Tras
desayunar con calma, volveríamos a coger el coche para dirigirnos a uno de los
lugares más increíbles y famosos del mundo: el Gran Cañón.
Este parque
nacional es uno de los espacios naturales más visitados del planeta. Se
encuentra situado en el norte de Arizona, abarcando una extensión de 320
kilómetros de largo por unos 20 de ancho.
Existen dos
accesos al Gran Cañón: el de la orilla sur, el más frecuente y con más
servicios, y la entrada de la orilla norte, de acceso más difícil y cerrada de
octubre a mayo. Entre los dos puntos hay tan sólo 29 kilómetros en línea recta,
aunque para ir de una a otra entrada hay que recorrer 350 kilómetros de
distancia.
Nosotros
optaríamos por visitar, únicamente, la zona de la orilla sur, ya que intentar
abarcar las dos nos hubiera supuesto dar un inmenso rodeo, de cinco horas de
viaje, y tener que renunciar a otros lugares que no queríamos perdernos.
Tardaríamos
unas dos horas y cuarto en recorrer los algo más de 200 kilómetros que separan
Page de la entrada este del Gran Cañón. Cuando divisé por primera vez el cartel
que indicaba que entrábamos en el Parque Nacional, una sensación mezcla de
ansiedad y subidón total recorrió mi cuerpo. Tras parar para inmortalizar este
momento con una foto con el cartel que nos daba la bienvenida, sólo tuvimos que
avanzar unos cuantos kilómetros más hasta llegar al primer punto de recepción
de visitantes con el que cuenta el parque en este sector: el Desert View. Tras
aparcar el coche en la zona habilitada, tomaríamos una pequeña senda que poco a
poco nos iría aproximando a uno de los momentos más esperados de todo el viaje.
Tras no más de 400 metros el camino terminaría y delante de nosotros se
postraría la inmensidad sobrecogedora del Gran Cañón. Me quedé mudo, sin
aliento, costándome tragar saliva e intentando disimular una inmensa emoción
que por momentos hacía que mis ojos se tornasen vidriosos. En el horizonte se
divisaban infinitas crestas, escarpadas gargantas horadadas en la roca a lo
largo de millones de años por el río Colorado que también podía verse diminuto
en la lejanía, desfiladeros cuyo fin no podía abarcar la vista, esculturales
rocas en intensos rojos y naranjas. Durante no sé cuánto tiempo estuve absorto
en mis pensamientos y sin apartar la vista de esta obra colosal de la
naturaleza, hasta que Raúl me propondría continuar dado que llevábamos cuarenta
minutos en este mirador. Dándole la razón, nos encaminamos a la torre de
vigilancia Desert View que estaba muy cerca del parking. Esta es una estructura
de piedra de 21 metros de alto, cuyo interior está decorado con pinturas indias
y en la parte superior se pueden ver nuevas vistas del Gran Cañón. También hace
las funciones de tienda de recuerdos y de información.
Desert View Tower |
Tras la
visita continuaríamos la ruta a lo largo de los muchos miradores que te vas
encontrando en la carretera. El siguiente que nos esperaba se llamaba Navajo
Point y como curiosidad decir que este es el punto más alto en el borde sur del
cañón a excepción de la plataforma de observación de la torre Desert View.
Los
siguientes miradores que nos esperaban se llamaban Lipan Point, Moran Point y
Grandview Point. Desde ellos pudimos asistir a nuevas vistas panorámicas del
Gran Cañón y de los rápidos del río colorado en la lejanía, además de las
diferentes tonalidades de rojos y naranjas que, según iba avanzando el día, las
rocas iban adquiriendo. El que más me gustaría de todos los que llevábamos
vistos hasta ahora sería el Grandview Point por la perspectiva que ofrece de
este a oeste.
Sin darnos cuenta nos habíamos plantado en casi las tres de la tarde, por lo que tomaríamos el coche y nos marcharíamos hacia la zona de Village que es donde se encuentra el mayor centro de visitantes del Parque y donde hay un montón de restaurantes y alojamientos. Comeríamos en un inmenso buffet en el que yo probaría un delicioso sándwich de ternera con salsa barbacoa, donde se me caerían las lágrimas, además de la salsa al morder, de lo bueno que estaba. No había probado antes cosa tan rica.
Tras ello
nos dirigimos, degustando lo que nos quedaba de las muffins de chocolate que
habíamos pedido de postre, hacia la parada de autobús, donde cogeríamos uno de
los del círculo verde.
Todos los
autobuses que recorren el Parque son gratuitos y recorren tres rutas
principales diferenciadas por colores. La roja te lleva hacia la parte oeste.
La azul transcurre por todos los hoteles, restaurantes, campings y otras
instalaciones de la zona principal y no es una ruta panorámica. Y la verde se
dirige hacia la zona este pero sólo hasta los primeros kilómetros de la misma,
teniendo ya que coger el coche si quieres continuar más allá. No se requiere
billete para montar y las paradas están claramente marcadas con carteles con el
símbolo del autobús. Se puede subir o bajar las veces que se quiera y el
intervalo de paso de los mismos es de 15 minutos en las horas principales del
día. También existe la línea morada, recién inaugurada este año, que conecta la
localidad de Tusayan y el Parque Nacional, pero tampoco es panorámica y sólo
funciona los meses de verano.
La parte
oeste o de color rojo sólo se puede recorrer con autobús y el resto también
puede hacerse con tú propio vehículo, pero además existe otra pequeña excepción
donde tampoco puedes acceder con tú coche particular que es el mirador Yaki
Point del circuito verde, razón por la que nos encontrábamos en la parada.
En menos de
quince minutos estábamos bajando solos del autobús lo que unido a que no
hubiera absolutamente nadie en esta zona, hacía que tuviéramos el mirador para
nosotros solos, así que nos asentaríamos en una pequeña pared de roca protegida
por la sombra y allí que nos dispusimos a hacer la digestión, con toda la
tranquilidad del mundo, fascinados con las vistas que nos rodeaban.
Tras casi una hora de relax, volveríamos a tomar el autobús hasta el parking donde teníamos el coche y ya con este nos dirigimos, de nuevo, hacia el mirador Grandview Point. Aquí queríamos ser testigos de la puesta de sol y llegamos con este lo suficientemente alto como para poder aparcar sin demasiados problemas y para buscar un punto de observación idóneo sin demasiada gente a nuestro alrededor. De todas maneras el espacio es bastante amplio y hay muchos riscos y rincones donde poder situarse sin sentirte agobiado por las masas.
Sólo restaba
ya presenciar como la sombra iba devorando lenta pero incansable el Gran Cañón,
mientras los rojos intensos de las paredes de piedra iban volviéndose naranjas
y estos poco a poco iban palideciendo hasta volverse amarillos claros y
finalmente violetas. Un espectáculo único e imposible de olvidar.
Atardecer en Grandview Point Atardecer en Grandview Point
Cuando me di la vuelta, me quedé ciertamente sorprendido al comprobar que el número de personas que había cuando nosotros llegamos se había triplicado, por lo que decidimos esperar un rato a que aquello se despejase. Tras ello y cuando el único color que imperaba ya en el Gran Cañón era el gris, tornándose en negro, en pocos instantes, al caer la noche, nos dirigimos hacia el pueblo de Tusayan, donde teníamos nuestro alojamiento para las próximas dos noches.
Si los precios en Tusayan son ya de por sí caros, los de cualquier alojamiento en el interior del Parque son casi que prohibitivos, por lo que optamos por esta opción, sin pensarlo, mientras preparábamos el viaje. El hotel elegido sería el Red Feather Lodge (125 dólares por cada noche). El personal del hotel fue muy amable y todo estaba muy limpio y cuidado, las habitaciones eran espaciosas y eso que las dos camas King eran inmensas, por lo que no se podía pedir más. Además muy cerca del mismo hay un montón de restaurantes, por lo que nosotros decidimos cenar en el Mac Donald, todo un clásico, que estaba justo en frente. Y con esta cena tan tradicional americana nos despedíamos de un día tan intenso y especial.
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