Su nombre es el de Riads-Zitoun y sus calles están encaladas con colores rojo, ocre y rosa. Además cuenta con soberbias mansiones y palacios abandonados que lo hacen todavía más atractivo. Por aquí estaría un rato jugando a perderme entre callejones sin salida y lugares que se repetían una y otra vez.

Barrio Riads-Zitoun

Barrio Riads-Zitoun

Y casi sin darme cuenta me daba de bruces con el lugar en el que todo comenzaba a primera hora del día: la plaza Jemaa-el-Fna, donde la diferencia con los primeros momentos de la jornada en ella, empezaba a ser ya palpable. Aún así la dejaría todavía de lado un poco más, pues quería acercarme hasta, posiblemente, el símbolo de mayor renombre de Marrakech: la maravillosa Koutoubia.

Esta increíble mezquita se acabaría hacia el año 1190 durante el califato de el-Mansur. Aunque su entrada se encuentra prohibida a los no musulmanes, eso no es óbice para poder contemplar desde casi cualquier lugar del centro su espectacular minarete de 77 metros de altura. Y si se pone un poco de atención, además se podrá observar como la decoración de sus fachadas es diferente entre ellas. En lo más alto se encuentra coronada por unas bolas de cobre dorado que simbolizan los tres lugares sagrados y principales del Islam: La Meca, Medina y Jerusalén.

Torre de la Koutoubia

No es de extrañar que hoy sea uno de los monumentos más hermosos del Magreb y que sirviera de modelo a dos hermanas, la Giralda de Sevilla y la Torre Hassan de Rabat.

Como he comentado sólo pueden entrar en ella los musulmanes, pero, sin embargo, donde si se puede acceder es a lo que llaman la Explanada, es decir, un conjunto de misteriosos pilares, que se alinean a la sombra del santuario, y que son los restos del antiguo oratorio almorávide erigido en este lugar y que resultó estar mal orientado y ser demasiado pequeño.

Mezquita y Torre de la Koutoubia

Fue por ello por lo que el sultán mandaría construir la actual Koutoubia, usando el muro de la gibla del edificio original como pared divisoria. Así se explican tanto esta pared, como las bases de los pilares y el minarete.

Tendría suerte porque 20 minutos después de que llegara a este lugar, un amable joven me pediría que si podía abandonar el recinto ya que lo iban a cerrar.

Explanada de la Koutoubia

Y ahora sí que había llegado el momento de comprobar porqué se declaró a la plaza Jemaa-el-Fna, Patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

La vitalidad que emanaba ahora de la gran explanada, nada tenía que ver con los leves destellos que dejaba escapar durante la mañana. Parecía que el tiempo no sólo se hubiera detenido, sino que también hubiera dado marcha atrás. Acróbatas, sanadores, encantadores de serpientes, contadores de cuentos, bailarines y músicos se distribuían en diferentes áreas de la plaza, haciéndote sentir el espectador de un decorado sin igual.

Serpientes y Cobras en la Plaza Jemaa-el-Fna

Es cuanto menos curioso que su significado sea “asamblea de los muertos” debido a que antaño, los sultanes solían exhibir las cabezas de los ajusticiados. Ironías de la vida hoy se ha convertido en un espacio vibrante y que hechiza a cualquiera.

Estaban siendo muchas emociones para el primer día y necesitaba darme un respiro y asentar todo ese conjunto de imágenes, olores y sonidos tan diferentes, por lo que, no lo dudé, y me marché directo al tercer y último piso del Café le France, donde esperaría durante más de una hora la puesta de sol por detrás de la Koutobia, con la mala suerte y después del día tan espectacular de tiempo que había tenido, que las nubes estaban apareciendo y nos aguaron parte de la fiesta a todos los allí presentes. Por lo menos pude disfrutar de unas vistas soberbias acompañadas del mejor té de menta que me he tomado en mi vida (30 dírhams los dos que me tomé).

Café de France en la Plaza Jemaa-el-Fna

Plaza Jemaa-el-Fna desde Café de France

Tomando Té con menta en el Café de France

La noche se había echado encima, pero no era tarde, sólo las 18.40, por lo que decidí llevar a cabo una idea que ya traía en la cabeza, por recomendación de un buen amigo, pero que en principio no tenía muy claro si me iba a animar con ello. Se trataba de probar el auténtico rito que supone acudir a un Hammam.

Tras pensármelo un rato, al final daría el paso, iría al Riad a coger el bañador y me marcharía hasta la calle Fatima – Zohra, 20 donde estaba el Hammam Dar el-Bacha, el más célebre de la ciudad, con una alta cúpula de seis metros que te encuentra nada más entrar. Sería aquí donde me atendería un encargado el cual no hablaba nada de inglés. Por lo que como pudimos nos entendimos. Dejaría mis pertenencias en unas taquillas sin cerradura, pero controladas por una persona que no se mueve de allí. Y ya con el bañador puesto, un señor me pediría que le siguiera hasta una sala diáfana y de grandes techos y en la que hacía un tremendo calor. Allí  me indicó que me sentara en el suelo y que esperase cinco minutos. Pronto entendería que esto era para abrir los poros y necesario para que el tratamiento pueda ser efectivo. Pasado ese tiempo volvería a aparecer el hombre y me echaría por encima dos enormes cubos de agua caliente, procedería a hacerme unos estiramientos que casi me dejan en el sitio y se pondría un guante con un tacto parecido al estropajo, el cual utilizaría para pasármelo una y otra vez por piernas, brazos, espalda y pecho. Cuando terminó me indicó que pasara mi mano por los brazos y mi sorpresa fue que había una cantidad de piel muerta tremenda y lo mismo con el resto del cuerpo. Tras volver a tirarme varios nuevos cubos de agua con jabón por encima, finalizaba el proceso. Tengo que reconocer que no me entusiasmó, la verdad, pero creo que pudo ser porque el lugar elegido no fue el mejor ni el más higiénico. Así que lo mismo en un sitio en mejores condiciones la cosa cambia. Lo mejor es, sin duda, como te dejan la piel. El tratamiento duraría una hora y me costaría 120 dírhams.

Desde aquí me marcharía directo, y una vez más, a la plaza Jemaa-el-Fna, donde, ahorá sí, la encontraría en su punto álgido, en su máximo apogeo. Círculos de gente se formaban y se disolvían, constantemente, como si fueran bancos de peces, para asistir a la multitud de espectáculos callejeros que se iban creando: danzas alegres y coloridas de grupos de jóvenes ataviados con chilabas; charlatanes  y contadores de historias con las que, por las caras atónitas y sorprendidas de los espectadores, parecían cuentos de las mil y una noches; saltimbanquis llevando a cabo acrobacias que nada tenían que envidiar a las que tienen lugar en los mejores circos; las famosas cobras hipnotizadas por el sonido que desprenden  los instrumentos musicales de sus no deseados dueños; muchachas con velo que decoran  las manos de los improvisados clientes con henna y cuyos hermosos motivos, aseguran, traen buen suerte; combates de boxeo entre jóvenes, vestidos con ropa de calle y unos antiguos y degastados guantes, que se movían como los mejores profesionales; y así, tantos y tantos, pequeños espectáculos, que se hace, ciertamente, complicado poder abandonar este lugar.

Pero es que no contento con todo eso, el show que muestra la zona de casas de comida, que se montan y desmontan todos los días, te permite asistir a una variedad gastronómica sin precedentes. Por supuesto que el tajine, pero también otras muchas especialidades típicas de aquí como las pitas de huevo cocido aderezado con salsas, las brochetas asadas, una sopa llamada harira acompañada por dátiles o, incluso, cabezas de cordero.

No tengo duda, que muchos de los aromas y hechizos africanos se dan en este lugar, el cual me dejaría, totalmente, fascinado.

Es una lástima que en la comida me hubiera quedado tan lleno, porque no tenía demasiada hambre, así que optaría por seguir dando vueltas, de un lado para otro, hasta que sobre las 22.30 marcharía para el riad. Eso sí, lo que no podría evitar fue caer en la tentación, al pasar por una pastelería que tenía bastante buena pinta, de comprarme una caja de dulces marroquíes. Estos están hechos a base de almendras, frutos secos, miel, sémola y flores de azahar y la verdad que me supieron a gloria, acompañados por un zumo de naranja y fresa natural (30 dírhams).

Pasteles marroquíes comprados en los Zocos

Creo que ya no podía pedirle más al día. Tras tantas sensaciones diferentes y feliz de reencontrarme de esta manera con el continente africano, me quedaba profundamente dormido en apenas unos segundos.

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