Hace dos años tuve la oportunidad de conocer mi primera
capital nórdica: Oslo, gracias a que, por aquel entonces, mi hermana residía
allí y me invitaría a pasar un fin de semana. Fueron dos días de lo más
intensos donde quedaría encantado de la educación de sus gentes, de la limpieza
y el orden de la ciudad, del ambiente de sus terrazas, de sus museos y,
especialmente, de la pureza e intensidad de la luz en contraste con el agua del
mar.
Desde aquel momento tenía claro que en cuanto encontrara un
billete de avión con un precio lo suficientemente atractivo para ir a conocer
cualquier otra capital nórdica, no lo dudaría y para allá que me iría y
buscando, buscando, este año lo encontraría allá por el mes de Febrero.
Ryanair ofrecía un vuelo a Copenhague, ida y vuelta, por 72
euros. Una auténtica ganga y encima saliendo el viernes por la tarde y
volviendo el lunes por la noche, que era festivo al ser el día de Santiago Apóstol,
patrón de España.
Así que por las cosas del azar y de los precios, la capital
de Dinamarca, sería la segunda capital nórdica que iba a tener la oportunidad
de conocer durante tres días. Aunque es cierto que pueden parecer demasiados,
mi idea era sacarle el máximo partido a la misma y no andar agobiado y sin
parar de un lado a otro, dejando tiempo también para el reposo y la
tranquilidad.
Bandera Danesa |
Además no hacía ni tres semanas que había vuelto de mi viaje
por Hungría, donde me había metido un tute considerable de conducción y de
kilómetros y no me apetecía, tan seguido, hacer algo parecido.
También tenía claro que quería ir en verano para, si tenía
suerte, disfrutar al máximo del buen tiempo y de todas las horas que pudiera de
la ya mencionada luz, que por estas latitudes me parece que tiene un intensidad
tal que en ciertos momentos te deja como hipnotizado.
Me esperaban preciosos canales, palacios, lagos, casas de
colores, un famoso parque de atracciones, el frío mar Báltico y, por supuesto,
la afamada sirenita, símbolo por excelencia de la ciudad, entre otras muchas
sorpresas que ya me moría de ganas por conocer, por lo que en cuanto daban las
15.00 y terminaba mi jornada laboral, partía raudo y veloz, una vez más, hacia
el que siempre es el punto de partida de mis viajes fuera de España: el
aeropuerto de Barajas.
La Sirenita |
Por cierto, que Dinamarca
es miembro de la Unión Europea pero no utiliza el euro, sino la corona danesa,
por lo que ya iría con el dinero cambiado desde España. Como siempre que puedo recurriría a mi amigo
Nacho, que al trabajar en banca me consigue un cambio de lo más favorable.
No empezaba bien la cosa, para variar, con Ryanair, la
compañía que un día tras otro es un auténtico despropósito. De momento me
tenían preparada una hora de retraso y por si eso no era suficiente, ahora
resulta que entran primero los del fondo del avión, aunque tú te encuentres
esperando de los primeros en la fila. Con la nueva política que aplican sólo
dejan subir las maletas a los 90 primeros, obligando, a la fuerza, a los demás
a entregarlas para bajarlas a la bodega. Por cierto, que una vez arriba pude
comprobar cómo todavía quedaba espacio para por lo menos otras treinta de maletas
más.
Así que subiría con bastante mala leche al puñetero avión,
porque aparte de todo lo anterior era probable que me encontrara cerrado el
punto de venta de la Copenhague Card, la tarjeta que te da derecho a entrar en
todos los lugares turísticos de la ciudad y ahorrar bastante dinero, y todo
gracias al vergonzoso funcionamiento de esta compañía que por mucho que se
empeñe en mejorar, no lo hará en su vida.
Pero todavía habría más sorpresas y es que nos tendrían otra
media hora parados en la pista hasta que despegamos. Mi desesperación iba en
aumento y no me faltaba mucho para ponerme como en su día se puso Melendi.
Así que como se suele decir: “Lo barato sale caro”, pero es
verdad que mientras no tengan competencia en los precios, seguirán haciendo lo
que les venga en gana.
A las 21.10, con más de una hora y media de retraso
aterrizábamos en la capital danesa. La verdad que no estaba muy pletórico,
porque me había sentado a cuerno quemado el tema de que me mandaran la maleta a
la bodega, después de estar de los primeros en la fila, como ya he dicho, así
que con bastante desgana recogía mi equipaje y me dirigí fuera de la zona
restringida para buscar la mejor manera de llegar al centro de Copenhague.
Todo está perfectamente indicado nada más salir. Hay
constantes indicaciones que te dirigen hacia el metro, el tren o el autobús.
También hay decenas de maquinas para comprar billetes y taquillas. Así que no
tiene pérdida.
Sin duda que las maneras más económicas son:
- Tren: Esta sería mi opción, dado que te deja en la estación central de Copenhague y por tanto en pleno centro de la ciudad y te permite desplazarte andando a muchos de los hoteles y hostels céntricos. Además en no más de quince minutos te has plantado allí, por lo que es rápido y eficiente. El billete cuesta 36 coronas.
- Metro: Tarda aproximadamente en llegar lo mismo que el tren y cuesta igual, pero lo único, que dependiendo de donde vayas, lo mismo te toca hacer transbordo y se tarda más, pero puede ser una buena opción si tienes una estación al lado de tu alojamiento.
- Bus: Hay que tomar el autobús 5A que parte de la Terminal 3. También cuesta 36 DKK Y te deja en el centro de la ciudad. El inconveniente está claro que es el tráfico que te puedas encontrar para llegar.
Ya fuera de la Estación Central con lo que primero que me
daría de bruces sería con uno de los laterales del famoso parque de atracciones
Tívoli, el cual observé durante unos instantes, para acto seguido, rodearlo y
dirigirme caminando hacia el que iba a ser mi centro de operaciones durante mi
estancia en la ciudad.
Teniendo en cuenta que Copenhague es una de las ciudades más
caras del mundo y que, tras la compañía de mis buenos amigos Raúl y Belén en
Hungría, de nuevo, volvía a viajar en solitario, era evidente que no me quedaba
otra que recurrir, una vez más, a las habitaciones compartidas de los Hostels,
que hay que reconocer que son claves para presupuestos ajustados en países que
no están al alcance de todos los bolsillos.
El elegido sería el Danhostel Copenhaguen City situado en
H.C.Andersens Blvd, 50. La ubicación creo que es perfecta para llegar caminando
a cualquier sector de la ciudad. Por ejemplo el Ayuntamiento no está a más de
diez minutos. El edificio es moderno y con buenas instalaciones y todo muy
limpio. Si quieres ropa de cama y toalla has de pagarlo a parte. Creo recordar
que fueron 60 DKK. Dispones de taquillas en las habitaciones pero has de llevar
tu propio candado, aunque puedes alquilarlo por 50 DKK de los que te devuelven
30 DKK al entregarlo. También hay wifi gratuito y te facilitan una tarjeta
electrónica para la puerta de la habitación.
De casualidad, se me ocurriría preguntar a la amable chica
de la recepción que si sabía dónde podía comprar la Copenhague Card, que te da
derecho a utilizar todo el transporte de la ciudad y a entrar de forma gratuita
en casi el 100% de todos los museos, palacios y demás opciones turísticas de la
capital. Y mira por donde que la vendían allí mismo, por lo que no dudé en
comprarla y una cosa menos que tenía que hacer mañana.
Tienes varias posibilidades: 24, 48, 72 y 120 horas. Elijas
la opción que elijas, va de hora a hora. Es decir que si el primer uso es a las
11 de la mañana de un día, terminará a las 11 de la mañana de la opción que
hayas elegido. Para ello tendrás que escribir en la tarjeta el día y la hora
del momento en que la pongas en funcionamiento.
Respecto de si es rentable o no, hay que tener cuidado pues
dependerá mucho de lo que pienses visitar, ya que no se amortiza a la primera
de cambio. Además hay que tener en cuenta que casi todos los museos y palacios
cierran a las 17.00 por lo que si no se madruga es más que probable que tampoco
de tiempo a visitar demasiados sitios, así que pienso que es bueno realizar un
estudio previo valorando el coste de lo
que te va a suponer los lugares que te interesan conocer y ver si ese
supera o no al de la tarjeta.
Copenhague Card |
Yo compraría la de 48 horas y me saldría por 529 DKK (uno 70
euros) y aunque la amorticé tampoco sería exagerada la diferencia de lo que me
ahorré, como a lo largo del diario se verá.
Se puede comprar en el aeropuerto, en las estaciones de
tren, en las oficinas de turismo, en las tiendas 7 eleven y en algunas atracciones
turísticas como el parque de atracciones Tivoli.
Me tocaría una habitación compartida de seis personas por la
que pagaría 110 euros las tres noches. Estaba ya ocupada por cuatro orientales
y había dos camas libres, por lo que me hice con una de ellas y me puse a
organizarme un poco. El servicio estaba dentro de la habitación por lo que no
tenías que salir fuera y resultaba bastante más cómodo que otros hostels.
Tras una buena ducha y comprar algunos zumos y snacks de las
máquinas de recepción, daría por finalizado el día, pues aunque valoré salir a
dar el primer paseo por la ciudad para tener la primera impresión de
Copenhague, también es cierto que todavía me quedaban dos noches para poder
hacerlo y de esta manera cogía fuerzas para poder madrugar sin demasiados
problemas.
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