Había llegado mi tercer día en Edimburgo, y aunque ya había
visitado todos los lugares imprescindibles de la ciudad, aún tenía ganas de
seguir explorándola. Mi idea inicial era hacer una escapada a Stirling,
una ciudad clave en la historia de Escocia, con su imponente castillo y su
vínculo con las gestas de William Wallace, ya que se puede visitar
perfectamente en un día, pues está a solo una hora en tren desde Edimburgo. Sin
embargo, decidí dejarla para otro viaje, cuando tenga la oportunidad de
recorrer más a fondo el resto de Escocia. Por tanto, me quedaría en la ciudad y
aprovecharía el día de otra manera. Tenía ganas de caminar, y dado que ya había
visto buena parte de lo más importante de Edimburgo, me animé a hacer algo de
senderismo.
SENDA WATER OF LEITH
La senda Water of Leith me pareció la
opción perfecta. Este recorrido sigue el curso del río hasta su desembocadura
en Leith, ofreciendo un trayecto donde la historia, la arquitectura y la
naturaleza se entrelazan. Aunque la senda completa tiene unos 20 kilómetros, mi
intención no era recorrerla en su totalidad, sino hacer un tramo que me
permitiera descubrir algunos de los rincones más interesantes de la ciudad.
Después de un buen desayuno, emprendería la marcha. Antes de
llegar a Roseburn Park, pasé por Donaldson Crescent,
donde se alza Donaldson’s, un edificio tan
imponente que fácilmente podría confundirse con un palacio. Construido en el
siglo XIX como escuela para niños sordos, fue diseñado por William Henry Playfair
con inspiración en los castillos del Loira. Hoy convertido en residencias
privadas, no se puede visitar por dentro, pero su fachada majestuosa de estilo
jacobino y su elegante simetría merecen sin duda una pausa.
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Donaldson Crescent |
En unos veinte minutos llegué a Roseburn Park, punto de inicio
de mi caminata. Este parque es un remanso de tranquilidad, con su césped bien
cuidado y senderos junto al río, frecuentado por corredores y paseantes
matutinos. Aquí, el Water of
Leith comienza a desplegar su magnetismo, con su curso
serpenteante escoltado por árboles y pequeños puentes.
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Roseburn Park |
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Senda Water of Leith |
Siguiendo el sendero, llegué al Dean Cemetery, un cementerio
victoriano donde descansan figuras ilustres de la historia escocesa. Las
lápidas, algunas cubiertas de musgo, narran historias de ingenieros, militares
y académicos del siglo XIX. Más que un simple camposanto, es un reflejo del
pasado de la ciudad, con un aire melancólico y sereno.
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Senda Water of Leith |
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Dean Cemetery. Senda Water of Leith |
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Dean Cemetery. Senda Water of Leith |
A pocos pasos, me adentré en Dean
Village, un lugar que parece extraído de un cuento. Este
antiguo asentamiento de molineros, cuyos orígenes se remontan al siglo XII, es
hoy una de las zonas más pintorescas de Edimburgo. Caminar por sus calles
empedradas, cruzar sus puentes y contemplar el Well
Court, con su ladrillo rojo y su torre del reloj, fue como
viajar en el tiempo. En su día, esta construcción albergó a los trabajadores de
los molinos que aprovechaban la fuerza del río. Hoy, con sus fachadas
restauradas, es una de las postales más icónicas de la ciudad. Desde aquí,
ascendí hasta el Dean Bridge,
obra de Thomas Telford en 1832, desde donde las vistas del valle del Water of Leith
son simplemente espectaculares.
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Dean Village. Senda Water of Leith |
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Dean Village.Senda Water of Leith |
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Well Court. Dean Village. Senda Water of Leith |
La senda continuó flanqueada por el Dean Garden, un exclusivo
espacio verde privado, hasta llevarme a St Bernard’s Well,
una joya neoclásica construida en el siglo XVIII en torno a un manantial que,
en su época, se creía tenía propiedades curativas. Su diseño, inspirado en un
templo romano, está coronado por la estatua de Higía, diosa de la salud, reflejando la
fascinación de la época por las aguas medicinales.
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Dean Village. Senda Water of Leith |
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St. Bernard´s Well. Senda Water of Leith |
El siguiente tramo del recorrido me llevó al barrio de Stockbridge, un lugar con
personalidad propia, donde el aire bohemio se mezcla con librerías
independientes, cafeterías acogedoras y un ambiente relajado. Aquí hice un
pequeño desvío para recorrer Circus Lane,
una de las calles más encantadoras de Edimburgo, con sus casas de piedra
adornadas con hiedra y flores. También pasé junto a la Iglesia de St Stephen, cuya
majestuosa torre es un referente visual del barrio.
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Stockbridge |
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Circus Lane. Stockbridge |
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Circus Lane. Stockbridge |
De nuevo en la senda, pronto llegué al Jardín Botánico
Real, un oasis de 28 hectáreas que alberga especies vegetales de todo el
mundo. Fundado en 1670 como huerto medicinal, se trata del segundo jardín
botánico más antiguo del Reino Unido y uno de los más prestigiosos de Europa.
Su función original era cultivar plantas con propiedades curativas para la
enseñanza médica, pero hoy combina su labor científica con la conservación y la
divulgación, formando parte activa de programas internacionales de protección
de la biodiversidad vegetal.
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Jardín Botánico Real |
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Jardín Botánico Real |
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Jardín Botánico Real |
Me detuve un rato a pasear por sus senderos arbolados, donde
el sonido del agua y el canto de los pájaros creaban una atmósfera de serenidad
absoluta. El recorrido atraviesa distintos jardines temáticos, desde el jardín
alpino, con su cuidada representación de flora de montaña, hasta el invernadero
victoriano —una estructura imponente de hierro y vidrio que alberga plantas
tropicales y subtropicales—. También me llamó la atención el jardín chino,
concebido en colaboración con el Instituto de Botánica de Pekín, donde bambús,
peonías y pinos serpenteantes evocan paisajes orientales.
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Jardín Botánico Real |
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Jardín Botánico Real |
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Jardín Botánico Real |
Fue un alto en el camino que mereció la pena, no solo por la
belleza del entorno, sino por la posibilidad de aprender, aunque fuera de forma
sutil, sobre la diversidad vegetal del planeta y la labor que se lleva a cabo
para preservarla. Con el ánimo renovado, proseguí hacia el tramo final de la
ruta.
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Jardín Botánico Real |
Antes de lanzarme a explorar mi siguiente destino, decidí
hacer una parada para comer en el centro comercial que se encuentra junto al
Royal Yacht Britannia. A pesar de la hora, me decanté por un british breakfast
completo, con salchichas, huevos, bacon, tomate a la plancha y tostadas. Tal
vez no era la elección más ortodoxa para un almuerzo, pero me apetecía mucho
más que cualquier menú del mediodía. Será que las costumbres españolas, con su
flexibilidad horaria, me siguen acompañando incluso en tierras escocesas.
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British Breakfast |
La senda del Water of
Leith terminó llevándome a Leith,
un barrio que ha evolucionado de puerto industrial a una de las zonas más
vibrantes de la ciudad. Aquí me esperaba una de las visitas más singulares del
viaje: el Royal Yacht Britannia, el
antiguo yate real que durante más de cuarenta años sirvió como residencia
flotante de la reina Isabel II y su familia. Atracado hoy junto a un moderno
centro comercial, este buque encierra un pasado lleno de historia, simbolismo y
viajes alrededor del mundo.
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Royal Yacht Britannia |
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Royal Yacht Britannia |
La visita al Britannia es sorprendentemente íntima. A través
de un recorrido autoguiado por sus cinco cubiertas, uno puede pasear por los
aposentos reales, decorados con una sobria elegancia, alejados del lujo
ostentoso que podría esperarse de un palacio flotante. El camarote personal de
la reina, el único dormitorio real que puede visitarse públicamente, se
conserva tal como fue usado, con su cama sencilla, su escritorio y una
atmósfera de recogimiento. También se accede al salón de estar, al comedor oficial
donde se celebraban recepciones diplomáticas con mandatarios de todo el mundo,
y a los espacios donde la familia real se relajaba en privado.
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Royal Yacht Britannia |
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Royal Yacht Britannia |
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Royal Yacht Britannia |
No menos interesante resulta la visita a las áreas de la
tripulación: la lavandería, los camarotes de los marineros, la enfermería e
incluso la sala de máquinas, impecablemente conservada. En total, más de 200
personas vivían y trabajaban a bordo durante las travesías. En la cubierta
exterior, donde los Windsor tomaban el té o contemplaban los paisajes de
lugares tan diversos como Australia, Canadá o las islas del Caribe, el
contraste entre la vida pública y la esfera privada se hace evidente.
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Royal Yacht Britannia |
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Royal Yacht Britannia |
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Royal Yacht Britannia |
Más que un simple museo flotante, el Britannia es una metáfora del fin
de una era: con su retirada en 1997, se cerró un capítulo de la diplomacia
monárquica británica tal como se había conocido en el siglo XX. Hoy, visitar
este barco es asomarse no solo a la vida de una familia, sino a la proyección
global del Reino Unido en décadas pasadas.
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Royal Yacht Britannia |
Al finalizar el recorrido, sentí que había descubierto una
Edimburgo menos concurrida, llena de naturaleza y rincones inesperados. La
senda del Water of Leith no es solo un paseo junto al río, sino una invitación
a explorar una faceta más tranquila y sorprendente de la ciudad.
PORTOBELLO
Tras abordar el autobús número 21 en las inmediaciones del
Royal Yacht Britannia, me dispuse a afrontar un trayecto que, tras
aproximadamente 23 paradas, me llevaría a Portobello, el encantador barrio
costero de la ciudad. A medida que avanzábamos, el paisaje urbano iba cediendo
espacio a zonas más tranquilas y abiertas, hasta que finalmente el mar apareció
en el horizonte.
Al descender en Portobello, me encontré con una atmósfera
que evocaba la esencia de un pueblo costero, a pesar de estar tan cerca del
corazón de Edimburgo. Las calles estaban flanqueadas con encantadoras tiendas
locales, cafeterías acogedoras y una vibrante comunidad que le daba vida al
lugar. El aire fresco y salado del mar me invitaba a querer seguir conociéndola.
En la avenida principal, se alternan panaderías, librerías
de segunda mano y otros comercios con su propio estilo. Todo con un ritmo más
relajado que en el centro de la ciudad. Entre los edificios más notables del
casco urbano se alzan el antiguo ayuntamiento, hoy reconvertido en
espacios culturales y comunitarios, y el moderno ayuntamiento, funcional
y sobrio, que refleja la evolución administrativa del barrio a lo largo del
tiempo. También destaca The Tower, un edificio de aspecto señorial que
en su día formó parte de una casa privada y que ahora es un referente
arquitectónico local.
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Portobello´s Old Town Hall |
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The Tower. Portobello |
Después de recorrer algunas calles, me dirigí hacia la
playa, el verdadero corazón de Portobello. La arena clara y el sonido de las
olas contrastaban con la imagen típica de Edimburgo, pero aquí también había
historia: antiguamente, esta zona era un destino de veraneo popular, con un
concurrido muelle y un parque de atracciones. Hoy, aunque más tranquila, sigue
siendo un lugar lleno de vida.
El paseo marítimo, conocido como "Promenade",
se extendía a lo largo de la costa. A un lado, la playa con niños jugando en la
arena y perros correteando entre las olas. Al otro, una hilera de cafeterías y
bares con terrazas donde la gente charlaba animadamente. Me detuve un momento a
observar el horizonte, donde el Mar del Norte se extendía infinito, cambiando
de color con el reflejo de las nubes.
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Playa de Portobello |
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Playa de Portobello |
Decidí caminar tranquilamente por el paseo, disfrutando del
ambiente sin necesidad de mojarme los pies, mientras contemplaba cómo la vida
cotidiana de Portobello transcurría con una calma encantadora. A medida que
avanzaba, pasé por algunos de los edificios más emblemáticos de la zona, como
el Portobello Swim Centre, un vestigio de la época victoriana con su
piscina de estilo turco, que aún sigue en funcionamiento. También vi algunas de
las casas más antiguas, con balcones de hierro forjado y fachadas de piedra
oscura, recordando que, a pesar de su cercanía al mar, Portobello sigue siendo
parte integral de Edimburgo.
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Portobello Swim Centre |
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Playa de Portobello |
Tras un rato disfrutando del paseo y la brisa marina, decidí
poner rumbo de nuevo al centro de la ciudad. Subí al autobús número 26, que me
llevó de regreso al corazón de Edimburgo para dar un último paseo por sus zonas
más emblemáticas, recorriendo con nostalgia esas calles que ya sentía un poco
mías. Era mi manera de despedirme de la ciudad. Para cerrar el día, decidí
cenar en Mamma’s American Pizza, movido por la promesa de una pizza al
estilo neoyorquino. El resultado fue, cuanto menos, inolvidable: una de las
peores pizzas que recuerdo haber comido en años. Una despedida culinaria tan
desconcertante que casi merecía su propio recuerdo.
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Centro de Edimburgo |
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Mamma´s American Pizza. Edimburgo |
Esa noche, al regresar a mi alojamiento, me tomaría un momento para reflexionar sobre todo lo vivido en Edimburgo. Mañana, a primera hora, mi camino me llevaría de vuelta a Madrid, pero sabía que la ciudad no me había dejado indiferente, sino todo lo contrario. Edimburgo, con sus fascinantes rincones y su vibrante historia, había ya calado en mí y se había convertido en una de mis ciudades favoritas de Europa, como no hace mucho también me ocurriría con Dubrovnik, Brujas o Salzburgo. El idilio entre esta ciudad y yo ya se había creado, y no tenía dudas de que intentaría volver, porque hay lugares que, aunque te marches, permanecen contigo para siempre.
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Edimburgo desde el Avión de Regreso a Madrid |
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