1 de Septiembre de 2016.
Colonia del
Sacramento es una de la ciudades coloniales más bellas, con más encanto y mejor
reformadas del continente americano. Las calles empedradas de su barrio
histórico, la magnífica colección de edificios blanqueados, las casas de tejas
y estuco y la iglesia más antigua de Uruguay, te transportan varios siglos
atrás, cuando la ciudad fue fundada por los portugueses, y te traslada a una
época apasionante donde la lucha por controlar el río de la Plata, la codicia
por hacerse con más territorios que las potencias enemigas y las estrategias,
pactos y traiciones eran un constante y estaban a la orden del día.
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Calle del Comercio |
Situada en el
litoral oeste de Montevideo, a unos 180 kilómetros de esta, se encuentra
rodeada por el ondulante campo gaucho. Como ya he comentado serían los
portugueses quienes levantaron este asentamiento – que al principio se llamaba
Nova Colônia do Santíssimo Sacramento – en territorio español, y se convirtió
en una fuente de provocaciones y desacuerdos con sus rivales españoles durante
muchos años. Poco después de que se fundara la colonia, fue atacada por los
españoles que controlaban la cercana ciudad de Buenos Aires, y la contienda
entre los dos imperios ibéricos duró varios meses. En 1681 la colonia volvió a
pasar a manos lusas, y durante las siguientes décadas siguió siendo una espina
clavada para los hispanos, que intentaron varias veces recuperar el control. El
enfrentamiento continuó hasta 1731, cuando, según el Tratado de Utrech,
finalmente, se declaró propiedad portuguesa.
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Calle del Centro Histórico |
Todavía nos
quedaban unas horas antes de poder empezar a disfrutar de Colonia, pues no
olvidemos que amanecíamos en Montevideo. Además hoy tocaba madrugar y a las
06:30 estábamos en pié para a las 07:00 estar en la recepción, donde habíamos
quedado en que vendría un taxi a buscarnos. Aquí nos harían la primera jugada
del viaje, porque en vez del taxi que habíamos pedido, lo que nos esperaba era
una furgoneta del propio hotel para llevarnos hasta la terminal de Tres Cruces.
Yo hubiera protestado, pero sería Raúl el que me pediría que siendo las horas
que eran y dado que no quería ir agobiado con el tiempo, que por favor no
dijese nada. Así que la broma nos costaría 200 pesos, justo el doble de lo que
nos hubiese costado un taxi oficial. Menuda rabia me daría.
A las 07.45 salía nuestro autobús de la empresa COT con
dirección Colonia del Sacramento. Los billetes los habíamos sacado cuando
llegamos a Montevideo y nos costaron 684 pesos (342 pesos cada uno).
Tardaríamos casi tres horas en llegar, por lo que hasta las 10.45 no estábamos
en la terminal de autobuses de Colonia. El viaje sería la mar de tranquilo y
aprovecharíamos para echarnos otro largo sueñecito.
A la llegada sólo teníamos que solucionar un pequeño
inconveniente antes de empezar con la visita y este no era otro que ver que
hacíamos con las maletas que nos acompañaban. Afortunadamente había consigna en
la propia estación y su horario era de 09:00 a 20:00, por lo que el problema
quedaba rápidamente resuelto.
La estación de autobuses se encuentra a tan sólo cuatro
cuadras del centro histórico de Colonia del Sacramento, por lo que en un breve
paseo se puede llegar perfectamente hasta él.
Comenzaríamos la visita con una de las imágenes más famosas
y que más se pueden ver en infinidad de guías y revistas de viajes, la que se
refiere al Portón de Campo, el cuál conserva aún restos de la antigua muralla y
pilas de su viejo puente levadizo. Sería este el que atravesaríamos para hacer
un viaje en el tiempo y tener la sensación que cuando menos lo esperáramos
veríamos algún español o portugués ataviados con las ropas de varios siglos
atrás, saliendo de alguna esquina.
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Portón de Campo |
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Portón de Campo |
Decidiríamos empezar a avanzar por el Paseo de San Miguel,
pero en vez de hacerlo por su suelo empedrado, que mejor que subirnos a su
muralla y caminar por el pequeño paseo superior, por el que apenas cabe una
persona, pudiendo así tocar los cañones que en su momento defendieron la
ciudad. El progresivo descenso desde allí, nos llevaría, sin querer, hasta el
bastión de San Miguel, un mirador privilegiado al lado de las aguas del rio de
la Plata que por momentos te ponía los pelos de punta ante la belleza del
lugar.
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Paseo San Miguel |
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Muralla y Paseo San Miguel |
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Río de la Plata desde Bastión de San Miguel |
Hoy era un día ventoso y la temperatura no superaría los
diez grados, por lo que la sensación térmica era inferior. Aún así era el
típico día que, salvo por que estaba nublado, es de mis preferidos, pues las
sensaciones que me produce el invierno, paseando bien abrigado, nada tienen que
ver con las que me transmiten otras estaciones del año. Pero para gustos los
colores, pues Raúl, sin embargo, iba jurando en arameo.
A escasos minutos de allí, llegábamos hasta el lugar más
evocador y que más sentimientos despierta en el viajero. El que más aires de
nostalgia y emociones provoca en aquellos que lo recorren. Ya se habrá
adivinado que estoy hablando de la calle de los Suspiros, típicamente
portuguesa, de trazado y pavimento original y donde diversos estilos se
conjugan entre sí, haciéndola un lugar único y especial.
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Calle de los Suspiros |
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Calle de los Suspiros |
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Calle de los Suspiros |
Respecto a su nombre, son varias las historias que cuentan,
aunque una de las que más se oyen es la que se refiere a que en el pasado esta
era una zona de prostíbulos al que llegaban los marineros con ganas de fiesta y
diversión, mientras iban de un lado a otro lanzando piropos a las prostitutas,
al mismo tiempo que suspiraban por su belleza.
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Calle de los Suspiros |
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Calle de los Suspiros |
Y aunque este pequeño rincón de Colonia, como la llaman aquí
sus habitantes, es el que se lleva gran parte de la fama, no hay que subestimar
a otras callejuelas que tampoco le van a la zaga en belleza a la de los
Suspiros. Tal es el caso de Solis o San Francisco.
Todas ellas desembocan en la gran Plaza Mayor del 25 de
Mayo, el espacio abierto más grande de todo el conjunto histórico.
Originalmente sería utilizada para maniobras militares, nada que ver con el
aspecto tranquilo y relajado del que ahora se puede disfrutar.
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Plaza Mayor del 25 de Mayo |
Varios de los edificios por los que se encuentra flanqueada,
son hoy interesantes museos situados dentro de importantes edificios
históricos. Tal es el caso del Museo Municipal, del Museo Portugués, del
Archivo Histórico Regional o de la Casa Nacarello. Todos ellos nos transportan
a lo cotidiano en tiempos de la colonia, con diferentes objetos de uso diario
como mobiliario, cerámicas y utensilios de cocina, además de documentos y
archivos históricos y recreaciones de cómo estaban decoradas algunas
habitaciones entonces.
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Casa de Nacarello. Plaza Mayor del 25 de Mayo |
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Archivo Histórico Regional |
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Museo Municipal. Plaza Mayor del 25 de Mayo |
Decidiríamos entrar a todos ellos porque es cierto que no
son grandes y se recorren de forma rápida y sencilla y en apenas dos horas los
habíamos visitado.
Otros de los monumentos que más destacan en la Plaza Mayor
son las ruinas del convento de San Francisco, los cimientos de la capilla de la
Concepción, adosados al mismo, así como el faro. El convento sería construido
en 1694 y destruido por un incendio en 1704. La construcción del faro se
terminaría en 1857 y sería un alivio para los barcos que navegaban por el río
de la Plata, porque hasta este momento los naufragios se sucedían cada poco
tiempo.
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Ruinas del Convento de San Francisco y Faro |
Tampoco dudaríamos en subir al mismo para deleitarnos con
unas vistas fabulosas tanto de Colonia como del río de la Plata. Desde las
alturas uno es más consciente de sus dimensiones y grandeza, de hecho en su
momento sería confundido con el mar. Y no es para menos porque es el más ancho
del mundo con casi 220 kilómetros en la máxima separación entre una orilla y
otra. Su nombre proviene de la esperanza de los primeros conquistadores de
encontrar metales preciosos, pero para su desdicha, no consiguieron ninguna
riqueza mineral.
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Colonia y Río de la Plata desde el Faro |
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Colonia y Río de la Plata desde el Faro |
Aunque las dimensiones de Colonia son pequeñas, es cierto
que las horas se te pueden hacer minutos, ensimismado con las casas encaladas
de diferentes colores y sus calles estrechas y adoquinadas, deteniéndote en
cada rincón una y otra vez, para no costarte nada comprender por qué fue
declarada Patrimonio de la Humanidad en 1995. Aunque sí que te preguntas cómo
es que tardaron tanto en hacerlo ante semejante tesoro del territorio uruguayo.
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Calle de las Misiones de los Tapes |
Para comer teníamos claro que queríamos hacerlo en un
restaurante muy recomendado en foros y blogs. Su nombre es Mercosur y se
encuentra fuera del centro histórico, aunque sólo a unas cuadras de este, por
lo que se puede ir perfectamente caminando. La dirección es General Flores, 252
en el cruce con la calle Ituzaingó. Aquí nos pediríamos dos chivitos inmensos
que casi no cabían en el plato. Sin duda fue el lugar donde más generosos
fueron con la comida de todos los que habíamos estado y a unos precios
razonables.
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Comiendo Chivito en Restaurante Mercosur |
Tras la comida nos dirigiríamos hacia la plaza de Manuel
Lobo, dedicada al fundador de la ciudad. En ella destacan los cimientos de la
construcción de origen portugués destinada a residencia del gobernador de la ciudad y que sería destruida por los
españoles en 1777. También destaca la iglesia Matriz o basílica del Santísimo
Sacramento, con sus paredes encaladas de blanco y sus dos torres y considerada
como la más antigua de Uruguay.
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Plaza de Armas Manuel Lobo |
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Basílica del Santísimo Sacramento |
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Plaza de Armas Manuel Lobo |
Una de las cosas más características de Colonia del
Sacramento y por lo que más llama la atención es porque, curiosamente, se trata
de una de las pocas ciudades sudamericanas
que no fue trazada sobre un
rígido plano en cuadrícula, sino que se adaptó a la orografía teniendo en
cuenta las necesidades militares. Así pudimos apreciarlo en nuevos paseos que
nos llevaron por hermosas y encantadoras calles como la Real, la del Comercio,
la de España o la de la Playa, entre otras. Nuevos elementos decorativos como
un carro, enredaderas que trepan por las paredes, muros adornados con flores o
encantadores farolillos, hacían, una vez más, que sucumbiéramos a los encantos
del lugar.
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Plaza Mayor del 25 de Mayo |
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Casa Colonial |
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Centro Histórico |
La tarde seguía avanzando, mientras nos acercábamos a
obtener nuevas vistas del río de la Plata desde los bastiones de San Pedro y
Santa Rita, desde la plazoleta San Martín o desde el puerto deportivo, donde no
podríamos evitar sentarnos a disfrutar de las vistas ante la tímida aparición
de algunos rayos de sol. No durarían mucho estos momentos y al final las bajas
temperaturas nos vencerían e hicieron que volviéramos a levantarnos tras veinte
inolvidables minutos donde el cielo y el río parecía que iban a fundirse en uno
sólo.
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Río de la Plata desde Bastión de Santa Rita |
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Faro desde Bastión de Santa Rita |
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Puerto Deportivo |
Algo por lo que también tiene fama esta ciudad colonial es
porque en sus calles se pueden ver diferente modelos de coches de época, lo que
supone un decorado extra, por si acaso no se ha tenido suficiente con todo lo
que ya de por sí ofrece.
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Coche de Época |
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Coche de Época |
Nuestro recorrido lo terminábamos acercándonos al llamado
muelle 1866, el cual, inicialmente, era más largo y contaba con un sector
perpendicular en su extremo sobre el río. Lástima que debido a su antigüedad y
al clima, perdió parte de su estructura original, siendo recuperado en 2001, el
tramo por el que pudimos volver a sentarnos unos instantes y ver como el
atardecer iba dejando paso a la noche.
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Muelle 1866 |
Con tristeza, llegaba el momento de abandonar esta ciudad
tan especial, pasando, por última vez, por lugares míticos como la calle de los
Suspiros o el Portón de Campo, totalmente desiertos y sin un alma por ninguno
de ellos. Sólo se oían ya los susurros que dejaba el viento, al pasar entre los
viejos callejones, y el que hacían las copas de los árboles agitándose
violentamente.
En unos minutos volvíamos a encontrarnos en la terminal de
autobuses, donde habíamos llegado por la mañana, para recoger nuestro equipaje
(200 pesos, los dos bultos), y ya desde aquí dirigirnos, a tan sólo unos
metros, hasta la terminal de ferries desde donde tomaríamos el barco de Colonia
Express, despidiéndonos definitivamente de Uruguay, tras casi una semana por su
territorio.
El billete, al igual
que a la ida, ya lo teníamos comprado desde hacía unos meses, por lo que tan
sólo tendríamos que llegar una hora y media antes de la salida del barco para
hacer el check-in y pasar los controles de pasaportes de un país a otro. Todo
lo haríamos de forma muy rápida ya que en estas fechas no se habían vendido ni
la mitad de los pasajes.
También aprovecharíamos para cambiar a pesos argentinos, los
pesos uruguayos que nos habían sobrado.
Llegaríamos a la
terminal sur de ferries de Puerto Madero en Buenos Aires a las 21.40, donde nos
estaría esperando Jorge, el simpático taxista que habíamos conocido el primer
día y con quién, a través de whatsapp, habíamos quedado el día anterior.
Como mañana volábamos a Iguazú, decidiríamos alojarnos cerca
del aeropuerto, por lo que optamos por algo sencillo y económico dentro de lo
que había por allí, que no es nada barato. Nuestro hotel se llamaba la Posada
de las Águilas y tengo que reconocer que me esperaba algo más para lo que nos
costó (97 euros). El desayuno estaba incluido pero era de lo más pobre, las
habitaciones algo cutres y el sistema para mantenerlas calientes era a través
de antiguos calefactores en el techo que hacían un ruido infernal durante toda
la noche y no podían desconectarse. Lo único bueno es que en la reserva se
encuentra incluido un servicio de traslado hacia y desde el aeropuerto.
En el trayecto de Puerto Madero hasta el hotel iríamos de
charla con Jorge, el cual nos contaría mil anécdotas de su trabajo como taxista
que hizo el tiempo se nos pasara volando. Pagaríamos 550 pesos, incluidos los
peajes y el paso del área metropolitana de Buenos Aires, por la que tienes que
pagar un extra, al tener que volver el taxista de nuevo a su zona de trabajo
sin poder recoger a nadie por estar fuera de su circunscripción.
A la llegada no perderíamos el tiempo, haríamos el
check-in y nos iríamos directos a dormir a las 23.45, pues era bastante tarde
para las horas que mañana teníamos que estar en pié.
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