JAPÓN - DIA 06. Tokyo: Tsukiji market, Ginza y Marunouchi

27 de Agosto de 2015.

“El país del sol naciente”. ¿Me lo tengo que creer? Porque más bien, desde que aterricé, esto parece el hermano gemelo del reino de Mordor del señor de los añillos. Aunque es cierto que el único día desagradable y malo fue ayer, el resto de días y a excepción de la cima del monte Fuji, no había visto ni el más mínimo claro en toda mi estancia en Japón, lo que empezaba a resultarme un poco cansino.

Aunque para hoy, en principio, las previsiones iban a ser de un día soleado, amanecía, de nuevo, gris, por lo que una vez aceptado que esto iba a ser el pan de cada día, me puse en marcha repitiendo la misma ruta con la que empecé el día de ayer, es decir, marchándome a la lonja de pescado de Tsukiji, pero madrugando un poco más, y llegando allí a eso de las seis y media de la mañana.


Metro de Tokyo camino hacia Mercado de Tsukiji

Mientras preparaba el viaje dudé en muchas ocasiones si intentaba asistir a una de las dos subasta de pescado que se realizan a las 5.15 y 6.00, permitiendo la asistencia a la misma, únicamente, a 120 personas. ¿Y esto que supone? Pues que si quieres hacerte con uno de los preciados petos de colores que reparten con ese fin, tienes que estar en el centro de visitantes del mercado sobre las 03.00 de la madrugada para no quedarte sin ellos.

Eso suponía un auténtico palizón y casi una nueva noche sin dormir, además de coger un taxi con el consiguiente desembolso económico, ya que a esas horas no hay transporte público, o bien quedarte por la zona entretenido en algún local de ocio, para enlazar, directamente, con el mercado. Ninguna de las dos opciones me convencían por lo que descartaría ambas y optaría por un término medio, eso sí, con un poco de suerte, como cuento a continuación.

El mercado no lo abren al público hasta las nueve, pero esto es algo de lo que me enteraría a posteriori, por lo que yo saldría del metro tan tranquilo y me encaminé hacia la inmensa lonja, considerada como la más grande del mundo, y que proporciona el noventa por ciento del pescado que se consume en Tokyo.

La actividad era frenética, nada que ver con la desolación absoluta de ayer donde no había ni un alma. Lo primero que me llamaría la atención, en mi camino hacia los pasillos interiores del mercado, serían las carretillas motorizadas que van de un lado a otro sin parar y sin chocar entre sí y eso que se cuentan por cientos. Hay que andarse con mil ojos porque como te descuides te llevan por delante.


Mercado de Tsukiji

Tras zafarme de estos primeros peligros conseguía ponerme a salvo entre los primeros puestos de pescado que me encontraba. Y tras avanzar un poco más y perderme en los estrechos pasillos interiores, empezaría a vivir en otra dimensión completamente diferente a todo lo que había visto hasta ahora.

Los empleados cortaban en inmensos trozos los maguros o atunes gigantes; los dueños de cada puesto clasificaba y ordenaba un sinfín de pescados desconocidos para, seguramente, la mayoría de occidentales; se trabajaba a destajo, aprovechando cada segundo y sin perder ni un instante.


Mercado de Tsukiji

Mercado de Tsukiji

Continué mí recorrido por nuevos corredores, asombrándome a cada paso de las cosas que se consideran comestibles al otro lado del planeta, mientras la locura y el desenfreno continuaban a mí alrededor.


Mercado de Tsukiji

Mercado de Tsukiji

Mercado de Tsukiji

Al estar ensimismado observando todo lo que me rodeaba, dos pequeños detalles se me habían pasado por alto, y fijándome un poco, es cierto que brillaban con fuerza. Por un lado era el único extranjero presenciando todo lo que acabo de contar y por otro, es cierto, que muchos encargados me miraban con cierta sorpresa y cara expectante, preguntándose qué leche hacía yo por allí.

Habían transcurrido cuarenta minutos desde que vagaba, sin rumbo fijo, por el corazón de Tsukiji, cuando, de repente, y cuando ya me encontraba por los límites del otro lado de la lonja, un guardia con chaleco reflectante empieza a tocar un silbato y se dirige hacia mí, con una actitud entre indignación y sorpresa. Me saca un pequeño plástico, me lo da para que lo lea y me dice en un inglés, tan pobre como el mío, que el mercado sólo está abierto para los turistas a partir de las nueve. Este sería el momento en donde entendería el porqué de todo lo anterior. Lo bueno de Japón es que todo el mundo confía en que diciéndote las cosas una vez tú vas a hacer caso, pero ya se sabe que los occidentales, a veces, somos un poco más persistentes de lo normal, cuando algo nos entusiasma, y yo me resistía a irme tan temprano de allí con lo que estaba disfrutando. Así que tras decirle al buen hombre que no se preocupara, que ya me iba, volvía a perderme por los pasillos para seguir admirando incrédulo todo lo que me rodeaba y como los comerciantes seguían preparando sus puestos para tenerlo todo listo para la apertura al público general. Aunque no había podido asistir a la subasta, me sentía un privilegiado de poder estar viviendo los preparativos, inmediatamente posteriores a la misma, por lo que no podía pedir más.


Mercado de Tsukiji

Volverían a transcurrir otros cuarenta minutos, cuando sería, de nuevo, pillado in fraganti, por otro guardia de seguridad. Por supuesto, que me haría el loco, diciéndole que no sabía nada, a lo que me dijo que no me preocupara. Pero esta vez, este estuvo más espabilado que el anterior, y me acompañaría hasta el exterior, comunicándome amablemente, que no se abría hasta las nueve.

Me daba por satisfecho con todo lo que había podido presenciar, así que me dediqué a darme una vuelta por los alrededores, fijándome en un montón de puestecillos que ofrecían un desayuno al más puro estilo local, con un sashimi variado de pescado, arroz, sopa de miso y té verde para beber.

Sé que estaba en Japón, sé que era un desayuno único y diferente, pero mi cuerpo me decía que no me lo creía ni yo que fuera a degustar eso a las ocho de la mañana, así que al final ganaría él y acabaría tomándome unos dulces de un Seven Eleven con unos zumos.

Mi idea a partir de este momento era pasear, pasear y pasear y no tener que volver a coger el metro hasta la noche, por lo que encaminaría mis pasos hacia el distrito de Ginza que no estaba a más de diez minutos andando.

Este barrio es un centro de compras y gastronomía de clase mundial. Aquí se encuentran las tiendas con las marcas más famosas, los almacenes de alta categoría y restaurantes de alto caché donde se puede probar el mejor sushi u otras variedades de cocina tradicional japonesa.

Era temprano y no había casi nada abierto pero aun así me dispuse a realizar una ruta por los exteriores de los edificios y puntos de mayor interés en la zona, comenzando por dos teatros: el Shinbashi Enbujo, cuyo exterior es austero y pobre, y el Kabukiza, de gran fama porque es uno de los más importantes de los que hay en Japón para representar obras de Kabuki, es decir un teatro tradicional basado en el drama que combina música, danza y canto y donde los actores llevan un elaborado maquillaje.


Teatro Kabukiza

Desde aquí muy pronto llegaría a las manzanas de más fama y también las más caras y donde la adquisición de cualquier capricho está reservado a los bolsillos más pudientes, por algo se conoce a esta zona como la quinta avenida de Tokyo. Me fui encontrando con los escaparates de todas las grandes marcas: Dior, Cartier, Armani, Apple y muchas más.


Ginza

Y entre tanto lujo muy pronto daría con el emblemático cruce Ginza 4 Chome, donde destacan los grandes almacenes Wako con su torre del reloj, todo un símbolo popular en Ginza, y el edificio San´ai construido en cristal y reluciente por la noche, lo que ya tendría oportunidad de apreciar al final del día.


Ginza

Almacenes Wako.Ginza

Me hallaba en el corazón del distrito de la moda y el consumismo y me entretuve cruzando de un lado para otro un buen rato, pues aunque shibuya es el cruce de más fama, este tampoco le va a la zaga en cuanto a tránsito de personas se refiere y estaba entusiasmado de encontrarme donde me encontraba.

Y sólo una manzana más sería suficiente para darme de bruces con el edificio de Sony con seis plantas dedicadas a la última tecnología de esta marca en cualquier campo, ya sean móviles, ordenadores o televisores.


Edificio Sony.Ginza

Una parte del barrio de Marunouchi, muy cerca de Ginza,  también es sinónimo de elegancia y lujo y no quería perder la oportunidad de pasear un rato por esta zona (calle Marunouchi – Naka) para seguir sorprendiéndome con los artículos de los escaparates de tiendas como Louis Vuitton y demás marcas internacionales. En este paseo también pasaría por la puerta del Tokyo International Forum, un complejo cultural donde constantemente se ofrecen exhibiciones, conciertos y otros interesantes eventos.

Continué mis pasos hasta la estación de Tokyo, con su fachada de ladrillo rojo e imitación de la de Ámsterdam y  su arquitectura occidental, donde haría una pequeña parada para descansar e hidratarme en una de las muchísimas máquinas que te encuentras casi a cada paso.


Estación de Tokyo

Con las pilas cargadas me desplazaría, otra vez caminando, hasta los jardines del palacio imperial, ya que en el recinto del palacio continúan viviendo el emperador y su familia y sólo se abre al público en Año Nuevo y el día del cumpleaños del emperador.


Foso del Palacio Imperial

Por primera vez salía el sol, lo que me iba a permitir poder disfrutar al máximo del paseo por el inmenso recinto de los jardines. La entrada es gratuita, pero te dan una ficha en la garita de entrada que debes conservar hasta que la devuelves a la salida. Un método de lo más eficaz para controlar que no se queda nadie en el interior. Acordarse de que cierran los lunes y los viernes.


Puerta Otemon.Palacio Imperial

El acceso lo realizaría por la puerta Otemon y pronto encontraría el museo de las colecciones imperiales, donde destacan multitud de grabados y te cuentan la historia del palacio. Echaría un vistazo rápido y seguiría disfrutando del paseo que era lo que me interesaba.

Tras atravesar varias garitas pertenecientes a los samuráis que defendían el recinto en la antigüedad y una parte de las murallas interiores, llegaría a la inmensa pradera verde, desde la que se tienen buenas perspectivas del sky line de Tokyo. Rodeando esta pude ir observando pequeños jardines de rosas y otras plantas, además de un pequeño bosque de bambú, que eran los primeros que veía. En el otro extremo del gran espacio me esperaba los restos de una antigua torre pertenecientes al antiguo castillo y a la que se puede subir mediante una rampa, para obtener unas vistas magníficas de los rascacielos del centro de Tokyo.


Jardines Palacio Imperial

Jardines Palacio Imperial

Pero el lugar que más me gustaría de esta visita, serían sin duda los jardines Ninomaru, con un bonito lago en el centro y hasta una pequeña cascada en una de sus esquinas. Sería aquí donde me sentaría a relajarme un momento, ante el magnífico entorno que me rodeaba. Esta es otra de las cosas que te enganchan en el país nipón, que en cualquier jardín podrías quedarte extasiado el día entero, por lo que hay que tener cuidado con ello y controlar un poco los tiempos.

Jardines Palacio Imperial

Jardines Palacio Imperial

La salida la realizaría por la puerta Hirakawamon, para desde esta llegar, en unos quince minutos, a otro parque llamado Kitanomaru, el complemento perfecto a los jardines del palacio. Un lugar tranquilo y perfecto para evadirte de la locura tokiota y donde había muchas familias paseando y tirada en el césped, disfrutando del ahora medio soleado día. Pero el motivo principal de entrar en este recinto es que aquí se encuentra el estadio Nippon Budokan, en el que tienen lugar las competiciones de artes marciales y al haber practicado el Karate de pequeño, me hacía ilusión verlo, aunque fuese por el exterior.

Puerta Hirakawa- mon.Palacio Imperial

Parque Kitanomaru

Estadio Nippon Budokan

El cansancio empezaba a pesar, pero todavía quería aprovechar para ver un lugar más, antes de comer. Hablo del templo Yasukuni-jinja. En este santuario se rinde culto a los caídos en las guerras en las que Japón ha participado. En él se encuentran consagrados casi dos millones y medio de muertos, entre los que hay chinos, coreanos y taiwaneses.


Santuario Yasukuni

Santuario Yasukuni

Pero lo que en principio se podría ver como un bonito memorial para aquellos japoneses fallecidos sirviendo a su país en los diferentes conflictos bélicos, supone en realidad un lugar que está siempre envuelto en controversias internas del país y es foco de continuos problemas diplomáticos entre Japón y sus vecinos.

Las causas fundamentales son dos. Por un lado, la inclusión de catorce criminales de guerra entre los espíritus consagrados y por otro, a pesar de ello, la visita al mismo de varios primeros ministros incluido, el actual, Abe.

Esto origina constantes fuentes de tensión anual con China y Corea del Sur, sobre todo, ya que lo consideran una provocación.

Pero, además, a nivel interno, muchos piensan que se vulnera el artículo veinte de la Constitución, donde se establece una clara separación entre Estado y religión, yendo en contra del mismo las visitas oficiales realizadas por los mandatarios.

Es cierto que no es uno de los templos que más llamen la atención estéticamente, pero, sin embargo, la visita resulta apasionante por el carácter histórico y político que siempre le ha acompañado.


Santuario Yasukuni

Ahora sí que era el momento de llenar la tripa, pues estaba casi desfallecido. Y mira por dónde, que tendría suerte, pues saliendo del santuario y cruzando la calle encontraría un agradable restaurante donde me comería un plato de Soba. Otra de las cosas con las que más disfrutaría en el país del sol naciente, sería sin duda comiendo este plato, pues aquí no se considera de mala educación sorber los largos fideos, por lo que me desquitaría de tantos años en España, manteniendo la compostura.


Comiendo Soba

Tan sólo tardaría veinte minutos en almorzar, saliendo a las 15.30 del local y dirigiéndome, como no, paseando, durante casi media hora, hasta el símbolo del poder y la democracia japonesa: La Dieta.

Mi idea era tan sólo realizar unas cuantas fotografías exteriores del edificio y seguir mi camino, pero cuando fui a preguntar a los guardias que si podía acercarme hasta la verja para hacer las tomas, uno de estos me diría con cuatro palabras en inglés que si me daba prisa conseguiría llegar a la visita interior del edificio y sus jardines que tenía lugar a las 16.00. Pero que además avisaría por radio para que me esperaran. Una muestra más de cómo son estos japoneses. No tengo palabras.


Dieta Nacional

Así que ejercité un poco las piernas y en cinco minutos estaba en el control de acceso, dispuesto a visitar la institución política más importante del país nipón.

Antes de entrar me advertirían que la visita a esta hora era en japonés pero que me darían un libreto en inglés para que pudiera enterarme de algo, me harían rellenar un documento con mis datos personales y sin más preámbulos pasaría el detector de metales.

Hecho lo anterior nos conducirían a una gran sala con una maqueta del parlamento y los retratos de los presidentes de las cámaras y tras esperar cinco minutos, aparecería el guía que nos conduciría por las instalaciones y un guardia de seguridad que explicaría en japonés todo lo que no puedes hacer. A los tres extranjeros que estábamos allí nos enseñaría un folio en inglés con lo que estaba prohibido, como por ejemplo el tirar una sola fotografía.


Sala de Recepción de visitantes. Dieta Nacional

Sala de Recepción de visitantes. Maqueta Dieta Nacional

Y ahora sí que empezaría la visita a La Dieta Nacional. En el grupo en el que estaba había un japonés que chapurreaba algo el inglés y que altruistamente, como todo el mundo aquí, se pegaría a mí para tratar que entendiera algo más de lo que ponía en el libreto que me habían dado. Qué amabilidad y que paciencia, porque el hombre encima me hablaba súper despacito para que pudiera pillarle lo que me decía en inglés.

Gracias a él y a la documentación impresa podría enterarme de que la nueva Constitución de Japón fue promulgada el 3 de Noviembre de 1946 y entraría en vigor el 3 de Mayo de 1947. El día 20 de ese mismo mes y año se produciría la primera sesión en La Dieta basada en esta recién estrenada Constitución.

El sistema de gobierno nipón es el de Monarquía Parlamentaria, donde el Jefe del Estado es el emperador y después está el Primer Ministro.

La Dieta es el órgano supremo del poder del Estado y el único que puede promulgar leyes. Está compuesta por dos cámaras: la de representantes (Cámara Baja) situada en el ala izquierda y la de consejeros (Cámara Alta) sita en el derecho, las cuales deliberan y deciden de forma individual sus decisiones, pero sólo cuando ambas se ponen de acuerdo la decisión sobre el asunto en cuestión es firme.

Además se encarga, entre otras muchas cosas, de decidir el presupuesto nacional, la aprobación de tratados con otras naciones, designar al Primer Ministro, iniciar las enmiendas a la Constitución, comenzar investigaciones en relación con el Gobierno y sus miembros, etc.

Entre las muchas estancias que tendríamos oportunidad de visitar los componentes de mi grupo y yo estarían: el Central Hall, situado, directamente, debajo de la torre central y situado en el corazón de La Dieta, con pinturas murales en las esquinas del techo representando las cuatro estaciones; la cámara de los consejeros, que está vetado al público en general, y sólo puede contemplarse desde la Galería Pública, un corredor elevado que hace de mirador en las sesiones y fuera de ellas; la habitación del emperador, donde este recibe, antes de la ceremonia de apertura del Parlamento a los máximos órganos de representación de la cámara; así como multitud de salas donde se reúnen comisiones  y se dan reuniones de  importante índole que afectan al país, etc.

Sería una hora apasionante de visita, la cual terminaría con un breve paseo por los jardines exteriores, dándonos la posibilidad de, ahora sí, plasmar en varias fotografías la fachada principal.


Dieta Nacional

No quedaba más por hacer aquí, por lo que abandoné el recinto por la puerta delantera, tal y como hicieron los demás y me dirigí, para cambiar de aires, hacia un nuevo santuario sintoista llamado Hie Jinja. Con las últimas indicaciones, dadas por unos guardias, conseguiría llegar hasta el mismo, encontrando un gran torii de piedra para darme la bienvenida, el cual no merecía demasiado la pena. A continuación una escalinata de piedra me llevaría hasta el templo fundado en 1478, encontrándome a ambos lados del mismo unas simpáticas esculturas ataviadas con capas rojas de tela. Tras un rato fotografiándolas y observando cómo rezaban varias personas, el cielo que llevaba ya cubierto desde hacía un rato, empezaría a descargar, lo que me llevaría a volver por donde había venido y no curiosear por el resto del recinto del templo, perdiéndome así, en uno de sus laterales, lo más famoso de él y que en ese momento no sabía que existía: un camino de toriis rojos que recuerda al santuario Fushimi Inari de Kyoto.


Santuario Hie Jinja

Santuario Hie Jinja

Como he dicho, no sabía de su existencia y por tanto me fui tan tranquilo de allí. Poco tiempo después y al enterarme de la existencia de estos, casi que me doy de bofetadas por habérmelo perdido, pero está claro que no se puede ver todo siempre.

Me cobijé un rato en una tienda mientras me tomaba un refresco. Tiempo justo para que pasara la tromba de agua y llegar después en otro largo paseo hasta el parque Hibiya-koen.

Estaba anocheciendo y se había quedado muy buena tarde, por lo que aprovecharía para sentarme en un banco, rodeado de los farolillos iluminados del parque, mientras la noche se echaba encima.


Parque Hibiya

Parque Hibiya

No estaba muy lejos del barrio de Ginza, casi por donde empezaba el largo día, por lo que regresaría hasta este distrito para verlo en ebullición, con las calles a rebosar de gente, sus comercios funcionando a pleno rendimiento y las luces de neón destacando en las fachadas de los edificios de las principales marcas.


Barrio de Ginza por la Noche

Barrio de Ginza por la Noche

Barrio de Ginza por la Noche

Un contraste muy diferente al de esta mañana, donde todo estaba desierto y sin vida. Tras entrar en algunos edificios como el de Sony, Apple y alguno más, cogería el metro, después de caminar todo el día, para llegar hasta Asakusa, pues quería ver el templo Sensoji y Kaminarimon iluminados. Ya se sabe que me gusta ver ciertos monumentos de las dos maneras, pues a veces parecen dos lugares completamente diferentes.


Kaminarimon Iluminada

Senso-ji Iluminado

Gojuno-to Iluminada

Me recrearía un rato por la zona, sin apenas un alma y me iría hacia el hostel, comprándome la cena en el Seven Eleven (450 yenes), antes de llegar.

Habían sido tres intensos días en Tokyo, por lo que mañana sería un buen momento para cambiar de aires.

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