COREA DEL SUR - DIA 4. Templo de Golgulsa y aldea tradicional de Yangdong

16 de Septiembre de 2015.

Siguiendo los mismos pasos que ayer, madrugaría para coger uno de los autobuses, a tiro de piedra de mi hotel, que me llevarían a mi primer objetivo de hoy: el templo de Golgulsa. Hasta sus cercanías se puede llegar en las líneas 100 o 150. En mi caso la primera que llegaría sería la 100, así que esta que tomé (1500 wones). Nada más subir le pediría al conductor que si podía avisarme cuando llegáramos a la parada, a lo que asentiría con una sonrisa. La verdad que la amabilidad coreana no le iba a la zaga a la japonesa, por lo que estaba encantado.

Pasados cuarenta minutos el autobús se detenía en un cruce perdido en la nada y el conductor me comunicaba que era aquí donde tenía que bajarme, indicándome después con señas el camino que debía seguir caminando. Esto no era como Bulguksa, el templo que visitaría ayer, ni mucho menos. No era llegar y besar el santo, pues la dirección que se me indicaba era una carretera sin apenas arcén y con muy poco tráfico y que, por qué no decirlo imponía un poco. Me encontraba sólo y perdido en la nada en Corea del Sur y una mezcla de adrenalina, aventura y respeto, se habían adueñado de mí. En otro país es probable que esta situación me hubiera puesto más nervioso, pero Corea, es cierto, que te da una seguridad y tranquilad que te permite ir tranquilo a cualquier parte, lo cual no quita que aparecieran viejos fantasmas del pasado y me acordara del momento desagradable que me ocurriera en el lago Caburgua en Chile, pero salvo esa pequeña inseguridad que me causan ahora lugares muy solitarios, no había motivo para preocuparse.

Anduve como quince minutos, para pasados estos, encontrar a mi izquierda la entrada al templo. No había un alma por ningún lado, era como si me encontrara sólo en el mundo desde que me había bajado del autobús y la sensación era muy extraña pero emocionante.
Las primeras imágenes que tendría en la entrada del recinto serían varias esculturas de monjes realizando movimientos de artes marciales. La bienvenida ya era diferente a la de otros templos y es que este lugar es especial pues se trata de la sede del Sunmudo, un arte marcial que combina la meditación y los ejercicios físicos. El control de ambas permite una armonía entre el cuerpo y la mente que origina que las energías interiores y exteriores se coordinen entre sí y proporcionen a los individuos que llegan a este punto un enorme bienestar y equilibrio.

Acceso al Templo Golgulsa


Escultura de Monje.Templo Golgulsa

Entrada al Templo Golgulsa

Es por todo aquello que hasta aquí llegan gran cantidad de personas tanto nacionales como extranjeras para quedarse durante unos días y aprender algo de esta técnica creada hace siglos.

Según avanzaba por una empinada cuesta, me iría encontrando edificios que supuse serian las diferentes instalaciones donde los monjes y sus alumnos practicaban el arte marcial, además de los dormitorios y comedores.

Instalaciones Templo Golgulsa

Aunque el camino no tenía pérdida, el caso es que el seguir sin ver a nadie me estaba poniendo un poco nervioso, por lo que decidí acercarme hasta uno de los edificios, donde se escuchaban voces y había una puerta entreabierta, por donde asomé mi cabecita. Allí me encontraría a varios monjes realizando labores administrativas a los que pregunté que si iba por el buen camino y que si había que pagar entrada, consiguiendo que de su primera cara de asombro, por mi inesperada aparición, siguieran unas cuantas carcajadas. Me dijeron que  tranquilo, que era gratuito y que en sólo unos metros ya me encontraría las empinadas escaleras que me llevarían hasta lo que venía buscando.

El templo sería construido por un grupo de monjes en el siglo VI en el monte  Tohamsan, excavando para ello multitud de grutas donde esculpirían, en la misma roca, figuras, estatuillas, tallas, grabados y todo un mundo dedicado a la religión.

Templo Golgulsa

Templo Golgulsa

El acceso hasta muchas de ellas no sería para nada fácil pues tendría que hacer uso de mis mejores habilidades para conseguirlo. Desde sendas perforadas en la montaña hasta pasarelas metálicas de dudosa seguridad, pasando por un inmenso agujero al que me tendría que auparme sirviéndome de una débil cuerda y la fuerza de mi impulso. Como se ve las condiciones de seguridad no son las mejores y es cierto que algún que otro resbalón, según en qué sitio, podría costarte un disgusto.

Templo Golgulsa

Templo Golgulsa

Estaría un buen rato yendo de una cueva a otra y disfrutando de las esculturas y altares que allí se encontraban, acompañado por unas espectaculares vistas de la zona y del silencio, sólo roto por el canto de algún que otro pájaro que volaba de árbol en árbol.

Vistas desde Templo Golgulsa

Deidades Templo Golgulsa

Deidad Templo Golgulsa

De esta manera llegaba hasta el más increíble de todos los grabados: el del Buda Tathagata, que preside la parte superior de esta cara de la montaña, haciendo de sereno vigía del entorno e instalaciones de Golgulsa. Sus facciones muestran una leve sonrisa tipo Gioconda, una nariz pequeña y los ojos rasgados que en su conjunto transmiten mucha quietud y sosiego.

Buda Tathagata.Templo Golgulsa

Buda Tathagata.Templo Golgulsa

Todo aquí es perfecto, excepto el techo de cristal, anclado en la roca, que protege la imagen, pues le quita cierto halo de misticismo al lugar, pero comprensible también para protegerla del deterioro y el paso del tiempo.

Acceso hasta el Buda Tathagata.Templo Golgulsa

Sería hora y media la que estaría pululando por este magnífico lugar, hasta que me vi obligado a volver por donde había venido, si quería que me diese tiempo a llevar a cabo el segundo y último plan del día, que no era otro que visitar la aldea tradicional de Yangdong, probablemente, la mejor conservada de toda Corea del Sur.

Para llegar hasta ella tendría que volver hasta Gyeongju, lo que haría en la línea número 100 (1300 yenes), llegando a eso de las once de la mañana. Hasta este momento todo se me estaba dando de maravilla, por lo que para asegurarme de que la cosa siguiera por el mismo camino, me acercaría a la oficina de turismo, cercana a la terminal de buses, donde preguntaría cuales eran las líneas que me podían llevar hasta allí. La respuesta sería que me servirían, indistintamente, las de los números 200, 208, 212 y 217.
Tras esperar más de veinte minutos y comprobar que no aparecía ninguna de ellas y ya con la mosca detrás de la oreja, porque empezaba a no ir tan bien de tiempo, volvería a acercarme a la caseta de turismo para comentarle a una chica nueva, que sustituía a los dos muermos que me habían atendido hacía casi media hora, que no conseguía coger ninguno de los autobuses que me habían indicado sus compañeras. Muy amablemente, en contra posición a las otras dos rancias, me dijo que no me complicara la vida y que cogiera el autobús número 203 que me llevaría hasta la misma entrada de la villa y de esa manera no tendría que andar demasiado, al contrario que si hubiera optado por las otras opciones. Además los horarios de ida y vuelta de esta línea están fijados de antemano, por lo que todo iba a ser mucho más fácil.

Muy agradecido me iría corriendo hacia la terminal ya que a las 12.30 salía el siguiente bus hacia Yangdong. En cuarenta minutos ya me encontraba en el centro de interpretación donde tras echar un vistazo a varias maquetas y algún vídeo, pagaría la entrada (4000 wones) y me dispuse a conocer uno de los pueblos coreanos más tradicionales.

Maqueta en el centro de interpretación. Aldea Tradicional Yangdong

Grabado en el centro de interpretación.Aldea Tradicional Yangdong

Fundada en el siglo XV, Yangdong es uno de los mejores ejemplos de convivencia entre diferentes clanes. Su emplazamiento, aprovechando un río y las montañas boscosas que la rodean, además del aprovechamiento de los campos agrícolas circundantes, refleja la cultura confuciana propia de los inicios de la dinastía Joseon (1392 – 1910). Este tipo de aldeas estaban compuestas por residencias para las familias dirigentes, viviendas robustas y compactas para otros miembros con relevancia del clan, pero de grado inferior a las anteriores y, por último, casas con paredes de adobe y techos de paja, de una sola planta, destinadas al resto del pueblo.

Aldea Tradicional Yangdong

Vivienda en la Aldea Tradicional Yangdong

Declarada Patrimonio de la Humanidad en el año 2010 el paseo por el entramado de calles y cuestas permite ver buenos ejemplos de todo lo descrito en el párrafo anterior, pudiendo observar cómo vivían las diferentes clases sociales, desde las más poderosas hasta las más pobres.

Vivienda en la Aldea Tradicional Yangdong

Aldea Tradicional Yangdong

El pueblo es enorme y, como siempre, el tiempo juega en contra del viajero, por lo que tendría que conformarme con lo que me ofrecería el paseo de algo más de tres horas por la aldea, viendo varias de las más de 50 casas construidas 200 años atrás, tejados fechados antes de la invasión japonesa de 1592 y viviendas aristocráticas de gran importancia como las de las familias Gwangajeong, Seobakdeong, Mucheomdang y Hyangdan. Muchas de ellas contaban con santuario, salas para la recepción de invitados y servicios conmemorativos, etc. lo que te lleva a hacerte una idea del nivel de vida que tenían las clases más altas.

Aldea Tradicional Yangdong

Vivienda en la Aldea Tradicional Yangdong

Aldea Tradicional Yangdong

A las 17.00 partía el autobús que volvía a Gyeongju, por lo que no me la jugaría y estaría en la parada quince minutos antes para estar tranquilo. Llegaba a la ciudad con el tiempo justo para pasar a recoger las maletas al hotel y encaminarme a la terminal de autobuses donde cogería mi último autobús del viaje con destino a Seúl. El billete ya lo tenía comprado desde ayer y me saldría por 30300 wones.

A las 18.10 se cerraban las puertas del autocar y se ponía en marcha, llegando a las 22.00 a la gran terminal de la capital, por lo que no tardaría ni cuatro horas en hacer el trayecto, incluyendo una parada de quince minutos en un área de descanso donde poder ir al servicio y comprar algo de comida. También es cierto que no pillaríamos nada de tráfico para entrar en la ciudad.

Desde la estación central al metro no hay ni 200 metros, por lo que más rápido y cómodo no puede ser para moverte a cualquier zona en la que se encuentre tú alojamiento. Existen tres líneas de metro, por lo que me resultó facilísimo tomar la número tres que me llevaría hasta mi hostal. Después de haber superado las pruebas de fuego de Japón, esto era coser y cantar.
Tardaría treinta minutos en realizar el trayecto en el suburbano más otros cinco desde que salí del mismo, llegando a eso de las 22.45 al Guest House Korea. En este hostal me alojaría durante tres noches, costándome cada una 19000 wones, por que en total serían 57000 wones.

Tengo que reconocer que no esperaba lo que me encontré. Acostumbrado durante todo el viaje a los maravillosos hostels de Japón y los demás hoteles en los que me había alojado a un precio económico y con una calidad bastante aceptable, el entrar por la puerta de la habitación y recibir una bofetada de olor a moho y humedad, un baño cutrísimo sin mampara ni nada, haciendo el suelo de base para ducharte, y el resto del cuarto bastante pequeño, viejo y cochambroso, pues como que me vine un poco abajo. Estaba muy cansado y encontrarme con este tipo de alojamiento para terminar el viaje no es que me animara mucho, pero era lo que había.

Lo bueno que había reservado una habitación doble y la otra plaza estaba libre, por lo que la tendría para mí sólo las tres noches.

Para ser completamente justo, también hay que decir que he estado en hostels bastante peores y que, tal vez, la sensación tan mala que tuve en este fue porque uno se acostumbra rápido a lo bueno y cuesta adaptarte luego a sitios peores, pero es cierto que sus responsables son de los más amables y que con un poco de inversión y esfuerzo podrían mejorar bastante las instalaciones. Además la zona es muy céntrica, pudiendo llegar andando a muchos de los lugares importantes y en dos o tres paradas de metro a los más alejados. También estás a tiro de piedra del autobús lanzadera que te lleva hasta el aeropuerto.

Para cenar me tomaría unos sándwiches que había comprado en un supermercado de la zona a la salida del metro, y con más prisa que calma me metería en la cama en cuanto dejé todo preparado para el día siguiente. Estaba fundido, por lo que los días que quedaban trataría de tomármelos con más calma, empezando por levantarme mañana algo más tarde y llevar a cabo así una buena cura de sueño.

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