5 de Enero de 2018.
Los días continuaban pasando en este remoto lugar del
corazón de la Patagonia chilena y puedo asegurar que pocas veces me he sentido
más feliz en un viaje y es que el encontrarse en uno de los escasos territorios
salvajes vírgenes que se conservan en Latinoamérica, el cual no se incluyó en
los mapas hasta los años treinta, y el levantarse cada mañana rodeado de una
belleza sobrecogedora hallando, a cada paso, lagos de aguamarina, ríos
rugientes, glaciares estruendosos, pampas y montañas de formas imposibles, no
cabe duda de que ayuda.
Hoy era el primer día en que las rutas O y W se juntaban, es
decir que el camino a partir de este momento era el mismo para ambas, lo que
también se traducía en que se acababa la soledad y el no encontrarte a nadie en
el camino durante horas. Un buen ejemplo de ello es que ya el refugio Grey
estaba atestado de gente, en contraposición a otros alojamientos del parque
donde no había ni la mitad de personas y es que de primeras hasta aquí se podía
llegar en barco. Aún así y todo, me contaba el mismo guía de ayer, que con las
restricciones de no poder acampar se ha reducido a más de la mitad la
ocupación. Verlo para creerlo porque lo que había ya me parecía mucho.
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Refugio Grey |
Comenzaría temprano la jornada, para no variar, esta vez
motivado por el concierto sinfónico de ronquidos de uno de los integrantes de
mi habitación. Manda narices porque se estaba la mar de a gusto y hubiera
dormido al menos una hora más.
Esta vez no me daría ningún capricho y desayunaría las
galletas de siempre con unos vasos de agua, para poco después empezar a andar.
La ruta de hoy era más o menos similar a la de ayer en distancia,
unos veinte kilómetros, pero bastante menos dura pues el desnivel era mucho más
progresivo, no rompiéndote las piernas.
No tardaría mucho en dejar a mis espaldas el refugio Grey,
casi oculto entre la maleza del bosque, y su glaciar en la lejanía, para poco a
poco ir ganando altura, teniendo siempre a la derecha el lago Grey, valga la
redundancia, con sus aguas turbias tan características. Tengo que reconocer que
hoy las piernas me pesaban más de lo normal, después del tute de ayer, pero no
quedaba otra que seguir adelante. El día estaba nubladillo, pero seguía sin
llover, lo cual ya era mucho para estar a estas latitudes. No a mucho tardar
llegaría hasta el mirador del Lago, que a decir verdad, tampoco ofrecía nada
nuevo respecto a las vistas que llevaba teniendo toda la mañana. Luego
comenzaría a descender, siendo engullido por un pequeño bosque, para poco
tiempo después aparecer ante una bonita laguna llamada Los Patos, cuyas
tonalidades del agua cambiaban considerablemente respecto a las que llevaba
viendo hasta entonces, siendo mucho más oscuras, aunque gracias al sol que se
empezaba a mostrar en este momento, las hacía también hermosas.
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Lago Grey camino hacia Refugio Paine Grande |
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Lago Grey camino hacia Refugio Paine Grande |
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Icebergs en el Lago Grey |
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Laguna de Los Patos llegando al Refugio Paine Grande |
Pasada esta, era el turno ahora de afrontar un desfiladero,
atestado de gente, que me llevaría de forma directa hasta el lago Pehoé, de un
azul celeste espectacular, acrecentado por el reflejo en el mismo de los rayos
del astro rey, que conseguían vencer de forma absoluta al dominio de las nubes
presentes hasta ese momento. Esto pintaba muy pero que muy bien.
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Desfiladero cerca del Refugio Paine Grande |
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Lago Pehoé llegando al Refugio Paine Grande |
Después de once kilómetros había llegado al refugio y
campamento Paine Grande, otro de los referentes en alojamientos de lujo del
Parque, donde aprovecharía para descansar una media hora y comer algo, mientras
me emocionaba con la panorámica, a mi izquierda, de los Cuernos del Paine.
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Refugio Paine Grande |
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Campamento Paine Grande |
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Macizo Paine desde Refugio Paine Grande |
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Torres del Paine desde Refugio Paine Grande |
Tras el descanso, todavía tenía por delante 7,5 kilómetros
más hasta el refugio Italiano, lo que en principio podía parecer un mundo por
el agotamiento con el que, como ya he comentado, estaba afrontado la ruta, pero
este desaparecería casi por acto de magia ante el maravilloso día que me
ofrecía Torres del Paine. A mis espaldas el precioso Lago Pehoé que no podría
evitar contemplarlo una y otra vez,
dándome la vuelta, y de frente, la impresionante y colosal estampa de los
Cuernos del Paine en su parte posterior que te deja ensimismado.
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Macizo Paine camino al campamento Italiano |
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Lago Pehoé camino al Refugio Italiano |
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Lago Pehoé camino al Refugio Italiano |
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Lago Pehoé camino al Refugio Italiano |
Estaba teniendo mucha suerte con el tiempo hasta ahora, pues
cuando más lo necesitaba este me respondía, así que no podía pedir más.
Continué caminando y la siguiente perspectiva que se me
ofrecía era la de otro lago llamado Sköttsberg que hacía aún más hermosa la
visión del macizo montañoso y de todo su entorno. Poco después las aguas serían
sustituidas por los restos de árboles quemados del incendio que arrasaría esta
parte del Parque hace unos años, pero sus formas retorcidas y sus troncos
blanquecinos permitían otra imagen muy diferente de esta área.
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Cuernos del Paine desde Lago Sköttsberg |
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Cuernos del Paine camino al Refugio Italiano |
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Cuernos del Paine camino al Refugio Italiano |
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Cuernos del Paine camino al Refugio Italiano |
El ascenso no fue duro, porque antes de que me quisiera dar
cuenta y tras internarme en un bosque que me ocultaba la panorámica que había
tenido hasta este momento, llegaba a un puente colgante, más pequeño que los
que pude atravesar ayer, pero no por ello menos emocionante. Este era la señal,
de que, tras cruzarlo, llegaría al campamento Italiano, el que era mi segundo
objetivo de la jornada.
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Puente Colgante antes del Refugio Italiano |
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Valle del Francés al pasar por el Campamento Italiano |
No dudaría en realizar un buen descanso aquí, pues tan sólo
eran las dos de la tarde. Me llamarían mucho la atención una gran cantidad de
mochilas que se apilaban en la pared de la casa de los guardas y es que desde
este punto parte el camino que te lleva a los miradores Francés y Británico, mi
ruta de mañana y una de las más espectaculares del Parque. También aquí
necesitaría una buena dosis de suerte con el tiempo, pues es clave para vivir y
disfrutar al máximo esta zona, por lo que cruzaríamos los dedos y tocaríamos
madera para que este acompañase.
Sólo me quedaban ya dos kilómetros para llegar a mi destino
final: el campamento Francés, los cuales transitaron, sin pena ni gloria, por
un espeso bosque con alguna pequeña ventana al lago, pero poco más destacable.
Haría bien en escoger este campamento, pues sus
instalaciones en nada tienen que ver con las del Italiano, más similar a Los
Perros, es decir bastante cutres. Aquí, sin embargo, sería todo lo contrario,
se parecían a las de Serón, con tiendas de campaña relucientes encima de
plataformas de madera, una de las cuales estaba reservada para quien escribe
estas líneas. La verdad que Fantástico Sur es carísimo pero por lo menos la
calidad va de la mano y no te llevas decepciones. El interior, nuevamente,
estaba impoluto lo que es de agradecer cuando llegas hecho polvo después de
tantos kilómetros a tus espaldas. Lo peor de El Francés es que se encuentra
situado en cuesta y tanto para ir a los baños, al comedor o a recepción no te queda
otra que bajar una rampa de tierra matadora y más después de todo el santo día
andando. Los baños también están fenomenales con hasta seis duchas individuales
en las que el agua caliente sale hirviendo sin esperar, así que no se puede
pedir más.
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Campamento Francés |
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Campamento Francés |
Cuando preparaba el viaje, para no excederme en gastos,
decidía hacer la mitad del circuito llevando yo la comida y la otra mitad
contratarla en los refugios, como ya he comentado en alguna ocasión, pues hoy
empezaba la parte buena en este sentido ya que era mi primera noche con cena
como Dios manda. (Salvando la de Dickson en la que me invitarían los guardas
chilenos y la de Grey donde decidiría pagar su coste).
A las 20:15 era mi turno y me sorprendían con ensalada, de
primero, y estofado de carne con puré de patatas, de segundo, con brownie de
postre, estando todo buenísimo. Lo malo que, aunque pueda parecer mentira, era
el único español de toda la mesa y no pude hablar con nadie, ya que no me
enteraba ni un ápice de lo que decían los americanos que me acompañaban.
La verdad que cenar caliente después de las palizas
que me estaba pegando me haría resucitar, lo que unido a una buena ducha antes
de irme a dormir, haría que me sintiese como en un hotel de cinco estrellas.
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