2 de Septiembre de 2022.
Después de una intensa semana por Grecia, descubriendo la capital y algunos de los yacimientos arqueológicos más importantes del mundo, el cansancio empezaba a pesar, por lo que hoy sería un día mucho más tranquilo con el fin de reponer fuerzas y cargar las pilas para afrontar las dos semanas y media que todavía me quedaban por delante.
Pero el lugar elegido para ello no iba a ser cualquiera, no se trataba de optar por el primer sitio bonito que se cruzara en mi camino. Si este día de descanso podía ser en el paraíso pues mucho mejor, ¿no creéis? Y es que al inspeccionar la zona reparé en una pequeña isla llamada Elafonisos que contaba con auténticas playa de ensueño, de esas que cuando las ves en las películas crees que están retocadas y no pueden existir. Pues tras pellizcarme unas cuantas veces y ver que no estaba soñando, pude comprobar que no era fantasía y sí realidad.
ISLA DE ELAFONISOS
Veamos como llegué hasta allí. Tras un agradable y rico desayuno en mi hotel tendría que recorrer 35 km hasta llegar a la terminal de Ferries del puerto de Pounta, lo que tardaría cincuenta minutos. Estaba ya tan acostumbrado a madrugar que aunque intenté no despertarme pronto no lo conseguí, por lo que a las 09:30 estaba embarcando en el primer ferry que salía hacia la isla. Me resultaría curioso tener que meter el coche marcha atrás para luego salir de frente. El precio sería de 14 euros (12 del coche y 2 por persona), sólo ida, y el ticket hay que comprarlo en una pequeña caseta que está allí mismo. El trayecto apenas duraría quince minutos.
Puerto de Pounta |
La isla apenas tiene 20 km cuadrados y su fuerte,
como decía, son sus playas que no tienen nada que envidiar a las que se pueden
encontrar en las islas caribeñas o polinesias. Por si fuera poco, a estas
alturas del año, el turismo de masas ya había pasado y pude disfrutarlas casi
en completa soledad.
Mi primer objetivo sería la playa de Simos, el diamante en bruto de la isla por la que bien merece la pena cualquier trayecto desde cualquier lugar de Grecia por largo que sea. Desde el puerto son sólo cuatro kilómetros por lo que en coche te plantas en ella en siete minutos y si no cuentas con este en cincuenta minutos se hace el recorrido caminando.
Pocas playas he visto en mi vida tan
espectaculares: dos bahías con aguas cristalinas de color turquesa apenas
separadas por un istmo de dunas blancas de la que brotan nenúfares y cardos de
color púrpura. Aunque Simos es el nombre general que se da al conjunto de ambas
bahías, se puede encontrar también que se les atribuyen diferentes
denominaciones, llamando Sarakiniko a la más grande y Fragos a la más pequeña.
Playa de Simos. Isla de Elafonisos
Sin embargo, creo que lo mejor es alejarse de dichas bahías y situarte en la mitad de la playa, como así haría yo, evitando la masificación que se da en las mismas y consiguiendo aguas más cristalinas y limpias y una arena mejor y más suave.
Playa de Simos. Isla de Elafonisos Playa de Simos.Isla de Elafonisos
Era el momento de extender la toalla y evadirme de todo, pasando las primeras horas de la mañana entre chapuzones, tomando el sol y algún que otro paseo.
No fue fácil dejar este lugar debido al efecto
magnético que ejerce sobre uno, pero quería conocer también otra zona de la que
había escuchado también muy buenas referencias. Así que me dirigí hacia el otro
lado de la isla buscando una playa conocida como Kato Nissi con una combinación de aguas esmeraldas, largos arenales
y varias islas visibles desde la orilla que hacen el paisaje más encantador si
cabe. Sólo se encuentra a cinco kilómetros por lo que en diez minutos llegaría
allí.
Playa Kato Nissi. Isla de Elafonisos Playa Kato Nissi. Isla de Elafonisos
No me movería ya de aquí hasta tener el tiempo justo para desplazarme hasta el pueblo de Elafonisos y comer algo allí, disfrutando de la suave arena que más parecía arcilla húmeda bajo los pies, de ese color increíble del mar con un efecto azul neón brillante, de la calma de sus aguas y de la soledad y tranquilidad que transmiten una paz única.
Aprovecharía antes de partir para picar algo en uno de los pequeños chiringuitos allí instalados y me dirigiría otra vez al puerto, donde repararía en la pequeña y hermosa capilla de San Spyridon situada en un islote al que se accede por un puente. Tiene el efecto de una iglesia suspendida sobre el mar y se encuentra enmarcada por cedros, lo que la hace única.
Elafonisos y capilla de San Spyridon Capilla de San Spyridon. Elafonisos
PLAYA DE GLYFADA
Sin más preámbulos, volvería al continente y
continuaría el viaje, teniendo por delante algo más de dos horas hasta otra
playa paradisiaca, larga y estrecha, llamada Glyfada,
aunque también se la conoce como Valtaki,
que además de por sus aguas azules y transparentes es famosa por la presencia
de un barco varado del que sólo queda ya su fascinante casco de metal. Su
nombre era Dimitrios y era un barco de carga construido en la década de 1950
que naufragó en 1981.
Playa de Glyfada y Barco Dimitrios Playa de Glyfada y Barco Dimitrios
Está tan cerca de la costa que se puede llegar hasta él, pero sin acceder al interior de sus restos ya que puede ser peligroso. Se aprecian perfectamente sus agujeros abiertos y desintegrándose con el paso del tiempo, siendo de lo más fotogénico.
Barco Dimitrios. Playa de Glyfada Barco Dimitrios. Playa de Glyfada
Respecto a cómo llegó hasta aquí, los rumores cuentan que era un barco que realizaba contrabando de cigarrillos de Turquía a Italia y para evitar ser capturado por la policía griega lo acabaron incendiando.
GYTHIO
Tras un buen número de fotos desde varias
perspectivas e incluso un refrescante baño tras el ajetreo del coche, todavía
haría una parada más antes de dirigirme a donde pasaría la noche. Se trataba de
la localidad marinera de Gythio, a
sólo seis kilómetros de la playa anterior, por lo que en diez minutos ya estaba
en ella.
Esta alegre ciudad es la puerta a la península de
Mani y una de las ciudades costeras más atractivas y animadas del sur del
Peloponeso.
Aunque Gythio fue base naval de la antigua
Esparta, fue una ciudad independiente durante la época romana ya que en estos
tiempos se hizo rica gracias a que exportaba los moluscos morados que permitían
teñir las togas imperiales.
En el año 375 d.C., un fuerte terremoto, seguido
de un tsunami, destrozó la ciudad, quedando sumergida bajo el mar.
Durante la era otomana, la urbe estuvo prácticamente
desierta. La gente comenzó a regresar después de la Revolución de 1821.
Una de las mejores cosas que se puede hacer en
Gythio es caminar por su paseo marítimo,
flanqueado por varios edificios neoclásicos, algunos de los cuales han sido
transformados en hoteles. También hay un buen número de tabernas de pescado,
cafés y otros muchos lugares donde uno puede sentarse a comer o beber algo.
Plateia Mavromicháli es el corazón de la ciudad, con el muelle a ambos lados de casas del siglo XIX.
Otro interesante lugar es el islote Marathonisi, unido a la costa por un paso elevado, el cual se cree que es el islote Kranaï de Homero, donde Paris de Troya y Helena pasaron su primera noche juntos. Está dominado por la torre Tzanetbey Grigorákis, una fortaleza almenada que ahora alberga el museo de Mani, al cual no entraría. En el extremo se puede observar el faro.
Islote Marathonisi. Gythio Torre Tzanetbey Grigorákis. Islote Marathonisi. Gythio Faro. Islote Marathonisi. Gythio
Desde este punto daría por finalizada la jornada turística de hoy, que me había servido para cargar las pilas para los próximos días, en los que iba a recorrer la histórica península de Mani. Para ello elegiría como base de operaciones la hermosa localidad de Areopoli, a la que llegaría anocheciendo y que se encontraba a 26 km de Gythio.
Para alojarme había elegido Areos Polis Boutique Hotel durante las próximas tres noches,
costándome cada una 51 euros con el desayuno incluido. Es un hotel de gestión
familiar cuyo personal brinda un trato excelente y muy agradable, haciéndote sentir
como en casa. No se me olvidará como a pesar de mi nivel de inglés básico,
siempre trataban de tener conmigo una conversación y se interesaban por
diferentes asuntos de mi país y de otros temas.
Se encuentra flanqueando uno de los laterales de la plaza principal, pero aún así permite evadirte del ajetreo de otras zonas de la ciudad y es tranquilo por la noche, pudiendo tener la ventana abierta sin escuchar el barullo de la gente de las terrazas.
La habitación era muy cómoda, limpia, luminosa y
bien amueblada y era un placer tomar el
desayuno en sus dos agradables terrazas con la brisa de la mañana. Este
consistía en productos frescos como fruta, quesos y zumos naturales. Todo
preparado con esmero y cariño.
Tras acomodarte, decidiría cenar en la plaza en la que se encuentra la iglesia de los Taxiarcas, en un restaurante llamado Vassiliki, optando por pedir una ensalada especial y una cerveza (11 euros), para tras un rico helado, en una heladería cercana, dejarme caer en los brazos de Morfeo.
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