REGIÓN DE SALZBURGO - DIA 3. Pueblos austriacos de ensueño

3 de Abril de 2015.

Creo que pocas veces en un viaje me había levantado tan mentalizado para tener que soportar condiciones meteorológicas realmente adversas y en su caso para pasarme todo el día de bar en bar, comiendo especialidades austriacas y bebiendo cerveza. Pero el Señor Murphy es caprichoso tanto para lo malo como para lo bueno y parece que iba a permitirme hacer justo lo contrario de lo que tenía pensado. Y claro yo me sentiría el tío más feliz del mundo.

El caso es que Bad Goisern despertaba cubierto de un manto blanco precioso y con un cielo gris claro que no daba sensación de querer liarla parda. Así que desayuné unas tostadas y unos zumos que se encontraban incluidos en el precio de la habitación y, tras quitar unos cuantos centímetros de nieve de encima de mi coche, me dirigí hacia la primera localidad que quería conocer: Obertraun.

Bad Goisern nevado
Sólo me separaban de esta 15 kilómetros, por lo que en veinte minutos me encontraba aparcando el coche en un parking cerca del embarcadero. La imagen era de postal, un manto blanco cubría toda la localidad y todas las montañas que la rodeaban. Las casas, los árboles, los parques, casi no había un espacio que no lo cubriera la nieve. Las altas cumbres cubiertas de glaciares, los cisnes nadando relajadamente y una soledad y una paz que más bien parecía que me encontraba en el paraíso.

Obertraun desde su Embarcadero

El motivo de desplazarme hasta aquí era que quería ver el pueblo de Hallstad desde la orilla contraria de donde se encuentra situado, pues me apetecía tener una idea de la situación idílica de la que goza.

Hallstatërsee desde Obertraun

Tras recrearme lo suficiente, ahora sí, que deshice los cinco kilómetros que hay entre Obertraun y Hallstad y me preparé para disfrutar a tope del plato fuerte del día.

Muchas habían sido las veces que leyendo revistas de viaje y viendo los famosos ranking de los pueblos más bellos del mundo me encontraba siempre entre las primeras posiciones a esta pequeña localidad y, por tanto, ya llevaba esperando mucho tiempo, al igual que con Salzburgo, para poder conocerlo.

Hallstad es una joya y uno de los lugares más pintorescos y románticos que uno se puede encontrar y por algo tiene reconocido el título de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El único problema que tiene esta villa no es otro que el reducido espacio en el que se encuentra ubicado y la gran cantidad de afluencia de visitantes que quieren conocerlo, por lo que su centro histórico se encuentra cerrado a cal y canto para cualquier vehículo que no sea de los lugareños. Para solucionar este problema, especialmente en verano, se han habilitado varios parkings en las entradas y salidas del pueblo, eso sí, de pago, para poder dejar los coches. Aún así parece que en los meses de mayor afluencia tampoco es suficiente, por lo que conviene madrugar para no volverse loco buscando sitio.

En mi caso no tuve el mayor problema, pues sólo había abierto uno de ellos y en los indicadores del número de plazas que quedan, todavía disponía de 180 plazas libres. Así que aparqué y me dirigí dando un paseo hacia lo que llaman Salzwelten, la mina de sal más antigua del mundo. Para llegar hasta ella hay que coger un funicular que asciende ladera arriba 500 metros y luego realizar una pequeña ruta en lo alto de la montaña. Esto último no tendría que hacerlo porque su apertura no estaba prevista hasta dentro de veinte días. Aún así no desaproveché la oportunidad de tomar el funicular, pues dado que el día se había quedado despejado, las vistas que podría obtener del lago Hallstäter See, seguramente eran para cortar la respiración, además de ver Hallstad, Obertraun y otros pequeños pueblos a vista de pájaro y todos ellos nevados.

Funicular a las Minas de Sal o Salzwelten. Hallstatt

El billete de ida y vuelta me costaría 13 euros, pero aunque es caro, creo que merece la pena, porque la sorpresa es que cuando llegas a la estación superior del teleférico, sales al exterior y andas unos metros, te encuentras con un ascensor que salva un nuevo desnivel y tras un pequeño camino llegas a un observatorio colgado en el vacío con vistas a ambos lados del maravilloso lago y su entorno. Eso sí, no es recomendable para los que padezcan de vértigo. Aquí me tiraría casi una hora, antes de volver a descender a ras del suelo.

Hallstatërsee desde el Mirador de Salzwelten

Era increíble pero el día cada vez iba siendo más soleado y esto hacía que poco a poco la nieve fuese derritiéndose y fuera dejando paso al asfalto, así que tomé la calle que discurre paralela a la ribera del lago, rumbo hacia el centro histórico.

Hallstatt a la bajada en el Funicular de Salzwelten

Poco a poco me iría adentrando en el corazón del mismo, pudiendo ver como las casas trepaban por la ladera de la montaña desde el apacible lago y casi todas ellas construidas en madera y con la típica arquitectura de la zona.

Hallstatt

Las escarpadas pendientes de las montañas circundantes que caen a plomo sobre la población y las aguas limpias y transparentes de su lago, hacen aún más bella, si cabe, la localidad, lo que unido al encanto de su pequeña plaza y de sus iglesias, la hacen digna merecedora del calificativo de ser uno de los pueblos más bellos del mundo, como ya comentaba al principio.

Hallstatt

Respecto a las iglesias destacan dos. Por un lado la Pfarrkirche, que hace las veces de vigía, sobre la población y que además cuenta con un bello cementerio donde destaca la capilla llamada Beinhaus. Lástima que se encontrara cerrada ya que aquí se muestran unas 1200 calaveras pintadas con diseños florales, acompañados por el nombre y la fecha de la muerte.

Esto es como consecuencia de la falta de espacio en el cementerio, por lo que diez años después de cada enterramiento, los restos se trasladan a la capilla para dejar sitio al siguiente ataúd. Por otro está la iglesia protestante, con un inmenso campanario.

Hallstatt desde su Iglesia Católica

Con el día tan bueno que se había quedado, ni que decir tiene que me extasié dando paseos de un lado para otro, de arriba a abajo, por las orillas del lago y las calles que se perdían por las alturas de la población. Me sentaría más de una vez a disfrutar del entorno, a ver como se acercaban los cisnes hasta casi tocarlos, para ver si les daba algo de comer y, en definitiva, a vivir al máximo la experiencia de tener la fortuna de encontrarme en este lugar de cuento de hadas.

Hallstatt

Marktplatz.Hallstatt

Tras casi cuatro horas disfrutando de Hallstatt, llegaría el momento de la despedida, pues la tarde quería aprovecharla para ver algunas joyas más en las cercanías de donde me encontraba.

Por el tiempo de estacionamiento en el Parking me cobrarían casi 8 euros y dado que había una gasolinera pegada al mismo aprovecharía también para echar y así no tener que preocuparme después de ello. La mitad del depósito me costaría 27 euros.

La región en la que me encontraba se caracteriza principalmente por el entorno montañoso y por estar repleta de infinidad de lagos, así que haciendo caso a un compañero de trabajo que es de por aquí, me dirigí hacia los lugares que me había recomendado.

Después de deshacer el camino que me había llevado a Hallstad, haciendo varias paradas en pequeños miradores a lo largo del lago Hallstatter See, donde las montañas se transparentaban en sus aguas al ser estas un espejo, seguí bordeándolo para dirigirme por una nueva carretera de montaña hacia su otra orilla. Hacía tan bueno que incluso aprovecharía para tomarme el bocadillo en unos bancos de un mirador.

Hallstatërsee

Después continuaría camino hacia el pueblo de Altaussee, completamente cubierto de blanco, así como todos sus alrededores. Una nueva estampa invernal que hasta ahora sólo había tenido oportunidad de ver en las películas.

Altaussee

Un breve paseo por él y tras menos de diez kilómetros llegaría hasta una estación de esquí que estaba en su máximo apogeo. Los esquiadores iban y venían, los telesillas funcionaban sin descanso, en la pistas no paraban de realizar descensos unos y otros, etc. Yo había llegado hasta aquí porque quería ver las imponentes cumbres que rodeaban este paisaje y especialmente el Loser que me había dicho mi compañero de trabajo que era espectacular. Efectivamente así lo pude constatar. Se me pasaría por la cabeza tomar algún telesilla para subir a las alturas y disfrutar de las vistas, pero la verdad que suponía otro desembolso de unos 15 euros y  ya se me iba de presupuesto para la jornada de hoy.

Loser y Estación Alpina

Así que volví a deshacer el camino, sólo en parte, y marcharía hacia otro gran lago de grandes dimensiones llamado Grundlsee, el cual tampoco tiene desperdicio en lo que a belleza se refiere. Lo iría bordeando haciendo las correspondientes paradas para fotografiarlo y llegaría hasta la otra punta, donde dejaría el coche aparcado en un pequeño parking.

Grundlsee

No podía dejar que pasara el día sin hacer una de esas rutas de senderismo que tanto me gustan, eso sí, esta vez sería de una hora, ida y vuelta, pues eran ya las cinco pasadas y tampoco podía permitirme algo más largo. 

El destino elegido sería otro pequeño lago llamado Toplitzsee, en un entorno muy especial debido a la soledad y a que durante toda la caminata iría caminando sobre la nieve y atravesando puentes de madera sobre ríos de aguas cristalinas. Todo ello con algún tramo boscoso, bajo inmensos árboles, que por algunos instantes hicieron que se despertaran en mí viejos temores. Sí, me estoy refiriendo a la experiencia chilena. Pero afortunadamente, lo único que me encontraría sería a un chico con su perro atado. Gracias a Dios.

Paisaje nevado en la Ruta hacia el Toplitzsee

Toplitzsee

La ruta mencionada comienza justo en frente de un restaurante que está al lado del parking, sólo hay que cruzar la carretera y ya se ven las indicaciones hacia el lago.

El día lo quería terminar con dos lugares más, pero esta vez ya en ciudades, pues creo que ya había tenido bastante de naturaleza.

A unos 30 kilómetros se encontraba Bad Ischl, una antigua ciudad imperial y pequeña ciudad histórica que se encuentra en el corazón de la zona de los lagos. Su importancia se debe a que fue residencia de verano del emperador Francisco I  y Sisi, además de ser el lugar donde se prometieron a la temprana edad de quince años. También sería aquí donde vivió y compuso Franz Lehar. Y si todavía no ha quedado clara la importancia de este lugar, sería aquí donde Francisco I firmaría la declaración de guerra con Serbia el 1 de Agosto de 1914, lo que marcó el inicio de la primera guerra mundial.

En principio no tenía intención de llegar hasta aquí, pero cuando mi compañero de trabajo me recomendó una pastelería donde se pueden degustar algunos de los dulces más deliciosos de Europa, no dudé que esta sería una parada obligatoria, además de tener un centro histórico pequeño pero con encanto. La repostería en cuestión se llama Zauner y desgraciadamente me quedé con cara de tonto mirando sus escaparates repletos de huevos de Pascua de chocolate y otras tartas y dulces increibles, cuyas recetas guardan escrupulosamente sus  pasteleros.Llegaría a las 18.05 y las puertas estaban cerradas a cal y canto, pues la hora de cierre eran las 18.00. No perdonan ni un minuto estos austriacos.

Así que mi gozo en un pozo, por lo que me pondría a visitar los monumentos más importantes de Bad Ischl. La misma calle principal, donde está la selecta pastelería, te lleva al Ayuntamiento, a la imponente iglesia de San Nicolás presidiendo su céntrica plaza Auböck y el edificio de correos. También merecen la pena las vistas que se obtienen de los  ríos Ischl y Traun desde muchos de los puentes que los atraviesan y sus riberas y alguna que otra plaza con encanto, como la que tiene en el centro la fuente dedicada a Franz Karl.

Trinkhalle o Sala de Bombas. Bad Ischl

Tras unos cuarenta minutos de paseo por la localidad, me dirigiría al último lugar de la jornada, el pequeño y bonito pueblo de St. Gilgen. Me separaban de él 23 kilómetros y llegaba con los últimos rayos de sol como acompañantes. Esta población se encuentra en la orilla occidental del lago Wolfgangsee y, como no podía ser de otra manera, enmarcada por un paisaje montañoso de picos nevados.

Aquí nació la madre de Mozart y su hermana vivió con su marido. Lo más bonito para mi es el cuidado cementerio que rodea la iglesia de St. Ägyd, cuya cúpula se estaba restaurando. También destacan las típicas casonas austriacas, algunas de ellas con algunas pinturas en las fachadas, que recuerdan a las de algunos pueblos bávaros que pude ver el año pasado, pero vamos, muy de lejos.

Cementerio Iglesia de St.Ägyd. St Gilgen

Y qué mejor que terminar la visita a St. Gilgen con la vista del lago y, los últimos quince minutos antes de que la noche se echara encima, contemplando este soberbio paisaje en la más absoluta soledad. Fueron momentos de una paz infinita.

Wolfgangsee

Sólo me separaban treinta kilómetros del motivo principal de mi viaje, Salzburgo, por lo que me puse dirección hacia allí, donde llegaría a las 21.00. Es evidente que al ser esta una ciudad de leyenda y de las más turísticas de Europa, los precios de cualquier hotel se disparan bastante, por lo que no tuve el menor inconveniente, como siempre que esto sucede, en alojarme en un Hostel, que tan buena labor hacen para los bolsillos menos pudientes.

El elegido sería el llamado Yoho, bastante cerca de todos los puntos de interés y de la estación. Reservaría una cama en una habitación de cuatro plazas para los próximos dos días. El precio por las dos noches con las sábanas incluidas sería de 44 euros. El alquiler de la toalla sería de 50 céntimos y luego te hacen dejar como depósito 5 euros por la toalla y 5 por la tarjeta electrónica de la habitación que te devuelven cuando te marchas. El desayuno no se encuentra incluido y cuesta 3,5 euros.

El Hostel está muy limpio y muy bien cuidado. La verdad que te sientes muy a gusto en él. El personal de recepción es amabilísimo y siempre están dispuestos a echarte una mano si la necesitas, por lo que lo recomiendo sin dudarlo.

¡Ah! Se me olvidaba comentar que también hay una sala donde constantemente están proyectando la película Sonrisas y Lágrimas, por lo que si no tienes oportunidad de verla antes de llegar hasta aquí, el problema está resuelto. Como se ve está todo pensado.

La primera noche me tocaría como compañeros de cuarto una pareja china, ya entrada en años, con los que únicamente intercambié un saludo de buenas noches y poco más. La última cama no se ocuparía, así que mejor, más espacio.

Para cenar me iría a una gasolinera cercana a comprarme un bocata y un batido por los que pagaría 7 euros. Se puede cenar en el Hostel pero la cena sólo la sirven hasta las 20.30, por lo que una pena, porque tenían muy buena pinta los platos que vi.

Y así terminaba un gran día en Austria, con un tiempo que jamás hubiera imaginado, vistas las previsiones y tras el día de ayer, pero la vida siempre te da sorpresas.

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