Luis II de Baviera, conocido como el “rey loco”, fue ante todo un soñador, un monarca al que le tocó reinar en un tiempo en el que, posiblemente, no era el suyo. Una persona preocupada más de la cultura, la música y las historias de caballeros y princesas, que de los aburridos asuntos de Estado con el que día tras día venían a molestarle. Un hombre al que, seguramente, le inquietaban bastante poco las intrigas palaciegas y los acuerdos y pactos internacionales que pudieran suscribirse entre unos países y otros. Estas son algunas de las conclusiones con las que terminé el día, después de tener la fortuna de pasar una jornada descubriendo los lugares más significativos de la vida de este excéntrico monarca. Muchos decían que estaba loco, yo creo que lo que le paso es que el poder pronto le llevó a la desidia, a la desgana y al desencuentro con la gente de palacio y todo esto motivó que poco a poco fuera desatendiendo los asuntos de Estado y escapara a sus palacios para olvidarse de la realidad en la que se veía obligado a vivir. Tal vez fue depresión y como consecuencia de esta vino cierta locura, pero lo que sí que es cierto que gracias a todo ello y a pesar de su desgracia personal, hoy podemos admirar algunos de los castillos más maravillosos y legendarios que se han construido. Todo gracias a Ludwig.
La primera vez que tuve constancia de que existía este castillo sería allá por el año 1992, cuando realicé con mi familia un viaje a París y Eurodisney. Cuando entramos a este famoso parque y, tras avanzar unos metros, me diera de bruces con una increíble silueta de cartón y piedra repleta de torres, almenas y ventanales de cuento, lo primero que hice fue darme la vuelta y preguntarle a mi padre que si ese no era el castillo del cuento de “La Bella Durmiente”, a lo cual me asintió con la cabeza. Tenía quince años y era un chaval y de siempre me habían encantado las películas de Disney, como a tantos niños. De hecho hoy, camino a los 40, no me da vergüenza reconocer que me siguen encantando. El hecho es que poco después mi padre me contaría que ese castillo que tenía delante y en el que la Princesa hubiera dormido eternamente si no hubiera sido gracias al beso de un Príncipe, había sido creado tomando como modelo uno de verdad que se encontraba en una remota región del sur de Alemania llamada Baviera. No lo olvidaría ya jamás y cuando tuve oportunidad me puse a investigar en la biblioteca, dado que no existía internet, y descubrí que todo ello era cierto y que ese palacio de leyenda se llamaba Neuschwanstein. Desde entonces siempre había querido conocerlo y en este día, por fin, ese sueño se iba a hacer realidad.
Eran las siete de la mañana, cuando ya me encontraba sentado en la mesa del comedor dispuesto a disfrutar de un contundente desayuno buffet. Había una gran variedad y en esta ocasión opté por unas rebanadas de nocilla y unos bollos rellenos de chocolate, acompañados de leche y cereales. Además sería previsor y para poder ahorrarme unos euros y no perder demasiado tiempo en la hora de la comida, me haría unos bocadillos de salchichón para ese momento. Todo esto ya se encontraba incluido en el precio.
Con todo listo, montaría en mi pequeño vehículo y en unos cuarenta minutos me encontraba muy cerca de la población de Schwangau, como a unos 3 kilómetros, en uno de los parking destinados a dejar los vehículos y ya en el área de los famosísimos castillos. Eran las ocho de la mañana y no había demasiados coches, como unos veinte, lo cual, ingenuo de mí, me hizo pensar que tampoco era para tanto cuando se hablaba en muchos sitios de los millares de personas que se pueden llegar a concentrar en este lugar, luego me daría cuenta de que no exageraban. Me encaminé entonces al Ticket Center y dentro de este a la ventanilla de reservas, pues para evitar sustos innecesarios, había reservado por internet mi entrada a los castillos, tanto al de Hohenschwangau como al de Neuschwanstein en la página web www.hohenschwangau.de/ticketcenter.0.html , en una entrada combinada llamada King´s Ticket. En el momento de la reserva por internet no te cobran nada, pero te aseguras tu entrada y además tú elijes el horario al que quieres acceder al primer castillo que se visita, el de Hohenschwangau. Después ellos mismos establecen la entrada al de Neuschwanstein, con tiempo más que de sobra para que te dé tiempo a llegar paseando de uno a otro, si es lo que te apetece y si no pues en autobús o en carroza, que son las otras opciones. Tienes bastantes más posibilidades por lo que conviene echarle un vistazo a la página.
En la taquilla enseñaría mi hoja de reserva y tras pagar los 26,60 euros (23 de los dos castillos + 3,60 de la reserva anticipada), me darían las dos preciadas entradas. Ya con ellas me iría paseando a la primera de las fortalezas, la de Hohenschwangau, para la cual tenía la hora de la visita a las 08.45.
Por cierto es muy importante no aventurarse a ir a la entrada de ninguno de los dos castillos sin pasar antes por el Ticket Center, porque no hay ningún tipo de venta de entradas y tendrás que darte la vuelta y el paseo no te habrá servido para nada o sólo para ver los exteriores, pero no podrás entrar.
Además existe otra página: www.neuschwanstein.de/spanisch/visitante/horarios.htm en la que te dan información en español de múltiples opciones más, en cuanto a bonos con precios especiales para la visita a un sinfín de palacios y monumentos de Baviera. Yo no tenía muy claro si me iba a dar tiempo a hacer todo lo que al final sí me dio y por eso opté por la primera de las opciones, aunque luego pude ver que me hubiera salido mejor alguna otra.
A las 08.15 ya tenía todo hecho, por lo que hasta la hora de mi primera visita, me entretendría admirando los detalles de los exteriores del primer castillo y haciendo cientos de fotos y así entre unas cosas y otras y entre la pequeña subida que te lleva hasta la puerta de entrada, casi no me daría ni cuenta de que había llegado el momento tan esperado.
Castillo de Hohenschwangau |
Antes de entrar propiamente al interior, tienes que pasar por unos tornos, introduciendo el código de barras de tú entrada en el correspondiente lector. Todas las entradas llevan un número, por lo que cuando en el panel digital que está colgado encima de los tornos aparece ese número con tú hora, es el momento de acceder.
Subí la pequeña escalinata que hay hasta la puerta y en unos segundos estaba dentro. Allí una chica simpatiquísima me daría un audio guía en mi idioma y me pediría que esperase a que llegaran el resto de los compañeros que iban a realizar la visita.
Cuando estuvimos todos, abrió una puerta y nos trasladamos a los tiempos del monarca. Sería en este lugar, que mandaría construir su padre Maximiliano II, donde Luis II pasaría muchos de los momentos de su infancia y adolescencia, antes de que ordenara construir, años más tarde, sus propios castillos: Neuschwanstein, Linderhof y Herrenchiemsee.
Es la persona encargada de acompañar al grupo la que va activando el audio guía en cada una de las salas que se visitan, al igual que controla que no puedas tirar una sola fotografía. Una pena porque te quedas con las ganas de plasmar aquellas increíbles salas.
Todas las estancias tienen una rica y cargada decoración y entre los muchos datos que te iba facilitando el aparato que llevaba pegado al oído, los que más me llamaron la atención fueron: la existencia de un ascensor en palacio considerado como uno de los primeros que se utilizaría en el mundo; la presencia de un pasadizo secreto que permitía unir las habitaciones del rey y la reina situadas en diferentes plantas; que el rey ordenara recrear la noche en el techo de su habitación con estrellas luminosas, para así poder disfrutar de esta durante el día, etc. Por no olvidar, igualmente, el maravilloso salón comedor, la sala del caballero del Cisne donde se ilustra la leyenda de Lohengrin o la estancia desde donde el rey contemplaba como marchaban las obras de construcción de Neuschwanstein.
En no más de cuarenta minutos, la visita había concluido y todos estábamos saliendo al exterior por la fachada contraria a la que habíamos entrado. Apenas me había dado tiempo a ser consciente de las increíbles estancias que forman este palacio, pero afortunadamente, lo mejor estaba por llegar.
Castillo de Hohenschwangau |
Sólo eran las 09.20 por lo que disponía de casi una hora y media para llegar hasta la puerta de Neuschwantein, tiempo más que suficiente para permitirme disfrutar durante unos momentos de las vistas del lago Alpsee.
Lago Alpsee |
De las tres formas posibles para llegar a la fortaleza, yo elegiría la de ir caminando lo cual lleva como unos cuarenta minutos a un paso normal. Las otras dos posibilidades son un autobús que se toma muy cerca del ticket center y los famosos carruajes de asientos tapizados en cuero tirados por caballos con una capacidad de nueve pasajeros que también se pueden contratar por allí, porque están constantemente pasando.
Paso a paso comencé a avanzar, yendo hacia la búsqueda de ese delirio arquitectónico, de la extravagancia más ambiciosa y hermosa de Luis II, para en el tiempo previsto plantarme cara a cara frente a él. Allí estaba el único e inigualable Neuschwanstein, con su perfil mágico rodeado de frondosos bosques, de las montañas y de los lagos azules y cristalinos. Allí estaba esa fortaleza inexpugnable con las torres y los chapiteles empinados sobre un peñasco, con sus almenas, frontones y puentes levadizos. Allí me encontraba contemplando la anhelada fortaleza por la que tanto había esperado el poder conocerla. Ahora comprendía mejor a Walt Disney y entendía porque había sido su fuente de inspiración para “La Bella Durmiente”. Y es que esta fantasía medieval puede dejar hipnotizado a cualquiera.
Castillo de Neuschwanstein |
Castillo de Neuschwanstein |
Al igual que en el castillo de Hohenschwangau, el procedimiento de entrada es exactamente el mismo. Existen uno paneles digitales donde se va indicando la hora y el número de entrada que tienen que ir accediendo, por lo que llegadas las 10.45, tan sólo tuve que introducir el código de barras de mi ticket en el lector correspondiente y atravesar el torno. Después me colocaría en la fila de mi número de entrada, que era la que el panel me había indicado que tenía que situarme. Tras esperar cinco minutos más, un guardia apartó la cadena que hacía de contención y nos invitó a todo el grupo a pasar al interior del castillo y a subir unas escaleras, donde llegaríamos hasta una ventanilla donde nos facilitarían la audio guía y una puerta en la que esperaríamos hasta que nuestra guía la abriese para comenzar la ansiada visita.
Y tras breves instantes entraríamos en el mundo enloquecedor, sinuoso y fantástico del monarca, en la decoración onírica de cada uno de sus espacios inspirados, todos ellos, en las óperas de Wagner por el que sentía auténtica devoción. Pude ser testigo de primera mano de los murales de los dramas de Tannhäuser, Lohengrin y Tristán e Isolda, de las lámparas de arañas, de terciopelos dorados, de espejos y candelabros, de sedas y mosaicos. Todo parece un escenario de película, pero cuando sigues contemplando frescos, capiteles de piedra y estancias, te das cuenta de que no es así y de que fue real. Cuando contemplas el Salón del Trono con su ostentosa decoración de estilo bizantino, cuando ves las escenas de “El anillo de los nibelungos” pintado en la paredes, obedeciendo a la idea de recrear en esta atmósfera los personajes de las óperas de Wagner y sus ideales caballerescos, cuando te encuentras en el dormitorio gótico del rey en el que se dice que trabajaron catorce artesanos durante más de cuatro años para terminarlo o admiras la espectacular Sala de los Cantores, inspirada en la leyenda de Parsifal, eres consciente de que todo ello existió aunque pareciese irreal.
Tras absorber algunos curiosos datos más de la audio guía, mientras seguíamos admirando y atravesando habitaciones, tales como que para su construcción hicieron falta 17 años, que es el castillo más visitado de Alemania y de los más visitados de Europa y que su nombre significa Nueva Piedra de Cisne, empezábamos a llegar al final e ironías de la vida, este cuento en el que nos encontrábamos no acabaría bien, pues Luis II apenas llegaría a vivir aquí medio año, ya que, el 11 de Junio de 1886, una comisión enviada desde Múnich fue a buscarle a Neuschwanstein con el fin de incapacitarle para gobernar, declarándole enfermo mental. Acto seguido sería trasladado y confinado en el castillo de Berg, junto al lago Starnberg. Al día siguiente se permitiría que saliera a dar un paseo acompañado de su médico, pero no regresaron: sus cuerpos aparecieron flotando entre la maleza, en el lugar donde ahora se levanta una cruz de hierro. Un final triste y poco feliz.
Sin embargo, siete semanas después del desgraciado acontecimiento, el castillo sería abierto al público. Corría el año 1886 y desde entonces millones de personas han podido visitar esta fortaleza de cuento y el pueblo de Baviera sigue queriendo como a ninguno a su monarca soñador.
Hohenschwangau y Alpsee desde Neuschwanstein |
Había sido cuarenta minutos lo que había durado la visita, así que tras comprar una lámina y un imán en la tienda de recuerdos del castillo y tras confirmar con una de las dependientas que la famosa imagen del castillo, que sale en todos los lugares habidos y por haber, está tomada desde el aire y en helicóptero, me dispuse a continuar con el planning que tenía establecido. Así que me marché dirección al Marienbrüke, el puente desde donde se obtienen las mejores fotos de Neuschwanstein. La caminata desde el castillo son sólo veinte minutos y no entraña ningún tipo de dificultad.
Castillo de Neuschwanstein |
El premio con el que te encuentras es una perspectiva única e imposible de igualar, salvo desde el aire, de la construcción, en un marco de gran belleza y con un desfiladero de 90 metros de altura bajo tus pies y por el que discurre un río. Aquí permanecería casi media hora y es que el suelo parecía imantado y no me dejaba moverme, seguramente como consecuencia de la perspectiva tan sublime que tenía delante de mí.
Neuschwanstein desde Marienbrücke |
Aunque con tristeza, echaría una última mirada y comencé a desandar lo andado, pero en vez de volver por donde había venido, decidí tomar un camino de tierra que estaba a no más de cuatro minutos desde el puente y que te llevaba por dentro del bosque, por una amplia pista forestal y en unos cuarenta minutos, hasta el pueblo de Hohenschwangau. De esta manera hacía la cosa más amena y probaba una ruta diferente que la realizada en la subida.
Ya en el pueblo me iría tranquilamente para el parking y cuál sería mi sorpresa al pasar por las taquillas que lo que me encontraría serían cientos de personas esperando la fila para sacar las preciadas entradas. Era increíble la cantidad de gente que allí había. Ahora sí que me creía lo que me habían dicho de que en verano puede llegar a ser imposible conseguir una entrada. Después de mi sorpresa, sólo me quedaría ya coger el coche, pagar los cinco euros del parking y marchar hacia el lugar donde me comería el bocadillo que me había preparado a primera hora en la casa rural.
Este lugar era el monte Tegelberg de 1730 metros de altura y al que se llega cómodamente tras diez minutos de subida con el funicular Tegelbergbahn y que se encuentra tan sólo a poco más de dos kilómetros de los afamados castillos.
Lo bueno de todo ello que está mucho menos frecuentado por las masas de turistas y así lo pude comprobar cuando llegué al parking, en este caso gratuito y con no más de diez coches en él. Saqué el pase de ida y vuelta que te lleva hasta la cima (19 euros) y me metí rápidamente en el funicular que estaba a punto de salir para las alturas.
Cuando por la mañana la señora de la tienda me había dicho que la mejor perspectiva de Neuschwanstein está tomada desde helicóptero, me quedé con cierta decepción al pensar que no podría ver la misma si no era de esa manera, pero cuál sería mi sorpresa que en los casi mil metros de desnivel que se salvan desde el suelo hasta la estación superior, te encuentras con una panorámica que creo que no tiene mucho que envidiar a las de las famosas láminas que se venden en las tiendas y es que desde el momento que empiezas a ganar altura, puedes contemplar de frente y de una sola vez Neuschwanstein, Hohenschwangau y el entorno de montañas, bosques y lagos que les rodean. Sólo por ello, para mí ya había merecido la pena lo pagado en la entrada. Aunque los cristales y la suciedad de los mismos no hacen honor a la realidad en las fotos, uno se puede hacer una idea de la vista contemplada.
Neuschwanstein y Hohenschwangau desde Tegelbergbahn |
En los últimos metros de subida, al final dejas de tener la gran perspectiva y pasas a formar parte de las imponentes montañas nevadas hasta que acabas entrando en la estación. Cuando salí al exterior hacía bastante frío, pero como iba bien abrigado era soportable. Mi idea era hacer alguna ruta de las muchas que se pueden hacer desde aquí, pero desgraciadamente el día se estaba estropeando y los cielos levemente grises con los que había empezado el día se estaban tornando en negros y, además, grandes nubarrones empezaban a hacer acto de presencia.
De todas maneras tendría la oportunidad, antes de que las nubes bajaran más, de ver una buena perspectiva de magníficos paisajes alpinos totalmente nevados. No obstante y como la cumbre propiamente dicha del Tegelberg se encontraba a unos metros me fui para allá a intentar culminarla, pero lo que me encontré ya desde los primeros momentos, en la pequeña subida, fue hielo puro y duro que casi en el tercer paso me deja en el sitio, por lo que, por una vez y al encontrarme sólo, la prudencia pudo más y me retiré a un banco a tomarme el bocata y a disfrutar tranquilamente de las vistas, que cada vez iban siendo menos vistas y más de nubes. Y a punto de tomarme el último mordisco, unos copos blancos comenzaron a depositarse en mi cabeza, lo que, aunque muy bonito, haría que me retirase al interior de la estación, para tomar el siguiente funicular que me devolviera, de nuevo, a la tierra.
Vistas desde Monte Tegelberg |
Eran ya las cuatro de la tarde cuando llegaba a mi penúltima parada del día en el pueblo de Schwangau, justo en frente del monte Tegelberg y del castillo de Neuschwanstein. Por aquí me daría una pequeña vuelta que no llegaría a la hora, pero que me permitiría apreciar la belleza de las enormes casonas de madera de toda esta parte de centro Europa (Alemania, Austria, Suiza). También me acercaría hasta la pequeña iglesia del pueblo y a un parque un pelín más alejado desde el que se tenía una visión global de toda la villa y de su entorno. Buena manera esta de poner rumbo a la ciudad donde pasaría ya el resto de la tarde antes de volver a mi querida casa rural.
Schwangau |
Casa de Schwangau |
Füssen sería la elegida para terminar el día tan fantástico del que había podido disfrutar. Qué mejor que una encantadora ciudad con un casco histórico realmente bonito y de cierto aire aristocrático. Toda su parte monumental es peatonal por lo que obligatoriamente tienes que dejar el coche fuera de ella. Yo lo dejaría en el primer parking que me encontré a la entrada de la población y de pura casualidad, ya que como me gusta patear pensé que lo mejor era empezar desde el exterior de las murallas que rodean la ciudad. En este caso era gratuito, así que mejor, imposible.
Desde aquí me acercaría a las murallas buscando algún acceso que me permitiera meterme de lleno en el Altstadt (casco histórico), lo cual conseguí pero tan sólo a medias, ya que la pequeña escalera que encontré me llevaría directo hasta un monasterio franciscano desde el que se tenían unas vistas estupendas de todo Füssen.
Füssen |
A veces ir sin plano te hace encontrarte sorpresas como esta. Después me dejaría llevar por alguna que otra callecita, con casas pintadas de colores, que me sacaría hasta una bonita plaza llamada Schrannenplatz, donde en un extremo de la misma había una bonita escultura.
Schrannenplatz. Füssen |
Muy cerca y perpendicular a esta acabaría llegando a la calle principal y más importante de la villa llamada Reichenstrasse, repleta de cafeterías, comercios y tiendas, todos ellos con las fachadas pintadas de bonitos colores y con bastante ambiente. Cada vez hacía más frío, pero ello no era obstáculo para que paseara relajadamente por ella hasta donde terminaba y desde donde salía una nueva calle con dirección a la colina donde se encontraban los monumentos más significativos de Füssen.
Reichenstrasse. Füssen |
Pero, de repente, del cielo empezaron a caer copos y copos de nieve, con bastante intensidad y cada vez con más fuerza. No me lo podía creer, mediados de Abril y aquello parecía pleno invierno y todo en cuestión de unas horas. Es lo que tiene estar al lado de los Alpes. Así que lo que hice fue meterme en una pastelería (Stadt-Café) por la que acababa de pasar y en la que había visto auténticas delicias en el escaparate y me senté en una mesa al lado de un enorme cristal mientras contemplaba la preciosa estampa. Por supuesto, que no pude evitar caer en la tentación de tomarme alguna de las muchas delicias que allí se encontraban y acabé decantándome por una Apfelstrudel o pastel de manzana, bañado con una salsa de vainilla calentita y acompañado de una taza de té casi hirviendo (7,90 euros). El pastel que estaba saboreando era sin duda el mejor que me había comido en mi vida y con cada pedazo que me echaba a la boca, casi que se me caían las lágrimas de lo bueno que estaba.
Tomando Apfelstrudel en Cafetería de Füssen |
Llevaba ya casi una hora allí dentro y me encontraba tan a gusto y aunque seguía nevando no quería irme de Füssen sin acabar de descubrir la ciudad, por lo que me abrigué bien, me puse la capucha y me dirigí hacia la parte alta de la población con el manto blanco como acompañante en alguna plaza y en todos los jardines que me iba encontrando.
El primer lugar al que me dirigiría en esta zona sería al Castillo o Hohes Schloss que fue la residencia de los Príncipes – Obispos de Ausgburgo. De grandes dimensiones, me animaría a darme un paseo por el interior de sus murallas y por el gran patio al que llegas tras una pequeña subida y en el que te encuentras todas las paredes repletas de frescos. Evidentemente el interior estaba cerrado siendo la hora que era y la tarde que hacía. No había ni un alma por ninguna parte y aunque la nieve empezaba a calarme, estaba disfrutando muchísimo de la situación, pues yo creo que pocas veces había visto nevar tanto tiempo seguido y con esa intensidad.
Hohes Schloss.Füssen |
Hohes Schloss.Füssen |
Muy cerca del castillo, se encontraba la Abadía de St. Mang en la que se venera al patrón de la localidad y donde pasaría a ver el interior y ya de paso resguardarme durante unos minutos de la que estaba cayendo.
Abadía de St Mang.Füssen |
A la salida y dado que el tiempo seguía igual y eran ya las siete de la tarde, no lo dudé y me encaminé directamente hacia el coche, aunque en el camino todavía podría ver alguna plaza con encanto y una iglesia con la fachada totalmente pintada y realmente bonita. Heilig-Geist-Spitalkirche se llamaba.
Heilig-Geist- Spitalkirche.Füssen |
Casi una hora me separaba de Oberammergau, dado que iría con mucha calma ante la nevada que seguía cayendo. Curiosamente las carreteras estaban intactas y no había ni un tramo cubierto de blanco, por lo que me encontré totalmente seguro en el camino de vuelta.
A las ocho estaba entrando por la puerta del comedor y en cinco minutos me estaban sirviendo una rica sopa como de tomate, una ensalada y un plato llamado kässpatzen, típico de la región y compuesto por pasta con queso y cebolla frita. Y de postre otro pastel de manzana, también para chuparse los dedos. Así que pletórico de alegría, ante esta increíble cena como guinda a la jornada, me retiraría a descansar.
A TENER EN CUENTA:
Las entradas para entrar a los castillos se compran o se retiran en el caso de las reservas en el Ticket Center por lo que no trates de sacarlas en la puerta de los castillos porque el paseo habrá sido en balde y tendrás que volver.
Es muy recomendable en las fechas destacadas y en verano reservar las entradas por internet, ahorrarás mucho tiempo. Aún así es conveniente elegir el primero o segundo turno, aunque suponga madrugar, porque las filas son terroríficas. Las páginas web las puedes consultar en este mismo capítulo.
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