DIA 01. VENECIA. Góndolas y máscaras

24 y 25 de Septiembre de 2000.

Es probable que este sea el diario con menos datos prácticos de todos los que hay en este blog, es por ello que es a lo primero que hago referencia para que así te ahorres seguir leyendo si andas en busca de información útil respecto a transportes, lugares curiosos, precios, hoteles, etc. Ello es consecuencia de que esta escapada, de diez días de duración, en la que recorrería Italia de norte a sur, la volvería a hacer con mi querida abuela, pues me volvería a proponer sólo cinco años después del anterior viaje con ella por Viena y Praga, la misma jugada con un nuevo destino. Es evidente que no me lo pensaría dos veces y la diría que sí, pero la única condición para realizarlo sería que tendría que ser con agencia, pues si no era de ese modo no contemplaba llevar a cabo el recorrido, así que teniendo en cuenta este importante y condicionante factor, que si ya me conocéis un poco sabéis que no es que me haga dar saltos de alegría, me preparaba para estar condicionado al más o menos estricto planning fijado por Halcón Viajes que nos llevaría, a los integrantes del grupo, a las principales y más famosas ciudades italianas. Teniendo en cuenta las anteriores líneas, si aún así sigues interesado en saber cuáles fueron mis vivencias por este interesante país, será un placer poder contártelas.

También pido aquí perdón por la calidad de las fotografías pues en aquel entonces ni tenía cámara digital ni me preocupaba por encuadrarlas mínimamente bien, por lo que brillan por apenas aportar nada. Además al ser fotos de papel y estar escaneadas pierden más calidad todavía.

Italia lo es todo, elegante como un buen montaje de ópera, exuberante como un desfile de carnaval, hermosa como el mejor de los paisajes. Es casi un cliché listar sus muchas cualidades, archiconocidas en todo el planeta. En el país de la bota lo puedes encontrar todo: ruinas romanas, esculturas renacentistas, moda de pasarelas y la cocina más apasionada del mundo. Lo único preocupante es cómo abarcar tantísimos y famosos sitios en tan pocos días y elegir el circuito correcto de todos los que se ofrecen que satisfaga tus expectativas más importantes.

Teniendo en cuenta que nunca antes ninguno de los dos habíamos pisado Italia, estaba claro que optaríamos por conocer los grandes clásicos, aquellos que llevábamos toda una vida viendo en películas y en televisión tales como la Antigua Roma con el Coliseo, el Foro Romano, la colina del Palatino y el Panteón; las incalculables obras maestras en los Uffizi de Florencia y el David en la Galleria dell´Accademia; la plaza de San Marcos en Venecia, embrujada por la decoración de la basílica de San Marcos; o los restos románticos de Pompeya, una próspera ciudad mercantil hasta que el monte Vesuvio  entró en erupción en el año 79 d.C. Ellos son sólo algunos pocos ejemplos de lo que encontraríamos en nuestro camino, unidos a muchos otros lugares únicos e increíbles.

El desembarco en el país italiano lo haríamos por el norte, exactamente en el aeropuerto de Marco Polo de Venecia, donde nos esperaba un autobús para llevarnos al hotel Svezia Scandinavia situado en la localidad vacacional de Lido di Jesolo, localizada a unos cincuenta minutos de la ciudad de los canales, donde llegaríamos justo para cenar una suculenta pasta al pesto. No había mejor manera de recibirnos: ¡Benvenuti in Italia!

El hotel era de cuatro estrellas y todas sus instalaciones estaban limpias y correctas, siendo las habitaciones bastantes amplias. El personal era amable y servicial. El único pero, la distancia a Venecia pero el motivo de estar tan alejados no era otro que un hotel de esa categoría en dicha ciudad hubiera supuesto la mitad del presupuesto del viaje, por lo que lo vimos justificado.

Después de dormir a pierna suelta y un buen desayuno, un autobús nos llevaría al muelle desde donde salen los barcos que te trasladan al centro histórico. Las primeras imágenes que tienes de agua y embarcaciones de todo tipo, incluyendo, por supuesto, las góndolas son un regalo para los sentidos. Ni coches, ni humos, ni tráfico. Sólo calles para pisar y canales para navegar. Palacios y casas bañados por las aguas. La ciudad plasmada millones de veces en reportajes y programas, la que dicen que está hecha para enamorados y nostálgicos, para melancólicos y románticos. En esta maravillosa ciudad acabábamos de desembarcar con permiso de todos ellos.

Arribando a la Plaza de San Marcos

La ciudad de Venecia se creó gracias a los bárbaros ya que, ante el empuje de estos pueblos que venían del norte, los vénetos no tuvieron más remedio que refugiarse en las múltiples islas cercanas a sus costas. Poco a poco, fueron desarrollando un sistema comercial, político y económico que les hizo situarse como una importante potencia mercantil. Sus naves surcaban todo el Mediterráneo, no en vano el gran navegante Marco Polo partió de esta ciudad. Hoy en día, Venecia tiene el gran encanto de conservar todos aquellos recuerdos de épocas pasadas, lo que ha hecho que personalidades ilustres como Byron, Goethe, Tolstoi, Wagner, Verdi o Hemingway se rindieran ante sus encantos.

Nosotros lo haríamos muy pronto también y es que tras los primeros pasos y una fugaz mirada a la derecha, en uno de los primeros canales que podíamos ver, nos daríamos de bruces con el Puente de los Suspiros, revestido de piedra y llamado así porque los presos suspiraban al pasar de la cárcel a la sala donde iban a ser juzgados. La gente se amontonaba en uno de los mejores puntos para contemplarlo por lo que después de unos breves minutos de lucha y con el objetivo conseguido, continuaríamos nuestro camino vencidos por las masas.

Sin mucho tardar haríamos la entrada triunfal en “el salón más elegante de Europa” y no es que sea yo quien la defina así, sino nada más y nada menos que lo haría Napoleón con la plaza de San Marcos, la postal inconfundible de la ciudad, un amplio y bullicioso espacio donde podríamos admirar alguno de los símbolos de la urbe, como la basílica de San Marcos, la Torre del Reloj, las Procuradurías viejas y nuevas, o el Palacio Ducal. La primera de ellas es la que mayor impacto visual te produce con sus cinco enormes cúpulas e inspirada en el arte bizantino. Cuenta con el León dorado de San Marcos adornando la puerta mayor. El templo, modificado varias veces, se consagró como catedral en 1807. En su interior prevalece el color áureo y bajo el altar reposa el cuerpo del santo apóstol que da nombre al templo.

Plaza de San Marcos y Campanile

Otro de los edificios que impresionan sobremanera, y que a diferencia del anterior no pudimos entrar a él por falta de tiempo, es el Palacio Ducal, que fue sede del gobierno y palacio de justicia de la República de Venecia hasta su disolución, en 1797. La sucesión de arcos en su fachada gótica lo hacen inconfundible.

Pero la plaza no son sólo grandes edificios arquitectónicos sino que también está repleta de tiendas de moda y elegantes cafés que se mezclan con aquellos.

Es cierto que durante estos primeros instantes en la ciudad nos habíamos olvidado de que veníamos en un viaje organizado, pero pronto el guía se encargaría de recordárnoslo, pues había llegado el momento de volver a juntar a todo el grupo para realizar la visita a una tienda donde se realizaban demostraciones de la creación de forma artesanal de las famosas figuras de cristal de Murano. La exhibición sería interesante pues un experto nos mostraría los secretos de esta técnica, soplando y esculpiendo frágiles obras de cristal.

Sería en esta demostración el primer lugar donde empezaríamos a entablar algo de amistad con varias personas del grupo, por lo que aprovechándolo y después de comprar algunas figuras del famoso cristal por las que nos quitaron un ojo de la cara, nos encaminaríamos a unos muelles cercanos para realizar una de las actividades más famosas y también caras de Venecia: montar en Góndola.

Navegaríamos por los pequeños y misteriosos canales, cruzaríamos por debajo de decenas de puentecillos y nos sentiríamos como los protagonistas de una película de Hollywood con momentos y lugares que parecen creados adrede para la realización de escenas. Y todo ello mientras el gondolero remaba y su ayudante cantaba y tocaba a la vez el acordeón, aunque para ser sinceros no tenía una voz idílica ni que invitara a pedirle un nuevo tema.

En Góndola con acordeonista

Dado que habíamos hecho buenas migas, con el grupo que acabábamos de conocer, decidiríamos continuar juntos la visita a la ciudad. Lo formábamos un matrimonio de Madrid, una pareja de recién casados de Valladolid, unos primos de Sevilla y nosotros. Una mezcla peculiar pero muy salada.

Nuestro siguiente punto de interés estaba claro que tenía que ser el Puente Rialto, el más antiguo de Venecia y único punto de unión entre las dos orillas del Gran Canal hasta la mitad del S.XIX. Primero se construiría con madera y en 1588 adquirió la forma que hoy luce. Las tiendas que lo flanquean a ambos lados serían la perdición para más de uno, mientras el resto aprovecharíamos para disfrutar del ajetreo y actividad diaria que se ve desde lo alto del puente.

Puente Rialto

Continuaríamos después sin rumbo fijo, atravesando sus calles decadentes, viendo cómo pasado y presente se confunden ante la mirada del visitante, como si el paso del tiempo hubiera convenido con la ciudad que durará para siempre.

Sería durante ese vagar donde nos encontraríamos, de pura casualidad, con la iglesia de Santa Madonna dell´Orto, en cuyo interior podríamos ver la tumba de Tintoretto, ubicada en la capilla derecha del presbiterio.

El tiempo se nos terminaba y no queríamos irnos de Venecia sin realizar un último paseo en barco por el Gran Canal, el brazo de agua que serpentea por medio de la ciudad, desde Plaza de Roma hasta San Marcos. Podríamos así deleitarnos, a lo largo de sus casi cuatro kilómetros de longitud, con algunos de los más de 200 palacios góticos, renacentistas y barrocos de gran belleza que se muestran en sus orillas, así como de los puentes que lo atraviesan.

A las 19:00 de la tarde era la hora que nuestro guía nos había pedido que volviéramos a estar en el mismo punto cercano al puente de los Suspiros al que habíamos llegado por la mañana, así que cogeríamos un autobús acuático para dirigirnos hacia allí, pero nuestra sorpresa sería que este nos dejaría en un lugar completamente diferente al que esperábamos siendo una señal clara e ineludible de que nos habíamos perdido, siendo justo las 19:00 en este momento. Afortunadamente éramos ocho las personas que formábamos nuestro pequeño grupo y sabíamos que al ser tantos no nos dejarían en tierra, así que eso nos daba cierta tranquilidad. Intentaríamos reaccionar lo más rápidamente posible tomando un taxi acuático a cuyo conductor pediríamos que nos dejara en la Plaza de San Marcos, consiguiendo plantarnos en el punto de encuentro a las 19:40. Lo que nos esperaba era una buena bronca del guía y un conjunto de miradas penetrantes y caras de mala leche por parte del resto del grupo. Así que pediríamos disculpas, agachamos la cabeza y nos metimos en el barco que nos llevaría hasta donde estaba estacionado el autobús que nos había traído a primera hora de la mañana hasta allí, para volver a trasladarnos al hotel situado en Lido di Jesolo.

En la casi una hora de camino de vuelta me daría tiempo a tener multitud de sensaciones con respecto a Venecia. Pensé en el continuo comentario, que no dejaban de hacer unos y otros, de que la subida de las aguas acabará con la ciudad más pronto que tarde, pero creo que se equivocan pues la urbe flotante más famosa del mundo es indestructible, pues ya es legendaria, inmaterial, prodigiosa y eterna. También me prometería a mi mismo que volvería por mi cuenta y trataría de poner mucho más énfasis en descubrir tantos rincones y miradores que con apenas una jornada fueron imposibles de visitar, la vida dirá cuando se producirá el esperado reencuentro.

Tras llegar a nuestro alojamiento y descansar un rato, decidiríamos animarnos a dar una vuelta por el paseo marítimo y cenar unas pizzas en un restaurante llamado Palladium, la manera perfecta de dar por terminada la jornada.

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