Hablar de la naturaleza en la provincia de Palencia es abrir
un capítulo que, aunque quizá menos conocido que el del patrimonio románico,
resulta igual de asombroso y enriquecedor. Frente a la monumentalidad de los
templos y monasterios, la provincia ofrece otro tipo de espacios donde el
asombro se mide en horizontes abiertos, perfiles de montaña, sendas discretas
entre bosques o la calma que transmite un valle apartado donde el tiempo parece
haberse detenido. Lo natural aquí no es mero telón de fondo: forma parte del
relato y se impone como protagonista silencioso de muchos de los paisajes y
momentos que uno vive al recorrer esta tierra.
Palencia no responde al tópico fácil de lo espectacular. No
tiene una gran cordillera que actúe como reclamo inmediato ni un parque
nacional de fama incontestable. Y, sin embargo, quien se toma el tiempo de
explorarla, sin prisas ni prejuicios, descubre un mosaico de paisajes que
sorprenden por su diversidad y autenticidad. Desde los crestones calizos de la
zona norte, con su carácter áspero y honesto, hasta los valles apacibles de la
Ojeda o los senderos que atraviesan masas forestales en el entorno de Cervera o
Velilla, cada rincón parece pedir al visitante una mirada detenida, una
caminata sin ruido, una pausa.
Aquí la naturaleza no se impone con estruendo, sino que se
deja descubrir. Uno no llega a ella por casualidad, sino por elección. Y quizá
por eso deja tanta huella: porque exige atención, respeto y tiempo. En los
miradores que se asoman a las hoces, en las rutas que serpentean entre hayedos
o robledales, en los cursos de agua que atraviesan desfiladeros o en las
planicies cerealistas donde el cielo manda, se revela un paisaje plural, vivo,
que no necesita artificios.
A lo largo de mis visitas a la provincia he tenido ocasión
de recorrer un buen número de sus espacios naturales más relevantes, tanto los
más señalados en los mapas como esos otros apenas conocidos, que uno encuentra
al desviarse de la ruta prevista. Desde reservas naturales hasta minas
abandonadas reconvertidas en enclaves de memoria y paisaje, desde rutas bien
trazadas hasta pequeños desvíos que llevan a panorámicas inesperadas, cada
lugar ha aportado algo distinto.
No se trata aquí de dar una lista exhaustiva ni de competir
en cifras o rankings. Lo que sigue es un recorrido personal, fruto de la
experiencia directa, que busca simplemente compartir algunos de los enclaves
que más me han impresionado por su valor natural, su belleza o la atmósfera que
los rodea. Espero que estas palabras puedan servir como invitación a descubrir
una provincia que, más allá de sus templos de piedra, es también un templo de
naturaleza.
TEJADA DE TOSANDE
Pocas rutas en la provincia de Palencia combinan con tanta
naturalidad la belleza del recorrido con el valor ecológico del destino como la
que lleva a la Tejeda de Tosande. Situada en plena comarca de la Montaña
Palentina, dentro del Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente
Cobre-Montaña Palentina, esta pequeña joya botánica es uno de los bosques de
tejos más notables de la Península Ibérica, y desde luego uno de los mejor
conservados.
El sendero que conduce hasta ella forma un recorrido circular de unos 9 kilómetros, bien señalizado y sin demasiada dificultad, aunque con algunos tramos de ascenso que conviene tomarse con calma. A medida que se avanza, el paisaje va desplegando sus contrastes: primero el valle, con robles, encinas y fresnos, y después, poco a poco, la senda comienza a ganar altura hacia la ladera del monte Tosande.
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Tejeda de Tosande |
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Tejeda de Tosande |
Lo que me impresionó al llegar no fue tanto la densidad del bosque, que no es muy grande, como el ambiente que se respira dentro de él. La tejeda está compuesta por más de ochocientos ejemplares, algunos de ellos milenarios, con troncos retorcidos que parecen esculpidos por el paso del tiempo. La mayoría de los árboles están dispuestos de forma dispersa entre otras especies, lo que da al lugar un aspecto más natural y menos cerrado que otros bosques más homogéneos.
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Tejeda de Tosande |
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Tejeda de Tosande |
El tejo (Taxus baccata) es una especie singular. Árbol sagrado para los celtas, siempre rodeado de leyendas y con una toxicidad que contrasta con su longevidad, ha sido históricamente objeto de veneración y también de destrucción. Por eso resulta tan sorprendente encontrar aquí un enclave donde ha conseguido sobrevivir durante siglos, casi en silencio, protegido por la inaccesibilidad del terreno y, más recientemente, por el reconocimiento de su valor ecológico.
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Vistas desde la Tejeda de Tosande |
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Tejeda de Tosande |
El tramo que recorre el corazón de la tejeda se hace en un ambiente de sombra permanente, con un silencio que solo rompen el crujido de las ramas secas y algún que otro zorzal escondido. Es un lugar que invita a parar, literalmente, y a mirar con detenimiento. Y si se tiene suerte con la luz, los troncos rojizos de los tejos brillan con una tonalidad cálida que contrasta con el verde oscuro de su follaje.
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Tejeda de Tosande |
Después de atravesar la tejeda, el sendero completa el bucle descendiendo suavemente por la ladera contraria, regresando al punto de partida. En total, puede completarse en unas tres horas, más si uno se detiene —como fue mi caso— a observar detalles, sentarse un rato o simplemente dejar que el bosque haga lo suyo: envolver, calmar y recordar que hay lugares donde el tiempo parece tener otro ritmo.
MIRADORES DE PIEDRASLUENGAS Y LAS
MATAS
Uno de los momentos que más recuerdo de mis recorridos por la Montaña Palentina fue el ascenso hacia el Puerto de Piedrasluengas. La carretera que sube serpenteando entre hayedos y praderas ya anticipa que algo especial espera al final. Y así es: desde el mirador de Piedrasluengas, la vista se abre de forma casi teatral sobre el valle de Liébana y, al fondo, los Picos de Europa. En días despejados, el paisaje es de una nitidez asombrosa, como si cada línea del horizonte hubiese sido trazada con intención. Pero incluso con niebla o nubes bajas, el lugar no pierde fuerza; al contrario, gana en misterio.
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Mirador de Piedrasluengas |
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Mirador de Piedrasluengas |
El mirador, a más de 1.300 metros de altitud, cuenta con una pequeña plataforma y varios paneles interpretativos que ayudan a situar lo que se ve: desde Peña Labra hasta la mole de Peña Prieta o el propio curso del río Pisuerga naciendo entre montañas. Recuerdo haber estado allí un buen rato, sin prisa, dejando que el silencio, solo roto por el viento o algún ave, lo llenase todo. Es un lugar que impone, pero sin violencia; más bien invita a detenerse, a entender mejor el entorno.
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Mirador de Piedrasluengas |
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Mirador de Piedrasluengas |
Muy cerca de allí —apenas a unos minutos en coche y por una pista en buen estado— se encuentra otro de esos rincones que merecen la pena: el mirador de Las Matas. Menos conocido y más escondido, ofrece una vista completamente diferente. Desde aquí, la mirada se orienta hacia la vertiente castellana, dominada por grandes masas forestales y montes que se escalonan hacia la meseta. Lo que más llama la atención es la quietud del paisaje: una sucesión de crestas suaves, pueblos apenas insinuados entre los árboles y una luz que va cambiando con el paso de las horas.
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Mirador de las Matas |
A diferencia de Piedrasluengas, aquí no hay grandes paneles ni plataformas, solo una barandilla de madera y un banco. Pero a veces, eso es todo lo que se necesita. Personalmente, disfruté mucho más de Las Matas como experiencia íntima, sin apenas gente, con esa sensación de haber descubierto algo no señalado con neones. Es un lugar perfecto para terminar el día o para hacer una parada en alguna de las rutas cercanas.
Ambos miradores permiten comprender bien la transición entre la montaña
cántabra y la palentina, y también ofrecen una buena
perspectiva del Parque
Natural Montaña Palentina, que abarca todo este entorno y
protege su biodiversidad, sus bosques y su valioso patrimonio geológico. Dos
miradores distintos, complementarios, y a los que conviene acercarse sin prisa.
EMBALSES DE REQUEJADA Y RUESGA
En el corazón de la Montaña Palentina, los embalses de
Requejada y Ruesga no solo cumplen su función hidráulica, sino que han
terminado por convertirse en auténticos paisajes de referencia para quienes
buscan calma, amplitud visual y una naturaleza que, sin ser completamente
salvaje, sí conserva una autenticidad rara de encontrar.
El embalse de Requejada, uno de los más grandes de la zona, está rodeado por un paisaje imponente: montañas cubiertas de pinos, laderas suaves que en algunas épocas del año se tiñen de ocres o verdes intensos, y una lámina de agua que parece mutar con cada cambio de luz. Desde varios puntos del entorno, como en las inmediaciones de la carretera que bordea su orilla norte, se obtienen vistas magníficas. El silencio aquí tiene una calidad distinta: no es total, pero es profundo, como si el lugar pidiera ser contemplado sin prisa. A veces, el viento arrastra el sonido lejano de algún pájaro o el crujir de las ramas, pero el conjunto transmite paz.
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Embalse de Requejada |
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Embalse de Requejada |
Ruesga, por su parte, es un embalse más pequeño y recogido, y quizás por eso incluso más entrañable. Tiene algo de rincón escondido, de sitio que uno se encuentra sin buscarlo demasiado. En sus orillas se percibe un ritmo más lento, y todo invita a sentarse, mirar y dejarse envolver. Las vistas desde la zona del muro, o desde las praderas cercanas, muestran un valle contenido, más íntimo que el de Requejada, pero no por ello menos bello.
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Embalse de Ruesga |
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Embalse de Ruesga |
En mi caso, los visité en un frío día de invierno, y recuerdo con claridad cómo el aire era ya cortante desde primera hora, con esa quietud que a veces solo trae el hielo. El agua, casi inmóvil, tenía un tono más oscuro, y los contornos del paisaje parecían más nítidos bajo la luz clara y dura de la estación. Apenas había nadie en los alrededores, lo que acentuaba aún más esa sensación de recogimiento. No es un lugar de grandes rutas ni de aventura extrema, pero sí lo es para quien busca paisajes con alma, momentos de introspección o simplemente una pausa.
Ambos embalses forman parte de ese patrimonio natural
palentino que a veces queda fuera del foco turístico más inmediato, pero que
merece plenamente la visita. Están ahí, sin hacer ruido, pero con una presencia
firme, como muchas otras joyas de esta tierra.
CAÑÓN DE LA HORADADA
El Cañón de la Horadada es uno de esos lugares que impresionan desde el primer momento, no solo por la fuerza del paisaje, sino por cómo la naturaleza ha ido modelando con paciencia la roca a lo largo de milenios. Situado muy cerca de Villaescusa de las Torres, este desfiladero es uno de los rincones más sobrecogedores del norte de Palencia, con sus paredes calizas abruptas y verticales que encajonan el curso del río Pisuerga.
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Villaescusa de las Torres |
En mi caso, opté por recorrer la parte superior del cañón, un itinerario que parte desde el mismo pueblo de Villaescusa y asciende por senderos que, sin ser técnicamente difíciles, requieren cierta precaución. El recorrido tiene unos 8 kilómetros y se puede realizar en unas 2,5 a 3 horas dependiendo del ritmo. Una vez arriba, el esfuerzo se ve sobradamente recompensado. El camino discurre en paralelo al cañón, permitiendo asomarse, siempre con respeto, a los bordes del precipicio y contemplar desde allí la profundidad del desfiladero y el trazado sinuoso del río.
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Cañón de la Horadada |
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Cañón de la Horadada |
El paisaje desde lo alto es sencillamente espectacular. En los días despejados, la vista se extiende más allá del cañón, alcanzando incluso la silueta de la Peña Amaya al fondo. Es fácil quedarse largos minutos observando el vuelo de los buitres leonados, que habitan las cornisas y se deslizan en círculos sobre el vacío. La piedra, la luz, el viento... todo parece formar parte de un equilibrio que aquí se siente especialmente puro.
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Cañón de la Horadada |
La vegetación, aunque no demasiado densa, aparece en forma de sabinas, encinas y matorrales adaptados a un entorno pedregoso y agreste. En algunos tramos, el sendero se estrecha, obligando a caminar con atención, pero sin dejar de disfrutar del silencio, solo roto por el canto de algún ave o el eco lejano del agua en el fondo del cañón.
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Cañón de la Horadada |
Esta ruta por la parte superior del Cañón de la Horadada no solo permite entender mejor la magnitud del paisaje, sino también conectar con esa otra Palencia más salvaje y menos transitada, que sabe recompensar a quien se toma el tiempo de explorarla.
Además del interés paisajístico, el Cañón de la Horadada
tiene también un componente patrimonial importante. Al final del recorrido, en
Mave, se encuentra el antiguo monasterio de Santa
María de Mave, una joya románica que hoy alberga un hotel, pero
cuya iglesia conserva la estructura original. Es una buena forma de cerrar la
ruta, sumando al paisaje la huella del arte y de la historia.
LAS TUERCES
Entre los paisajes más peculiares de la provincia de Palencia, Las Tuerces ocupa un lugar destacado por derecho propio. A medio camino entre lo geológico y lo fantástico, este conjunto de formaciones rocosas se alza sobre el valle del Pisuerga como una especie de mundo aparte, modelado por la erosión a lo largo de millones de años. Caminar entre sus pasadizos naturales, arcos, grietas y bloques calizos es como perderse en un laberinto de piedra que sorprende a cada paso.
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Las Tuerces |
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Las Tuerces |
Aunque existen varias rutas para acceder a este paraje, la más conocida parte del pequeño núcleo de Villaescusa de las Torres, desde donde se asciende a la meseta superior. No sabría precisar exactamente por dónde me adentré en esta ocasión, pero sí tengo muy presente la sensación de avanzar poco a poco hasta alcanzar la zona alta y empezar a ver aparecer, casi sin previo aviso, esas formas caprichosas que hacen de Las Tuerces un lugar tan singular.
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Las Tuerces |
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Las Tuerces |
La ruta más habitual, desde Villaescusa, ronda los 6 kilómetros en total (ida y vuelta) y puede completarse en unas 2 horas, dependiendo del ritmo y del tiempo que uno quiera dedicar a explorar. Y lo cierto es que merece la pena tomárselo con calma: hay múltiples desvíos y rincones que invitan a detenerse. El terreno no presenta grandes dificultades, aunque en días húmedos puede estar algo resbaladizo.
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Las Tuerces |
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Las Tuerces |
Además del valor paisajístico, Las Tuerces es también un buen balcón natural. Desde varios puntos del recorrido se obtienen vistas sobre el desfiladero de La Horadada, sobre la línea del río Pisuerga y sobre las llanuras y montes circundantes. No es solo lo que se ve, sino cómo cambia la percepción del entorno al estar inmerso en él.
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Cañón de la Horadada desde Las Tuerces |
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Las Tuerces |
A diferencia de otras rutas más forestales o cerradas, aquí el protagonismo es de la roca y del espacio abierto. Todo está al descubierto, sin apenas vegetación que interrumpa la vista, lo que permite apreciar con claridad la forma del paisaje. En mi caso, el día nublado acentuó los contrastes entre la piedra y el cielo, dando al conjunto un aire más sobrio, casi melancólico, que encajaba bien con el silencio del lugar. Es una naturaleza que no abruma, pero que impone respeto.
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Las Tuerces |
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Las Tuerces |
VALLE Y CASCADA DE COVALAGUA
Uno de los rincones más sorprendentes de la provincia es el
entorno del valle y la cascada de
Covalagua, situado en las inmediaciones de la localidad de
Pomar de Valdivia. Aunque no exige una caminata larga ni esfuerzo excesivo, lo
que ofrece a cambio este breve paseo es difícil de olvidar.
Desde el aparcamiento habilitado, un camino bien señalizado y sin apenas desnivel nos conduce en poco más de 15 minutos a uno de los miradores naturales más impresionantes de toda la zona: el mirador del valle de Covalagua. El terreno, modelado por la acción del agua y el paso del tiempo, se abre de repente en una panorámica extensa y serena. Incluso en días grises, como el que me tocó a mí, la belleza del conjunto se impone con facilidad. Todo está dispuesto en una calma contenida, con campos, colinas y pequeños núcleos que se dibujan en la distancia con una geometría casi pictórica.
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Valle de Covalagua |
Un poco más adelante se encuentra la cascada de Covalagua, cuyo nombre ya sugiere su origen: el agua que brota de la cueva y se precipita en una caída breve pero intensa, especialmente vistosa en época de deshielo o tras lluvias abundantes. Aunque no tiene el volumen de otras cascadas más caudalosas, su entorno —escarpado, húmedo, silencioso— le da un carácter especial. En los alrededores se percibe ese equilibrio delicado entre la acción natural y la intervención humana que, en este caso, ha sabido respetar el lugar.
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Cascada de Covalagua |
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Cascada de Covalagua |
CUEVA DE LOS FRANCESES
Muy cerca del paraje de Covalagua, en pleno corazón del páramo de La Lora, se encuentra uno de los espacios más singulares del subsuelo palentino: la Cueva de los Franceses. El nombre, que de inmediato despierta curiosidad, proviene de un episodio bélico del siglo XIX, cuando, según la tradición, un grupo de soldados franceses fue abatido en esta zona durante la Guerra de la Independencia y sus cuerpos arrojados a una sima cercana. Más allá de la leyenda, lo que hoy encontramos es una cavidad kárstica que se puede visitar cómodamente y que sorprende por su riqueza geológica y su cuidada iluminación.
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Cueva de los Franceses |
El acceso es sencillo: la cueva está perfectamente acondicionada para el visitante, con pasarelas y escaleras metálicas que permiten recorrer un circuito subterráneo de unos 500 metros. El recorrido, que se realiza con guía y dura aproximadamente 30-40 minutos, atraviesa diversas salas y galerías adornadas con estalactitas, estalagmitas y formaciones calcáreas esculpidas por la acción lenta del agua a lo largo de miles de años. Hay que tener en cuenta que la temperatura en el interior ronda los 10ºC durante todo el año, así que conviene llevar algo de abrigo incluso en verano.
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Cueva de los Franceses |
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Cueva de los Franceses |
En mi caso, la visita resultó muy reveladora. No esperaba encontrar un espacio tan bien conservado y tan sugerente en mitad de la meseta. La sensación de adentrarse en un mundo silencioso, casi mineral, en contraste con el paisaje abierto que se extiende sobre nuestras cabezas, aporta una dimensión completamente distinta a la experiencia de explorar la naturaleza palentina. Además, todo está señalizado con rigor, y el personal que acompaña en la visita aporta explicaciones claras tanto sobre la formación geológica como sobre la historia de su descubrimiento y acondicionamiento.
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Cueva de los Franceses |
MIRADOR DE VALCABADO
Tras salir de la Cueva de los Franceses, el camino continúa por la carretera que serpentea el páramo hasta alcanzar uno de los puntos más sobrecogedores del norte de Palencia: el Mirador de Valcabado. Situado en el extremo del páramo de La Lora, justo al borde de un impresionante cortado, este balcón natural ofrece una panorámica de enorme amplitud sobre el valle de Valderredible, ya en tierras cántabras. El contraste entre la altiplanicie caliza que se pisa y el abismo que se abre de repente a los pies resulta impactante.
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Mirador de Valcabado |
No hay que caminar mucho para llegar: se puede dejar el coche a escasos metros del mirador, en una pequeña explanada habilitada junto a la carretera. Desde allí, solo queda acercarse a la barandilla de madera que delimita el borde y dejar que la vista se pierda en la distancia. En días despejados, el horizonte se deshace en capas de montañas, campos y bosques, con algún pequeño núcleo rural esparcido aquí y allá.
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Mirador de Valcabado |
Más allá del valor escénico, este lugar tiene también una dimensión casi simbólica: es uno de esos puntos donde se percibe con claridad el paso entre dos mundos. Por un lado, la sobriedad horizontal del páramo palentino; por otro, el relieve más quebrado y húmedo de Cantabria. A un lado, la Castilla mesetaria; al otro, la cornisa norte. Pocas veces se tiene la oportunidad de sentir de forma tan física ese tránsito geográfico.
CANAL DE CASTILLA
Pocas infraestructuras históricas tienen en Castilla un peso
tan singular como el Canal de Castilla. Esta obra de ingeniería, proyectada en
el siglo XVIII con la intención de facilitar el transporte de mercancías y
revitalizar la economía de la meseta, se ha convertido con el paso del tiempo
en un elemento inseparable del paisaje palentino. Hoy, lejos de las barcazas
que surcaban sus aguas en otros siglos, el canal ofrece un recorrido distinto,
más contemplativo, que permite entender la estrecha relación entre naturaleza,
ingeniería y territorio.
Uno de los puntos donde mejor se percibe esa armonía es Alar del Rey, lugar de nacimiento del canal. Allí, el agua inicia su curso y lo hace con una fuerza que sorprende. Los antiguos edificios de servicio, las compuertas y la vegetación que abraza el cauce conforman una estampa que no solo remite al pasado, sino que sigue teniendo vida propia. Pasear por sus orillas permite apreciar la magnitud del proyecto y cómo fue pensada cada sección con un propósito claro y funcional.
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Canal de Castilla. Alar del Rey |
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Canal de Castilla. Alar del Rey |
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Canal de Castilla. Alar del Rey |
Más al sur, el canal vuelve a aparecer con fuerza en Frómista. Aquí, además de las exclusas que permiten salvar el desnivel del terreno, destaca la integración del canal con el propio trazado urbano. Es un punto donde el agua y el patrimonio conviven de forma muy visible. Resulta especialmente interesante observar las esclusas en funcionamiento o detenerse en alguno de los puentes que lo cruzan para ver cómo el cauce discurre con ritmo constante, ajeno al paso del tiempo.
Canal de Castilla a su paso por Frómista |
Ambos tramos ofrecen además rutas bien acondicionadas para el paseo o la bicicleta, con señalización clara y zonas de descanso. Son recorridos fáciles, accesibles y perfectamente adecuados para una jornada tranquila al aire libre, entre chopos, reflejos en el agua y la silenciosa compañía del canal.
EMBALSE DE AGUILAR DE CAMPOO
A pocos kilómetros del núcleo urbano de Aguilar de Campoo, el embalse que lleva su nombre se extiende como un espejo irregular en medio del paisaje. Construido a mediados del siglo XX con fines hidráulicos y de abastecimiento, el embalse de Aguilar no solo cumple hoy un papel funcional, sino que se ha convertido también en un espacio de recreo y contemplación que bien merece una visita pausada.
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Embalse de Aguilar de Campoo |
Una de las mejores formas de acercarse es recorriendo a pie o en coche el perímetro, que ofrece distintos puntos de acceso y varias zonas habilitadas para detenerse con calma. Lo que sorprende desde el principio es la amplitud de la lámina de agua, sobre todo cuando está en uno de sus niveles más altos. Los pinares cercanos, las suaves ondulaciones del terreno y las pequeñas playas naturales que surgen en algunas orillas generan una combinación de naturaleza contenida y paisaje abierto que resulta muy agradable.
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Embalse de Aguilar de Campoo |
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Embalse de Aguilar de Campoo |
No hay un recorrido cerrado, ni un punto único desde el que contemplarlo todo: parte de su encanto está precisamente en ir encontrando rincones, siguiendo pequeños caminos de tierra que se abren entre la vegetación o bajando hasta la orilla en los tramos más accesibles.
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Embalse de Aguilar de Campoo |
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Embalse de Aguilar de Campoo |
También conviene destacar que, desde ciertas zonas, se obtienen vistas muy completas de la presa y de los perfiles montañosos que la rodean. En días claros, la luz se refleja con intensidad en la superficie, generando cambios continuos de color y textura. Y aunque es habitual encontrar aquí pescadores o gente haciendo deporte, sigue siendo fácil encontrar momentos de soledad y silencio.
RESERVA BISON BONASUS
En pleno corazón de la montaña palentina, muy cerca de San
Cebrián de Mudá, se encuentra un lugar sorprendente y poco habitual: la reserva
del Bisón Bonasus. Rodeado de pinares, robles y el silencio propio de estas
altitudes, este espacio natural protegido acoge una pequeña población de
bisontes europeos en semilibertad, una especie que, aunque pueda parecer lejana
en el tiempo o en el mapa, camina aquí mismo entre nosotros.
La visita en sí misma ya resulta especial desde el primer momento. El entorno está bien acondicionado, con un centro de interpretación que aporta las claves básicas para entender qué es el bisonte europeo, de dónde viene y por qué su presencia en estas tierras tiene tanto valor. Pero lo más impactante, sin duda, llega al salir al exterior y acercarse al cercado donde se realiza el contacto directo con algunos ejemplares.
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Reserva del Bisonte Europeo. Bisón Bonasus |
En mi caso, fui con unos amigos, y lo que en principio esperábamos como una simple observación se convirtió en algo mucho más intenso. Tuvimos la oportunidad de darles de comer directamente, acercándonos con cuidado mientras los bisontes se aproximaban con esa mezcla de fuerza contenida y calma que los caracteriza. Sentir su lengua áspera recogiendo la comida de tu mano, notar la masa enorme de su cuerpo a tan poca distancia, y mirarlos de cerca, sin barrotes de por medio, es una experiencia difícil de olvidar. Hay algo en su mirada, profunda y tranquila, que impone respeto pero también cierta ternura.
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Reserva del Bisonte Europeo. Bisón Bonasus |
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Reserva del Bisonte Europeo. Bisón Bonasus |
Después del contacto cercano, verlos caminar en grupo por los pastos, sin prisa, reforzó esa impresión de estar compartiendo espacio con un fragmento vivo de la historia natural de Europa. El bisonte europeo, que llegó a estar prácticamente extinguido en estado salvaje, ha ido recuperándose gracias a proyectos como este. Su reintroducción, lenta pero firme, forma parte de un esfuerzo mucho mayor por conservar no solo una especie, sino una forma de equilibrio con la naturaleza que parecía perdida.
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Reserva del Bisonte Europeo. Bisón Bonasus |
La reserva no es un parque temático ni un zoológico: aquí todo ocurre a otro ritmo, sin espectáculo, sin artificios. Se agradece que todo esté pensado desde el respeto al animal y a su entorno, y que el visitante se integre en esa lógica pausada y sencilla. Quizá por eso mismo la experiencia deja tanto poso: porque lo que vives es real, sin filtros.
Volver de allí fue hacerlo con una sensación de privilegio.
Poder compartir un rato con estos animales en un entorno natural, sin ruidos,
sin vallas exageradas ni prisas, fue un recordatorio de lo que aún es posible
cuando se combina conservación, conocimiento y sensibilidad.
PICOS ESPIGÜETE Y CURAVACAS
Hay montañas que no necesitan demasiadas presentaciones. En
la montaña palentina, los nombres del Espigüete
y el Curavacas
suenan con peso propio, como cumbres que imponen respeto incluso desde la
distancia. No solo por su altitud, sino por la silueta que dibujan en el
paisaje y por la fama bien ganada que tienen entre quienes buscan algo más que
un paseo por el monte.
Ambas ascensiones las hice en un mismo fin de semana, una
cada día, en lo que fue una pequeña escapada bastante intensa pero
tremendamente satisfactoria. Aunque cada cima tiene su carácter, comparten una
emoción común: esa mezcla de expectación y prudencia que uno siente cuando sabe
que lo que tiene delante no es cualquier cosa.
El Espigüete, con sus 2.450 metros de altitud, es probablemente el más reconocible de los dos. Su figura, recortada como una gran pirámide caliza, se alza con una contundencia que impresiona ya desde el aparcamiento de Cardaño de Abajo. Existen varias rutas posibles —la más clásica sube por la cara sur, más sencilla y directa— pero sea cual sea el camino, la subida no da tregua. El terreno es duro, a veces inestable, y la sensación de altura se hace notar pronto.
Ascensión por Arista Este del Espiqüete |
Cima del Espigüete |
(Duración aproximada: entre 4 y 6 horas, ida y vuelta, dependiendo del ritmo y la ruta elegida. Desnivel: unos 1.100 metros.)
Alcanzar la cima del Espigüete es recompensarse con un espectáculo: desde arriba, la montaña palentina se abre como un tapiz de valles y cumbres, con el embalse de Camporredondo al fondo y, si el día lo permite, los Picos de Europa asomando en el horizonte. Pero más allá de las vistas, hay una satisfacción especial en saberse allí arriba, en lo alto de una de las cimas más simbólicas de toda Castilla y León.
Cima del Espigüete |
Vistas desde la Cima del Espigüete |
El Curavacas, algo más alto (2.524 metros), no se queda atrás. Se accede desde Vidrieros, y su ascensión, aunque también exigente, tiene un carácter distinto. La montaña no es tan vertical en su parte baja, pero su parte superior, de roca oscura y suelta, obliga a ir con cuidado y a tener buen sentido de la orientación si no se sigue una ruta muy marcada. Es un terreno que no perdona despistes, sobre todo si se suman la niebla o la humedad.
Cima del Curavacas |
(Duración estimada: unas 6 a 7 horas en total, con un desnivel que ronda también los 1.100 metros.)
En mi caso, el día fue largo y con esfuerzo, pero también con momentos de pura desconexión, caminando entre neveros tardíos y zonas donde el viento parecía no haber parado nunca. La cumbre del Curavacas regala una sensación parecida a la del Espigüete, aunque quizá con un punto más salvaje. Es menos visitada, más áspera, pero eso también la hace especial.
Vistas en el Descenso del Pico Curavacas |
No me considero un montañero experto, pero sí alguien que respeta la montaña y que disfruta de estos retos con calma y con ganas. Subir a estas cimas no es algo que se improvise: hay que ir preparado, mirar el tiempo, llevar el equipo adecuado y, sobre todo, saber cuándo seguir y cuándo no. Pero si todo va bien, el recuerdo queda para siempre.
Estas dos ascensiones fueron, sin duda, de lo más intenso
que he vivido en la naturaleza palentina. No solo por el esfuerzo físico, sino
por esa conexión que se genera cuando caminas en silencio, con todo el paisaje
desplegado a tus pies. Aunque se trate de ascensiones exigentes, tanto el
Espigüete como el Curavacas ofrecen una recompensa difícil de igualar. La
sensación de alcanzar la cima y contemplar desde allí la inmensidad de la
montaña palentina compensa con creces el esfuerzo realizado.
CASCADAS DE MAZOBRE
El Espigüete no solo es uno de los grandes iconos de la
montaña palentina por su perfil inconfundible, sino también el telón de fondo
de una de las rutas más agradables de esta zona: la que lleva hasta las cascadas
de Mazobre. Se trata de un itinerario sencillo y muy recomendable,
tanto para quienes no quieran una gran exigencia física como para quienes
simplemente buscan un paseo con recompensa.
El sendero arranca desde el aparcamiento habilitado en el entorno del Pozo de las Lomas, al que se accede desde la carretera entre Cardaño de Abajo y Cardaño de Arriba. Desde allí, comienza una marcha cómoda que avanza por una pista de buen firme entre prados, arroyos y paredes de roca que empiezan a cerrarse poco a poco sobre el camino. A medida que se avanza, el Espigüete se muestra más imponente, presidido por una vegetación que, según la estación, tiñe de verdes intensos o de dorados todo el entorno.
Cascada de Mazobre |
La distancia de la ruta es de aproximadamente 5 kilómetros (ida y vuelta), y puede realizarse en torno a 1 hora y media, sin dificultad técnica. El trazado es muy asequible y está perfectamente señalizado, lo que permite disfrutar del entorno sin preocuparse demasiado por la orientación. Es, además, una ruta bastante frecuentada, por lo que rara vez se hace en soledad total, especialmente en fines de semana o en época estival.
Cascada de Mazobre |
El tramo final se adentra en una pequeña vaguada desde donde ya se percibe el rumor del agua. La cascada no es especialmente alta ni caudalosa, pero su ubicación, al abrigo de una pequeña hoz con vegetación cerrada, le confiere un encanto especial. El agua se desploma por una pared rocosa y se remansa en la base, creando un rincón que invita a detenerse y disfrutar con calma. En mi caso, la visité tras una época de lluvias y el caudal estaba en su mejor momento, con ese murmullo constante que aporta vida al paraje.
Cascada de Mazobre |
Espigüete desde Cascada de Mazobre |
No es una caminata larga ni tampoco una cumbre conquistada, pero sí uno de esos lugares que justifican, por sí solos, una escapada a la montaña palentina.
MIRADORES ALBA DE CARDAÑO Y ALTO DE
LA VARGA
La montaña palentina tiene lugares en los que uno se detiene no tanto por lo que va buscando, sino por lo que se encuentra sin esperarlo. Es lo que me ocurrió con los miradores de Alba de los Cardaños y el Alto de la Varga. Ambos ofrecen vistas privilegiadas de uno de los paisajes más rotundos de esta zona: el embalse de Camporredondo, que se extiende como una lámina tranquila entre montañas, recogiendo la luz según la hora y el día.
Embalse de Camporredondo |
Desde el entorno del propio pueblo de Alba de los Cardaños, ya se puede disfrutar de una estampa que parece detenida. El agua, el perfil de las montañas y las casas agrupadas a lo lejos componen una escena serena. Hay varios puntos donde uno puede parar con calma, asomarse sin prisas y dejar que la vista se pierda entre las curvas del valle. En mi caso, me bastó con desviarme apenas unos metros desde el acceso principal para encontrar una pequeña elevación desde donde todo parecía encajar.
Alba de los Cardaños y Embalse de Camporredondo |
Espigüete desde Alba de los Cardaños |
Algo más arriba, tomando la carretera en dirección a Triollo, aparece el Alto de la Varga, otro de esos puntos donde uno siente que ha ganado altura sin apenas darse cuenta. La panorámica es más abierta, más amplia, y permite abarcar buena parte de la montaña palentina en un solo golpe de vista. Aquí el embalse se muestra completo, escoltado por cumbres y bosques, y es fácil entender por qué este rincón se ha convertido en parada habitual para muchos. El mirador está perfectamente habilitado, con espacio para aparcar y paneles informativos, por lo que resulta muy accesible incluso para quienes no buscan caminar.
Mirador Alto de la Varga |
Espigüete desde Mirador Alto de la Varga |
Ambos lugares son ideales para una pausa, para contemplar el paisaje sin más pretensión que dejarse impresionar por él. En días claros, la luz dibuja con nitidez los perfiles de los montes, y hasta los detalles más pequeños adquieren un protagonismo inesperado. Son de esos sitios que invitan a regresar, aunque solo sea para comprobar cómo cambian las cosas según la hora, la estación o el ánimo con que uno llega.
MINA DE BARRUELO DE SANTULLÁN
Barruelo de Santullán guarda en su interior no solo capas de carbón, sino también capas de historia, de memoria y de esfuerzo humano. La visita a su Centro de Interpretación de la Minería y a la mina es uno de esos recorridos que, aunque distintos a las rutas por el monte o los miradores, dejan una huella igualmente profunda.
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Barruelo de Santullán |
El recorrido comienza en el museo, donde uno se sitúa de inmediato en el contexto. Paneles, herramientas, recreaciones y testimonios van trazando la vida en torno a la mina: cómo era el día a día, los oficios, las luchas laborales, la relación con el paisaje. Es un espacio muy bien planteado, didáctico pero sin perder la emoción, que permite entender qué supuso la minería en esta zona durante más de un siglo. Lo que más me llamó la atención fue la capacidad del museo para hacer visible lo invisible, para mostrar no solo el trabajo físico, sino también la cultura que surgió en torno a él.
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Mina Barruelo de Santullán |
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Mina Barruelo de Santullán |
Tras esa primera parte, llegaría la visita a la mina, quizá la más esperada. Se accede acompañado por un guía que, en mi caso, supo mantener el equilibrio entre lo técnico y lo cercano. El recorrido, de unos 45 minutos, se realiza por un entramado subterráneo que reproduce con fidelidad las condiciones reales de trabajo: estrecheces, oscuridad, ruido. Es una experiencia impactante, muy visual y física, que permite imaginar con claridad el esfuerzo de los mineros, las duras condiciones en que se movían y el carácter colectivo de ese mundo bajo tierra.
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Mina Barruelo de Santullán |
Uno de los momentos más significativos fue cuando, de manera repentina, se apagan las luces durante unos segundos. En ese breve instante de oscuridad total se entiende, de forma directa, lo que implicaba trabajar a varios metros bajo el suelo con apenas la luz del carburo. Fue un gesto sencillo, pero cargado de fuerza, que no necesita grandes artificios para transmitir una realidad tan dura como evidente.
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Mina Barruelo de Santullán |
Su horario es mañanas de 10:00 a 13:30 y tardes de 16:00 a 19:30. La entrada general cuesta diez euros. Cierra lunes y martes. Para la mina es necesario realizar reserva previa.
PARADOR DE CERVERA DE PISUERGA
Aunque este artículo se ha centrado en los paisajes, rutas y espacios naturales de Palencia, no podía dejar de mencionar un lugar donde el entorno cobra también todo el protagonismo desde una perspectiva más tranquila: el Parador de Cervera de Pisuerga. Situado en plena montaña palentina y rodeado de un denso pinar, el edificio —aunque no es antiguo ni forma parte del patrimonio histórico— se integra de forma muy armónica con el paisaje. Desde sus terrazas y habitaciones se obtienen vistas privilegiadas al embalse de Ruesga y a las cumbres de la zona, especialmente al Curavacas en los días más despejados. Es, sin duda, uno de esos alojamientos donde el simple hecho de mirar por la ventana ya justifica el viaje.
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Montaña Palentina desde Parador de Cervera de Pisuerga |
A escasa distancia se encuentra la localidad de Cervera de Pisuerga, que no solo actúa como punto de partida para muchas de las rutas descritas aquí, sino que ofrece también algunos atractivos interesantes por sí misma. Entre ellos destaca la iglesia de Santa María del Castillo, con su poderosa silueta sobre una pequeña loma y su mezcla de estilos, fruto de siglos de transformaciones. Pasear por sus calles o acercarse al cercano Museo Etnográfico es una buena manera de completar la experiencia y de entender mejor el vínculo de esta villa con el entorno natural que la rodea.
Si algo he aprendido de mis visitas a todos estos lugares es
que la esencia de Palencia reside en su capacidad para sorprender, siempre con
un aire de calma. Al final, todo depende del ritmo con el que cada uno decida
explorarlo. Para mí, cada uno de estos lugares ha quedado marcado en la memoria
de manera distinta, pero todos comparten algo: el respeto por el entorno, por
una naturaleza que sigue siendo la protagonista, a pesar del paso del tiempo.
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