JAPÓN - DIA 18. Del Santuario Fushimi Inari al Palacio Imperial de Kyoto

8 de Septiembre de 2015.

Seguro que todo amante del séptimo arte habrá visto, al menos una vez, la película “Memorias de una Geisha”, donde se cuenta el duro camino que una niña, vendida por su padre, ha de seguir hasta que se convierte en Geisha. Aparte de que la historia es ya de por sí conmovedora, si a ello le sumas la increíble banda sonora y la fotografía, pues casi podemos decir que es una obra perfecta. Pero, tratando de no irme por las ramas, el motivo por el que comenzaba el capítulo refiriéndome a esta película, no era otro que por una escena de la misma donde se puede ver a una niña corriendo por un pasillo de toriis de color rojo, escenario que corresponde al espectacular santuario Fushimi Inari, por donde hoy quería comenzar la jornada.

Pero más allá de aparecer como localización en el cine, hay que tener en cuenta que este es uno de los lugares sintoístas más venerados y famosos de Japón. Fue fundado en el 711 y está dedicado a cinco deidades shinto, entre las que destaca Inari, deidad del arroz y del sake.

Al igual que ayer tomaría el tren local de las 7.32 con dirección a Nara, para en tan sólo dos paradas apearme en la estación Inari, que te deja en la misma explanada que da acceso al Santuario. Por cierto que está incluido en el Japan Rail Pass.

Aprovechando que tenía un supermercado nada más salir al exterior de la estación, desayunaría el tradicional brick de leche y unos dulces (500 yenes), antes de empezar con la visita. Esta comenzaría atravesando el inmenso torii de color bermellón que te da la bienvenida.

Santuario Sintoista Fushimi Inari

Eran las 08.00 y no había ni un alma, todo estaba desierto y yo era la primera persona que accedía al lugar y en un país como Japón en que siempre tienes que estar peleándote con las masas, esto resulta cuanto menos extraño. Hasta te impone estar en un lugar tan renombrado e importante tú sólo, pero también es cierto que se disfrutan el triple momentos como este, es una mezcla extraña de sensaciones.

En unos pasos llegaba hasta la inmensa puerta Romon, protegida por dos fieros guerreros y dos zorros ataviados con baberos rojos. Estos últimos son los mensajeros del Dios Inari, la deidad de la agricultura, y se les suele representar custodiando en su boca o un pergamino o una llave, la cual abre y cierra las puertas del granero donde se guarda el arroz. En este complejo, especialmente, se pueden ver muchas de estas estatuas distribuidas por casi por cualquier rincón.

Zorro Inari en Santuario Sintoista Fushimi Inari

El siguiente espacio al que accedería sería el del santuario principal o Honden, donde la gente lleva a cabo sus ofrendas y realiza sus oraciones. Como en cualquier santuario hay una pileta de agua donde poder purificarse antes de entrar a la zona sagrada.

Santuario Sintoista Fushimi Inari

Tras pulular un poco más por algún que otro santuario menor, del que se puede prescindir sin problema, por fin llegaría a la parte trasera del templo principal, donde se esconde el inicio del afamado pasadizo compuesto por miles de puertas rojas que serpentean por el monte Inari hasta la mismísima cima. Era un momento muy especial para mí pues esta era otra de las experiencias que más llevaba esperando en el país, así que estaría un largo rato delante del primer e inmenso torii que abre la sucesiva hilera de estos, creando un misterioso pasillo cuyo final no sabes bien donde podría conducirte. Es aquí donde el lugar te invita a crear tus propias historias fantásticas, a pensar que en cualquier momento podría aparecer algún ser mitológico, o algún duende o hada que pudiera transportarte a otra dimensión paralela o incluso pudiera parecer que el túnel de puertas pudiera ser una máquina del tiempo que te va a permitir conocer los secretos del país nipón en siglos pasados. En definitiva este lugar evoca historias fantasiosas y sueños, más que ningún otro en el que había estado y la emoción era por ello más grande que en otros muchos lugares que ya había conocido.

Inicio de la senda de Toriis.Santuario Sintoista Fushimi Inari

Comencé a dar mis primeros pasos, sólo, sin que todavía supiera lo que era ver un ser humano en el entorno. Esto hacía todo más místico y especial si cabe. Sólo me acompañaba el sonido esporádico del canto de algún pájaro y el ruido que hacía alguna que otra chicharra que cada vez brillaban más por su ausencia, pues no hacía ni bochorno ni casi calor. La temperatura era agradable, más propia de la primavera española que del agobiante calor japonés por el que me decían se caracterizaba esta época del año.

Senda de Toriis.Santuario Sintoista Fushimi Inari

Seguí avanzando fijándome en los detalles y marcas por los que están marcados los cientos de toriis que iba atravesando. Estas hacen referencia al nombre de la persona que ha llevado a cabo la donación de la puerta Torii respectiva y de la fecha en que la hizo. No olvidemos que estas eran ofrendas que hacían los comerciantes al Dios Inari para que este les protegiera en la buena marcha de sus negocios.

Tras avanzar varios tramos donde apenas se podían ver las nubes que cubrían el cielo, pues la distancia entre las puertas es tan escasa que no te permiten ver casi nada de lo que hay al otro lado de ellas, llegaba hasta un primer llano donde la imagen volvía a ser irrepetible, pues si bello es observar un camino de toriis, ante mis ojos se mostraban dos de ellos, casi paralelos y simétricos el uno del otro. Elegí al azar cual seguir y continué subiendo, sobrecogido por la atmósfera misteriosa e inigualable que seguía acompañándome.

Senda de Toriis. Santuario Sintoista Fushimi Inari

Mi objetivo era claro, llegar hasta la cima del camino que estaba siguiendo, el cual cada vez era más empinado y la separación entre los toriis algo más amplia, permitiendo esta que se pudiera apreciar mejor la perfecta armonía existente entre las construcciones del camino por el que transitaba y el bosque y la naturaleza en el que se encuentra emplazado el mismo.

Aunque como he dicho no hacía calor, el esfuerzo de la subida sí que invitaba a beber agua constantemente, la cual ya traía, pues aunque en diferentes llanos de la subida hay multitud de tiendas que ofrecen avituallamiento, al ser tan temprano todas ellas estaban cerradas, por lo que si no llego a ser previsor, me hubiera quedado seco.

Y así paso a paso llegaba hasta nuevas explanadas compuestas algunas por miradores, otra por un pequeño lago de agua verdosa y la gran parte de ellas por pequeños templos y altares donde había algunas ofrendas de los devotos. También casi a cada metro cuadrado pude encontrarme con miles de pequeños toriis, seguramente de aquellas personas más humildes y que no pueden permitirse el ofrecimiento de las colosales puertas que había ido atravesando. Y tampoco podían faltar cientos de estatuillas del zorro Inari, protegiendo cada rincón allá por donde pisaba.

Senda de Toriis. Santuario Sintoista Fushimi Inari

Senda de Toriis. Santuario Sintoista Fushimi Inari

Lago camino a la Cima.Santuario Sintoista Fushimi Inari

Pero parecía que aquello no terminaba nunca, porque el sendero seguía subiendo y yo lejos de rendirme, continué por él y así y tras algún que otro santuario más, llegaba hasta la que parecía que era la cima, encontrándome una roca sostenida sobre un conjunto de piedras y rodeada toda ella de nuevos cientos de toriis, sin que apenas quedara espacio para uno más. Se amontonaban unos sobre otros, sin orden ni colocación de ningún tipo, pero el lugar era hermoso y trasmitía una paz y serenidad complicadas de explicar con palabras.

Santuario Sintoista Fushimi Inari

Santuario Sintoista Fushimi Inari

Santuario Sintoista Fushimi Inari

El descenso lo haría por el camino del lado contrario de donde provenía y aquí empezaría a ser consciente de cómo se pone de gente este lugar si uno no madruga. Estaba sorprendido de los grupos de gente con los que me iba cruzando en el camino. Eran cantidades ingentes de personas, lo que por supuesto, le quitaba todo el encanto y serenidad al lugar que yo había conocido hacía unas horas. Es que incluso casi que hubiera sido complicado tirar alguna foto decente a partir de la mitad del camino hasta la entrada principal. Y es que ya se sabe que a quien madruga…

Aún así todavía podría encontrarme con algún que otro rincón más lleno de encanto como una fuente con la forma del zorro Inari y una pequeña cascada apartada en un lugar casi escondido y que descubriría de pura casualidad.

Santuario Sintoista Fushimi Inari

Santuario Sintoista Fushimi Inari

Llegaba, de nuevo, a la estación a las 10.30. Habían sido dos horas y media entre la subida, la bajada, las fotos y el disfrutar de este increíble lugar que no sólo no me había defraudado sino que había superado con creces cualquier expectativa que traía, por lo que me iba encantado de aquí.

Volvería a coger el tren local en el que había venido, pero esta vez en sentido contrario y me bajaría en la siguiente estación a Inari y justo la anterior a Kyoto. El motivo era que quería conocer otro de los templos declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y este no era otro que Tofukuji, nombre que deriva de la mezcla de las denominaciones de los dos santuarios más importantes de Nara: Todaiji y Kofukuji. Al igual que ellos el complejo se vincula a la poderosa familia Fujiwara.

Mi principal interés aquí era poder observar sus jardines zen, pues había leído que están considerados como unos de los más bellos de Kyoto. Existen dos zonas diferenciadas para poder verlos en su totalidad, pero me conformaría con los que dicen son los más completos, pues los dos ya era excesivo. Los elegidos serían los que se encuentran en el Hojo o vivienda principal del sacerdote (500 yenes). La imagen que te encuentras no decepciona ni muchísimo menos, al contrario, te hace estremecerte ante una belleza sublime y serena. La combinación entre las rocas, los guijarros, la arena y el musgo y la distribución de todos ellos hacen que se convierta en, posiblemente, el jardín zen más hermoso de los que hasta ahora había contemplado, superando incluso al del templo Ryoanji. No dudaría en imitar a las personas que se encontraban allí sentadas con las miradas perdidas en el infinito o en los elementos o en ambos, quien sabe, pero la media hora que estuve disfrutando de este momento sería reponedora del cansancio que empezaba a asentarse en mí.

Templo Tofukuji

Jardines Templo Tofukuji

Jardines Templo Tofukuji

Sería en este momento, cuando la lluvia haría acto de presencia, por lo que el nuevo elemento sería bien recibido hasta que tendría que dirigirme, de nuevo, a la estación, en cuyo trayecto, de tan sólo cinco minutos, acabaría calado y como una sopa.

Afortunadamente la espera del tren y el rápido viaje hasta Kyoto, pues era la siguiente estación, serían suficientes para volver a encontrarme seco y así poder montar tranquilamente en el autobús número 100 de las dársenas exteriores de la estación, para dirigirme en él hasta la misma puerta del templo Sanjusangendo, mi siguiente parada. (400 yenes).

El exterior del edificio principal del complejo, no dice absolutamente nada, pues es parco en decoración y lo único que destaca es su alargada forma rectangular. Nada puede hacerte sospechar, salvo que te hayas documentado, que en el interior te vas a encontrar con la increíble sorpresa que guarda celosamente. Nada más y nada menos que 1001 imágenes casi idénticas de la Diosa de la Misericordia, Kannon, distribuidas en varias hileras y reluciendo en la oscuridad.

Templo Sanjūsangen-dō

Si el edificio del Gran Buda de Nara, ya contaba, que está considerado el más grande del mundo en sus características, en esta ocasión la estructura de madera que salvaguarda todas estas esculturas está considerada como la más larga del mundo.

Su nombre proviene de los 33 (sanjusan) espacios existentes entre los pilares del edificio. También destaca la increíble imagen principal de una Kannon con 1000 brazos realizada en 1254.

Es de imaginar la cara de pena que a uno se le queda cuando según vas recorriendo la larga galería, admirando todo lo descrito anteriormente, ves también constantes carteles haciendo referencia a la prohibición absoluta de tirar ninguna fotografía y encima con la amenaza de que tú cámara será revisada al final del recorrido. Lo nunca visto hasta el momento. La medida es desde luego disuasoria y al final nadie te revisa nada, pero es cierto que ante el miedo de que pudiera ser así, me contuve y no pude hacer alguna trampilla como en otros templos que tampoco estaba permitido y sí que me llevé algún pequeño recuerdo en imágenes subrepticias.

A la salida eran ya las 13.00 y tenía que volver a la estación de Kyoto, pues desde donde me encontraba no había ningún bus que me pillara bien para dirigirme al Palacio Imperial, mi siguiente destino. Esto fue una auténtica faena dado que haría que temiera no llegar a la hora que tenía reservada la visita, las 14.00. Además y supuestamente tienes que estar como veinte minutos antes de la hora, lo que haría si cabe que fuese más nervioso.

El caso es que tomaría un nuevo autobús en la estación central, iría jurando en hebreo todo el trayecto mientras me culpaba a mí mismo de lo huevón que era por no ser un poco más previsor, me bajaba en los aledaños del Palacio a las 13.45, me pegaría una carrera de las de fulminar el reloj y a las 13.54 llegaba al control de visitantes del Palacio Imperial.

Afortunadamente en esta ocasión lo estricto en la puntualidad lo dejarían a un lado y pude pasar sin problema, una vez que comprobaron que la reserva que haría en su día por internet era correcta. Esta la haría en la página: http://sankan.kunaicho.go.jp/english/index.html y tienes que pinchar en “Application for visit” y luego ya seguir los pasos. Es muy sencillo y rápido.

Todas las visitas son estrictamente guiadas y sólo se pueden hacer en japonés y en inglés. Así que elegiría la segunda opción que era la menos mala de las dos. Esta elección también se hace cuando se lleva a cabo la reserva. Antes de comenzar la visita te hacen esperar en una enorme sala de espera con máquinas de refrescos y unas televisiones donde se van mostrando imágenes de todo el recinto.

Palacio Imperial

A las 14.00 en punto se abriría una puerta y una chica de edad media, nos invitaría a seguirla al exterior, donde nos advertiría que nunca deberíamos quedarnos atrás y permanecer siempre en grupo. Las fotos sí que estaban permitidas en casi todas las instalaciones, pero siempre que no nos fuéramos nosotros a nuestro aire a realizarlas. Así que como se ve el control es férreo tanto por la guía como la persona de seguridad que siempre va cerrando el grupo y que con cara de pocos amigos no te permite quedarte atrás por si se te pasa por la cabeza.

Después de todo lo anterior comenzaría la visita, la cual podría seguir más o menos bien, gracias a la información que ya llevaba traducida de internet.

Tras situarnos en el contexto social y político de la época, destacando que sería aquí donde vivirían los emperadores de Japón desde 1331 hasta la restauración Meiji, empezaríamos visitando la puerta Okurumayose, la cual era utilizada para las visitas oficiales de cortesanos a los que se les había concedido el permiso para entrar en el recinto del Palacio.

Puerta Okurumayose.Palacio Imperial

Después continuaríamos con una sucesión de salas, patios, estancias, habitaciones y jardines cuyas más importantes serían las siguientes:

Shodaibunoma: Edificio que sería utilizado como sala de espera de los cortesanos. Son tres habitaciones dispuestas desde el rango más alto al más bajo, de este a oeste.

Shodaibunoma.Palacio Imperial

Shishinden: Fue reconstruido en 1855 y es el edificio más importante en los jardines del palacio. Se utilizó y se sigue utilizando para la coronación de los emperadores e importantes ceremonias del Estado. Todo en él es exclusivamente de madera.

Shishinden. Palacio Imperial

Takamikura y Michodai: Se trata de los tronos imperiales para el Emperador y la Emperatriz, respectivamente, y son utilizados con motivo de la ceremonia de coronación. Estas estructuras se encuentran en el centro del Shishinden y serían llevadas a Tokyo para la coronación del Emperador Akihito.

Seiryoden: Durante mucho tiempo este compartimento sería utilizado como residencia del Emperador. Es un edificio práctico y pensado para la vida cotidiana. También es muy reconocido en la literatura japonesa, por la cantidad de obras que hacen referencia a él.

Kogosho: Esta estructura fue utilizada en ceremonias tales como la puesta de largo de la ceremonia de edad y en ocasiones importantes como cuando el Emperador recibió al Shogun.

Kemarinoniwa: Este espacio era dedicado para jugar a Kemari, un juego llevado a cabo por los cortesanos del palacio. Consistía en un partido, en el que con una pelota realizada con piel de venado, había que conseguir pasar el balón de uno a otro, sin que este cayera al suelo. Hoy en día todavía se juega en alguna ocasión.

Kemarinoniwa. Palacio Imperial

Jardín Oikeniwa: Es un jardín de paseo, cuya característica principal es su gran estanque con una línea de playa artificial. También destaca el puente Keyakibashi en forma de arco.

Jardín Oikeniwa. Palacio Imperial

Otsunegoten: Es la estructura más grande de los jardines del palacio, cuenta con quince habitaciones y está construido en estilo shoin. Aunque ya hemos dicho que el Seiryoden se utilizaba para la vida diaria del Emperador, cuando se restauró el Palacio Imperial a finales del S.XVI, este sería el nuevo lugar para vivir de la familia imperial hasta que la capital fue trasladada a Tokyo en 1869.

Otsunegoten. Palacio Imperial

A las 15.00 poníamos fin al recorrido por todas las estancias que acabo de mencionar, siempre visitadas desde cierta distancia y nunca pudiendo acceder a sus interiores, ni siquiera se permite el paseo por los jardines, lo cual es una pena, porque todo el conjunto es realmente espectacular. Por lo menos la visita es gratuita.

Sería en este momento cuando el cielo gris y oscuro que nos venía acompañando en toda la visita guiada, se dejó de contemplaciones y comenzó a descargar lo que no estaba escrito. Afortunadamente nos dejarían permanecer en la sala de espera hasta que escampó un poco, momento que aprovecharía para salir a paso ligero hacia algún restaurante que pudiera encontrarme por los alrededores. Tras quince minutos andando y salir de la espesura de los jardines que rodean al Palacio Imperial encontraría un pequeño restaurante donde me metería a probar  el gyudon, es decir, carne de ternera picada mezclada con arroz, queso y cebolla. (600 yenes). Estaba buenísimo y estuve relamiéndome aquí una hora, mientras fuera seguía lloviendo.

Comiendo Gyudon

Parecía que el tiempo ya no iba a dar ningún tipo de tregua en toda la tarde, por lo que tenía claro que me pasaría esta curioseando en el mercado Nishiki, donde compraría algunos recuerdos para la familia, pues hay alguna que otra tienda original para comprar algún detalle, y por otro lado descansaba de templos y palacios que estaba ya saturado por hoy.

Pero lo mejor de este mercado son sin duda la infinidad de puestos que ofrecen todo tipo de comidas extrañas, olores y sabores nunca vistos en occidente, especias picantes, frutas, mariscos, etc.

Nishiki Market

Disfrutaría muchísimo del ambiente y de la variedad gastronómica que ofrecen aquí, además de la enorme vitalidad que desprenden todos los comerciantes.

Sobre las 18.00, casi todos los puestos empezarían a cerrar y aquello quedó casi desierto, lo que sería la excusa perfecta, sumada al tiempo y a que ya casi era de noche, para dirigirme al Hostel y recogerme prontito, pues mañana volvía a tocar madrugón.

Para cenar, como casi siempre, unos bollitos de arroz con zumos y helados, serían suficientes. (850 yenes).

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