CANADA - DIA 04. Montreal

3 de Julio de 2012.

En la única ciudad genuinamente bilingüe del continente, en esta urbe llena de vitalidad y dinamismo, con ese toque de inspiración francesa y un moderno ambiente parisino en muchas de las terrazas que te vas encontrando por sus calles, íbamos a pasar el día que teníamos por delante, por lo que como ya llevábamos unos días levantándonos a las siete y la tradición mandaba, pues a esta hora sonó la corneta para continuar conociendo Montreal.

Después de desayunar una caja de leche con chocolate bien fría y unas galletas oreo que nos compramos en una tienda cercana al hotel (10 dólares), comenzamos la marcha dirigiéndonos hacia la zona financiera de la ciudad y sus rascacielos, por donde estuvimos callejeando un rato hasta encontrar la bonita Chirst Church, una iglesia anglicana de construcción neogótica situada en la calle Ste. Catherine que se ve un poco absorbida entre los enormes colosos que la rodean.


Rascacielos Zona Financiera



Christ Church Anglican Cathedral

Después de visitarla, seguiríamos con patrimonio religioso, ya que no se encontraba muy lejos de allí, y teníamos interés en conocer la Catedral Marie-du-Monde, inspirada en la basílica de San Pedro de Roma y en pleno barrio protestante. Aquí me pararía un rato a hablar con un sacerdote que había en la entrada y que de forma muy agradable me resolvió algunas dudas que tenía, por supuesto en español, ya que hablaba unos cuantos idiomas. Por eso sería tan fácil.


Basílica-Catedral Marie-Reine-du-Monde

Después de la charleta y dado que se encontraban en nuestro camino, no pudimos evitar entrar en otros dos edificios religiosos de la zona, la iglesia Unie Saint James y la iglesia de Jesús.

Ahora sí, cansados ya de tanta religión, decidimos dar un giro de 180 grados y nos fuimos a lo moderno, encontrándolo en la plaza de las Artes, con varios escenarios montados en su inmenso espacio, para festejar el célebre festival de Jazz de carácter internacional de la ciudad.

Tampoco pusimos mucho interés en conocer cuando iban a ser esos conciertos ya que este tipo de música no es que sea nuestra preferida, por lo que después de estar allí sentados un rato, nos dejaríamos caer por el Montreal subterráneo, una catacumba de 32 kilómetros con tiendas, restaurantes, hoteles, cines, teatros, etc. Aquí pasan los montrealenses los duros inviernos cuando el termómetro desciende hasta los veinte grados bajo cero o más, quedándose la superficie sin un alma.


Ciudad Subterránea

Después de pulular un rato por este peculiar inframundo moderno, saldríamos de nuevo a la luz, muy cerca del palacio de Congresos, el cual rodearíamos,  para así poder llegar hasta el punto neurálgico del centro histórico, la plaza de armas, donde la tribu de los iroqueses combatió contra los primeros colonos franceses liderados por Maisonneuve, del cual hay una escultura situada en el centro de la plaza. En este pequeño espacio también pudimos ver los rascacielos New York Life Building, primer rascacielos de la ciudad, y el Alfred Building, un edificio art decó que pretendía emular el Empire State, pero que la Gran Crisis del 29, le dejó con las ganas.


New York Life and Alfred Buildings

Cerrando la plaza en dos de sus esquinas se encuentran el Banco de Montreal y el viejo Seminario, pero si algo destaca por encima de cualquier otro edificio, en cuanto a belleza se refiere, es la fantástica basílica de Notre Dame, de estilo neogótico y considerada por muchos la iglesia más bella de Norteamérica. A pesar de este simbólico título, hubo un pequeño halo de resistencia por parte de mis amigos, para entrar a conocer su interior, pero pude convencerles sin demasiada insistencia, y así pasar a descubrirla (5 dólares, la entrada).

Aunque es cierto que está un poco recargada, creo que merece la pena, ya que tiene una espléndida decoración, repartida principalmente entre el altar mayor, el coro y las vidrieras. Puedo entender que por ello, este espacio fuera el elegido por Celine Dion para contraer matrimonio.


Plaza de Armas y Catedral de Notre Dame

Catedral de Notre Dame

Una vez fuera, sólo tendríamos que torcer a la derecha, bajar la calle y así, de esta manera, llegar al paseo marítimo, que discurre paralelo al río San Lorenzo durante unos tres kilómetros, donde veríamos el puerto deportivo y los muelles desde donde parten los barcos para ir a las islas cercanas y a avistar ballenas. Continuamos caminando por esta larga avenida, dejando a la izquierda el famoso mercado Marché Bonsecours, con su espléndida cúpula plateada, centinela del viejo Montreal, para pasado este y justo en frente, llegar hasta otra famosa iglesia, la Chapelle Notre Dame de Bonsecours, cuyo interior me encantó ya que de su techo cuelgan pequeñas maquetas de barcos, dejadas por los supervivientes de los naufragios. Y es que es aquí donde los pescadores y marineros rezan por una travesía segura cuando salen a faenar.


Bonsecours Market

Nuestro camino prosiguió hasta la calle Notre Dame East, donde volvimos a encontrarnos con otro buen número de monumentos: la Chateau Ramezay, residencia del Gobernador de Canadá en 1705 y alojamiento del ilustre Benjamin Franklin; el famoso Hotel de Ville, donde en 1967, el presidente Charles de Gaulle gritó “Viva el Quebec libre”, consecuencia del movimiento independentista del Estado de Quebec. El vestíbulo es bastante espectacular y merece la pena entrar. Luego hay visitas guiadas cada hora, pero mi intento por poder disfrutar de una de ellas fue abortado por mis hambrientos amigos; el viejo Palacio de Justicia y la neoclásica Corte de Apelaciones de Quebec; y al final de la calle y para terminar el moderno Palacio de Justicia.


Hotel de Ville

Antiguo Palacio de Justicia

Como eran ya las 14.00 pasadas y, como ya he mencionado, alguno empezaba a rugir de hambre, nos iríamos para la calle de los restaurantes, Rue de la Commune, y entre las múltiples ofertas que esta ofrecía, nos decidiríamos por un italiano llamado Papillón (29 dólares por persona), en el que la pizza de cuatro quesos que yo me pedí estaba de muerte.

Después de un breve rato de sobremesa, levantamos el campamento para irnos derechos a la estación de metro Champs-de-Mars, que la teníamos a tan sólo 10 minutos, y desde esta llegar a la de Pio IX, donde nos esperaba el famoso complejo olímpico, que nos apetecía un montón conocer. Entre las distintas opciones que ten dan, nos decantamos por sacar una entrada que incluye la visita guiada al estadio olímpico y la subida a la torre observatorio (22 dólares, la entrada). En el primer caso una chica muy simpática nos fue contando las anécdotas más curiosas de los juegos olímpicos de 1976 y de la construcción del estadio, mientras nos llevaba por los entresijos de este y  nos iba mostrando lugares tan significativos como las piscinas olímpicas, las pistas de Bádminton y de Vóleibol y el propio estadio en cuestión con capacidad para 80.000 espectadores y que hoy acoge pruebas deportivas, conciertos y ferias, donde además, había algunos deportistas entrenando. También me impresionó bastante la estructura que hace de techo y cubre todo el estadio, es tremendo.


Estadio Olímpico

Al finalizar la visita nos dirigimos, ya solos, al funicular de dos alturas que te sube hasta la torre del estadio. Es la estructura inclinada más grande del mundo (190 metros en un ángulo de 45 grados). Las vistas son increíbles y pudimos ver una panorámica espectacular de la ciudad, el parque Mount Royal, el río y los alrededores desde su mirador acristalado.


Funicular Estadio Olímpico

Mirador Funicular Estadio Olímpico

Montreal desde el Mirador del Funicular del Estadio Olímpico

Cuando ya nos habíamos recreado lo suficiente, bajamos de nuevo a tierra firme, dimos otra vuelta alrededor del estadio, y volvimos a coger el metro, esta vez para dirigirnos hacia nuestro hotel, pero no con la intención de quedarnos, sino de coger el coche y con él dirigirnos hacia el Oratorio de Saint Joseph, el cual fue construido por un devoto monje, el hermano André, que tenía un don para curar a la gente. Llegaríamos después de dar mil vueltas y perdernos varias veces, pues no es que esté especialmente bien indicado, hasta dar con una avenida clave, donde ya si había las indicaciones pertinentes. Lo que nos encontramos fue con un gigantesco templo en la cima de una colina. Su situación es privilegiada, teniendo una de las mejores vistas de la ciudad, por lo que había merecido la pena llegar hasta aquí. Su interior no es que tenga gran cosa, a excepción de la enorme cúpula.


Oratorio de Saint Joseph

Cuando salimos otra vez fuera, era ya totalmente de noche, con lo que pensamos que no sería mala idea, el acercarnos, de nuevo, al mirador del parque Mount Royal. Total teníamos coche y de esta manera lo teníamos a tan sólo a unos diez minutos. Aparcaríamos en el parking que hay arriba, después de dejar el ticket del parquímetro, que hay que utilizar hasta las 22.00.

Luego nos dimos un paseo de diez minutos y así pudimos ver de nuevo las vistas de Montreal, pero en esta ocasión totalmente iluminado. La verdad, que mereció la pena y fue una buena manera de ponerle el broche final a este día.


Mirador Kondiaronk. Parque Mont-Royal

De regreso al hotel, compraríamos un poco de fruta, bollos y leche en una tienda, para después tomárnoslo tranquilamente en la habitación.

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