HUELVA - DIA 04. Almonte - El Rocío - Doñana

9 de Diciembre de 2006.

Dejábamos atrás Aracena y su sierra para dirigirnos a, probablemente, los lugares más populares de toda la provincia de Huelva, más allá de las playas y lugares de veraneo.

Por delante teníamos unos cien kilómetros que realizaríamos en algo más de hora y media de viaje, para sobre las diez de la mañana hacer acto de presencia en Almonte.

Esta pequeña y blanca localidad, situada en pleno campo onubense, vive en gran parte para Doñana y El Rocío, al menos así se advierte a primera vista en sus tiendas, calles, plazas, edificios y letreros. No obstante, también posee personalidad propia como pueblo y esta se manifiesta en lo bien cuidado que está, con fachadas que deslumbran por lo blanco y manzanas de casas repletas de ventanas, balcones y labores de forja inigualable, unido a estar rodeado de vides y olivos, pinos y encinas, cotos y dunas, así como las maravillosas marismas del Guadalquivir.

La plaza del Rocío reúne gran parte de la riqueza monumental. A ella se asoman los arcos sostenidos por dobles columnas que forman las galerías de la Casa Consistorial.

A la plaza también asoma la iglesia parroquial de la Asunción, reconstruida en estilo barroco tras el terremoto de Lisboa. Es en ella donde descansa la Virgen del Rocío cada siete años por una importante tradición religiosa conocida como “Venida de la Virgen”, permaneciendo en su interior durante nueve meses, justo dos semanas antes de la romería del Rocío.

Nuestra Señora de la Asunción. Almonte

Nuestra Señora de la Asunción. Almonte

Cerca de la anterior se encuentran la capilla del Cristo y la ermita de San Bartolomé.

Tras visitar los atractivos de Almonte, había llegado el momento de dirigirnos a la inigualable, única y peculiar aldea del Rocío, localizada a sólo quince kilómetros.

La Virgen del Rocío, conocida como La Blanca Paloma, da vida y nombre a esta aldea enclavada en el corazón del Parque Nacional de Doñana, donde nuestra primera impresión fue haber llegado a un pueblo del antiguo oeste americano, con sus calles y plazas sin asfaltar y llenas de arena y polvo.

El Rocío

El Rocío

La aldea creció al amparo de un santuario blanco cuyo campanario aporta un toque de verticalidad entre tanta llanura. Fue a mediados del siglo XV cuando el milagro de la aparición de la Blanca Paloma revitalizó uno de los cultos más populares de Andalucía: la romería a la ermita que se celebra todos los años a finales de mayo o principios de Junio, llegando a congregar a un millón de personas. En la semana que precede al domingo de Pentecostés, las hermandades se ponen en marcha, formando comitivas de carretas de bueyes, caballos y otros vehículos con sus estandartes, a través de los bosques y arenales que circundan el santuario. En la madrugada del lunes, a una hora imprevista, los “almonteños” saltan la reja que protege a la Virgen y la sacan en multitudinaria procesión.

La ermita original fue construida en tiempos de Alfonso X el sabio a finales del siglo XIII, manteniéndose en pie hasta el terremoto de Lisboa. El santuario que se puede ver en la actualidad es un templo de grandes dimensiones, donde la fastuosidad dorada del retablo genera un importante contraste con el blanco. Este por su parte deslumbra por su magnificencia y perfección artística.

Ermita de la Blanca Paloma. El Rocío

No fue poco el tiempo que estuvimos visitando la ermita y sus alrededores y es que, no nos vamos a engañar, nos haría mucha ilusión estar en un lugar tan simbólico.

Pero es cierto que no nos conformaríamos con conocer su núcleo más conocido, sino que también optaríamos por realizar un agradable paseo por otros interesantes lugares como el paseo marismeño y la plaza del Acebuchal, así como el dédalo de calles y plazas que articulan el asentamiento de las sedes donde las hermandades han edificado sus casas.

Marismas de Doñana desde El Rocío

También merece la pena el museo Histórico Religioso del Rocío, que te sumerge en el paisaje de Doñana y las marismas, la historia de la ermita y de la Virgen, además de ilustrarte sobre todo lo relativo a la romería, los caminos que conducen a la aldea y las venidas de la imagen.

Sin prisa pero sin pausa, había llegado el momento de volver a coger el coche para dirigirnos al espacio natural por excelencia de la provincia de Andalucía: el Parque Nacional de Doñana.

Este santuario de la naturaleza cuenta con tres Centros de Visitantes, debiendo en nuestro caso dirigirnos al que se conoce como El Acebuche, ubicado en el km 37,8 de la carretera A-483. La razón era bien sencilla y es que desde este punto parten las visitas guiadas que utilizan vehículos todo – terreno y recorren los ecosistemas de Doñana.

La reserva la haríamos telefónicamente en el número 959 430 432. La visita se realiza en todo momento con un guardaparques, dura unas cuatro horas y se recorren unos setenta kilómetros. Se pueden elegir dos salidas: 08:30 (invierno y verano); 15 h (invierno, del 15 de septiembre al 15 de abril) y 17 h (verano). No se realizan visitas los domingos (de junio a septiembre) o los lunes (de octubre a mayo).

Lo primero que nos sorprendería sería el propio vehículo todo – terreno en el que montaríamos para realizar la ruta y es que este tiene capacidad hasta para 21 personas. Lo bueno es que en estas fechas las plazas ocupadas eran la mitad, por lo que íbamos a ir bastante cómodos.

Todo - Terrenos. Centro El Acebuche. P. Nacional de Doñana

Tras la presentación oportuna por parte de nuestro guía, cerraría las puertas, arrancaría la máquina y comenzaría la aventura con una puntualidad inglesa, las tres en punto.

Doñana, para quien no lo sepa, es el coto de doña Ana, de apellido Mendoza, mujer del séptimo duque de Medina Sidonia, la familia que administró durante siglos este inmenso humedal como un cortijo privado dedicado a la caza y al recreo de los poderosos.

Sólo puedo decir que la experiencia es única, pues te encuentras en la mayor reserva ecológica de Europa con una inmensa superficie que está sometida a protección, por la flora específica que guarda y la riqueza ornitológica que atesora. Más de 200.000 aves huyen de los fríos invernales y se refugian en el cálido aposento de Doñana. El lince y el águila imperial tienen en el parque uno de los escasos lugares donde cuidadores y expertos luchan contra su extinción.

A lo largo de la visita son varios los ecosistemas que puedes ir observando: playas y lagunas, dunas y veras, marismas y cotos. Las playas forman una extensa franja de arena de más de treinta kilómetros donde se refugian aves costeras y animales marítimos como tortugas y cetáceos. La morfología de la playa se ve permanentemente modificada por el viento, que arrastra las partículas hacia el interior y forma los famosos trenes de dunas móviles. Estos últimos  constituyen una de las singularidades del Parque y en ellos se puede señalar como curiosidad que la pendiente del frente de avance es más pronunciada que la de la cola. Entre dos frentes de dunas quedan los corrales, poblados por matorrales y pinos piñoneros.

Playa. Parque Nacional de Doñana

Dunas. Parque Nacional de Doñana

Nuestro guía sabía una barbaridad y se notaba que su trabajo le entusiasmaba, transmitiéndolo en las continuas explicaciones con las que te quedabas ensimismado.

La vera es una franja de vegetación o zona de pastizal que sirve de frontera entre la marisma y las arenas fijas. Siempre mantiene intacto su verdor porque se aprovecha de la humedad procedente del acuífero que subyace debajo de las dunas. Entre las especies que conviven en esta zona sobresalen los grandes mamíferos como jabalíes, ciervos y gamos, además de yeguas.

La Vera. Parque Nacional de Doñana

La Vera. Parque Nacional de Doñana

Las marismas forman el ecosistema más característico de Doñana, que permite que el Parque Nacional esté considerado como el humedal más importante de Europa. Ocupan la mitad su superficie, pudiendo distinguirse los terrenos que se inundan estacionalmente y las lagunas fijas. Es el refugio invernal preferido por gran número de aves como el pato colorado y la garceta grande.

Marismas. Parque Nacional de Doñana

Marismas. Parque Nacional de Doñana

En los llamados cotos, por su parte, que no son otra cosa que suaves ondulaciones de arena estabilizada que integran el llamado monte negro (que ocupa las zonas más bajas y húmedas del terreno) y el monte blanco, que puebla los suelos más secos, pobres y elevados, podríamos llegar a ver con muchísima suerte al águila imperial y ocurriendo casi un milagro al lince ibérico.

En definitiva que toda la experiencia es un goce para los sentidos, porque además durante la visita se hacen varias paradas de una duración suficiente como para poder disfrutar de la naturaleza, hacer fotografías y dar algún pequeño paseo. Por cierto, es recomendable llevarse unos prismáticos, para que la visita sea completamente satisfactoria.

Como broche de oro al circuito, viviríamos un atardecer de esos de película, donde el sol se va escondiendo en el horizonte, mientras una policromía de colores lo envolvía todo y las gaviotas no dejaban de rodear el vehículo, al mismo tiempo que atravesábamos, a toda velocidad, la inmensa e infinita playa virgen de Doñana.

Atardeciendo en el Parque Nacional de Doñana

Anocheciendo en el Parque Nacional de Doñana

Anocheciendo en el Parque Nacional de Doñana

Tras la despedida de nuestro guía y envueltos en una oscuridad total, nos dirigiríamos hacia Huelva capital, donde dormiríamos las dos últimas noches de nuestro viaje.

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