JAPÓN - DIA 08. Tokyo: Odaiba,Shiodome,Tokyo tower y Roppongi

29 de Agosto de 2015.

Me levantaría a las ocho, para darme un respiro, después de las horas intempestivas de las dos jornadas anteriores. Nuevamente, se presentaba ante mí un día de lo más aciago, pero esta vez mis planes seguían adelante a pesar de la lluvia y el viento, al menos de momento.

Y es que lo primero que quería hacer hoy era realizar un crucero por el río Sumida para llegar por esta medio hasta la isla artificial de Odaiba, actividad más que factible, independientemente de la climatología.

Con todo preparado y sin pensármelo mucho, me pondría el chubasquero y a paso ligero y resguardándome debajo de las repisas de algunos edificios, llegaría, caminando en diez minutos, hasta el puente donde se encuentra la oficina de la empresa Tokyo Cruise en la que se pueden comprar los tickets para el paseo fluvial y desde donde también zarpan los barcos. Este puente no es otro que el que te lleva directo a la Tokyo Skytree y por el que había estado hacía unos días paseando y tomando algunas perspectivas de la famosa torre, la cual hoy era como si no estuviera, al estar completamente tapada por la niebla.

Yo estuve allí a las 09.30 y era de los primeros y en diez minutos ya había una fila considerable, y eso que hacía un día malísimo, así que conviene llegar con tiempo porque los tickets vuelan y eso que no son precisamente baratos. Sólo hay cuatro trayectos al día y yo escogería, como es evidente, el que salía a las 10.00. Decidiría ir en el barco que va directo, sin hacer paradas, y me costaría 1560 yenes. Hay varios tipos de trayectos en los que los precios oscilan de unos a otros unos 500 yenes, dependiendo de las paradas y donde se baje uno.

Crucero por el Río Sumida

Para cumplir con la habitual puntualidad, abrirían las puertas uno minutos antes para que diese tiempo a que todos embarcáramos y el barco saliera en hora. La nave tiene una estructura futurista sacada de la mejor película del espacio y está repleta de ventanales para poder fijarte en todos los detalles que se van presentando de las diferentes zonas de Tokyo por las que navega. Lástima que los inmenso goterones que caían no me dejaran apreciar, con la necesaria claridad, todo ello.

Crucero por el Río Sumida

En unos cincuenta minutos estábamos desembarcando y permanecería en el muelle como otro cuarto de hora más, hasta pasadas las once, cuando parecía que escampaba un poco.

Aprovechando la tregua, lo primero que haría por aquí sería dar un paseo por la arena mojada y solitaria de la Tokyo Beach, una playa artificial desde las que se obtienen unas fantásticas vistas de la soberbia estructura colgante del Rainbow bridge, de la bahía y del skyline de la ciudad.

Playa de Odaiba

Rainbow Bridge desde Playa de Odaiba

Muy cerquita de aquí se encontraba la réplica de la estatua de la libertad a la que no dudé en dirigirme, pues me hacía ilusión compararla con la de Nueva York. Aunque más pequeña, es una copia casi exacta.

Estatua de la Libertad de Odaiba

Fuji TV es uno de los inmensos edificios que se pueden ver desde casi cualquier punto de la isla e incluso en la lejanía y en otro breve paseo llegaría hasta él. Caminaría por su interior y decidiría seguir con mis visitas exteriores ya que en cualquier momento parecía que podía volver a caer el diluvio universal.

Fuji TV.Odaiba

Fuji TV.Odaiba

Mientras bajaba por las escaleras mecánicas de esta descomunal estructura, una música pegadiza me llamaría la atención, lo que haría que no pudiese evitar la tentación de dirigirme hacia la explanada de donde provenía. Aquí me encontraría un grupo de cinco chicas jóvenes cantando y bailando, sobre un escenario, una canción, que tarareaban multitud de jóvenes enfervorecidos, dentro de lo que son los japoneses, es decir, dando palmas y moviéndose con timidez algunos de ellos y el resto parados como estatuas. Me uniría a la masa y estaría allí disfrutando del ambiente otras tres canciones más, hasta que el grupo se despidió y se dio por concluido el espectáculo. Luego me enteraría que era uno de los programas de captación de jóvenes promesas y de donde salen los grupos que en poco tiempo arrasarán entre la adolescencia nipona.

Idol Project en Odaiba

A pesar de que el tiempo era malo, el ambiente era justo lo contrario, estaba todo a rebosar, especialmente de padres que paseaban con sus hijos llevándoles a montar en las diferentes atracciones que había por la zona.

Y es que Odaiba ofrece mil posibilidades, desde la visita a un montón de museos de lo más curiosos hasta varios centros comerciales de lo más pintorescos donde puedes encontrarte infinidad de tiendas donde quemar la tarjeta, sin olvidarnos de la inmensa noria que también puede hacerte pasar un rato de lo más agradable. Yo esta última opción no la probaría pero sí que me dedicaría a pulular de aquí para allá entre todo lo descrito, grandes rascacielos y algún que otro parque.

Noria de Odaiba

De todo lo visto lo que más me impactaría sería, sin duda, el increíble Gundam que está a las puertas del centro comercial Diver City, un descomunal robot de 18 metros de altura basado en la exitosa serie del mismo nombre que lleva más de treinta años en antena.

Gundam de Odaiba

La verdad que es una zona para disfrutar al menos un día e incluso más, pero como siempre sucede en los viajes, muchas veces hay que conformarse con llevarse una idea de los lugares sin poder profundizar, pues el tiempo manda y es limitado.

Me hubiera gustado abandonar Odaiba atravesando a pie el Rainbow Bridge, pero la lluvia volvería a hacer acto de presencia y esto me haría cambiar los planes, dirigiéndome hacia la estación donde se toma el monorail Yurikamome (380 yenes) y que tiene como peculiaridad que funciona automáticamente y sin conductor. Las vistas son increíbles y muy bonitas, también desde aquí, pero aún así me quedé con la espinita de no haberlo podido hacer caminando y relajadamente.

Me bajaría en el área de Shiodome, uno de los barrios financieros más importantes de Tokyo y que a mí, personalmente, tampoco me diría gran cosa. Es una zona de rascacielos, oficinas y hoteles que tampoco aportaban nada nuevo a todo lo que llevaba visto.

Rascacielos de Shiodome

Como eran ya las tres aprovecharía, que en mi ruta me encontraba con un restaurante italiano en un gran cruce, para comer y recuperar fuerzas. Tomaría un menú que me costaría  1260 yenes.

El motivo de llegar hasta esta zona era que había leído que aquí se encontraba uno de los mejores miradores del centro de la capital y desde donde mejores vistas se obtenían. Este se encontraba en el rascacielos Word Trade Center y hacia él que me dirigí nada más salir del restaurante. La entrada para subir a su observatorio me costaría 630 yenes y cuando llegué al piso cuarenta me encontraría  inmensos ventanales desde los que podría observar muy de cerca la Tokyo Tower, los jardines Kyu Shiba Rikyu, la bahía, el área de Odaiba, etc. Sería un mirador que me sorprendería muy gratamente y que recomiendo si se está por la zona.

World Trade Center

Tokyo Tower desde World Trade Center

A escasas dos manzanas de donde me encontraba se situaban otras dos visitas ineludibles en Tokyo, al menos para mí, por lo que hacia ellas que fui. La primera era otro de los templos más importantes de la capital: Zozoji, el cual sería elegido por el clan Tokugawa como su templo ancestral, de hecho seis de los shogunes están enterrados aquí. La mayor parte de los edificios del templo no han sobrevivido a los estragos del tiempo pero su entrada principal de color rojo lacado sí que es original.

Zojoji Temple

No había demasiada gente por la zona así que pude estar entretenido haciendo fotos sin tener que pelearme con las masas. Tras un rato empezaría a escuchar unos solemnes cánticos que provenían del interior del templo, por lo que no dudé en acercarme para ver que sucedía dentro. Lo que pasaba es que era la hora de la oración y los monjes empezaban a desfilar por la gran sala principal y se iban situando ordenadamente en el tatami, mientras no paraban de repetir sus oraciones.

Zojoji Temple y Tokyo Tower

A mitad de la ceremonia abandonaría el recinto, para llegar en tan sólo unos metros a la otra cita que decía que para mí era fundamental, la Torre de Tokyo, todo un icono en la ciudad e inspiración clara de la torre Eiffel parisina, aunque algo más reducida.

Tokyo Tower

Mascota de la Tokyo Tower

Se puede optar por subir sólo un mirador o a los dos que tiene. Al final me conformaría sólo con el primero de ellos pues ya había visitado bastantes miradores y el monedero lo iba notando. Serían 900 yenes para llegar al primer observatorio. Llegar al segundo cuesta casi los 1500 yenes.

Estaba atardeciendo por lo que pude tener las diferentes perspectivas de la ciudad, de día y de noche e ir viendo como un mar de luces iban apareciendo debajo de mis pies, mientras que en alguna zona del mismo mirador todo se engalanaba como si de una sala de fiestas se tratara con luces moradas y rojas que se iban alternando. Algo cursi pero bonito a la vez.

Mirador de la Tokyo Tower

Anocheciendo en Tokyo desde la Tokyo Tower

Anocheciendo en Tokyo desde la Tokyo Tower

En los diferentes pasillos que rodean la torre y desde donde vas viendo Tokyo por sus cuatro puntos cardinales existen infinidad de tiendas y bares donde no pude evitar caer en la tentación tanto de comprar unos cuantos recuerdos para la familia y amigos como de tomarme una coca cola disfrutando del espectáculo que se extendía ante mí.

Antes de subir se había quedado grabado en mi retina un puesto de crepes que tenían una pinta increíble y que por supuesto no iba a renunciar a degustar, lo que haría en cuanto volvía a tocar el suelo. Como esperaba el que probé estaba de muerte y esto me llevó a repetir lo que me supuso cierta dificultad al volver a ponerme en pié.

Tokyo Tower Iluminada

Aunque  el distrito de Roppongi Hills estaba algo lejos, quería bajar el atracón de comida que me acababa de meter para el cuerpo, caminando, y aunque de noche, la seguridad de Tokyo es tal que puedes andar por donde te dé la gana, a la hora que quieras. Vamos, como si quieres dormir en la calle que no te va a pasar nada y lo mismo te encuentras arropado con una manta por una de las cien mil almas caritativas que están por todas partes.

La amabilidad tokiota volvería hacer acto de presencia en mi larga caminata, pues confundiría un edificio de viviendas llamado Mori Tower con la torre del mismo nombre situada en el corazón del complejo de rascacielos de renombre de este área, por lo que al preguntar a una mujer de mediana edad que si era el lugar que estaba buscando, me diría que no y me acompañaría durante quince minutos hasta dejarme encauzado hacia mi destino final.

En lo alto del rascacielos hay otro mirador desde el que también te puedes llevar un buen recuerdo de varias panorámicas de Tokyo, pero no tenía ganas de más vistas, ni de gastarme más dinero por hoy, por lo que me conformaría con situarme debajo de la famosa e inmensa araña que se encuentra debajo de la torre y que me recordó una barbaridad a las que pude ver en Ottawa y Bilbao. Después investigando me enteraría que hay ocho réplicas de la misma escultura llamada Mamán de Louise Bourgeois y que se pueden ver, además de en estos tres lugares, en Kansas City, París, San Petersburgo, Seúl y La Habana.

Mori Tower. Roppongi Hills

Las noches del barrio de Roppongi tienen fama de ser las más animadas de la capital nipona por lo que no quería retirarme sin dar una vuelta por la zona para ver el ambiente que había y comprobar por mi mismo que eso era verdad. No quedaría defraudado pues toda la zona está plagada de bares, discotecas, pubs y clubs donde los porteros de los mismos te asaltan, constantemente, invitándote a entrar y a que consumas en sus locales. En todos los casos daría siempre la negativa por respuesta pues no me daban buena espina la mayoría de ellos y yendo sólo no quería arriesgarme, ya que en esta zona se palpa cierta peligrosidad para lo que es el resto de la capital, sobre todo en las bocacalles que salen de las principales.

Barrio de Roppongi

Fue la zona, de todas las que llevaba vistas hasta el momento, donde más extranjeros vería y también donde la gente iba más arreglada y puesta y es que también tiene fama de ser uno de los lugares de mayor poder adquisitivo de la capital.

A las 21.30 decidiría retirarme sin cenar, pues no tenía nada de hambre tras el atracón que me había pegado en la Tokyo Tower. Así que cogería el metro en la estación Roppongi que la tenía a unos pasos (270 yenes) y al llegar al hostel me acercaría un momento al Seven Eleven para intentar enviar mi maleta a Kyoto, pues me habían dicho que era un servicio de lo más eficiente. A pesar de que me habían rellenado los papeles en japonés en mi alojamiento, no tuve suerte, pues el tío que me tocó en el establecimiento no hablaba ni una sílaba de inglés y no había manera de entender lo que me preguntaba, así que mi gozo en un poco, teniéndome que volver por donde había venido.

El día había sido largo y con la tontería me habían dado las 23.30, hora más que suficiente para retirarme a mis aposentos compartidos.

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