LISBOA - DIA 5. Chiado, Barrio alto y algo más, bajo la lluvia

31 de Marzo de 2013.

Realmente cuando se te presenta un día tan desapacible y desagradable como el que se me presentaba hoy, no puedes dejar de pensar, al menos en mi caso, que cojones hago yo aquí y a que me dedico hasta las 21.00 de la noche que sale mi vuelo.

Sí era el peor día con diferencia, no ya de los últimos viajes, sino, yo creo, que de cualquier viaje al extranjero que había hecho y sólo comparable con uno o dos de los tantos y tantos que había realizado por España. A esto había que añadirle que, por un lado se encontraban todos los museos y monumentos cerrados al ser día de Pascua, y por otro que hoy lo había dejado, por ese motivo justamente, para realizar un gran paseo durante toda la jornada por todas las plazas, avenidas y lugares significativos que me quedaron por visitar, sin entrar en ningún sitio. Así que el panorama era desolador. Pero aquí entra, al final, que soy un auténtico cabezón y tras dudar un rato el que hacer, decidí que no me iba a achantar ni la lluvia, ni el viento, ni nada y que iba a continuar con mis planes tal y como los tenía previstos aunque fueran pasados por agua y eso supusiera el acabar calado hasta los huesos, así que a ello que me puse.

En esta ocasión salía del hotel a las diez, ya con una hora más en mi reloj, rumbo a la estación de metro llamada Parque, que daba acceso al Parque Eduardo VII, al que entré a la altura de un pabellón barroco con murales de azulejos, llamado Dos Desportos, el cual estaba en unas condiciones lamentables y completamente abandonado, por lo que tampoco me detuve más de un minuto y empecé a bajar por el interior de los jardines hasta llegar a la enorme plaza del Marqués de Pombal, el centro de la Lisboa moderna. Aquí se encuentra un gran monumento dedicado a este ilustre personaje que sería gobernador de la ciudad de 1750 a 1777 y el mayor responsable de la reestructuración de la capital después del desastroso terremoto de 1755.


Plaza Marqués de Pombal


Empecé a bajar por la amplia avenida de la Liberdade, acompañado, como desde hacía ya un rato, por unos hermosos goterones que resbalaban sobre mí chubasquero, hasta ahora mi protector, y que todavía me mantenía seco, aunque es cierto que los bajos de mis pantalones empezaban ya a humedecerse. Todo estaba desierto, había poco tráfico y menos gente aún, parecía que nadie quería salir a disfrutar de la Lisboa lluviosa y gris. Tampoco me extrañaba esa actitud ante semejante día de perros.


Avenida de la Libertad

Avenida de la Libertad

Llegué a una nueva plaza, ya en una zona, que supuestamente tenía que haber más dinamismo y ambiente, pero no, seguía sin haber apenas un alma. Estaba en la plaza de los Restauradores, la cual se distingue por su altísimo obelisco que conmemora la independencia del país frente a España en 1640. En otro lado de la plaza está el palacio Foz, perteneciente a la alta nobleza y también destacable.


Plaza dos Restauradores

Desde justo al lado de este edificio, salía una pequeña calle, hacia la que me encaminé. Aquí me encontraría el Elevador da Gloria, que es un pequeño tranvía que remonta la colina hasta el Barrio Alto y te deja al lado del mirador de San Pedro de Alcántara. Lo tomé y pude disfrutar por primera vez de este antiguo medio de transporte y uno de los símbolos de Lisboa. Poco a poco iba ganando altura a duras penas, muy lentamente como si pareciese que el desnivel existente fuera, definitivamente, a poder con la pequeña máquina, pero no, en unos minutos estaba en lo más alto, disfrutando del idílico jardín desde el que se podía ver una vista, que corta la respiración, de los barrios de Gracia y Alfama, el castillo de San Jorge, Restauradores y Rossio.


Elevador da Gloria

Mirador de San Pedro de Alcántara

Desgraciadamente la situación había cambiado mucho con respecto al día de ayer, en la parte contraria de la ciudad, sobre estas mismas horas, cuando me acompañaba un fabuloso sol y una luminosidad que animaba a cualquiera. La lluvia seguía mojándome y tras casi tres horas bajo esta, ni el mejor chubasquero aguanta. Ahora sí que empezaba a estar calado y empezaba a chorrear agua, acompañando así a la que caía del cielo.

Decidí darme un respiro, antes de continuar y meterme en un hostal que había en aquella misma plaza del mirador y donde un grupo de jóvenes alemanes llevaban debatiendo durante un buen rato acerca de si salir o no a disfrutar del gran día que hacía. Me senté unos instantes en un sofá que había en recepción y estuve planificando un poco la ruta a seguir, para sacar lo menos posible, los ya calados mapas y guías.

Esperé a que por lo menos mi ropa dejara de gotear y cuando esto sucedió me puse de nuevo en marcha, bajando por una de las empinadas cuestas del Barrio Alto hasta una pequeña plaza donde estaba situada la iglesia de San Roque, cerrada también a cal y canto en el día de la Pascua. Decepción, pues al menos yo pensaba que esta estaría abierta, pero no fue así.

Bajé entonces por una cercana escalinata, con cuidado de no resbalar ante los torrentes de agua que caía por ella, que me llevaría directo hasta la estación de Rossio, lo que es la continuación de la plaza de los Restauradores, con sus dos arcos de herradura de estilo árabe en la entrada.


Estación do Rossio

Casi una prolongación de esta es la plaza de Don Pedro IV o llamada popularmente Rossio, por la que discurrirían mis pasos. Este enorme espacio ha sido el centro neurálgico de la capital durante seis siglos. A lo largo de su historia ha sido escenario de festivales, corridas de toros, desfiles militares y horribles autos de fe. En el centro de la plaza hay una estatua de Pedro IV, el primer emperador de Brasil, y dos vistosas fuentes barrocas, una a cada lado, y flanqueando uno de sus lados el Teatro Nacional de Doña María, en honor a la hija de Don Pedro.


Plaza do Rossio o de Dom Pedro IV

Adosada a esta encontré otro gran espacio abierto, la plaza de Figueira, que fue antiguamente un gran mercado. Hoy lo más llamativo es la estatua ecuestre de bronce de Joao I.


Plaza da Figueira

Parecía que a alguien le estaba sentando mal mi desafiante y rebelde actitud de seguir paseando por Lisboa, a pesar de ir calado y empapado, por lo que por si llovía poco, empezó a caer todavía con más fuerza si cabe, como si fuera el diluvio universal, a lo que ya tuve que abdicar, al menos de momento, y meterme en el Mc Donald de la plaza de Rossio a comer. Eran las 13.30 y así aprovechaba para comer y secarme un poco, pues iba a pillar una pulmonía si seguía así.

Tras una hora reponiéndome, parecía que jarreaba con menos fuerza, lo que me animó a continuar con mis planes, por lo que me encaminé al elevador de Santa Justa y subí hasta la plaza do Carmo, desde la cual continuaría andando hasta dos de las plazas más importantes y significativas del Barrio de Chiado y en las que no había reparado ayer. Por un lado la de Largo do Chiado, flanqueada por las iglesias de Loreto y Nuestra Señora de la Encarnación y por otro la de Luis de Camoes.


Plaza Luis de Camoes

Me dejé llevar un rato por ellas y por sus calles cercanas, fijándome en los escaparates de las librerías, tiendas y cafés que abundan por doquier y después me ayudé del famoso tranvía número 28 (te sirve también la tarjeta de transporte), para tras un trayecto azaroso y tomando recodos imposibles por los que nunca hubiera apostado poder pasar, apearme casi al lado de la iglesia de Santa Catarina, como todo hoy, cerrada, y desde ella subir, ya caminando, un poco más y llegar hasta el mirador con el mismo nombre de la iglesia, donde pude ver, entre la cortina de agua que caía, el puente 25 de Abril y toda la Baixa.

Rápidamente deshice mis pasos, para volver a tomar el tranvía 28, ya que seguía sin parar de llover, y llegar con este  hasta las mismas puertas del Palacio de Sao Bento o también conocido como la Asamblea de La República, el lugar en el que se encuentra el Parlamento portugués.


Palacio de Sao Bento o Asamblea Nacional

Me hice como pude con unas fotos en su enorme escalinata y de nuevo con el número 28, llegué hasta la basílica de la Estrella, la cual encargaría la reina Doña María I, agradecida por el nacimiento de su hijo. No me podía creer que estuviera abierta, por lo que aproveché y me metí dentro para disfrutar de su espacioso interior con una impresionante cúpula, así como para intentar secarme un poco, pues volvía a estar empapado y necesitaba reponerme. Estaba helado y casi dispuesto a claudicar si el tiempo me seguía maltratando de la manera que lo llevaba haciendo todo el día. Por lo que la decisión final dependería de lo que me encontrase a la salida.


Basílica de la Estrella

Aunque el cielo seguía completamente encapotado, por lo menos me daba una pequeña tregua, así que había que aprovechar esta y eso fue lo que hice cruzando la calle e internándome en los jardines de la Estrella, donde parecía que el tiempo se detenía de nuevo, como en tantos lugares de Lisboa. Es un lugar encantador con pequeños estanques, diversas especies de plantas y un bonito quiosco de música construido en hierro forjado, donde los músicos actúan los meses de verano.


Jardines de la Estrella

Jardines de la Estrella

Salí por el lado contrario del parque y tras andar otros diez minutos, llegaría a la casa del insigne poeta Fernando Pessoa, en la que vivió los últimos quince años de su vida. Su fachada está decorada con versos del poeta en elegantes letras góticas. Hoy es un museo de poesía con documentos, manuscritos y su habitación.


Casa de Fernando Pessoa

El cielo seguía conteniéndose, por lo que continué hacia el último lugar que quería visitar en mi estancia en la ciudad: el Palacio Real das Necessidades. Estaba claro que dentro no se podía entrar, pero sí que me apetecía darme una vuelta por los exteriores del que fue la antigua residencia real, con toda la fachada pintada de rosa. Hoy es el ministerio de Asuntos Exteriores y desde la pequeña plazuela que hay justo delante de la fachada principal, existen unas vistas preciosas del puente 25 de Abril, el Corcovado y el Tajo.


Palacio Real das Necessidades

Puente 25 de Abril desde Palacio Real das Necessidades

Sería esta una buena manera de decir adiós a esta capital anclada en el tiempo. Me encontraba con la mirada perdida, disfrutando de estos últimos momentos, cuando de repente, ¿qué pasó? Pues que como no podía ser de otra manera, estaba claro que no era un día para recrearme más de lo estrictamente necesario, ya que empezó a caer una nueva tormenta que me volvería a dejar de lo más fresco, antes de ir al hotel a recoger la maleta.

Pero si hay algo que es realmente desquiciante antes de finalizar un día y un viaje con lluvia, es que justo antes de irte y en mi caso de meterme en el metro camino al aeropuerto y después de aguantar un día de lo más desagradable, tuviera que ver como las nubes se iban disolviendo y como salía el sol. Era como si alguien se estuviera descojonando en tu cara. Pero en fin, es la ley de Murphy, el señor ese que está siempre puteando al personal, en cuanto te descuidas.

Todavía me quedaba antes de marcharme, el aguantar un retraso de una hora antes de embarcar y para que fuese más divertido, si cabe, el pasarla dentro del autobús que te traslada hasta el avión, ya que no calcularon bien cuando llegaba la nave a la que teníamos que subir y luego ya no contábamos con autorización para volver a la terminal. Algo completamente desquiciante y que desmoraliza hasta el más paciente. Por lo que nos hacinamos como pudimos en el suelo del autocar hasta que este se puso por fin en marcha. De esta manera y tras llegar a la una de la madrugada a la capital de España, finalizaba este último viaje.

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