DIA 04. CANADÁ. Llegada y primer contacto con las cataratas del Niágara

16 de Agosto de 2009.

Serían aproximadamente las cinco de la madrugada cuando el despertador empezaría a sonar, lo que marcaba el comienzo de un nuevo y largo día, aunque todavía ni eso, para nosotros.

El motivo de madrugar tanto no era otro que llegar a tiempo para coger el avión que salía desde el aeropuerto de Baltimore en el estado de Maryland y que era la única conexión posible en aquellos momentos para dirigirnos a nuestro siguiente destino: las cataratas del Niágara.

Aunque se encuentra en otro estado, es uno de los tres que posee la capital americana y se utiliza mucho para vuelos nacionales. Se encuentra a 30 millas del centro de Washington D.C, lo que vienen a ser unos cincuenta kilómetros, por lo que conviene ir con mucho tiempo para evitar los temibles atascos que suelen formarse en sus inmediaciones. Este no sería nuestro caso pues al ser tan temprano, tardaríamos algo menos de una hora en llegar hasta él. En el trayecto seríamos testigos de los inmensos y tupidos bosque que flanqueaban ambos lados de la carretera y donde la espesura de la vegetación no permite ver más de un metro hacia adentro de la misma.

El taxi nos costaría 70 dólares y tampoco tendríamos mucho tiempo para desayunar unas enormes muffins de chocolate, pues entre la facturación de las maletas y los controles de seguridad, apenas nos sobrarían veinte minutos antes de embarcar en el avión, el cual despegaría a las 08:20 en punto.

El vuelo de la compañía U.S. Airways transcurriría con total normalidad y en una hora, aproximadamente, estábamos aterrizando en el aeropuerto de La Guardia de Nueva York, donde teníamos que realizar una pequeña escala para cambiar de avión, ya que no había vuelos directos hacia Buffalo, nuestro destino final.

Para ser sincero teníamos miedo de ir demasiado justos de tiempo y no confiábamos mucho en los apenas quince minutos que daba la compañía para hacer el cambio de un avión a otro, pero al final esta sabe perfectamente lo que se hace y la puerta por la que salimos estaba en frente de donde volvíamos a embarcar, por lo que no tuvimos ningún problema en poder llegar.

A las 10:05 volvíamos a despegar y tras otra hora y media aterrizábamos en el aeropuerto de Buffalo, el más cercano a las famosas cataratas.

Entre el desembarco, los controles y la recogida de maletas no estaríamos fuera de la terminal hasta las 12:45. Una vez allí y tras preguntar e investigar un poco, nos dirigiríamos a las dársenas de autobuses que hay en el exterior y allí tomaríamos el de la empresa Coach Canadá (10 dólares por billete) que nos llevaría a la parte canadiense que era donde teníamos nuestro alojamiento. El paso de la frontera no se demoró demasiado, nos pedirían los pasaportes, harían las preguntas de rigor y listo.

Lago Ontario camino hacia Canada

Frontera Canadiense

Había algo de tráfico por lo que tardaríamos como una hora en llegar a la estación de autobuses de la población Niágara Falls, donde tomaríamos un taxi que nos dejaría en la puerta de nuestro hotel.

Elegiríamos la zona canadiense como centro de operaciones dado que hay mucho más ambiente, cuenta con más atracciones para los turistas y las panorámicas de las cataratas son mejores. Además de poder desplazarte andando a todas partes sin necesidad de tener que utilizar medios de transporte una vez en tú hotel. En Estados Unidos, sin embargo, la zona de las cascadas está declarado parque natural y debido a esto mismo todos los alojamientos se encuentran fuera del perímetro de las mismas, por lo que no queda otra que tener que utilizar transporte para ir y venir.

Dicho esto, el hotel que elegiríamos para pasar las próximas cuatro noches sería el “Imperial Hotel and Suites”, un hotel del que no cabe esperar demasiado. Sus instalaciones son viejas y la limpieza es la justa. Las habitaciones son amplias con una pequeña sala de estar con sofá, pero se ven bastante antiguas y no les vendría nada mal una buena reforma. Lo mejor es, sin duda, su ubicación, pues en unos minutos te plantas en todos los puntos de interés de los saltos de agua y la avenida en la que está situado está repleta de restaurantes y comercios. Nosotros elegiríamos esta opción al ser de lo más barato que encontramos en el centro neurálgico de las cataratas, ya que el resto de hoteles, algo más decentes, tenían precios desorbitados e imposibles de afrontar.

Imperial Hotel and Suites

Tras descansar un rato y reponer fuerzas, después de tanto ajetreo acumulado, saldríamos a la calle y recorrimos los pocos metros que nos separaban de Clifton Hill, la calle estrella de la localidad donde se agrupan museos, tiendas, el casino y edificios de lo más variopintos en cuyas fachadas se muestran inmensos dibujos de cartón piedra anunciándote lo que se ofrece en cada uno de ellos.

Clifton Hill

Clifton Hill

Clifton Hill

Clifton Hill

Salvo que te quieras dejar una morterada de dinero en atracciones ciertamente absurdas lo mejor es verlos por fuera y dirigirte hacia el motivo principal por el que uno viene hasta aquí: las cataratas del Niágara, donde tras bajar una cuesta, tendríamos la primera imagen de ellas.

El primer contacto visual con ellas fue algo inolvidable y difícil de explicar con palabras. Cuando uno se encuentra ante sí agua y más agua precipitándose al vacío en medio de un estruendo infernal, que ahoga cualquier voz, y se desploma en el abismo estallando contra el fondo, lo único que te sale es quedarte inmóvil e incrédulo ante la fuerza de la naturaleza.

Cataratas del Niágara

Cataratas del Niágara

Nos encontrábamos ante uno de los saltos de agua más increíbles y poderosos del mundo y estábamos sobrecogidos y no era para menos pues las aguas que reciben de cuatro de los cinco grandes lagos se lanzan desde una altura de veinte pisos a un ritmo de 190 millones de litros por minuto, teniendo además casi dos kilómetros de anchura.

Cuando reaccionamos después de no sé cuánto tiempo hipnotizados, comenzaríamos a caminar por el gran paseo desde el que continuamente se van observando las cascadas y sin tardar mucho encontraríamos el acceso a la atracción estrella del lugar llamada “Maid of the Mist”, un robusto barco con capacidad para 600 pasajeros que llega hasta la misma base de las cataratas que se encuentran más al fondo de la garganta.

Una vez que compramos nuestros billetes, descenderíamos un pasadizo en forma de caracol y una vez a ras del agua procederíamos a embarcar en el gran bote, facilitándonos los responsables unos chubasqueros azules, característicos del lado canadiense.

Cataratas del Niágara

Rainbow Bridge desde Maid of the Mist

Instalados ya en su cubierta y tras posicionarnos en un buen sitio, el barco zarparía y poco a poco se iría aproximando a las cascadas. Su visión es fantasmal, envuelta por la neblina que forma el agua en suspensión. El bote se bamboleaba de un lado a otro. Desde abajo, Horseshoe Falls, la catarata de la Herradura, es una incesante cortina de agua, capaz de aplastar y destrozar la embarcación en un instante, pareciendo esta un juguete. La gente grita, llora, se emociona, nosotros entre ellos, los sentimientos surgen a flor de piel mientras acabas empapado de la cabeza a los pies, aunque de esto casi ni te enteras al estar absorto ante este prodigio natural.

Cataratas del Niágara desde Maid of the Mist

Cataratas del Niágara desde Maid of the Mist

Maid of the Mist y Cataratas del Niágara

El barco se acerca muchísimo a donde se desploma el agua y cuando miras hacia arriba, casi que te mareas. Tras tantas emociones, finalmente, la embarcación retrocede en medio del oleaje, vira en redondo y se aleja para regresar otra vez al punto de inicio.

Cataratas del Niágara desde Maid of the Mist

La tarde estaba cayendo, por lo que, paseando, esperaríamos tranquilamente a que llegara la noche, mientras las cataratas se iban iluminando poco a poco, la imagen perfecta antes de irnos a cenar a una hamburguesería situada en Victoria Avenue, donde la carne de las hamburguesas estaba espectacular, lástima que se me olvidara apuntar el nombre.

Cataratas del Niágara

Cataratas del Niágara

El día ya no daba para más, pero ya estábamos deseando que llegara mañana para ver que nuevas sorpresas nos iba a deparar la nueva jornada.


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