Cuatro horas
nos separaban de nuestro último destino en el viaje: San Francisco. Tras 315
kilómetros hacíamos la entrada triunfal en la ciudad por el inmenso puente
Oakland Bay Bridge. Una vez más, desde que nos juntamos, conducía Sergio pues
además de que le apetecía, también me hacía un favor después de tantos
kilómetros que llevaba a mis espaldas. Así que pude ir disfrutando de las
bonitas vistas de la bahía.
Hasta 1851,
año en que se descubriría oro en las inmediaciones de la ciudad, San Francisco
era una pequeña aldea de no más de 300 almas. A partir de ese año la fiebre por
ese metal haría que la población creciera a 25.000 personas, por lo que se
hicieron necesarias infraestructuras, comercios, bancos… y, en un tiempo
inusitadamente corto, la ciudad se dotó de todo lo indispensable y más. Sus
calles treparon por las colinas que la rodeaban y se volcaron al mar, se
construyeron enormes avenidas flanqueadas de mansiones victorianas, se pusieron
en marcha los trolebuses y tranvías. Todo iba sobre ruedas hasta que en 1906
llegaría una de las catástrofes más graves de la historia: el terremoto que
asoló la ciudad un 18 de abril y que acabó con buena parte de lo que había
entonces. Sin embargo, gracias al tesón y espíritu de sacrificio de sus
habitantes, en tan sólo seis años, se volvería a levantar, dando lugar a muchos
de los lugares que hoy se pueden visitar y que eran por los que nosotros íbamos
a pulular.
Muy cerca
del puente por donde habíamos entrado se encontraba el primer lugar donde
queríamos parar. Se trataba de las colinas Twin Peaks, desde donde se obtiene
una de las vistas más espectaculares y amplias de toda la ciudad y de la bahía
y desde donde pudimos ver por primera vez el increíble Golden Gate y el
presidio de Alcatraz. Como su nombre indica se trata de dos montañas gemelas
que se encuentran a unos 280 metros de altitud y decir que este lugar nada
tiene que ver con la famosa y conocida
serie de televisión del mismo nombre.
Christmas Tree Point. Twin Peaks
Tras estar
aquí un buen rato, decidiríamos aprovechar las pocas horas que ya nos quedaban
de utilizar el coche para dirigirnos con este a los cercanos barrios de Misión
y Castro. Tras dejar el vehículo aparcado en la misma calle, pagando lo que
correspondía en un parquímetro cercano, empezamos a recorrer los mismos.
Castro se
caracteriza por ser el feudo de la comunidad homosexual de San Francisco. A
principios de 1960, la población gay rescató las viejas viviendas victorianas y
las restauró, siendo hoy uno de los barrios pudientes de la ciudad. Podríamos
ser testigos de infinidad de publicidad pegadas en las calles y de muchos sex
shops orientados a este sector de la población.
Barrio de Castro Barrio de Castro
Al encontrarse pegados y ser uno continuación de otro, en pocas manzanas, nos adentraríamos en la zona de Misión, origen de la ciudad e identificado por su carácter colonial y la gran cantidad de murales, sobre todo tipo de temas, pintados en sus calles por la comunidad latina. Además de admirar el arte callejero también podríamos visitar Misión Dolores, fundada por la orden franciscana y siendo el edificio intacto más antiguo de la urbe, resistiendo, sorprendentemente, a la fiebre del oro y al terremoto de 1906.
A sólo una manzana de Misión Dolores, nos encontraríamos con el parque del mismo nombre, una gran explanada de césped verde, atestada de gente, donde no podríamos evitar sucumbir a tirarnos en el césped, el tiempo que restaba hasta que tuviéramos que marcharnos a entregar el coche. No obstante y en nuestro camino de vuelta hacia este, todavía podríamos pasar por Valencia Street, una de las calles más famosas de este barrio, bastante animada y con una gran cantidad de puestos de anticuarios por sus aceras.
Tras esta primera toma de contacto con San Francisco, conduciría hasta O´Farrel Street donde llegaría el momento de despedirse del precioso Dodge negro que nos había acompañado durante catorce intensas jornadas de viaje sin darnos el más mínimo problema.
Ya andando y
con las maletas a cuestas, sólo tardaríamos en llegar cinco minutos al que
sería nuestro alojamiento en la ciudad durante el resto de días que nos
faltaban de viaje. Se llamaba Andrew´s Hotel y a él llegaríamos sobre las
18.30. El precio de la habitación nos saldría por 114,35 dólares cada noche que
para lo que son los precios en esta ciudad no está mal. El problema son las
habitaciones que son enanas y tuvimos que hacer malabares para colocar la
maletas en algún sitio. El baño también era muy pequeño, pero bueno mejor que
compartido se agradece. Por lo demás, en la recepción fueron amables y el
desayuno estaba incluido, consistiendo este en dejarte en la puerta de tú
habitación una cesta con zumo, café y bollitos. Lo mejor de todo, sin dudarlo,
sería la situación pues se encontraba en la calle Post, a sólo dos manzanas de
Union Square y a tiro de piedra de cualquier medio de transporte que quisieras
coger. Incluso te permite ir andando a muchos de los lugares famosos, si te
gusta pasear.
Tras instalarnos y descansar un rato, todavía tendríamos tiempo de salir a dar una vuelta por las cercanías. Llegaríamos hasta la misma Union Square, entraríamos en algún que otro gran almacén y nos meteríamos a cenar en una hamburguesería que tenía muy buena pinta y donde nos pusimos ciegos. La verdad que luego nos costaría levantarnos de la mesa.
Union Square Edificios Típicos de San Francisco
Cuando salimos del restaurante eran casi las 22.00 por lo que nos retiraríamos a descansar que mañana nos esperaba otra intensa jornada.
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