DUBLIN - DIA 01. Regreso a mis orígenes viajeros. Primeros paseos y recuerdos en la capital irlandesa

13 de Julio de 2018.

Parece que fue ayer cuando conocía a la familia irlandesa que me acogería durante un mes en aquel julio de 1991, con tan sólo catorce años; parece que ha pasado poco tiempo de aquellas tardes lluviosas en las que la señora de la casa me enseñaba como preparar un típico estofado irlandés, cuyo nombre no recuerdo, o Brian, su marido, trataba de explicarme como pronunciar bien algunas palabras inglesas; parece que no hace tanto de aquellos atardeceres en los que quedaba con mi grupo de amigos canarios para volver a cenar, en la típica hamburguesería, después de que nos supiesen a meriendas las que nos brindaban las respectivas familias a las cinco y seis de la tarde, cuando en España todavía se dormía la siesta.

Todo parece tan cercano y, sin embargo, han transcurrido ya 27 años de todo ello, un tiempo más que considerable para replantearme regresar a la pequeña y acogedora capital irlandesa y así sentir la nostalgia de aquel primer viaje fuera de España, volviendo a pasear por los mismos lugares que tan buenos recuerdos me traen hoy y descubrir muchísimos otros que no tendría oportunidad de conocer dado que mis inquietudes eran muy diferentes a las de ahora.

Efectivamente, para los más curiosos, no conseguiría el objetivo marcado que era aprender algo de inglés, aunque a cambio lograría ampliar mi vocabulario con múltiples palabras que se utilizan en las islas afortunadas tales como papa, guagua, godo o guachinche, entre otras muchas, algo es algo.

Clase de la Academia de Inglés en Dublín (1991)

Es cierto, como ya comentaba, que apenas profundizaría en el patrimonio histórico de Dublín pero simplemente el tener que pasar, en multitud de ocasiones, por las calles del centro, de camino hacia la academia, me harían fijarme y grabar en la memoria, sin querer, lugares tan célebres como el Trinity College, con sus espléndidos patios y jardines; el imponente exterior de la catedral de San Patricio, el castillo o la bonita ribera del río Liffey , cuyos edificios cercanos no sobrepasaban los cuatro pisos de altura.

Tenía muchísimas ganas de volver a Dublín y en las mismas fechas que ya lo hice entonces, para que todo se pareciera lo más posible a aquellos años de juventud y, por fin, lo iba a poder conseguir en este nuevo puente del Carmen donde el lunes era fiesta en mi empresa. Con este viaje, además conseguía acabar de cumplir mi objetivo de volver a todos aquellos lugares (París, Viena, Praga y Londres) en los que había estado antes del año 2000 y que la frágil memoria  y las pocas fotografías realizadas en aquellos momentos, me iban haciendo olvidar.

A la especial motivación anterior, además tenía que añadirle que llevaba medio año sin apenas salir de Madrid como consecuencia del esfuerzo económico realizado en los meses de diciembre y enero en los que viajé a la Patagonia, cumpliendo así el sueño de mi vida, por lo que ni mucho menos me quejo, pero sí es cierto que tenía más hambre de viaje que en mucho tiempo, por lo que en esta escapada iba con más ganas que nunca y eso que estas no son pocas siempre que salgo de España.

Parte de culpa de poder volver a disfrutar de Dublín y conocerlo más a fondo la iba a tener la compañía Iberia Express y el precio del billete de avión que conseguiría encontrar muchos meses atrás, costándome tan sólo 76 ,50 euros, ida y vuelta, por lo que era una oportunidad única y que había que aprovechar.

Iberia Express se enorgullece desde hace tiempo de ser la compañía más puntual que existe, al menos es lo que ellos dicen, y en lo que a mi experiencia se refiere tengo que confirmarlo, porque, una vez más, mi vuelo despegaba a la hora establecida, las 15:50, llegando a Dublín a las 17:20, hora local, y es que no olvidemos que aquí hay que atrasar el reloj una hora.

Aeropuerto de Dublín

Existen diferentes opciones para llegar del aeropuerto al centro de la ciudad:

1. Tomando las líneas urbanas 16, 41 y 102. Su coste es de 3,30 euros, lo más barato de las posibilidades que existen. El inconveniente es que hacen muchísimas paradas y puedes tardar en llegar una hora o más. También hay que tener en cuenta que no se permite el acceso con equipajes voluminosos.

2. Coger el autobús 747 de la empresa Airlink, cuya última parada es la céntrica O´Connell Street. Su coste es de 7 euros ida y 12 euros ida y vuelta. El tiempo medio del trayecto suele ser unos cuarenta minutos, aunque dependiendo del tráfico puede ser algo inferior o superior. El último sale del aeropuerto a las 00:30.

3. Utilizar el autobús de la empresa Aircoach, la opción más cara de todas.  Lo mejor es que sólo efectúa tres paradas hasta el centro de Dublín y dispone de servicio las 24 horas.

De las tres posibilidades  que tenía, yo me decantaría por la segunda, pues es la que, con diferencia, mejor me venía al dejarme muy cerca del que iba a ser mi alojamiento.

Autobús Airlink 747

El tráfico era bastante denso y es que no olvidemos que era viernes por la tarde y Dublín no iba a ser una excepción en este asunto, con respecto a otras capitales europeas. Mirándolo por el lado bueno, al estar parados en varios puntos del recorrido, me podría recrear con algunas vistas interesantes, entre ellas la del puente Samuel Beckett, diseñado por el famoso arquitecto Santiago Calatrava, o las de la ribera del río Liffey, así que una curiosa forma de iniciar mi visita turística.

Puente Samuel Beckett

Me bajaría tras nueve paradas y sólo dos antes de la última de la línea, en la denominada Christchurch, muy cerca de la famosa construcción religiosa en la que ahora apenas me fijaría, pues ya abría tiempo para ello. Desde aquí sólo tendría que callejear unos diez minutos para plantarme en la puerta del Garden Lane Backpackers Hostel, situado en la calle del mismo nombre. No tiene pérdida porque en la misma no hay otros establecimientos similares.

El hostal cuenta con todo lo necesario para que la estancia en Dublín sea de lo más agradable, situándose a no más de quince minutos del centro de la ciudad. Al estar en una zona residencial la tranquilidad por la noche es total, no escuchándose ni tráfico ni personas en el exterior. Las habitaciones comunes son limpias y espaciosas con literas, teniendo en el cabecero de cada una de ellas acceso a tomas de corriente para cargar teléfonos, baterías y otros aparatos electrónicos, pero es importante llevar un adaptador de tres patillas, aunque si se te olvida siempre podrás comprarlo en recepción por tres euros. Se dispone también de una jaula de metal por cada persona para poder dejar tu equipaje y que este esté seguro, pero hay que traer tus propios candados o comprarlos en el hostel. Las toallas te las facilitan aquí al coste de un euro por cada una de ellas.

Las zonas comunes también destacan, comenzando por el salón con una gran televisión para poder ver todo tipo de películas en un cómodo sofá. Posee dos puestos con ordenadores para navegar por internet y dos pequeñas mesas. La cocina, por su parte, posee inmensos ventanales y una pequeña terraza con vistas a la ciudad, de las que puedes disfrutar mientras saboreas el abundante y variado desayuno que se encuentra incluido en el precio de la habitación. Cuenta con fruta, tostadas, mermeladas, cereales, zumos y leche fresca, así que está bastante bien para salir con fuerzas desde allí. Los baños y su limpieza es igualmente reseñable, llevándose a cabo esta varias veces al día, por lo que casi siempre están impecables para su uso.

Garden Lane Backpackers Hostel

Garden Lane Backpackers Hostel

La acogida de su personal sería excelente en todo momento, siempre con plena disposición para solucionar cualquier problema que pudiera surgirte y haciéndote sentir como en casa.

Por cierto que el coste por las tres noches en una habitación de cuatro personas sería de 143 euros (55 euros las del viernes y sábado y 33 la del domingo). Como se ve es una ciudad cara, incluso para este tipo de alojamientos.

Con la tranquilidad de estar ya instalado, me moría de ganas de empezar a dar los primeros paseos por la capital irlandesa, así que sin perder un instante me pondría a ello.

A partir de este momento y durante los siguientes días me esperaba una ciudad que rebosa historia, una ciudad donde se estrenó El Mesías de Haendel, o en la que el inquieto Bono de U2 fundó su propio hotel y su pub, o en la que se puede avistar sin demasiados problemas a Van Morrison o Enya tomando algo en alguno de los cálidos pubs que conforman una de las señas de identidad dublinesas. Me aguardaba una capital que siente devoción por sus escritores, a pesar de que algunos de ellos, como Bernard Shaw, Oscar Wilde o Samuel  Beckett hicieron su carrera en Londres o París. Por no hablar de su hijo pródigo, James Joyce, que se largó a los 22 años y apenas volvió, aunque a su favor hay que decir que dedicó toda su obra a su ciudad natal.

Si los Vikingos que la fundaron levantaran hoy la cabeza se darían cuenta que no estuvieron muy acertados al llamarla “Dubh Linn”, << laguna negra>>, por una ciénaga pestilente proveniente del río Liffey. Y es que resulta que Dublín ha conseguido ser todo lo contrario: pura claridad y modesta elegancia que se pueden apreciar en la gran cantidad de fachadas de sus edificios, incluso en las viviendas más humildes, con sus puertas georgianas. Es así como la ciudad lleva recibiendo el mismo nombre durante más de mil años por parte de gaélicos, piratas escandinavos, guerreros normandos, comerciantes de Bristol o cualquier otra persona que haya convertido la ciudad en su hogar.

Aunque buena parte de la fama de la capital irlandesa se debe a sus bares, cervezas y restaurantes, también es una urbe llena de interesantes museos, galerías de arte, espacios verdes y tesoros arquitectónicos que iban a empezar a mostrarse ante mí cuando todavía no había caminado ni diez minutos y es que, como ya decía párrafos atrás, mi alojamiento estaba bastante céntrico.

Quien me iba a decir a mí que casi la primera visión que iba a tener en Dublín iba a ser, ni más ni menos, que la famosa y mítica catedral de San Patricio, al menos su exterior, con un precioso cielo azul que acababa de sustituir, hacía apenas media hora, al inicial cielo gris con el que me había recibido la ciudad de camino al centro.

Saint Patrick´s Cathedral

Disfrutaría sólo unos minutos de sus exteriores, pues ya habría tiempo para recrearme con ella en los siguientes días, y seguiría caminando hacia mi principal objetivo en la tarde de hoy, pues había que aprovechar el magnífico tiempo que hacía en Dublín, lo que era un auténtico privilegio si tenemos en cuenta la gran cantidad de días de lluvia y nublados que se dan aquí a lo largo del año. Aquel no era otro que el parque Saint Stephen´s Green, un remanso de paz en pleno centro de la ciudad por donde me dedicaría a pasear por sus sinuosos senderos, sus espacios verdes y arbolados, su pequeño lago poblado de patos, sus jardines de sauces llorones y sus quioscos que ofrecen refugio en días de lluvia a los paseantes.

Saint Stephen´s Green Park

Saint Stephen´s Green Park

Saint Stephen´s Green Park

Nadie diría que en el pasado esta zona fuese un terreno pantanoso, primero, y un espacio privado reservado para la alta sociedad, después, y que gracias al famoso Arthur Guinness fuese rediseñado y abierto a todos los dublineses allá por 1880, sobreviviendo hasta nuestros días, sin apenas cambios, como un idílico refugio en el corazón de la ciudad.

Saint Stephen´s Green Park

Saint Stephen´s Green Park

Saint Stephen´s Green Park

A lo largo de sus sendas uno se cruza, además, con bustos y estatuas de poetas o héroes, como Yeats, Joyce o Emmet, sin olvidarnos, como no podía ser de otra manera, de Mr. Guinness.

Escultura de Sir Arthur Guinness.Saint Stephen´s Green Park

A sólo unas manzanas de una de las salidas del parque, me llamaría la atención en el mapa un enorme cuadrilátero al que no pude evitar acercarme. Se trataba de Fitzwilliam Square, una de las últimas plazas georgianas del centro de la ciudad que data de 1790. En el centro, como es habitual en estos espacios, existe una gran explanada donde la alta sociedad de la época se reunía y hacía vida social.

Casas de Fitzwilliam Square

Próxima a la anterior y siguiendo con más ejemplos de arquitectura georgiana, se hallaba Ely Place, una calle con nuevos y buenos ejemplos de este tipo de construcciones caracterizadas por su clase y elegancia.

Casas Georgianas de Ely Place

Tomaría después Upper Merrion Street para desde ella poder ver a mi izquierda los llamados Government buildings o edificios gubernamentales, donde el más destacado es el que se conoce como Royal College of Science, uno de los últimos edificios públicos importantes de la era británica en la historia de Dublín y en el que no te deja indiferente su gran cúpula. Como curiosidad comentar que su arquitecto fue el mismo que diseñó la fachada actual del Palacio de Buckingham en Londres.

Government Buildings

Y sólo unos pasos más adelante me encontraba con la fabulosa Merrion Square, probablemente una de las plazas georgianas más bonitas de Dublín, construida en 1762. Uno de los lados está orientado hacia Leinster House, mientras que los otros tres están rodeados por las típicas casas de ladrillo rojo del siglo XVIII, hoy en día usadas como oficinas. Las ventanas de los edificios superiores son más pequeñas que las de los inferiores, un truco para que los edificios parecieran más altos.

Casas Georgianas. Merrion Square

Casas Georgianas. Merrion Square

El parque del centro de la plaza estaba reservado para los residentes hasta finales de los sesenta, cuando se abrió al público. Es de estilo inglés y en uno de sus rincones, como por arte de magia, surge la estatua de Oscar Wilde, delante de la que fuera su casa, hoy convertida en una academia de idiomas. Es un rincón inspirador donde además existe otra escultura en cuyo pedestal hay escritas a mano frases célebres de él. Me quedo especialmente con una: “Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones”.

Merrion Square

Merrion Square

Escultura de Oscar Wilde. Merrion Square

Casa de Oscar Wilde

Sería aquí donde llegaría definitivamente la noche, por lo que no dudaría en marcharme a cenar al famoso barrio de Temple Bar, un reducido espacio en el que se concentran gran cantidad de bares, pubs, restaurantes y estudios y que se ha convertido en el centro de la vida social de Dublín, famoso tanto para dublineses como para turistas.

Elegiría una hamburguesería llamada Gourmet Burger Kitchen, justo en frente del Mc Donalds, pero me apetecía algo más elaborado aunque me salieses más caro. Afortunadamente acertaría con el lugar y es que la hamburguesa eran de bastante calidad con una carne y una salsa de queso espectaculares. A ella la acompañaría con patatas y una coca cola. El trato sería muy bueno con unos camareros amables y atentos. Todo me saldría por 17,30 euros. Creo que es una excelente opción si quieres evitar las grandes cadenas de hamburguesas y es tarde, pues la mayoría de lugares cierran bastantes horas antes, y es que cuando terminé eran ya las 23:00.

Referente al tema de las propinas funciona como en España, no estás obligado a dejar nada y si estás muy satisfecho con el servicio dejas lo que te parezca.

Y qué mejor que cerrar la jornada degustando algunas de las famosas cervezas irlandesas en sus famosos pubs, por lo que comenzaría con el popular y mítico Temple Bar, de igual nombre que el barrio. Me costaría llegar a la barra pues estaba atestado de gente, pero al final me haría con una pinta de Guinness que saborearía mientras escuchaba la música en directo que animaba el local. El ambientazo era tremendo y aunque empapado en sudor, debido a que no cabía un alfiler, disfrutaría como un enano.

Temple Bar

Estaba muy animado y me resistía a que terminara la fiesta ya, así que decidiría conocer otro pub, decantándome por el  Oliver St. John Gogarty, muy famoso también por la gran cantidad de banderas que cuelgan de su fachada. Volvería a optar por la Guinness (7 euros), pero esta vez podría degustarla, tranquilamente sentado, mientras escuchaba a los dos componentes de la banda que tocaba en ese momento. Además de entretenerme viendo como bailaban, completamente borrachos, los integrantes de una despedida de solteros. Y todo sin crear problemas y pasándoselo en grande. Buen ejemplo.

Oliver St. John Gogarty Pub. Temple Bar

Pinta en Oliver St. John Gogarty Pub. Temple Bar

Ahora sí que decidiría concluir aquí el día, pues casi sin darme cuenta pasaba media hora de la media noche, así que entre unas cosas y otras no me metería en la cama hasta algo más de la una de la madrugada.

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