El año pasado nos decantábamos por quedarnos en territorio
nacional y elegir el Balaitús, el tresmil más occidental del Pirineo, como la
ascensión estrella de ese año. No sería nada fácil y creo que ha sido el pico
más complicado que he subido hasta ahora debido a su exigencia técnica y a que
mis pobres rodillas sufrieron más que nunca. Ese logro nos haría tener muy
claro, tanto a mi padre como a mí, que este año afrontaríamos otra cumbre que
siempre nos había atemorizado y causado gran impresión pero que nos negábamos a
tener que realizar con guía: el imponente Vignemale conocido como “El Señor de
los Pirineos”. Sin duda que la ascensión al Balaitús fue lo que nos daría la
confianza necesaria para llevar a cabo esta empresa.
Macizo del Vignemale y Glaciar de Ossoue |
Es así como una vez llegado el mes de agosto cogeríamos
carretera y manta y nos dirigiríamos hacia la frontera francesa, porque
efectivamente esta montaña de 3298 metros se encuentra justo entre la frontera
de España y Francia, en el conocido como Parc National des Pyrénées, y dado que
la subida por la ruta de nuestro país vecino es más corta, al tener los días
justos para ello, es por esa zona por la que elegiríamos llevarla a cabo.
Pero el precio que tendríamos que pagar sería un larguísimo
y pesado viaje en coche que parecía no terminaría nunca. De momento y tras
atravesar el valle del Tena de la provincia de Huesca llegaríamos al famoso
puerto del Portalet, muy familiar para nosotros ya que tan sólo dos años atrás
habíamos llegado hasta aquí para realizar con éxito la mítica ascensión del
Midi d´Ossau. Para esta se deja el automóvil en un aparcamiento apenas un
kilómetro después de atravesar la frontera francesa (ver diario), pero lo que
no sabíamos era cómo continuaba el trazado de la carretera, así que inocentes
de nosotros, especialmente de mí, nos adentrábamos en Francia con la idea de
que la bajada del puerto del Portalet sería un trámite más. Pero no sería así y
es que las constantes curvas, completamente cerradas, para uno y otro lado
haría que más se pareciese a una montaña rusa o una atracción de feria que a
otra cosa y que yo acabase verde, morado y de todos los colores como
consecuencia del mareo y que por este motivo tuviéramos que parar hasta en dos
ocasiones para que me diera un poco el aire y el interior del coche no corriera
excesivo peligro.
Si el tiempo estimado sin paradas a nuestro destino era de
algo más de siete horas para realizar casi 600 kilómetros, nosotros tardaríamos
unas nueve y es que entre el tráfico que pillamos al salir de Madrid y mi
deplorable estado harían que todo se demorara más de lo debido.
Así que cuando a las once de la noche entrábamos en la
localidad francesa de Luz Saint Sauveur,
donde íbamos a dormir no podíamos creérnoslo.
Habíamos elegido para dormir una habitación en el hotel de
Londres, en pleno centro de la ciudad, con un ambiente familiar, tradicional y
una categoría de tres estrellas. Es un lugar de calma donde se rinde homenaje a
la tranquilidad. Se encuentra construido a orillas del torrente pirenaico
Bastan y posee un entorno privilegiado. Las habitaciones son cómodas, la mayor
parte renovadas con un espíritu contemporáneo que se extiende con el edificio.
Por la noche, sólo los murmullos del arroyo mecen la calma absoluta y, desde el
amanecer, se disfruta de 360 grados de paisaje sobre las montañas para
deleitarse desde la terraza o un balcón. El motivo de esta elección no sería
otro que la pura casualidad al haber ocupación total en los alojamientos de
Gavarnie, nuestro primer objetivo, y el precio ser de los más baratos de la
zona saliéndonos por noventa euros la noche.
Hotel de Londres. Luz Saint Sauveur |
Dormiríamos a pierna suelta y no madrugaríamos pues hoy no
era necesario, desayunando además en la terraza del hotel con vistas al
torrente, pues el día con el que habíamos amanecido era inmejorable.
Río Gave de Pau a su paso por Luz Saint Sauveur |
Poco después aprovechábamos hallarnos en esta población para
dar un paseo por ella, pues es una de las más acogedoras de los Pirineos
centrales. Luz – Saint – Sauveur se extiende en la confluencia de los torrentes
de Gavarnie y de Bastan, que desciende de Baréges, a través de un amplio valle
soleado que le dio su nombre, “Luz”.
Lo mejor para descubrir la población es caminar por las callejuelas
del casco antiguo e ir fijándose en las laderas de los alrededores, pues muchos
de los caseríos que están esparcidos por la montaña siguen estando muy presentes,
debido a la vida pastoral. Durante todo el año se organizan fiestas y
actividades deportivas y culturales, sin olvidar su magnífico complejo termal,
rico en historia, que se prolonga de forma casi interrumpida en distintos
establecimientos a lo largo de kilómetros. También es interesante la iglesia
fortificada de los Templarios del siglo XI y el puente Napoleón de 1859.
Luz Saint Sauveur |
Luz Saint Sauveur |
Luz Saint Sauveur |
A media mañana poníamos rumbo a la cercana localidad de
Gavarnie, situada tan sólo a veinte kilómetros, por lo que en no más de media
hora estábamos aparcando en una de las zonas habilitadas para ello. Por cierto
que aunque hubiéramos querido continuar no hubiéramos podido, pues aquí es
donde finaliza la carretera, ya que más allá sólo se encuentra el inexpugnable reino de las montañas.
Gavarnie |
El pequeño pueblo está a rebosar y casi no cabe un alfiler,
pero pronto salimos del minúsculo centro urbano y nos encaminamos al río, donde
la gente queda ya mucho más esparcida. Tal marabunta de personas es
consecuencia de que en las inmediaciones se encuentra un importante reclamo
turístico que nadie quiere perderse: el famoso circo de Gavarnie y su gran
cascada.
Circo de Gavarnie |
Circo de Gavarnie |
Resulta difícil describir su esplendor, pues te deja sin
respiración: 6,5 kilómetros de circunferencia, una pared de 1500 metros de altura
y en su centro, como un corazón impetuoso de 427 metros, una de las cascadas
más grandes de Europa. Esta suntuosa decoración es el resultado de movimientos
geológicos y no es de extrañar que forme parte del Patrimonio Mundial de la
Unesco desde 1997, un privilegio del que no pueden presumir demasiados parajes
naturales en el mundo.
Circo de Gavarnie |
Seguimos caminando por la senda, en perfecto estado, que se
abre paso por el valle que tenemos ante nosotros, viendo como finaliza ante el
farallón rocoso por el que se precipita el agua. Poco a poco el valle se va
cerrando y la amplia pista se convierte en un pequeño camino que serpentea sorteando diferentes obstáculos
como rocas y ramas. Tras unos minutos más decidimos dejarlo aquí y no continuar
hasta la base de la cascada y es que todavía nos quedan muchos kilómetros de
caminata por afrontar y grandes desniveles por salvar, por lo que dejamos el
final de esta agradable excursión para un futuro, pues es una zona que bien
merece una segunda visita.
Mientras deshacemos el camino no podemos evitar girarnos
varias veces para volver a admirar esa muralla de piedra, corazón sagrado de
los Pirineos, y comprender más que nunca que el gran Víctor Hugo lo definiera
como “el coliseo de la naturaleza”. Razones no le faltaban.
De nuevo en Gavarnie buscaríamos un restaurante para comer y
con el hambre saciada nos montaríamos otra vez en el coche, por última vez hasta mañana. Con él
nos dirigiríamos hacia la entrada del pueblo, para aquí tomar la carretera que
sale a la derecha hacia la estación de esquí. A menos de un kilómetro del
desvío hay que tomar otro que sale a la derecha y que recorre todo el valle de
Ossoue, durante ocho kilómetros, hasta la presa del mismo nombre. Una vez en
esta dejaríamos el coche en las zonas de aparcamiento que hay a ambos lados del
camino.
Valle de Ossoue |
Embalse de Ossoue |
Nuestros primeros pasos nos llevarían por el camino que
discurre claramente a lo largo de la orilla derecha del embalse, dejando éste a
nuestra izquierda. Al fondo ya podríamos vislumbrar la cumbre del Pique Longue
o Vignemale, la más alta del macizo del mismo nombre y también del Pirineo
Francés.
Embalse de Ossoue |
Hacia el Refugio de Bayssellance |
En unos quince minutos cruzaríamos un pequeño puente sobre
el torrente des Oulettes para situarnos en la margen izquierda del cauce (en el
sentido del ascenso). A partir de aquí, el sendero, que continua siendo muy
claro, zigzaguea ganando altura paulatinamente. Destacar las bonitas vistas que
se consiguen a la derecha de una cascada de unos treinta metros de altura,
donde nos detendríamos un rato para deleitarnos con el paisaje.
Cascada del Barranco de Ossoue |
Vistas desde cascada del Barranco de Ossoue |
Más allá la senda haría un pronunciado
giro a la izquierda y la pendiente perdería algo de inclinación. Sería aquí
donde tendríamos la primera visión del glaciar de Ossoue, justo frente a
nosotros, con el pico Montferrat a la izquierda y el Petit Vignemale a la
derecha. No teníamos ninguna prisa por lo que volveríamos a parar para
contemplar la alfombra blanca por la que tendríamos que pasar mañana.
El camino también nos tendría preparadas varias sorpresas
con las que no contábamos como un montón de marmotas, las maravillosas vistas
de la Brecha de Rolando o el Taillón que podríamos atravesar y subir en el año 2008,
o un buen número de neveros que a estas alturas del año todavía no se habían
derretido.
Marmota en la ruta hacia el refugio de Bayssellance |
Nevero en la ruta hacia el refugio de Bayssellance |
Brecha de Rolando y otros en la ruta hacia el refugio de Bayssellance |
Continuaríamos por el camino y después de casi dos horas y a
una altitud de 2400 metros hallaríamos las tres famosas grutas de Bellevue,
mandadas excavar, junto con otras cuatro que hay a unos 3100 metros, por el
conde Henry Russell, aristócrata británico enamorado de la región y consumado
pirineísta, que compró esta montaña al estado francés por un plazo de 99 años.
Era tal su pasión por el Grand Vignemale que mandó construir estas cuevas para
poder dormir y pasar temporadas cerca de su cumbre. También construyó una gran columna
de piedras en la cima para que de esta forma alcanzase los 3300 metros, pero
poco después de ser terminada, fue destruida por una tormenta.
Inmediaciones de las grutas de Bellevue |
Gruta de Bellevue |
Habrá quien se pregunte como este hombre, aún creando esas
guaridas, era capaz de aguantar el frío que muchas veces bajaba sin problema de
los cero grados y en invierno muchísimo más. La respuesta sería gracias a su
ingenio pues sería él quien, de alguna manera, inventaría el saco de dormir,
pues para aguantar las gélidas temperaturas se aprovisionaría de varias pieles
de cordero cosidas entre sí lo que le permitiría dormir de lo más confortable.
A pocos metros de las grutas Bellevue encontraríamos una
bifurcación, yendo el sendero de la izquierda directamente hacia el glaciar y
el de la derecha hacia el refugio de Baysellance. Sería este último por el que
optaríamos nosotros.
Finalmente sólo nos harían falta veinte minutos más, desde
el anterior punto, para conseguir llegar hasta el mencionado refugio situado a 2651
metros, el de mayor altitud del Pirineo.
Refugio de Bayssellance |
Refugio de Bayssellance |
Su construcción data, nada más y nada menos, que de 1899,
aunque sería sometido a una importante restauración en el año 2003, por lo que
sus instalaciones son confortables y uno se siente cómodo en ellas.
Después de instalarnos y dejar nuestros bártulos en las
taquillas correspondientes nos sentaríamos a disfrutar de las soberbias vistas
que se obtienen desde aquí, siendo espectadores de excepción del Circo de
Gavarnie, el Petit Vignemale, el Montferrat, la Brecha de Rolando, el Taillón
y, por supuesto, nuestro objetivo de mañana el mítico Vignemale.
Vistas desde el Refugio de Bayssellance |
Vistas desde el Refugio de Bayssellance |
Vistas desde el Refugio de Bayssellance |
La noche empezaba a caer y la llamada para la cena también,
así que al comedor que nos fuimos para degustar unos contundentes platos
calóricos que nos iban a permitir coger las suficientes fuerzas para afrontar
la larga etapa de mañana.
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