El desayuno con Ximena, la administradora de la casa, sería
de lo más interesante pues además de contarme algunos episodios de su vida, me
hablaría de las peculiaridades de muchos de los viajeros que han ido pasando
por allí, por lo que aunque me hubiese quedado conversando con ella algunas
horas más, tendría que marcharme dado que a las 08:30 en punto partía el
autobús de Bus Sur hacia Ushuaia, mi último destino del viaje. (34 euros).
Por delante me esperaban doce horas de viaje y es que además
de los más de 600 kilómetros que separan las dos localidades, a ello hay que
sumarle el tener que atravesar en barco el Estrecho de Magallanes, conducir por
camino de tierra y ripio y llevar a cabo los trámites de las fronteras chilena
y argentina.
Las primeras tres horas transcurrieron tranquilas y a un
ritmo constante y bueno de conducción, yendo casi todo el trayecto durmiendo,
hasta llegar a Punta Delgada, uno de los dos lugares desde el que se atraviesa
el Estrecho de Magallanes en barco, pasando así de la zona continental a la
isla de Tierra de Fuego. El otro paso es el de Porvenir, pero parece que se
tarda más en llegar y es más caro.
El barco no había llegado todavía así que podríamos bajar
del autobús a estirar las piernas y a tomar algo en la cafetería que se
encontraba allí. Conversando con uno de los conductores, me recomendaría que
comprara aquí la comida, pues después no tendría oportunidad de ello, además de
que los bocadillos de ternera, huevo frito, tomate, lechuga, bacon y queso
estaban de muerte y no iba a probar otros parecidos. Así que no me lo pensaría
y pediría uno para llevar. Además me tomaría un zumo de piña para acabar de
matar el tiempo.
Autobús en Punta Delgada esperando para el embarque |
Punta Delgada |
Punta Delgada |
Después de unos cuarenta minutos de espera, nos darían
permiso para dirigirnos al barco, recién amarrado, subiendo primero todas las
personas y colocándonos en la parte más alta de las cubiertas. Posteriormente
podríamos ver como iniciaban las maniobras los diferentes conductores para
introducir sus coches, camiones y autobuses. Después se cerrarían las
compuertas y tardaríamos escasa media hora en atravesar la franja marítima del
estrecho que en mi caso navegaba por segunda vez, después de la experiencia de
ayer en Isla Magdalena. Volvería a disfrutar muchísimo y es que no me canso de
repetir que esta era otra de las zonas que siempre había anhelado conocer.
También aquí tendríamos el placer de que nos acompañaran varios delfines
magallánicos durante unos minutos de la travesía, por lo que no se podía pedir
más.
Embarcando en Punta Delgada |
Punta Delgada desde la Embarcación |
Punta Delgada desde la Embarcación |
Delfín Magallánico en el Estrecho de Magallanes |
Tras el anterior trámite, desembarcábamos en la parte
chilena de la isla grande de Tierra del Fuego, otro nuevo subidón en el viaje,
pues cada vez estaba más cerca de, como quien dice, llegar al fin del mundo. En
este punto volveríamos a montar en el autobús y continuaríamos transitando por
diferentes caminos de ripio hasta enlazar con otros de asfalto, que nos
llevarían hasta el paso fronterizo San Sebastián, donde estaríamos la friolera
de una hora y media hasta realizar los trámites aduaneros en Chile. Así que
aprovecharía para comer, tranquilamente, en el autobús, pues no permitían bajar
de él. Aún así y todo me sobraría tiempo.
Paso Fronterizo San Sebastián.Chile |
Paso Fronterizo San Sebastián.Chile |
Llegado el momento, por fin, podríamos bajar para que nos
sellaran los pasaportes de salida del país chileno, continuando, poco después,
varios kilómetros, por la zona argentina de la isla de Tierra del Fuego hasta
llegar a la frontera de este país, donde nos demoraríamos otra hora larga. La
verdad que los trámites son pesadísimos, aunque es cierto que debido a las
fechas navideñas tan significativas que eran, es probable que fuera la causa de
estar tanto tiempo.
Todavía tenía por delante unos 300 kilómetros, por lo que en
esta ocasión iría intercalando pequeñas siestas con la contemplación de la
inmensidad desoladora de la Patagonia, un espacio yermo y plano donde no se llega
a ver el final.
A falta de algo más cien kilómetros, vería, por primera vez,
desde los ventanales del autobús, los primeros indicios de que el paisaje
empezaba a cambiar, mostrando vegetación y árboles en los laterales de la
carretera. Poco después aparecería el descomunal lago Fagnano, lo que sería una
sorpresa pues creía que no tendría oportunidad de verlo en el viaje y de esta
manera podía admirarlo por unos kilómetros. Sus dimensiones impresionan y es
que son más de cien kilómetros de largo y hasta 500 metros de profundidad en
algunos tramos. Un poco más adelante, también se mostraría ante mí el lago
Escondido, el otro gran protagonista de esta área. Sólo tendría unas cuantas
curvas para poder disfrutar de él, pero algo es algo. En estos momentos el paisaje
ya había cambiado por completo y ahora los protagonistas eran el color verde y
los bosques repletos de árboles retorcidos por la fuerza del viento, pues en
esta zona es el auténtico protagonista.
Lago Fagnano camino hacia Ushuaia |
Lago Escondido camino hacia Ushuaia |
Eran las 21:15 cuando el autobús hacía la entrada triunfal
en la ciudad de Ushuaia, después de casi trece horas de viaje. Estaba muy
cansado pero realmente contento de haber podido vivir esta experiencia.
En estos momentos me encontraba en las cercanías de la bahía
de la ciudad y estaba algo desubicado, por lo que no dudaría en preguntar qué
dirección tenía que tomar para conseguir llegar al que iba a ser mi alojamiento
durante las próximas tres noches. Una chica muy amable me lo indicaría y en
diez minutos caminando me plantaba en la puerta de Ushuaia Sur Encantado, un
inmenso chalet de varias plantas que aunque su exterior no dice gran cosa,
desde el primer segundo que entras por la puerta, te das cuenta de que todo en
él merece la pena. Tanto la cocina como el salón son de grandes dimensiones y de
lo más confortables, teniendo el segundo unos grandes ventanales que te
permiten disfrutar de toda la luz que quieras. Mi habitación era enorme y puedo
afirmar sin temor a equivocarme que fue de las mejores en las que estuve, con
muebles de madera, armarios empotrados y una cama de lo más mullida y cómoda.
Me recibiría Miguel, un señor majísimo que me haría sentirme
como en casa desde que entré por la puerta. Era la hospitalidad personificada,
de un trato increíblemente agradable y con buena conversación. Tras mostrarme
mi cuarto le fusilaría a preguntas porque tenía muchas dudas de que planes
realizar en tan pocos días, dándome cuenta aquí que también era un enciclopedia
andante pues en la siguiente hora de charla, planificaríamos a la perfección
las dos jornadas siguientes.
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