PIRINEO FRANCÉS - DIA 01. Alrededores de Gavarnie y rumbo hacia Bayssellance

13 de Agosto de 2016.

El año pasado nos decantábamos por quedarnos en territorio nacional y elegir el Balaitús, el tresmil más occidental del Pirineo, como la ascensión estrella de ese año. No sería nada fácil y creo que ha sido el pico más complicado que he subido hasta ahora debido a su exigencia técnica y a que mis pobres rodillas sufrieron más que nunca. Ese logro nos haría tener muy claro, tanto a mi padre como a mí, que este año afrontaríamos otra cumbre que siempre nos había atemorizado y causado gran impresión pero que nos negábamos a tener que realizar con guía: el imponente Vignemale conocido como “El Señor de los Pirineos”. Sin duda que la ascensión al Balaitús fue lo que nos daría la confianza necesaria para llevar a cabo esta empresa.

Macizo del Vignemale y Glaciar de Ossoue

Es así como una vez llegado el mes de agosto cogeríamos carretera y manta y nos dirigiríamos hacia la frontera francesa, porque efectivamente esta montaña de 3298 metros se encuentra justo entre la frontera de España y Francia, en el conocido como Parc National des Pyrénées, y dado que la subida por la ruta de nuestro país vecino es más corta, al tener los días justos para ello, es por esa zona por la que elegiríamos llevarla a cabo.

Pero el precio que tendríamos que pagar sería un larguísimo y pesado viaje en coche que parecía no terminaría nunca. De momento y tras atravesar el valle del Tena de la provincia de Huesca llegaríamos al famoso puerto del Portalet, muy familiar para nosotros ya que tan sólo dos años atrás habíamos llegado hasta aquí para realizar con éxito la mítica ascensión del Midi d´Ossau. Para esta se deja el automóvil en un aparcamiento apenas un kilómetro después de atravesar la frontera francesa (ver diario), pero lo que no sabíamos era cómo continuaba el trazado de la carretera, así que inocentes de nosotros, especialmente de mí, nos adentrábamos en Francia con la idea de que la bajada del puerto del Portalet sería un trámite más. Pero no sería así y es que las constantes curvas, completamente cerradas, para uno y otro lado haría que más se pareciese a una montaña rusa o una atracción de feria que a otra cosa y que yo acabase verde, morado y de todos los colores como consecuencia del mareo y que por este motivo tuviéramos que parar hasta en dos ocasiones para que me diera un poco el aire y el interior del coche no corriera excesivo peligro.

Si el tiempo estimado sin paradas a nuestro destino era de algo más de siete horas para realizar casi 600 kilómetros, nosotros tardaríamos unas nueve y es que entre el tráfico que pillamos al salir de Madrid y mi deplorable estado harían que todo se demorara más de lo debido.

Así que cuando a las once de la noche entrábamos en la localidad francesa de Luz  Saint Sauveur, donde íbamos a dormir no podíamos creérnoslo.

Habíamos elegido para dormir una habitación en el hotel de Londres, en pleno centro de la ciudad, con un ambiente familiar, tradicional y una categoría de tres estrellas. Es un lugar de calma donde se rinde homenaje a la tranquilidad. Se encuentra construido a orillas del torrente pirenaico Bastan y posee un entorno privilegiado. Las habitaciones son cómodas, la mayor parte renovadas con un espíritu contemporáneo que se extiende con el edificio. Por la noche, sólo los murmullos del arroyo mecen la calma absoluta y, desde el amanecer, se disfruta de 360 grados de paisaje sobre las montañas para deleitarse desde la terraza o un balcón. El motivo de esta elección no sería otro que la pura casualidad al haber ocupación total en los alojamientos de Gavarnie, nuestro primer objetivo, y el precio ser de los más baratos de la zona saliéndonos por noventa euros la noche.

Hotel de Londres. Luz Saint Sauveur

Dormiríamos a pierna suelta y no madrugaríamos pues hoy no era necesario, desayunando además en la terraza del hotel con vistas al torrente, pues el día con el que habíamos amanecido era inmejorable.

Río Gave de Pau a su paso por Luz Saint Sauveur

Poco después aprovechábamos hallarnos en esta población para dar un paseo por ella, pues es una de las más acogedoras de los Pirineos centrales. Luz – Saint – Sauveur se extiende en la confluencia de los torrentes de Gavarnie y de Bastan, que desciende de Baréges, a través de un amplio valle soleado que le dio su nombre, “Luz”.

Lo mejor para descubrir la población es caminar por las callejuelas del casco antiguo e ir fijándose en las laderas de los alrededores, pues muchos de los caseríos que están esparcidos por la montaña siguen estando muy presentes, debido a la vida pastoral. Durante todo el año se organizan fiestas y actividades deportivas y culturales, sin olvidar su magnífico complejo termal, rico en historia, que se prolonga de forma casi interrumpida en distintos establecimientos a lo largo de kilómetros. También es interesante la iglesia fortificada de los Templarios del siglo XI y el puente Napoleón de 1859.

Luz Saint Sauveur

Luz Saint Sauveur

Luz Saint Sauveur

A media mañana poníamos rumbo a la cercana localidad de Gavarnie, situada tan sólo a veinte kilómetros, por lo que en no más de media hora estábamos aparcando en una de las zonas habilitadas para ello. Por cierto que aunque hubiéramos querido continuar no hubiéramos podido, pues aquí es donde finaliza la carretera, ya que más allá sólo se encuentra  el inexpugnable reino de las montañas.

Gavarnie

El pequeño pueblo está a rebosar y casi no cabe un alfiler, pero pronto salimos del minúsculo centro urbano y nos encaminamos al río, donde la gente queda ya mucho más esparcida. Tal marabunta de personas es consecuencia de que en las inmediaciones se encuentra un importante reclamo turístico que nadie quiere perderse: el famoso circo de Gavarnie y su gran cascada.

Circo de Gavarnie

Circo de Gavarnie

Resulta difícil describir su esplendor, pues te deja sin respiración: 6,5 kilómetros de circunferencia, una pared de 1500 metros de altura y en su centro, como un corazón impetuoso de 427 metros, una de las cascadas más grandes de Europa. Esta suntuosa decoración es el resultado de movimientos geológicos y no es de extrañar que forme parte del Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1997, un privilegio del que no pueden presumir demasiados parajes naturales en el mundo.

Circo de Gavarnie

Seguimos caminando por la senda, en perfecto estado, que se abre paso por el valle que tenemos ante nosotros, viendo como finaliza ante el farallón rocoso por el que se precipita el agua. Poco a poco el valle se va cerrando y la amplia pista se convierte en un pequeño camino  que serpentea sorteando diferentes obstáculos como rocas y ramas. Tras unos minutos más decidimos dejarlo aquí y no continuar hasta la base de la cascada y es que todavía nos quedan muchos kilómetros de caminata por afrontar y grandes desniveles por salvar, por lo que dejamos el final de esta agradable excursión para un futuro, pues es una zona que bien merece una segunda visita.

Mientras deshacemos el camino no podemos evitar girarnos varias veces para volver a admirar esa muralla de piedra, corazón sagrado de los Pirineos, y comprender más que nunca que el gran Víctor Hugo lo definiera como “el coliseo de la naturaleza”. Razones no le faltaban.

De nuevo en Gavarnie buscaríamos un restaurante para comer y con el hambre saciada nos montaríamos otra vez en  el coche, por última vez hasta mañana. Con él nos dirigiríamos hacia la entrada del pueblo, para aquí tomar la carretera que sale a la derecha hacia la estación de esquí. A menos de un kilómetro del desvío hay que tomar otro que sale a la derecha y que recorre todo el valle de Ossoue, durante ocho kilómetros, hasta la presa del mismo nombre. Una vez en esta dejaríamos el coche en las zonas de aparcamiento que hay a ambos lados del camino.

Valle de Ossoue

Embalse de Ossoue

Nuestros primeros pasos nos llevarían por el camino que discurre claramente a lo largo de la orilla derecha del embalse, dejando éste a nuestra izquierda. Al fondo ya podríamos vislumbrar la cumbre del Pique Longue o Vignemale, la más alta del macizo del mismo nombre y también del Pirineo Francés.

Embalse de Ossoue

Hacia el Refugio de Bayssellance

En unos quince minutos cruzaríamos un pequeño puente sobre el torrente des Oulettes para situarnos en la margen izquierda del cauce (en el sentido del ascenso). A partir de aquí, el sendero, que continua siendo muy claro, zigzaguea ganando altura paulatinamente. Destacar las bonitas vistas que se consiguen a la derecha de una cascada de unos treinta metros de altura, donde nos detendríamos un rato para deleitarnos con el paisaje.

Cascada del Barranco de Ossoue

Vistas desde cascada del Barranco de Ossoue

Más allá la senda haría un pronunciado giro a la izquierda y la pendiente perdería algo de inclinación. Sería aquí donde tendríamos la primera visión del glaciar de Ossoue, justo frente a nosotros, con el pico Montferrat a la izquierda y el Petit Vignemale a la derecha. No teníamos ninguna prisa por lo que volveríamos a parar para contemplar la alfombra blanca por la que tendríamos que pasar mañana.

El camino también nos tendría preparadas varias sorpresas con las que no contábamos como un montón de marmotas, las maravillosas vistas de la Brecha de Rolando o el Taillón que podríamos atravesar y subir en el año 2008, o un buen número de neveros que a estas alturas del año todavía no se habían derretido.

Marmota en la ruta hacia el refugio de Bayssellance

Nevero en la ruta hacia el refugio de Bayssellance

Brecha de Rolando y otros en la ruta hacia el refugio de Bayssellance

Continuaríamos por el camino y después de casi dos horas y a una altitud de 2400 metros hallaríamos las tres famosas grutas de Bellevue, mandadas excavar, junto con otras cuatro que hay a unos 3100 metros, por el conde Henry Russell, aristócrata británico enamorado de la región y consumado pirineísta, que compró esta montaña al estado francés por un plazo de 99 años. Era tal su pasión por el Grand Vignemale que mandó construir estas cuevas para poder dormir y pasar temporadas cerca de su cumbre. También construyó una gran columna de piedras en la cima para que de esta forma alcanzase los 3300 metros, pero poco después de ser terminada, fue destruida por una tormenta.

Inmediaciones de las grutas de Bellevue

Gruta de Bellevue

Habrá quien se pregunte como este hombre, aún creando esas guaridas, era capaz de aguantar el frío que muchas veces bajaba sin problema de los cero grados y en invierno muchísimo más. La respuesta sería gracias a su ingenio pues sería él quien, de alguna manera, inventaría el saco de dormir, pues para aguantar las gélidas temperaturas se aprovisionaría de varias pieles de cordero cosidas entre sí lo que le permitiría dormir de lo más confortable.

A pocos metros de las grutas Bellevue encontraríamos una bifurcación, yendo el sendero de la izquierda directamente hacia el glaciar y el de la derecha hacia el refugio de Baysellance. Sería este último por el que optaríamos nosotros.

Finalmente sólo nos harían falta veinte minutos más, desde el anterior punto, para conseguir llegar hasta el mencionado refugio situado a 2651 metros, el de mayor altitud del Pirineo.

Refugio de Bayssellance

Refugio de Bayssellance

Su construcción data, nada más y nada menos, que de 1899, aunque sería sometido a una importante restauración en el año 2003, por lo que sus instalaciones son confortables y uno se siente cómodo en ellas.

Después de instalarnos y dejar nuestros bártulos en las taquillas correspondientes nos sentaríamos a disfrutar de las soberbias vistas que se obtienen desde aquí, siendo espectadores de excepción del Circo de Gavarnie, el Petit Vignemale, el Montferrat, la Brecha de Rolando, el Taillón y, por supuesto, nuestro objetivo de mañana el mítico Vignemale.

Vistas desde el Refugio de Bayssellance

Vistas desde el Refugio de Bayssellance

Vistas desde el Refugio de Bayssellance

La noche empezaba a caer y la llamada para la cena también, así que al comedor que nos fuimos para degustar unos contundentes platos calóricos que nos iban a permitir coger las suficientes fuerzas para afrontar la larga etapa de mañana.

Eran las 22:00 cuando nos metíamos en nuestros sacos situados en un rincón de la parte baja de unas de las hileras de literas de la habitación, cruzando los dedos para que la noche fuera más o menos aceptable y no se oyeran demasiados ronquidos entre las más de quince personas que éramos en la sala.

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