Desde mi llegada a San Carlos de Bariloche y desde el primer
paseo nocturno que daría por las calles de la capital de la Patagonia andina,
no podría evitar compararla con las aldeas y pueblos alpinos característicos de países de Europa central como Austria o Suiza.
Sus continuos detalles en los tejados inclinados de pizarra,
las chimeneas y los campanarios con forma de reloj de cuco me hacían olvidar,
por momentos, que me encontraba en Argentina, aunque en pocos segundos alguna
animada conversación callejera con el marcado e inconfundible acento argentino
me volvía a recordar que me encontraba donde me encontraba.
Aunque en principio mi última mañana en Bariloche y en
Argentina la iba a dedicar a subir hasta
el cerro Otto, otro de los miradores con grandes vistas del lago Nahuel Huapi, al
final entre que estaba nublado y era probable que no viera nada y el consejo
que me daría Paola con respecto a que después de las vistas que había tenido
desde otros cerros, no me iba a aportar nada nuevo, unido a que suponían otros
300 pesos y tampoco iba a poder disfrutar mucho ya que a las 13.30 tenía que
salir hacia el aeropuerto, me hicieron tomarme la mañana de forma relajada y
dedicarme a pasear por el centro de Bariloche, yendo a algunos de sus lugares
más representativos y que todavía no había tenido oportunidad de visitar, además
de prestar más atención al característico estilo arquitectónico montañés de sus edificios que mencionaba en
el párrafo anterior.
Arquitectura típica en San Carlos de Bariloche |
Comenzaría recorriendo, una vez más, sus avenidas
principales como Mitre, M. Elflein o Moreno, repletas de comercios,
restaurantes y arquitectura tradicional de madera y en las que casi siempre hay
ambiente, aunque hoy debido al agua nieve que caía en estos momentos y que era
sábado y temprano, no había casi un alma por sus calles.
Arquitectura típica en San Carlos de Bariloche |
Arquitectura típica en San Carlos de Bariloche |
Arquitectura típica en San Carlos de Bariloche |
No tardaría mucho en llegar hasta el primer lugar que tenía
interés en conocer: la catedral Nuestra Señora del Nahuel Huapi, una obra
neogótica construida en 1946 con vitrales que representan episodios históricos
de la zona. Aquí me refugiaría un buen rato hasta que dejaría de nevar y es que
hoy hacía mucho frío, seguramente rondáramos los cero grados.
Catedral Ntra Sra del Nahuel Huapi |
Catedral Ntra Sra del Nahuel Huapi |
La construcción religiosa se encuentra en un alto, pero
pegada al lago Nahuel Huapi, por lo que sólo tendría que cruzar la avenida 12
de Octubre, para llegar a la ribera del mismo y disfrutar de sus vistas y de
algunas tallas chemamules de madera que están allí esculpidas. Estas eran
características del pueblo mapuche que las utilizaba para sus ritos funerarios
y venían a ser lo mismo que para los cristianos las cruces.
Tallas Chemamules. Ribera del Lago Nahuel Huapi |
Ribera del Lago Nahuel Huapi |
Con la visión de los andes nevado a mi derecha, continuaría
paseando hasta llegar al Puerto, para desde aquí volverme a meter en el interior
de la ciudad y en sólo una manzana plantarme ante el centro neurálgico de San
Carlos de Bariloche, es decir la plaza en la que está situado el famoso Centro
Cívico o Ayuntamiento con su inconfundible torre del reloj, el cual está
declarado Monumento Histórico Nacional. Sería construido por la Dirección de
Parques Nacionales durante la presidencia del Dr. Exequiel Bustillo, e
inaugurado en 1940 y hoy en día constituye la seña de identidad de la ciudad.
Centro Cívico de San Carlos de Bariloche |
En esta plaza también se puede ver una escultura a caballo
del general Julio A. Roca, aunque algo desmejorada por algunas pintadas
desafortunadas, el edificio de correos con su balcón característico, la
biblioteca y el museo de la Patagonia al que aunque me hubiera gustado entrar,
preferí no hacerlo ya que me apetecía más hacer otra cosas y no daba tiempo a
todo.
Escultura de Julio A.Roca y Correos |
Siguiendo por la avenida Bustillo y dejando a mi izquierda
un pequeño obelisco blanco, llegaría tras otros diez minutos hasta el museo del
chocolate, el cual sí que visitaría pues había leído que eran bastantes
interesantes las explicaciones de las que consta la visita guiada de su
interior. El precio es de 50 pesos y no se puede hacer por tú cuenta.
Obelisco de San Carlos de Bariloche |
Ribera del Lago Nahuel Huapi desde Avenida Bustillo |
Durante cuarenta minutos la guía que nos acompañaba nos
contaría la historia de esta delicia codiciada en el mundo entero. Desde las
áreas principales de cultivo del cacao, en plena línea del ecuador, contando
como principales productores a Ecuador, Brasil, Colombia y México, hasta su
descubrimiento por parte de los colonizadores españoles y la llegada a Europa
en el reinado del Emperador Carlos V, a quien le encantaría al igual que a
Hernán Cortés.
También sería interesante saber cómo acabaron mezclando el
cacao con canela, leche y otros productos para que fuera aceptado por todas las
clases sociales, pues en principio la gran amargura del chocolate puro, no
gustaba a todo el mundo.
En medio del recorrido no podría faltar una pequeña
degustación de chocolate líquido, para seguir después con nuevas curiosidades
como que al segundo país europeo que llegaría sería a Francia, encantándoles a
Luis XIII y sus sucesores, así como al cardenal Richelieu.
Poco después acabaría extendiéndose por todo el viejo
continente y por el mundo entero y empezaría a comercializarse a través de
famosas y prestigiosas marcas como Nestlé en Suiza y otras en Bélgica. Aunque
tengo que reconocer que después de probar los chocolates en Bariloche, estos
han desbancado a muchos otros que hasta ahora estaban entre los primeros
puestos para mi gusto.
Por último podríamos ver una galería en donde se exponían
animales característicos de la región, pero hechos de chocolate, por lo que
estaban bien protegidos por gruesas vitrinas que impedían hincarles el diente.
Museo del Chocolate |
Museo del Chocolate |
La visita terminaría a las 12:40, por lo que ya sólo tendría
tiempo de regresar al centro de la ciudad, dirigirme hacia algunas tiendas que
ya tenía localizadas para comprarme alguna que otra sudadera y camisetas y, por
supuesto, que los últimos chocolates y alfajores en la famosa chocolatería Rapa
Nui. Estos últimos, sin duda, los mejores que había probado en todo el viaje y
de todo tipo de variedades y sabores. Tampoco podría evitar caer en la
tentación de hacerme con las últimas tarrinas de las inigualables Franui, las
bolitas de chocolate rellenas de frambuesa
y chocolate blanco que casi me hacían perder la razón cuando las
descubría días atrás. Lástima que sólo duren 24 horas fuera del congelador,
porque si no me hubiera llevado cientos de ellas, aunque por otro lado mejor,
porque también es cierto que me hubiera supuesto cambiar todo el vestuario.
A la llegada al hostal, me estarían esperando Paola y
Luciana para despedirse. Sin duda que si algún día vuelvo por estos lares regresaré
aquí, pues me encontré como en casa y me hicieron sentir muy cómodo.
Para ir al aeropuerto no encontré disponible para mi hora el
servicio de combi que había contratado para venir hasta aquí y que me había
costado 120 pesos, por lo que si quería ir con cierta tranquilidad y no andar
con agobios, no me quedaba otra que contratar un taxi o remix, por lo que me
supuso pagar 300 pesos, más del doble que con la otra opción, así que conviene
reservarlo con tiempo y no esperar hasta el último momento.
Después todo iría ya sobre ruedas. El vuelo de aerolíneas
despegaría en hora: a las 15:35 llegando al aeropuerto de Ezeiza de Buenos
Aires a las 17.30. Así que cuatro de cuatro en puntualidad, por lo que teniendo
en cuenta mi experiencia personal es muy recomendable esta aerolínea, además de
por lo que te sirven en el avión y por el servicio que te presta el personal.
Sólo me quedaba dirigirme a la terminal de vuelos
internacionales, que se encontraba a tan sólo 500 metros caminando, donde
llevaría a cabo la última facturación de equipaje con IBERIA, pasaría todos los
controles y esperaría hasta las 21:30 a que saliera mi último vuelo del viaje
hacia Madrid, donde tras una tranquila travesía de vuelta, la cual pasaría la
mayor parte del tiempo durmiendo y viendo varios capítulos de alguna serie
famosa, llegaría a Madrid a las 14.40 del domingo 18, donde daría por finalizado
este nuevo e increíble viaje por América del Sur.
De los países visitados en Sudamérica, tengo que reconocer
que Argentina me ha fascinado y me ha robado el corazón. El carácter de su
gente, el ambiente europeo de Buenos Aires, las excepcionales cataratas del
Iguazú y el observar la fuerza de la naturaleza casi llevada al extremo como
nunca antes la había visto, las panorámicas inigualables desde los cerros de
Bariloche y tantas otras gratas experiencias, me han fascinado y, sin duda, que
aunque me queda mucho mundo por recorrer, son lugares a los que no me
importaría volver en un futuro.
De Uruguay sobre todo me quedo con el humor inteligente de los
uruguayos y su impresionante amabilidad y su buena gente, alejados totalmente
de la picaresca argentina. Sin duda que la costanera de Montevideo me apasionaría,
aunque no menos que la ciudad colonial de Colonia del Sacramento y sus calles
empedradas donde parece que el tiempo se ha detenido, sin olvidar los
peculiares Cabo Polonio o Punta del Diablo, lugares aislados y únicos y donde
se me quedaría la espina clavada de no poder contemplar sus puestas de sol,
pero así es el tiempo y los viajes, caprichosos muchas veces. Y qué decir de
Punta del Este, con su mano y su puerto y aunque también algo desangelado por
el hecho de ser invierno, es uno de esos lugares donde no me importaría vivir
un verano y disfrutar de sus playas y su sol.
Otra de las cosas que me llevo también es la comida, donde
he disfrutado muchísimo de ella. Desde los Chivitos uruguayos hasta los lomos
altos y buena carne de ambos países, donde se me deshacía en la boca a unos
precios muy asequibles y nada que ver con los europeos. Y por supuesto que los
dulces, tanto los alfajores, como el chocolate, como las tartas increíbles de
Buenos Aires.
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