Ayer habíamos llegado a Vejer de la Frontera, donde
saldríamos a cenar y nos animaríamos a tomar algo en uno de los pocos bares que
estaban abiertos y es que no olvidemos que era un jueves del mes de enero. El
caso que nos acostaríamos tarde y hoy no madrugaríamos demasiado, decidiendo
empezar el día conociendo el propio Vejer, un pueblo blanco de tradición árabe,
encaramado sobre un cerro y coronado por una iglesia donde antes se erguía una
mezquita.
Vejer de la Frontera |
Anteriormente se llamó Véjer de la Miel por la gran cantidad
de colmenas que guardaba. Muy cerca, junto a la laguna de La Janda, acaeció en
el 711 la batalla de Guadalete, en la que los visigodos perdieron el dominio de
España, que pasó a manos de los árabes. Vejer fue reconquistado por Fernando
III El Santo en 1250.
La población está declarada monumento histórico artístico, y
se caracteriza por sus calles en cuesta que, así y todo, invitan a dar un paseo
a pie, deteniéndose en alguna que otra casa, con las puertas entreabiertas, y
echando un vistazo a los preciosos patios interiores.
De las plazas de
Vejer es la de España la que se lleva el protagonismo, con su fuente de
cerámica y rodeada de palmeras.
Plaza de España. Vejer de la Frontera |
Entre sus iglesias destacan la del Divino Salvador, adscrita al gótico tardío, aunque otras estancias
interiores muestran elementos renacentistas y barrocos. Interesantes también
pueden ser la iglesia de la Concepción con
un interesante altar mayor y las iglesias
de La Merced, del Rosario y de Santa Lucía.
Iglesia del Divino Salvador. Vejer de la Frontera |
El extenso recinto
fortificado conserva, por su parte, en buen estado, varias torres y tres puertas, que reciben el nombre de
la Segur, Sancho IV y de la Villa.
Nuestro recorrido por las calles viejas de Vejer nos permitiría contemplarlas
así como los lienzos de muralla integrados de modo natural entre el caserío
encalado.
Calle de Vejer de la Frontera |
Tramo de Muralla. Vejer de la Frontera |
Tampoco podríamos omitir su castillo, desdibujado por el apretado caserío que lo rodea. Sería
puesto de vigilancia entre la tierra y el mar, erigido por los árabes y
reconstruido en el siglo XV por los cristianos. La maraña de calles con casas
blancas que lo rodean tienen clara evocación árabe.
Con la anterior visita dejábamos Vejer de la Frontera y nos
poníamos rumbo hacia Zahara de los
Atunes, situada a unos veinte kilómetros.
Esta localidad marinera que recibe su nombre del atún rojo,
una de las muchas especies que existen en sus aguas, es famosa por sus playas
de arena fina que en verano acogen a multitud de visitantes. Ahora todo estaba
desierto y lo aprovecharíamos para dar un tranquilo y relajado paseo por su playa del Carmen, la más próxima a su
núcleo urbano. Mientras andábamos no podríamos evitar fijarnos en los restos de
un barco que parece ser se ha convertido en la seña de identidad de la localidad.
Investigando sabríamos que son los restos del llamado “Gladiator” que yendo
cargado de azúcar, encallaría allá por 1893 cuando viajaba de Gibraltar hasta
Liverpool.
Playa del Carmen. Zahara de los Atunes |
Ya en el centro del pueblo solo nos detendríamos a observar
lo que queda de una antigua fortaleza que protegía las costas de los ataques
piratas conocida como Palacio Real de la
Almadraba, así como una iglesia
que se encuentra en sus aledaños.
Palacio Real de la Almadraba. Zahara de los Atunes |
Sin tiempo que perder volveríamos al vehículo y tras once
kilómetros llegaríamos a Barbate,
una localidad marinera que ha hecho de la pesca del atún y del arte de la
almadraba una de sus principales razones de ser.
Casas modestas, de aire marinero y colonial, tapizan la
trama urbana de esta villa marinera. De su puerto pesquero parte un espigado paseo marítimo que deja a un lado los
viejos barrios donde se asientan iglesias
barrocas y plazas como la del
Ayuntamiento, decorado con palmerales.
Ayuntamiento de Barbate |
Pero no duraríamos mucho en su casco urbano porque nuestra
intención era realizar una ruta de senderismo en las cercanías de esta
población que nos llevaría a los impresionantes acantilados de Barbate.
Para ello sólo tendríamos que tomar la carretera A-2233 que
conecta Barbate con Caños de Meca y en una pequeña explanada, en la que se
podía ver un panel informativo con la ruta correspondiente, ahí aparcaríamos.
El sendero tiene unos catorce kilómetros de ida y vuelta,
ascendiendo progresivamente hasta llegar a la torre del Tajo, utilizada como vigía
ante las incursiones piratas en el pasado, para luego descender, no suponiendo
casi ningún esfuerzo.
Torre del Tajo. Ruta de los Acantilados de Barbate |
Las panorámicas que se consiguen en algunos puntos de la
ruta del puerto pesquero de Barbate y la playa de Yerbabuena, ya merecen por sí
solas el paseo, pero si a ello se le suma el plato fuerte de los acantilados,
pues no se puede pedir más.
Puerto de Barbate y Playa de la Yerbabuena desde Ruta de los Acantilados de Barbate |
Y es que, efectivamente, cuando uno llega hasta dichos
acantilados que en algunos puntos alcanzan los cien metros de altura, el
impacto es brutal. Aunque en algunas zonas hay vallas con protección, en otras
no hay nada entre el borde y el vacío, por lo que conviene tener cuidado y no
acercarse demasiado y más si se va con niños.
Acantilados de Barbate |
Acantilados de Barbate |
Acantilados de Barbate |
Tras disfrutar de los barrancos y enormes farallones de
piedra caliza, así como de las incomparables vistas del océano Atlántico,
continuaríamos nuestro camino rodeados por el bosque de pinares, hasta que por
fin nos encontraríamos con la última de las perspectivas deseadas, que no era
otra la del pequeño pueblo de Caños de Meca y el faro de Trafalgar en la
lejanía.
Era el momento de volver sobre nuestros pasos hasta el punto
de inicio de la ruta, donde cogeríamos, de nuevo, el coche y nos dirigiríamos
con él hacia los puntos que hacía un rato habíamos visto en la lejanía, pues no
queríamos dejar pasar la oportunidad de tener cerca un lugar histórico tan
importante y otro tan famoso.
Respecto a los Caños
de Meca, su playa es una de las mejores del litoral andaluz, de fina arena
y aguas cristalinas, recibe su nombre de unos torrentes que caen por varios
puntos de su acantilado, pero de los que no conviene beber ni ducharse, ya que
a menudo se producen filtraciones de aguas insalubres.
Y qué decir del mítico cabo
de Trafalgar, frente al cual españoles y franceses hallaron la derrota
frente a la escuadra inglesa liderada por el almirante Nelson en 1805. Aquel
revés bélico marcó, sin duda, un antes y un después en la historia de España.
Hoy alejado de cualquier amenaza, este lugar es un marco natural de gran
belleza, señalado con un altivo faro de gran popularidad, cuya luz continúa
guiando a los barcos que surcan las aguas durante la noche.
Cabo y Faro de Trafalgar |
Faro de Trafalgar |
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