EDIMBURGO - DIA 03. Senda Water of Leith, Portobello y despedida de la capital escocesa

3 de Mayo de 2025.

Había llegado mi tercer día en Edimburgo, y aunque ya había visitado todos los lugares imprescindibles de la ciudad, aún tenía ganas de seguir explorándola. Mi idea inicial era hacer una escapada a Stirling, una ciudad clave en la historia de Escocia, con su imponente castillo y su vínculo con las gestas de William Wallace, ya que se puede visitar perfectamente en un día, pues está a solo una hora en tren desde Edimburgo. Sin embargo, decidí dejarla para otro viaje, cuando tenga la oportunidad de recorrer más a fondo el resto de Escocia. Por tanto, me quedaría en la ciudad y aprovecharía el día de otra manera. Tenía ganas de caminar, y dado que ya había visto buena parte de lo más importante de Edimburgo, me animé a hacer algo de senderismo.

SENDA WATER OF LEITH

La senda Water of Leith me pareció la opción perfecta. Este recorrido sigue el curso del río hasta su desembocadura en Leith, ofreciendo un trayecto donde la historia, la arquitectura y la naturaleza se entrelazan. Aunque la senda completa tiene unos 20 kilómetros, mi intención no era recorrerla en su totalidad, sino hacer un tramo que me permitiera descubrir algunos de los rincones más interesantes de la ciudad.

Después de un buen desayuno, emprendería la marcha. Antes de llegar a Roseburn Park, pasé por Donaldson Crescent, donde se alza Donaldson’s, un edificio tan imponente que fácilmente podría confundirse con un palacio. Construido en el siglo XIX como escuela para niños sordos, fue diseñado por William Henry Playfair con inspiración en los castillos del Loira. Hoy convertido en residencias privadas, no se puede visitar por dentro, pero su fachada majestuosa de estilo jacobino y su elegante simetría merecen sin duda una pausa.

Donaldson Crescent

En unos veinte minutos llegué a Roseburn Park, punto de inicio de mi caminata. Este parque es un remanso de tranquilidad, con su césped bien cuidado y senderos junto al río, frecuentado por corredores y paseantes matutinos. Aquí, el Water of Leith comienza a desplegar su magnetismo, con su curso serpenteante escoltado por árboles y pequeños puentes.

Roseburn Park

Senda Water of Leith

Siguiendo el sendero, llegué al Dean Cemetery, un cementerio victoriano donde descansan figuras ilustres de la historia escocesa. Las lápidas, algunas cubiertas de musgo, narran historias de ingenieros, militares y académicos del siglo XIX. Más que un simple camposanto, es un reflejo del pasado de la ciudad, con un aire melancólico y sereno.

Senda Water of Leith

Dean Cemetery. Senda Water of Leith

Dean Cemetery. Senda Water of Leith

A pocos pasos, me adentré en Dean Village, un lugar que parece extraído de un cuento. Este antiguo asentamiento de molineros, cuyos orígenes se remontan al siglo XII, es hoy una de las zonas más pintorescas de Edimburgo. Caminar por sus calles empedradas, cruzar sus puentes y contemplar el Well Court, con su ladrillo rojo y su torre del reloj, fue como viajar en el tiempo. En su día, esta construcción albergó a los trabajadores de los molinos que aprovechaban la fuerza del río. Hoy, con sus fachadas restauradas, es una de las postales más icónicas de la ciudad. Desde aquí, ascendí hasta el Dean Bridge, obra de Thomas Telford en 1832, desde donde las vistas del valle del Water of Leith son simplemente espectaculares.

Dean Village. Senda Water of Leith

Dean Village.Senda Water of Leith

Well Court. Dean Village. Senda Water of Leith

La senda continuó flanqueada por el Dean Garden, un exclusivo espacio verde privado, hasta llevarme a St Bernard’s Well, una joya neoclásica construida en el siglo XVIII en torno a un manantial que, en su época, se creía tenía propiedades curativas. Su diseño, inspirado en un templo romano, está coronado por la estatua de Higía, diosa de la salud, reflejando la fascinación de la época por las aguas medicinales.

Dean Village. Senda Water of Leith

St. Bernard´s Well. Senda Water of Leith

El siguiente tramo del recorrido me llevó al barrio de Stockbridge, un lugar con personalidad propia, donde el aire bohemio se mezcla con librerías independientes, cafeterías acogedoras y un ambiente relajado. Aquí hice un pequeño desvío para recorrer Circus Lane, una de las calles más encantadoras de Edimburgo, con sus casas de piedra adornadas con hiedra y flores. También pasé junto a la Iglesia de St Stephen, cuya majestuosa torre es un referente visual del barrio.

Stockbridge

Circus Lane. Stockbridge

Circus Lane. Stockbridge

De nuevo en la senda, pronto llegué al Jardín Botánico Real, un oasis de 28 hectáreas que alberga especies vegetales de todo el mundo. Fundado en 1670 como huerto medicinal, se trata del segundo jardín botánico más antiguo del Reino Unido y uno de los más prestigiosos de Europa. Su función original era cultivar plantas con propiedades curativas para la enseñanza médica, pero hoy combina su labor científica con la conservación y la divulgación, formando parte activa de programas internacionales de protección de la biodiversidad vegetal.

Jardín Botánico Real

Jardín Botánico Real

Jardín Botánico Real

Me detuve un rato a pasear por sus senderos arbolados, donde el sonido del agua y el canto de los pájaros creaban una atmósfera de serenidad absoluta. El recorrido atraviesa distintos jardines temáticos, desde el jardín alpino, con su cuidada representación de flora de montaña, hasta el invernadero victoriano —una estructura imponente de hierro y vidrio que alberga plantas tropicales y subtropicales—. También me llamó la atención el jardín chino, concebido en colaboración con el Instituto de Botánica de Pekín, donde bambús, peonías y pinos serpenteantes evocan paisajes orientales.

Jardín Botánico Real

Jardín Botánico Real

Jardín Botánico Real

Fue un alto en el camino que mereció la pena, no solo por la belleza del entorno, sino por la posibilidad de aprender, aunque fuera de forma sutil, sobre la diversidad vegetal del planeta y la labor que se lleva a cabo para preservarla. Con el ánimo renovado, proseguí hacia el tramo final de la ruta.

Jardín Botánico Real

Antes de lanzarme a explorar mi siguiente destino, decidí hacer una parada para comer en el centro comercial que se encuentra junto al Royal Yacht Britannia. A pesar de la hora, me decanté por un british breakfast completo, con salchichas, huevos, bacon, tomate a la plancha y tostadas. Tal vez no era la elección más ortodoxa para un almuerzo, pero me apetecía mucho más que cualquier menú del mediodía. Será que las costumbres españolas, con su flexibilidad horaria, me siguen acompañando incluso en tierras escocesas.

British Breakfast

La senda del Water of Leith terminó llevándome a Leith, un barrio que ha evolucionado de puerto industrial a una de las zonas más vibrantes de la ciudad. Aquí me esperaba una de las visitas más singulares del viaje: el Royal Yacht Britannia, el antiguo yate real que durante más de cuarenta años sirvió como residencia flotante de la reina Isabel II y su familia. Atracado hoy junto a un moderno centro comercial, este buque encierra un pasado lleno de historia, simbolismo y viajes alrededor del mundo.

Royal Yacht Britannia

Royal Yacht Britannia

La visita al Britannia es sorprendentemente íntima. A través de un recorrido autoguiado por sus cinco cubiertas, uno puede pasear por los aposentos reales, decorados con una sobria elegancia, alejados del lujo ostentoso que podría esperarse de un palacio flotante. El camarote personal de la reina, el único dormitorio real que puede visitarse públicamente, se conserva tal como fue usado, con su cama sencilla, su escritorio y una atmósfera de recogimiento. También se accede al salón de estar, al comedor oficial donde se celebraban recepciones diplomáticas con mandatarios de todo el mundo, y a los espacios donde la familia real se relajaba en privado.

Royal Yacht Britannia

Royal Yacht Britannia

Royal Yacht Britannia

No menos interesante resulta la visita a las áreas de la tripulación: la lavandería, los camarotes de los marineros, la enfermería e incluso la sala de máquinas, impecablemente conservada. En total, más de 200 personas vivían y trabajaban a bordo durante las travesías. En la cubierta exterior, donde los Windsor tomaban el té o contemplaban los paisajes de lugares tan diversos como Australia, Canadá o las islas del Caribe, el contraste entre la vida pública y la esfera privada se hace evidente.

Royal Yacht Britannia

Royal Yacht Britannia

Royal Yacht Britannia

Más que un simple museo flotante, el Britannia es una metáfora del fin de una era: con su retirada en 1997, se cerró un capítulo de la diplomacia monárquica británica tal como se había conocido en el siglo XX. Hoy, visitar este barco es asomarse no solo a la vida de una familia, sino a la proyección global del Reino Unido en décadas pasadas.

Royal Yacht Britannia

Al finalizar el recorrido, sentí que había descubierto una Edimburgo menos concurrida, llena de naturaleza y rincones inesperados. La senda del Water of Leith no es solo un paseo junto al río, sino una invitación a explorar una faceta más tranquila y sorprendente de la ciudad.

PORTOBELLO

Tras abordar el autobús número 21 en las inmediaciones del Royal Yacht Britannia, me dispuse a afrontar un trayecto que, tras aproximadamente 23 paradas, me llevaría a Portobello, el encantador barrio costero de la ciudad. A medida que avanzábamos, el paisaje urbano iba cediendo espacio a zonas más tranquilas y abiertas, hasta que finalmente el mar apareció en el horizonte.

Al descender en Portobello, me encontré con una atmósfera que evocaba la esencia de un pueblo costero, a pesar de estar tan cerca del corazón de Edimburgo. Las calles estaban flanqueadas con encantadoras tiendas locales, cafeterías acogedoras y una vibrante comunidad que le daba vida al lugar. El aire fresco y salado del mar me invitaba a querer seguir conociéndola.

En la avenida principal, se alternan panaderías, librerías de segunda mano y otros comercios con su propio estilo. Todo con un ritmo más relajado que en el centro de la ciudad. Entre los edificios más notables del casco urbano se alzan el antiguo ayuntamiento, hoy reconvertido en espacios culturales y comunitarios, y el moderno ayuntamiento, funcional y sobrio, que refleja la evolución administrativa del barrio a lo largo del tiempo. También destaca The Tower, un edificio de aspecto señorial que en su día formó parte de una casa privada y que ahora es un referente arquitectónico local.

Portobello´s Old Town Hall

The Tower. Portobello

Después de recorrer algunas calles, me dirigí hacia la playa, el verdadero corazón de Portobello. La arena clara y el sonido de las olas contrastaban con la imagen típica de Edimburgo, pero aquí también había historia: antiguamente, esta zona era un destino de veraneo popular, con un concurrido muelle y un parque de atracciones. Hoy, aunque más tranquila, sigue siendo un lugar lleno de vida.

El paseo marítimo, conocido como "Promenade", se extendía a lo largo de la costa. A un lado, la playa con niños jugando en la arena y perros correteando entre las olas. Al otro, una hilera de cafeterías y bares con terrazas donde la gente charlaba animadamente. Me detuve un momento a observar el horizonte, donde el Mar del Norte se extendía infinito, cambiando de color con el reflejo de las nubes.

Playa de Portobello

Playa de Portobello

Decidí caminar tranquilamente por el paseo, disfrutando del ambiente sin necesidad de mojarme los pies, mientras contemplaba cómo la vida cotidiana de Portobello transcurría con una calma encantadora. A medida que avanzaba, pasé por algunos de los edificios más emblemáticos de la zona, como el Portobello Swim Centre, un vestigio de la época victoriana con su piscina de estilo turco, que aún sigue en funcionamiento. También vi algunas de las casas más antiguas, con balcones de hierro forjado y fachadas de piedra oscura, recordando que, a pesar de su cercanía al mar, Portobello sigue siendo parte integral de Edimburgo.

Portobello Swim Centre

Playa de Portobello

Tras un rato disfrutando del paseo y la brisa marina, decidí poner rumbo de nuevo al centro de la ciudad. Subí al autobús número 26, que me llevó de regreso al corazón de Edimburgo para dar un último paseo por sus zonas más emblemáticas, recorriendo con nostalgia esas calles que ya sentía un poco mías. Era mi manera de despedirme de la ciudad. Para cerrar el día, decidí cenar en Mamma’s American Pizza, movido por la promesa de una pizza al estilo neoyorquino. El resultado fue, cuanto menos, inolvidable: una de las peores pizzas que recuerdo haber comido en años. Una despedida culinaria tan desconcertante que casi merecía su propio recuerdo.

Centro de Edimburgo

Mamma´s American Pizza. Edimburgo

Esa noche, al regresar a mi alojamiento, me tomaría un momento para reflexionar sobre todo lo vivido en Edimburgo. Mañana, a primera hora, mi camino me llevaría de vuelta a Madrid, pero sabía que la ciudad no me había dejado indiferente, sino todo lo contrario. Edimburgo, con sus fascinantes rincones y su vibrante historia, había ya calado en mí y se había convertido en una de mis ciudades favoritas de Europa, como no hace mucho también me ocurriría con Dubrovnik, Brujas o Salzburgo. El idilio entre esta ciudad y yo ya se había creado, y no tenía dudas de que intentaría volver, porque hay lugares que, aunque te marches, permanecen contigo para siempre.

Edimburgo desde el Avión de Regreso a Madrid


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