MARRUECOS - DIA 7. Segundo día en Essaouira y regreso a Marrakech

24 de Marzo de 2016.

Afortunadamente, el tiempo con el que me encontraba hoy no tenía nada que ver con el de ayer por la mañana. Cierto que no estaba totalmente despejado, pero había nubes y claros que indicaban que podría disfrutar, sin problema, del resto de lugares significativos que me quedaban por conocer.

El descubrimiento que hacía ayer, a última hora de la tarde, me encantaría, por lo que no dudaría en volver hasta ese lugar y permanecer allí un rato, recreándome con la imagen bucólica de las olas chocando contra las viejas murallas de la ciudad, acompañado, como siempre, del vuelo y de los graznidos de las gaviotas.

Essaouira y su Muralla desde su Costa Escarpada

Costa de Essaouira y Fortaleza Skala du Port

Después iniciaría una agradable caminata por el paseo marítimo y la playa, sintiendo los cálidos vientos aliseos sobre mi rostro, mientras barrían esta parte de la costa atlántica.

A Essaouira también se la conoce como la ciudad del viento y es por ello que es un auténtico paraíso para los windsurfistas. Prueba de ello es que había unos cuantos practicando giros imposibles en la lejanía. Mirando hacia el lado contrario, me encontraría  la silueta inconfundible de la isla de Mogador, vigía de tiempos pasados, antigua prisión y un auténtico santuario para aves inusuales como el halcón de Eleonora, que regularmente viene hasta aquí para reproducirse. La isla también actúa como barrera natural ante el envite de las olas, protegiendo la bahía y el puerto.

Playa Tagharte

Playa Tagharte

Tras estos momentos de relax, me dirigiría hacia el ambiente animado de la zona del puerto, abarrotado de pescadores y de variopintas embarcaciones. Había formados varios grupos de personas que participaban en la subasta de mariscos y sardinas, e infinidad de cajas se apilaban, unas sobre otras, con las capturas del día, defendidas por un pescador que con una enorme vara impedía que las gaviotas excitadas se acercaran hasta tan suculento festín.

Gaviotas sobrevolando el Puerto de Essaouira

La puerta de la Marina es la que da acceso a todo el espectáculo anterior e impresiona  por su monumentalidad. Es de estilo neoclásico y está soportada por columnas y rematada por un frontón triangular. Sería construida durante el reinado del sultán Sidi Mohamed Ben Abdallah.

Fortaleza Skala du Port

A continuación dirijo mis pasos hacia la Skala del puerto y más, concretamente, hacia su torre, donde se puede subir por 10 dírhams. Antes de llegar a lo más alto de la misma ya me encuentro con una batería de cañones velando los muelles y apuntando hacia el océano, buena muestra de que esta fue tierra de continuos conflictos bélicos. Las piezas de artillería están sostenidas por piezas de madera que ceden por todas partes, aunque poco importa ya, porque no hay nada que defender. Desde aquí, me evado durante unos minutos de la realidad, e imagino a los barcos enemigos tratando de romper las paredes de la ciudad con el fin de robar la riqueza de Mogador.

Fortaleza Skala du Port

Fortaleza Skala du Port

Fortaleza Skala du Port

Cuando vuelvo al mundo real decido subir hasta lo más alto de la torre y disfrutar, serenamente, del espectáculo que se ofrece en una panorámica de 360 grados. Por un lado el escarpado litoral, la isla de Mogador y la mar abierta, y por otro, la ciudad blanca que emerge, con fuerza, por encima del ocre de las murallas.

Essaouira desde Torre de la Fortaleza Skala du Port

Ruinas en la Costa de Essaouira

Desde luego, no es de extrañar que Orson Welles rodara en estos escenarios, naturales e históricos, algunas escenas de su Otelo y que más recientemente, se haya hecho lo mismo con escenas de la exitosa serie Juego de Tronos.

Tampoco se puede abandonar este lugar sin llevarse como recuerdo la famosa toma de Essaouira vista a través del ojo de buey y que sale en infinidad de folletos y guías turísticas.

Essaouira desde Torre de la Fortaleza Skala du Port

Estaba disfrutando muchísimo de esta zona de la ciudad y lo bueno que mis planes todavía no habían acabado en este sector, ya que al volver al barullo del puerto me dirigí hacia donde acaba el espigón y desde aquí volvería por lo más alto del mismo, con unas vistas inmejorables de prácticamente todas las zonas descritas en los párrafos anteriores e incluso de la zona que hace las veces de astillero y en la que todavía hoy se construye algún que otro barco, aunque ya no sea ni la sombra de lo que fue décadas atrás.

Puerto de Essaouira

Puerto de Essaouira

Barcas a pie de la Skala du Port

Por cierto que se me ha olvidado comentar que casi en cualquier punto de la ciudad en la que me encontrara, podía escuchar hablar a franceses, españoles, ingleses y alguna que otra nacionalidad, lo que da una muestra de la fama que ha llegado a adquirir esta localidad costera. Atrás quedaban ya los días donde casi que era el único Europeo en mucho kilómetros a la redonda.

Se acercaba la una de la tarde, por lo que volvería hacia el interior de la medina y me dirigiría, sin dudarlo, al puesto de crepes que había descubierto ayer. No pensaba marcharme de aquí sin degustar uno dulce. Además tenía claro que sería el de nutella con fresas (13 dírhams). Casi que se me caerían las lágrimas de lo bueno que estaba.

Todavía me había quedado con algo de hambre, así que curioseando entre unos puestos y otros, encontraría uno donde vendían algo parecido a los perritos calientes, pero con ternera de kebab, acompañado de varias salsas. Tenía muy buena pinta así que no dudé en meterme en este local y degustar esto junto con una coca cola. (25 dírhams).

Ya con la tripa llena, todavía tendría tiempo de volver a perderme por las fascinantes calles de la medina, donde todo me era ya familiar. Pude disfrutar, una vez más, del exotismo árabe, de sus angostos callejones, de las casas encaladas y del quehacer diario de sus gentes en cada rincón.

Medina

Rue de la Skala. Medina

Desgraciadamente el reloj marcaba las 16.00, hora en la que tenía que poner rumbo hacia mi Riad, para recoger la maleta y dirigirme en un taxi (7 dírhams), hacia la estación de autobuses.

El autobús hacia Marrakech no salía hasta las 17.15, por lo que me daría tiempo, más que de sobra, a realizar la facturación de la maleta (5 dírhams), algo que me sorprendería ya que era la primera vez que me obligaban a ello, y a tomar un coca cola en la cafetería que estaba pared con pared de la estación.

El billete con la compañía CTM (70 dírhams) lo había comprado la noche de llegada, hacía dos días, por temor a que no hubiera plazas, ya que es un destino muy solicitado. Al final no hubiera tenido problema porque la mitad del autobús iba vacío, pero en fechas más veraniegas, creo que es aconsejable sacarlo con antelación para evitar sorpresas desagradables.

Con sólo cinco minutos de retraso, el conductor cerraba las puertas del autobús y nos poníamos rumbo a Marrakech. Atrás dejaba la maravillosa Essaouira de la que me había enamorado y a la que espero volver algún día.

Fueron 2 horas y 45 minutos lo que tardaríamos en completar el recorrido, por lo que a las 20.00 en punto llegábamos a la terminal de Marrakech. Cuando salí al exterior, se abalanzaría sobre mí varios taxistas ofreciéndome su servicio a unos precios desorbitados, por lo que me los iría quitando como a moscas de encima, quedándome al final con dos que me ofrecían precios por casi el doble de lo que me habían costado varios taxis al principio del viaje. Yo no entendía porque esa diferencia y pensaba que querían timarme. Así que, amable y pacientemente, uno de ellos me explicaría que de 20.00 a 07.00 el precio del servicio se duplica y ese era el motivo por lo que habían subido tanto las tarifas. Como seguía teniendo cara de circunstancia y a una pareja alemana le sucedía lo mismo, al final, nos ofrecería llevarnos a todos y así pagar la mitad, por lo que el trayecto hasta el Palacio de la Bahía, muy cerca de mi Riad de esa noche, me saldría por 25 dírhams.

No tardaría en llegar hasta él más de diez minutos desde donde me había dejado el taxi. Se encontraba en un pequeño callejón, sin salida, pero que no infundía respeto. El nombre del riad era Monriad y sería recibido por un simpático señor que chapurreaba una mezcla de italiano y español. El motivo no sería otro que emigraría a Italia hacía muchos años y volvería tiempo después para montar con su familia este agradable alojamiento.

Tras el pequeño recibidor, se encontraba el agradable patio central al que daban las habitaciones. Aquí me obsequiarían con té a la menta, para poco después mostrarme el cuarto que me había correspondido. La luz no era demasiado fuerte y todo estaba limpio y en buenas condiciones. El precio de la noche con el desayuno incluido sería de 40 euros.

Riad Monriad

Descansaría unos veinte minutos y poco después ya me encontraba dispuesto para salir, de nuevo, a la calle con la idea de dirigirme a vivir el ambientazo que se respira en la plaza Jemaa El Fna.

Tardaría escasos cinco minutos en llegar y pronto me incorporaría a los corros de gente, que ya estaban formados, para disfrutar de nuevos espectáculos callejeros tales cómo bailes, canciones típicas e incluso un duro combate de boxeo entre dos jóvenes. También tendría tiempo de pulular por las inmediaciones de los puestos de comida y comprobar in situ el show en sí que supone toda esta zona. No tenía mucha hambre, así que optaría por dejar la tradicional cena para mañana y hoy subir a una de las múltiples terrazas que rodean la plaza y recrearme desde ella con las vistas, mientras me tomaba algún postre. Como al inicio del viaje ya había podido disfrutar de las panorámicas desde el Café de France, esta vez elegiría el Café Argana, tristemente famoso por el atentado que lo destruiría en Abril de 2011. Afortunadamente, hoy está más que reconstruido y funcionando a pleno rendimiento.

Plaza Jemaa-el-Fna desde Café Argana

En la entrada tendría que pasar por un detector de metales, pero nada más. Me sentaría en la segunda planta y con una copa de helado de varios tipos de chocolates, como acompañante, me entretuve más de una hora, contemplando la vibrante plaza y su continuo trasiego de gente. También recordaré siempre este lugar por el palo que me pegaron al pedir la cuenta, pues me soplaron 70 dírhams, por el capricho. Más que en la mayoría de heladerías de Madrid.

Tomando una opa de Helado en la Terraza del Café Argana

Y por hoy, ya estaba bien, que al final me dieron las 23.30 cuando entraba por la puerta de la habitación de mi Riad.

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