OBERLAND BERNES - DIA 3. Jungfrau: top of Europe

14 de Julio de 2013.

Me levanté con ansiedad, con el nerviosismo propio que tienen los niños la mañana del día de reyes, esperando encontrar el regalo que durante meses antes habían estado esperando con gran ilusión. En mi caso ese regalo ansiado y por el que  tanto había esperado, no era otro que despertar y poder contemplar un cielo azul sin nubes, con un sol radiante que me permitiese afrontar con garantías el día que tenía por delante.

Cuando a las 06.30 de la mañana, la gran luminosidad que empezaba a tener la habitación, acompañada de pequeños rayos de sol que comenzaban a colarse por las delgadas cortinas que cubrían los ventanales del cuarto, pensé inmediatamente que era posible, que todo parecía indicar que la suerte iba a estar de mi lado, por lo que abrí los ojos de par en par, bajé como un poseso las escaleras de la litera, corrí las cortinas pasando olímpicamente de los japoneses que no tuvieron ningún reparo en mantener las luces encendidas la noche anterior hasta alta horas de la madrugada, abrí los ventanales, salí a la pequeña terraza del cuarto y ¡tachán!, pude confirmar que los primeros indicios eran ciertos y es que un cielo azul inmenso, sin la más mínima nube me estaba esperando.


Interlaken desde el Hostal


Estaba acelerado, con más fuerza y vitalidad que nunca, así que me aseé, me vestí y a las siete en punto, hora en la que comenzaban a servir el desayuno, estaba ya dando vueltas por el comedor. Me tomé un tazón de cereales y unas tostadas con nocilla, además de varios zumos de naranja y un yogur, y ya con el estómago lleno me dirigí caminando hacia la estación de Interlaken Ost, llegando a esta en un paseo de cuarto de hora. Pegadas a la estación había varias tiendas y algún supermercado por lo que aproveché para comprar agua, un bocadillo y algunos snaks (13 francos), para así tener provisiones para el resto del día y ahorrar bastante, pues los precios se encarecen considerablemente según vayas avanzando en el recorrido que hoy tenía por delante.

Ya con el avituallamiento preparado, me dirigí a las taquillas y le mostré al taquillero mi pase del Oberland Bernés y le pedí un billete para el Jungfrau: top of Europe. Este me costó 60 francos, ida y vuelta. Y sí, efectivamente, este billete no está incluido en el pase. Este lo que hace es conseguir que te hagan un importante descuento o reducción en el precio final, pero no es gratuito. Lo que sí está incluido son todos los trenes que tienes que ir tomando hasta llegar a la última parte del recorrido, que son, exactamente, dos a la ida y otros dos a la vuelta y que lo iré contando según se fue desarrollando todo.


Estación de Interlaken Ost

Por fin tenía mi preciado billete y sí, efectivamente, mi destino final era el codiciado Jungfrau, que como buen aficionado a la montaña, me moría de ganas por conocer y era un destino primordial para mí.

La terminal de Jungfraujoch ha sido durante más de un siglo la estación de tren más elevada del mundo y una de las excursiones más populares de Suiza desde la que poder disfrutar del placer de contemplar uno de los paisajes de montaña más asombrosos de Europa. Está ubicada a 3454 metros de altitud y cerca de 300 obreros trabajaron 24 horas diarias en tres turnos, seis días a la semana durante 16 años, para conseguir que unas vías de tren desafiaran las leyes de la naturaleza, permitiendo al ser humano alcanzar sin ningún esfuerzo físico la Jungfrau, cuya cima mide 4158 metros. Así que para allá que íbamos.

Comenzaba la aventura de salvar casi 3000 metros de altitud entre Interlaken y el Jungfraujoch en apenas dos horas y media, casi nada.

A las 08.05 llegaba, el tren con destino Grindelwald, a la estación de Interlaken, la cual estaba todavía relativamente tranquila, algún que otro grupo de japoneses y poco más. Monté en este y en dos minutos escasos se cerraban las puertas y comenzaba el primer tramo del viaje. El tren empezaba a dejar atrás los primeros prados, las primeras y pocas rectas con las que nos íbamos a encontrar los pasajeros en todo el viaje, pues en unos pocos kilómetros más las curvas serían las protagonistas del recorrido. Poco a poco iríamos ganando altura y pasando pequeños pueblecitos y el paisaje iba siendo más sorprendente. Mirases donde mirases, todo era verde, todo estaba rodeado de montañas, realmente te fijases donde te fijases, era un deleite para los cinco sentidos: ríos a rebosar de agua, cascadas que caían de cualquier pared, etc. Faltaban las palabras y no hacía más que mirar hacia todas partes con cara de perplejidad y fascinado ante lo que veían mis ojos.


Valle de Grindelwald camino hacia Kleine Scheidegg

Tras unos 50 minutos el tren arribó a la estación de Grindelwald, situada ya a 1034 metros de altitud. Mi intención aquí era dar una vuelta por el pueblo, pero cuando llegué y vi el panorama de cómo estaba la estación de gente, se me quitaron las ganas y decidí dejarlo para el día siguiente, pues mis planes pasaban por volver por aquí, así que tampoco me preocupaba.

Efectivamente aquello era una auténtica procesión, vamos que estas se quedaban cortas. Era una cantidad tal de gente que casi no cabía un alfiler en la estación. Me quedé flipando de la masa que estaba allí concentrada. Así que nada, cuando el tren se detuvo, bajé como pude al andén, con la suerte de que en ese mismo instante venía por la vía de enfrente  el tren con dirección al siguiente destino: Kleine Scheidegg. La cosa iba a ser cuestión de suerte para poder subir a él, pues la multitud nerviosa empezaba a coger posiciones. A mí lo único que se me ocurrió para ganar esta batalla fue mantenerme en el mismo lugar de una de las puertas del tren del que me acababa de bajar, con la esperanza de que el otro se mantuviese paralelo a este y las puertas coincidiesen en el mismo lugar. Y así fue, cuando paró me encontré con la puerta delante de mis narices, siendo uno de los primeros para entrar, así que en cuanto estas se abrieron, pegué un salto, me metí corriendo dentro y casi a empujones aposenté mi culo en el primer asiento que pude. Lo siguiente que presenciaron mis ojos fueron gritos, empujones, carreras en el exterior y un caos. Vamos que el orden y la exquisitez suizos se habían esfumado en un momento y por completo.

Poco a poco los revisores y los encargados fueron pidiendo a las personas más cercanas a las puertas que se bajaran y dejaran espacio para que estas pudieran cerrarse y les dijeron que esperasen al siguiente tren. Vamos una faena para los pobres a quienes les tocó.

Por fin, con el tren a rebosar de gente, partiríamos hacia el siguiente destino, el diminuto pueblo de Kleine Scheidegg a 2081 metros de altitud. El paisaje comenzaba a cambiar y los bosques y cascadas dejaban paso a un paisaje más desierto pero no por ello menos verde, además poco a poco se podía ir deslumbrando a lo lejos las colosales figuras de míticas montañas como el Monch, el Eiger y el Jungfrau, iconos del alpinismo mundial y en donde han perdido la vida grandes montañeros. Parecía mentira que en poco más de una hora llegaríamos casi a tocarlos. El tren seguía avanzando y venciendo el tremendo desnivel existente, mientras se podía ver de vez en cuando a algunos valientes que ponían a prueba su resistencia y subían por pequeños senderos bien marcados y que muy amablemente nos dedicaban algún que otro saludo cuando nos veían pasar.


Vista del Jungfrau desde Kleine Scheidegg

Yo hacía un buen rato que ya había desenfundado mi cámara y no paraba de plasmar todas las posibles perspectivas que los Alpes y un día tan espectacular  nos estaban ofreciendo.

Realmente me sentía muy afortunado, pues días así en la montaña no suelen ser fáciles que te toquen y menos en un sistema montañoso como los Alpes.

Y así, entre unas cosas y otras llegábamos hasta Kleine Scheidegg, donde pude apreciar alguna que otra casita y algún hotel que forman el pueblo y poco más. Esto desde los amplios ventanales de mi vagón, porque nada más abrirse las puertas todo el mundo empezó a correr los pocos metros que nos separaban de la vía de enfrente para tratar de conseguir las mejores posiciones para tomar el tercer y último tren  que nos llevaría hasta el ansiado objetivo. En mi caso al ir sentado, saldría de los últimos y cuando llegué al andén lo único que pude hacer es situarme detrás de unos japoneses y esperar a que pudiera entrar en el siguiente tren, el cual llegaría inmediatamente. De nuevo se repetiría la imagen de hacía un rato en la estación anterior y en pocos segundos el interior estaba a rebosar de gente, con la fortuna de que me pude poner de pie al lado de la puerta sin entorpecer el cierra de la misma, cosa que sí le pasó a una señora y su marido que subirían justo después y a quienes les obligaron a bajarse y tomar el siguiente tren.

Por fin las puertas se cerraron y el tren se ponía en marcha hacia Top of Europe. Ahora sí que se podían apreciar las temibles montañas cubiertas de nieve, los glaciares, los desprendimientos que los aludes fueron produciendo durante el durísimo invierno. Parecía que en cualquier momento podían engullirte dependiendo de lo benévolas que quisieran ser con nosotros. Eran imponentes, fascinantes, de un blanco inmaculado, de una pureza sobrecogedora. Allí estaban expectantes el Jungfrau, el Monch y el Eiger, haciendo de jueces implacables, de vigilantes imperturbables de un pequeño trenecito repleto de osados y curiosos turistas que se atrevían a poner los pies en el reino de las nieves perpetuas.


Vista del Jungfrau desde la Estación Eigergletscher

Antes de llegar al ansiado objetivo final, todavía quedarían por hacer tres nuevas paradas, la primera de ellas llamada Eigergletscher, en donde sólo había dos o tres cabañas y desde donde parten multitud de rutas de senderismo. Aquí pararíamos lo justo para que bajaran aquellas personas que quisieran y el tren continuó su marcha.

Poco después haríamos las dos siguientes paradas llamadas Eigerwand y Eismeer Viewpoint, situadas a 2865 y 3160 metros respectivamente. El trayecto hasta estas se hace ya bajo un túnel que se abrió en 1912 y que cruza el corazón del Eiger. Una obra de ingeniería realmente colosal, ya que supuso construir nueve kilómetros de vía de tren en plenos Alpes Suizos y abriéndose camino a través de pura roca con temperaturas bajo cero durante gran parte del tiempo y a más de 3000 metros de altitud. Algo realmente sorprendente.

Pronto pararíamos en la primera de esas estaciones, Eigerwand, que al igual que la segunda, son dos espectaculares miradores construidos en el interior de la roca con unos enormes ventanales que te permiten ver unas excepcionales vistas de la zona. Nada más abrirse las puertas del tren todo el mundo echó a correr para coger posiciones en los miradores y, por supuesto, que yo no iba a ser menos. En este caso y como estaba pegado a la puerta, salté los dos escalones que me separaban del suelo, corrí un poco y pude coger primera fila en uno de los tres ventanales existentes y así recrearme con gusto de lo que tenía ante mis ojos: todo el inmenso valle de Grindelwald con un color verde intenso que destacaba aún más por la luminosidad del día.


Valle de Grindelwald desde Mirador de Eigerwand

Sólo dispones de cinco minutos, por lo que tiré las fotos de rigor, disfruté un poco de las vistas y dejé paso a la gente que estaba detrás de mí, que también tenían derecho. Pasado ese breve espacio de tiempo, todo el mundo volvería al tren, el cual tras recorrer otro pequeño tramo de vía llegaría al otro mirador que mencionaba antes, el Eismeer que significa “mar de hielo” y desde el que se puede ver el sobrecogedor glaciar que cuelga de la cara norte del monte Eiger, además de inmensos bloques de hielo de un tamaño descomunal, vamos más grandes que un edificio. Este mirador me impresionó más si cabe que el anterior, y como aquí mucha gente se había quedado en el tren, cosa que me dejó flipado, yo no sé si pensando que sería igual que el otro, y había espacio para todos los que estábamos, pues apuré los cinco minutos hasta el final.


Mirador de Eismeer

Glaciar del Monte Eiger desde Mirador de Eismeer

Ahora sí y tras ir entretenido estos últimos kilómetros de túnel con un video donde se te explica el cómo se hizo la infraestructura que estábamos recorriendo y te ponen imágenes de paisajes espectaculares de la zona, llegábamos a la estación del Jungfrau a 3454 metros, lo más alto que un ferrocarril ha llegado en el continente europeo.


Jungfraubahn

Una vez que bajas del tren y abandonas la estación, lo que te encuentras es un enorme complejo de galerías escavadas en la roca por las que puedes ir andando y accediendo a través de un recorrido subterráneo a distintos miradores, exposiciones, atracciones y por supuesto, al exterior de la montaña.

Te encuentras todo tipo de paneles indicativos y folletos explicándote la ruta a seguir y las posibilidades a realizar, por lo que decidí comenzar el día dirigiéndome hacia el llamado Sphinx (esfinge), un mirador y observatorio meteorológico situado a 3571 metros. Para llegar hasta aquí tomas un ascensor que salva los 117 metros de diferencia y te deja ya en el punto culminante y más alto al que se puede llegar en la zona sin ser un gran alpinista. Cuando salí del ascensor, subí unas escaleras y salí por una puerta al exterior, no pude evitar soltar un tremendo wow ante lo que tenía delante de mí. A un lado el Jungfrau, al otro el Mönch y entre medias de ambos el famoso y maravilloso glaciar Aletsch de 27 kms y el más largo de Europa.


Glaciar Aletsch desde La Esfinge

Jungfrau desde La Esfinge

Mönch desde La Esfinge

 No soplaba el viento, la temperatura rondaba casi los 3 grados y con el forro polar que traía se estaba de maravilla. Qué sensación de libertad, que vistas, estaba emocionado. Estuve por las dos terrazas que hay, pululando como cosa de una hora, hasta que aquello parecía el rastro madrileño un Domingo, pero lleno de japoneses en vez de españoles y decidí seguir con las actividades que tenía previstas, así que volví a tomar el ascensor que te lleva a los túneles y tras andar unos minutos por otro de estos salí al exterior de nuevo, pero esta vez ya pisando la nieve. Mi intención era tomar una enorme pista que transcurre sobre un glaciar y que acondicionan diariamente las máquinas quitanieves para evitar disgustos, y hacer una pequeña rutilla de senderismo hasta el refugio del collado del Mönch. Así que a ello que me puse.

Comencé a andar despacio para evitar que la altura me pasara factura, pues aunque esta altitud no me suele afectar demasiado, el hecho de ir sólo, me hacía ser más prudente de lo que suelo ser cuando voy con gente, por lo que caminé muy tranquilamente disfrutando de cada detalle que el paisaje alpino me estaba ofreciendo. Además cada 5 minutos me estaba parando para hacer fotografías y para deleitarme con una nueva vista y una nueva perspectiva de la zona, por lo que al final los 45 o 50 minutos que se suelen tardar en hacer los 2,5 km de recorrido, en mi caso supuso casi la hora y media, pero es lo bueno de ir a tú bola, que no tienes que dar cuentas a nadie.


Jungfrau y Sphinx

Mönch camino al Mönchsjochhütte o Refugio del Mönch

Senda hacia el Mönchsjochhütte o Refugio del Mönch

Estaba llegando, como acabo de decir al refugio, faltándome aproximadamente como diez minutos para pisar este, cuando en la parte derecha del camino vi allí parada una pequeña avioneta de dos plazas y a su conductor allí sentado sobre una pequeña almohadilla en la nieve. Le pregunté que si podía hacerle una foto a aquella pequeña joya de la aviación que parecía tan bien cuidada y me dijo que sin problemas y una vez que la hice, fue cuando me lanzó su órdago, ya que me ofreció dar una vuelta en ella por 60 francos durante 10 minutos.

La verdad que me dejó en el sitio porque me tentó totalmente. Me quedé pensando que hacer durante unos cinco minutos, sopesando la situación: un día totalmente despejado, en los Alpes, sin ráfagas de viento y tener la oportunidad de sobrevolarlos en una avioneta no ocurre todos los días, así que le dije que si la vuelta era de 15 minutos que lo aceptaba y coló. Así que nada, subí a la parte trasera, me coloqué los auriculares, cerró la puerta y arrancó el motor.


Avioneta preparada para sobrevolar los Alpes

El aparato empezó a dejarse caer por la suave pendiente que se dirigía hacia el abismo, despacio y sin ninguna brusquedad y casi sin darme tiempo a ser consciente de donde estaba, ni a experimentar la sensación que supone despegarte del suelo y lanzarte al vacío, de repente me encontraba sobrevolando los Alpes en el pequeño avión. Íbamos muy despacio para que así pudiera fijarme en todos los detalles que él piloto me iba narrando por los auriculares, primero pasaríamos por encima de la plaza de la concordia, el lugar donde confluyen los tres glaciares que conforman el gran Aletsch y donde dicen que en este punto la profundidad del hielo llega a los 900 metros. Un lugar majestuoso, indescriptible, se me puso la piel de gallina ante lo que estaba contemplando. Pasamos casi por encima y la avioneta dio un giro de 180 grados para dirigirse a sobrevolar todas las montañas que teníamos cerca: el Walcherhorn,  el Fiescherhorn, con su dos cumbres, el Schreckhorn y el Lauteraarhorn y por supuesto la vuelta de casi 360 grados al Mönch y al Eiger donde pasamos pegados a la temible cara norte y te hace pensar cómo es posible que haya gente que haya podido subir por ahí.

De esta manera y tras apuntar esta vivencia como otra de las mejores que he experimentado en mi vida, volvíamos a la improvisada pista de aterrizaje del glaciar desde donde habíamos despegado, donde me despedí del culpable de tan increíble y breve viaje con una apretón de manos y una foto de recuerdo.


Vista de los Alpes desde la Avioneta

Vista de los Alpes desde la Avioneta

Volvía donde me había quedado, con la imagen del refugio de Mönch que casi podía tocarlo. Así que con la cara sur de esta mole de piedra como acompañante y tras unos metros más caminando, llegaba hasta este refugio situado a 3650 metros. Por lo tanto superaba, de nuevo, la cota máxima de altitud a la que se puede llegar en la zona y que se había quedado en la esfinge. De esta manera me rectifico a mí mismo un comentario anterior, pues con condiciones climáticas buenas y tranquilamente y sin prisas y sin tener ningún conocimiento de montaña, cualquiera puede afrontar esta agradable ruta.


Mönchsjochhütte o Refugio del Mönch

Después de subir el pequeño sendero final en zigzag  que te permite entrar al refugio y detenerme otro rato para ver las vistas de un nuevo valle con la cima del Eiger  como telón de fondo, entré dentro de este para curiosear y ver que te ofrecían en el comedor y aunque ya llevaba mi propia comida, tengo que confesar que volví a caer en la tentación cuando vi a un grupo  de alpinistas comerse unas salchichas con salsa de mostaza. Así que me pedí ese plato con una buena cerveza (17,50 francos) y dejé el bocata para más adelante que seguro que no lo iba a desperdiciar. La verdad que me supo a gloria, pues eran ya las 13.30 y estaba muerto de hambre. Además el estar allí con la creme de la creme del alpinismo, con gente que estaba preparada para afrontar cumbres tan temibles como el Eiger, el Jungfrau, el Monch, hacía que un sentimiento especial se apoderase de mí. Era pura admiración, estar allí tan cerca de gente que aspira a esos picos, que yo probablemente no creo que llegue a conquistar nunca, pues si ya son sacrificados y duros los que he hecho en los Pirineos, no quiero ni pensar la preparación que se necesita para hacer algo así.

Cuando acabé de comer, me salí al exterior a unos bancos que había y me tomé allí los snacks y los dulces  que compré por la mañana, disfrutando de las vistas, mientras el sol de los Alpes pegaba en mi cara.


Vistas desde el Mönchsjochhütte o Refugio del Mönch

Después de un rato y como no quería entretenerme más, pues todavía había varias cosas que quería hacer, retomé sin prisa el camino por el que había venido y, ahora sí, en 45 minutos había regresado al punto de partida. Volví a penetrar en el interior de los lúgubres túneles y en poco minutos llegaba hasta el palacio de hielo excavado bajo este desierto helado y en el que lo primero que pude ver es como un indio enorme, que son después de los japoneses los que más te encuentras, se pegaba un enorme castañazo cayendo de culo en el suelo. La verdad que fue bastante divertido y los que pudimos verlo, después de asegurarnos que no se había roto la cabeza, no podíamos parar de reír. Así que conviene ir despacio e ir bien agarrado a las barandillas, pues aunque resbala mucho menos de lo que te esperas, hay zonas que como te descuides, sí que están más resbaladizas, y te la puedes pegar.

En este mundo de frío y hielo pude disfrutar de maravillosas esculturas esculpidas a la perfección en este material, encontrándome desde pingüinos, focas o el busto de Sherlock Holmes. Además también existen pequeños túneles y galerías por los que puedes introducirte y hacer el ganso un rato.


Palacio de Hielo. Jungfraujoch

Escultura de Sherlock Holmes.Palacio de Hielo. Jungfraujoch

Acabado este pequeño museo helado, me dirigiría de nuevo al exterior, a la llamada Glacier Plateau, una pequeña terraza sobre el hielo de la montaña, situada justo debajo del Jungfrau y dónde  estás, de nuevo, en contacto directo con el hielo y la nieve. La perspectiva aquí también es increíble pues el Jungfrau lo tienes casi sobre la cabeza y el Mönch y el edificio de la esfinge unos metros más allá. Además hay una bandera suiza que hace que parezca todo más de leyenda, más místico. Me dirigí después hacia el otro lado de esta terraza para volver a tener una excelente visión del glaciar Aletsch, esta obra de arte de la naturaleza que fue declarada Patrimonio de la Humanidad en el año 2002. La vista desde aquí, para mi gusto, es mejor, ya que parece más cercano que desde la esfinge. Aquí me sentaría una media hora más para poder apreciar la majestuosidad con que esta enormidad de hielo se abre camino entre su universo de cumbres alpinas.


Glaciar Aletsch desde Terraza Glacier Plateau

Estaba embelesado y no quería dejar de mirar, ni irme, pero no me quedaba otra. Estos momentos eran la guinda final para terminar mi estancia en este paraíso de montañas y nieves perpetuas, en este reino del frío y de glaciares. Me levanté y con una mezcla de enorme alegría y algo de tristeza, me encaminé, de nuevo, al interior de la montaña, para tomar el tren que partía sobre las cinco de la tarde hacia Kleine Scheidegg y el mundo terrenal. Habían sido seis horas y media de disfrutar a tope y ya no podía pedir más.

Cuando llegué a esta estación permanecí un rato contemplando el macizo montañoso del que acababa de bajar, pues la perspectiva es estupenda desde aquí y no había tenido tiempo, con la vorágine de la mañana, en hacerlo con calma. En diez minutos llegaría el tren que bajaría hacia Lauterbrunnen, justo en la vertiente contraria de por donde había subido esta mañana, vamos que es el valle paralelo. Recomiendo hacerlo así para que de esta manera puedas llevarte otra perspectiva distinta. Además este valle está lleno de espectaculares cascadas que se desparraman por los impresionantes farallones rocosos que lo forman, por lo que para mí, es mucho más impresionante que el valle de Grindelwald.


Valle de Lauterbrunnen

Como no tenía que preocuparme por los precios de los trenes, ya me habían pegado el palo con el pase del Oberland Bernés, decidí parar a dar un paseo por el pueblecito de Wengen, pues el tren pasaba por esta estación de camino hacia Lauterbrunnen.


Wengen

Wengen está situado en la cornisa de una montaña y es el pueblo típico de los Alpes que sale en las cajas de chocolatinas. Pero lo mejor, sin duda, son sus vistas. Además sólo se puede llegar a él en ferrocarril. Me di una vuelta por el centro, paseé por su calle principal y sus aledañas y llegué hasta su iglesia desde donde hay una de las mejores vistas ya que se puede contemplar de maravilla el valle de Lauterbrunnen, las cataratas de Staubbach y los glaciares del macizo del Jungfrau. Tras un rato disfrutando del panorama y aprovechando este idílico lugar para zamparme el bocata que había comprado por la mañana, decidí volver por donde había venido a la estación y esperar el siguiente tren con destino a la villa que da nombre al valle.

A Lauterbrunnen llegaría sobre las 19.20. Al igual que el resto de pueblos de la zona, este lo forman un montón de chalets de madera repletos de flores y de pequeños detalles, así que me adentré por su calle principal fijándome en todos ellos.


Lauterbrunnen

Pero si hay algo que destaca en este pueblo ya de por sí de postal, es su impresionante cascada que se ve desde varios kilómetros a la redonda. Así que me encaminé hacia ella, pues quería tenerla justo debajo. Esta cascada de 297 metros de altura es la segunda más alta de toda Suiza y recibe el nombre de Staubbach y fue fuente de inspiración para grandes poetas como Goethe y Lord Byron, que quedaron cautivados cuando la visitaron.

El lugar en el que se encuentra, al final del pueblo, al que se tarda en llegar 15 minutos desde la estación, es gratuito, pero al ser como un pequeño parque tiene unas pequeñas alambradas que las cierran a las 20.00, por lo que un poco más y casi me quedo sin hacer la pequeña rutilla que te permite llegar hasta ella y casi tocarla. La senda, que te acerca hasta su base en continua subida, no se tarda más de 15 minutos en recorrerla y al final te encuentras en una pequeña abertura hecha en la pared vertical por donde se desprende la cascada que te permite estar al otro lado del agua que se precipita con fuerza al vacío y hace que la finísima bruma que por el aire a veces se desvía de su sentido original te acabe empapando un poco, lo cual con el calor que hacía era de agradecer.


Catarata Staubbach.Lauterbrunnen

Catarata Staubbach.Lauterbrunnen

Aunque todavía quedaba luz, eran ya casi las 20.30, el cansancio después de un día tan intenso y con tantas vivencias experimentadas era notable en mí, por lo que atravesé de nuevo el pueblo hacia la estación y tomé aquí el tren que me llevaría, de nuevo, a Interlaken Ost, donde todo había comenzado a primera hora de la mañana. Sólo me quedaría desandar la distancia hasta el Albergue para una vez en este pegarme una buena ducha y salir a la terraza privada que tiene y allí sentarme en uno de los cómodos sofás, con un cielo estrellado y una cerveza fría como compañía. Comencé a tomar alguna nota, pero creo que no pasaron ni 20 minutos, cuando la cabeza empezó a vencerse hacia delante y el bolígrafo se escurrió de mis manos, señal de que era el momento de retirarse y soñar con todo lo vivido.

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