JAPÓN - DIA 03-A. Ascensión nocturna al monte Fuji

24 de Agosto de 2015.

Cincuenta serían los minutos que tardaría el autobús en recorrer la distancia existente entre Kawaguchiko y la Quinta Estación del monte Fuji, un área situada a 2300 metros y desde donde comienza la ruta, hacia la cima, llamada Yoshida Trail. La ruta más fácil y concurrida de las cuatro existentes y es que no había que tentar a la suerte y menos en solitario.

Efectivamente, existen cuatro quintas estaciones a lo largo del perímetro del monte Fuji, de diferente dificultad. Desde Tokyo este es el acceso más sencillo y además desde donde se puede ver amanecer, razones más que suficientes, junto con las anteriores, para decidirme por este lado de la montaña.

Oficialmente el periodo de subida es Julio y Agosto, aunque dependiendo de las condiciones meteorológicas se puede intentar ya a finales de Junio y hasta mediados de Septiembre, aunque el transporte ya no es tan asiduo como en estos dos meses estivales.

El tiempo estimado de subida es de 5 a 7 horas, pero dependerá en gran medida de las colas que te puedas encontrar en los últimos metros antes de llegar a la cima, como contaré en este capítulo y, por supuesto, de la condición física de cada uno.

No es una ascensión ni mucho menos complicada pero sí que se necesita tener una forma física aceptable para que sea una experiencia gratificante y no un calvario.

El caso es que a las 21.00 ya estaba pululando por la quinta estación, sin que hubiese casi un alma por allí y es que no se puede decir que hiciera la típica noche de verano. La realidad es que hacía fresco, lloviznaba a intervalos y sin que hubiese una niebla densa, sí que había nubes bajas que iban y venían, movidas por un ligero viento. No quería imaginarme como se estaría en la cima si esas condiciones se mantenían, pero como los servicios meteorológicos japoneses son muy fiables y su predicción era que las condiciones en la cima iban a ser buenas en la madrugada del día siguiente, pues a ellas que me encomendaba y mis planes seguían adelante.

Era pronto para comenzar a andar, por lo que me entretuve en el interior de algunas tiendas que estaban abiertas mirando postales y los precios de algunos productos, que aunque algo más caros, todavía podían soportarse en comparación con los de Kawaguchiko, pero mejor comprarlos allí para ahorrarte unas pelillas.

De casualidad también encontraría unas taquillas, donde aprovecharía para dejar algunas cosas de la mochila que no me iban a ser de utilidad en la ascensión como guías y la ropa del día siguiente, por lo que vienen muy bien para aligerar peso por 300 yenes. Están dentro de una de las grandes tiendas en un lateral.

Y así entre unas cosas y otras daban las 21.45, hora en la que comenzaría esta esperada y ansiada aventura.

El mítico monte Fuji, una de las cumbres más emblemáticas del mundo y símbolo nacional de Japón, una montaña sagrada y venerada por muchos nipones, un volcán con un cono perfectamente simétrico al que aspiran llegar miles de nacionales y de otras partes del mundo, me esperaba. Sólo me separaban siete kilómetros cuesta arriba para alcanzar la cima de esta inmensa mole de roca, declarada patrimonio de la humanidad en 2013, y conseguir así vivir una de las experiencias más fascinantes que ofrece la naturaleza en el país del sol naciente.

Dicen los japoneses que: “todo el mundo debería escalar el Monte Fuji al menos una vez en la vida, pero que sólo un tonto lo haría dos veces” curiosa reflexión que iba a tratar de cumplir en las próximas horas.

De momento la fina lluvia con la que me había encontrado nada más llegar había cesado y el frontal que llevaba era lo suficientemente potente como para alumbrar unos metros el camino que tenía delante, por lo que aunque con no demasiada seguridad, ya que en estos primeros metros me encontraba sólo, continué avanzando a paso ligero. Sólo transcurrirían cinco minutos para encontrarme con un primer grupo, al cual adelantaría y seguiría caminando. Tras otros diez minutos, un nuevo conjunto de seis personas me cerraban el paso, cuando al ver la luz de mi frontal, uno de ellos se daría la vuelta y me saludaría, para segundos después preguntarme que de donde era. Al decirle que de España y que mi inglés dejaba bastante que desear, se dirigiría a mí en un más que aceptable castellano, para contarme que sólo llevaban dos frontales para los seis y que si me apetecía seguir la ascensión con ellos pues así todos ganábamos. Ellos en luz y yo en compañía, por lo que me pareció una propuesta excelente.

El grupo se componía de cuatro coreanos y de dos israelíes, siendo uno de ellos el que haría de portavoz, minutos antes, y que sabía español por tener familia argentina.

Tras las presentaciones oportunas continuaríamos caminando y tras pasar, sin detenernos, la sexta estación, llegábamos a las 23.00 al primer gran núcleo de refugios. Era la séptima estación y el primer lugar donde haríamos una parada para reponer fuerzas, descansar un rato y dejar pasar el tiempo, pues el mayor error que se puede cometer es llegar a la cumbre demasiado temprano, pues el viento y el frío pueden hacer que sea imposible aguantar para ver amanecer, no consiguiendo ese gran objetivo que persigue todo aquel que lo hace de noche.


Refugio en la subida al Monte Fuji

El caso es que si quieres acceder a todos estos refugios tienes que pasar por caja y no son lo que se dice baratos. El precio para dormir unas horas está entre los 30 y los 50 euros, dependiendo de la cercanía o no a la cima y se hace casi imprescindible reservar, pues suelen estar a rebosar de japoneses. Pero si lo único que quieres es tomarte algo calentito, además del precio de la consumición, si excedes de quince minutos, te harán pagar unos 1000 yenes, por lo que es un auténtico abuso. El utilizar los servicios supone 300 yenes, por lo que como se ve es un negocio por todo lo alto, más que algo espiritual, pero a pesar de todo esto yo seguía muy ilusionado de estar ascendiendo la mítica montaña.


Refugio en la subida al Monte Fuji

Tras tomar los primeros frutos secos, chocolate y una buena cantidad de agua tranquilamente sentados, pues sí que hay bancos para poder coger fuerzas, seguiríamos nuestro camino hacia la octava estación situada a 3250 metros. Sin duda que este es el tramo más duro de los que hay que afrontar, pues te encuentras con una de las partes más empinadas de la ascensión, piedras sueltas, arenilla, grandes escalones donde hay que flexionar las rodillas hasta la cadera y la plena oscuridad de la noche. Si a todo esto le añades que comenzó de nuevo a lloviznar haciendo que en ciertos tramos el terreno estuviera más resbaladizo y que, como era mi caso, llevaba todo el día anterior de turismo y el cansancio empezaba a pesar, pues como que me desmoralizaría un poco.


Descansando en la subida al Monte Fuji

A pesar de todo lo anterior seguí confiando en las predicciones japonesas y aunque habíamos perdido la pista de los cuatro coreanos desde hacía ya un buen rato, los dos israelíes estaban de acuerdo conmigo en continuar, por lo que seguiríamos adelante.

Sería una buena decisión, pues tan sólo quince minutos después nos recibía un cielo a rebosar de estrellas, donde era complicado hacerle un hueco a alguna más. ¿Qué había sucedido? Pues que habíamos sobrepasado las nubes y el tiempo era espléndido. Esto haría que la desmotivación de hacía unos instantes se convirtiera en un sentimiento de comerme el mundo y que recobrase las fuerzas y las energías al 100%.

Desde hacía ya un rato el número de personas que se habían ido incorporando a la marcha se había incrementado considerablemente, ya no estaba la montaña casi desierta como cuando empecé la ascensión poco antes de las 22.00. Cada vez que miraba hacia atrás podía observar como las luces que emitían los frontales y las linternas iban creciendo y eso que era alrededor de media noche.


Frontales en la subida al Monte Fuji

A las 00.25 conseguíamos llegar a la octava estación y siguiendo las pautas que íbamos marcando permaneceríamos allí unos 25 minutos. Volveríamos a hidratarnos y a comer chocolate y frutos secos y en mi caso sacaría ya toda la artillería de ropa de invierno: guantes, gorro, forro polar, cortavientos, etc. Era increíble como habían bajado las temperaturas y al estar parado el frío empezaba a notarse.

Decía en el párrafo anterior que en mi caso, porque los imprudentes israelíes no iban preparados con la ropa necesaria para estas altitudes y esto causaría una pequeña discusión entre ellos sobre que debían hacer. El de familia argentina, y con el que yo había hecho buenas migas, quería continuar y el otro, con el que casi no había cruzado palabra alguna, quería bajar, motivado también porque las fuerzas comenzaban a abandonarle. Al final decidirían seguir hasta la estación 8.5, situada a 3450 metros y allí volverían a hablar.

Pero lo que no sabíamos es que nos encontrábamos en la falsa octava estación, pues para llegar a la verdadera todavía nos quedaban unos 200 metros. Así que nos pusimos a ello y tras ir adelantando a la gran cantidad de personas que empezaba a haber, pasamos casi sin parar la verdadera octava estación, y tras cincuenta metros más, poníamos los pies en la estación 8.5.


Indicaciones en la subida al Monte Fuji

Eran las dos de la madrugada cuando entrábamos triunfales en el último lugar con refugios del monte Fuji, pues en la novena ya no existen estos, pues es meramente de paso. La noche seguía siendo buena aunque deberíamos estar  a no más de cinco grados que sumados al ligero viento que hacía, te hacía tener una sensación térmica inferior.

Todo ello unido a que en este lugar deberíamos aguantar como una hora antes de continuar el camino a la cima, haría desistir a mis colegas israelíes que tras desearme suerte y darme un apretón de manos, se daban la vuelta y comenzaban el descenso, por lo que me volvía a encontrar sólo para afrontar la última parte de la mítica montaña.

Qué iluso era cuando recién llegado a la quinta estación pensaba que había tenido muchísima suerte porque apenas iba a encontrarme gente en la ascensión, pero que iluso.

En mi espera y mientras hacía tiempo para continuar, pude contemplar cómo ejércitos de frontales y linternas se aproximaban a un ritmo lento pero constante hacia donde me encontraba. El pistoletazo de salida, parece ser, que ya había comenzado en mucho refugios donde habían despertado, de su letargo efímero, los miles de japoneses que aguardaban para conquistar su querido Fujisan y yo estaba a punto de vivir en mis carnes la enorme romería en que se iban a convertir los últimos metros a la cumbre.

Conseguí acomodarme en un pequeño rinconcito donde no daba el aire y el frío se aguantaba bien y allí permanecería hasta que el trasiego cada vez era más grande y casi no cabía un alfiler, motivado también porque todos los que se alojaban a estas altitudes habían comenzado también a desfilar. Eran las 02.45 y sin dudarlo empecé a encarar el último tramo que restaba antes de llegar a tocar el cielo, que por lo que parecía e iba a hacerse de rogar.

Desde los primeros pasos a la novena estación se circulaba lento y en fila, pero mejor o peor era llevadero porque te permitía mantener un ritmo constante, pero tras unos quince minutos y cuando eran las tres y poco de la madrugada, se produciría el primer parón. Yo creía que iba a ser una cosa puntual, motivada por alguna razón determinada, pero el motivo no iba a ser otro que el enorme colapso que ya se había formado en la última parte de la montaña.

Como si de una fila en un parque de atracciones se tratara, o de la espera para conseguir las entradas para un ídolo mundial, las casi dos horas siguientes iban a ser un auténtico calvario. Jamás hubiera pensado que en una montaña de 3776 metros y de madrugada pudiera montarse semejante espectáculo.

Cada tres o cuatro pasos suponía parar entre los quince segundos y a veces casi el minuto, lo que unido a llevar casi 24 horas sin dormir, el frío y el cansancio, hicieron que me desmoralizase bastante e incluso se me pasara ligeramente por la cabeza abandonar. Era evidente que eran pensamientos absurdos y que no me los creía ni yo, pues a estas alturas y salvo que me hubieran pegado un tiro, no hubiera desistido de conseguir mi sueño. Pero lo que sí que es cierto es que estaba bastante mermado y sufriendo lo suyo.

A todo esto, además, había que sumarle que los encargados del parque Nacional iban gritando no sé qué historia por megáfonos, vamos como en el mercado. Creo que se referían, por deducción, a que la gente avanzara y no se detuviera, unido a dejar paso a ciertos grupos que venían por la derecha y que tenían el privilegio de pasar primero, no sé porqué cojones. Tal vez por haberlo contratado con agencias a las que se les permite no esperar la fila que todo el mundo espera. Esto sería otro problema ya que se formarían embudos entre estos caraduras que querían pasar y muchos montañeros, me incluyo, que no colaborábamos en hacer el más mínimo hueco para que estos se colaran. Un desastre.

El caso es que con una infinita paciencia y pasito a pasito por fin me encontraría delante de los dos leones y el gran Torii que te dan la bienvenida a la cima. Fueron instantes emotivos, antesala del gran momento que todavía faltaba por vivir.

No pasarían muchos minutos más para llegar a los primeros metros de la cima, donde comprendería el porqué de todo lo vivido y es que esta es como un colador, pues tan sólo queda un pequeño corredor entre la tienda de los monjes budistas que se encuentra a la derecha y el gran mirador donde se va asentando la gente para ver amanecer, a la izquierda, haciendo muy complicado circular en muchos momentos.

Eran las 4.45 y no quedaba mucho tiempo para que el sol empezara a mostrarse, por lo que tras cinco minutos en el interior de la tienda de los monjes, para calentarme, pues no se deberían superar los cero grados, empecé a hacerme un hueco como pude en el mirador. Estaba a rebosar y era complicadísimo conseguir un espacio con vistas decentes, pero gracias a mí  persistencia conseguí hacerme con una nada desdeñable segunda fila, con japoneses bajitos en la primera, lo que me permitía poder esperar el espectáculo que se avecinaba en una posición bastante aceptable.

La claridad comenzaba a mostrar las primeras imágenes del inmenso mar de nubes que todos los allí presentes teníamos a nuestros pies. Nadie se movía, nadie pestañeaba, expectantes de lo que estábamos a punto de presenciar.


Amaneciendo en la cima del Monte Fuji

Unas nubes iban, otras venían, claros, niebla, de nuevo totalmente despejado y la claridad cada vez mayor, lo que permitía que comenzara el festín de fotografías proveniente de todas partes, pues no hay que olvidar que estamos ante los líderes en este arte. Yo me encontraba absorto en mis pensamientos, pensando en donde estaba y lo afortunado que era y sin creerme todavía que lo había logrado, que estaba en la cima de la montaña más alta de Japón, tras una larga noche de ascensión a mis espaldas. Era un momento mágico y más después de haber aguantado el colapso absoluto hacía unos minutos. Es verdad que este tipo de momentos saben mejor cuando te ponen muchos obstáculos por delante.


Amaneciendo en la cima del Monte Fuji

Pronto me incorporé a la fiesta de las fotografías, aunque tengo que reconocer que, por primera vez en mucho tiempo, era realmente complicado sacar una fotografía aceptable. Había que luchar contra miles de brazos por todas partes, empujones y un frío de mil demonios que me estaba dejando la mano congelada, sin apenas sentirla.


Amaneciendo en la cima del Monte Fuji

Por fin la bola de fuego empezaba a dar muestra de su poderío, comenzaba a deslumbrarnos a todos los allí presentes y a proyectar la imagen de la montaña en las nubes. Se oían miles de exclamaciones de sorpresa, silencios y nuevas muestras de asombro. Era un marco inolvidable y único que permanecerá en mi retina para siempre.


Amaneciendo en la cima del Monte Fuji

El astro rey empezaba a estar cada vez más alto y el día ya totalmente asentado. Aunque algunas personas empezaban ya a marcharse por la senda de bajada, todavía quedaban infinidad de personas por allí y habían sido muchas las que habían presenciado el espectáculo desde las laderas de la montaña al no haber conseguido llegar a tiempo a la cima, por lo que también todas ellas tenían que culminar su ascensión.


Torii del Monte Fuji

En otro orden de cosas, sólo pude hacerme tres selfies y bastante reguleros y no pude llevarme una foto decente con el Fujisan, eso me apenó un poco pues me hubiera gustado tener un recuerdo de mayor calidad ante semejante logro, pero es lo que tiene una masificación tan brutal. Si esto no lo regulan tarde o temprano ocurrirá alguna desgracia porque en muchos aspectos es un auténtico despropósito, pero en fin, como dice mi padre, el recuerdo queda en mi cabeza para el resto de mis días.

A las 06.00 decidía continuar mi camino, volviendo a entrar por unos instantes en la tienda de los monjes para ver la infinidad de recuerdos que realizan artesanalmente y que la gente compraba de forma impulsiva. Me quedaría con las ganas de adquirir algo más que un pequeño saquito con letras japonesas grabadas en su tela, pero tan sólo admiten dinero en efectivo y nada más. La tarjeta la había dejado en las taquillas de la quinta estación, por lo que no era plan de bajar y volver a subir, je, je.

Atravesaría unas cuantas tiendas más, lo que permite hacerse una idea del negocio que está montado  aquí, y me daría de bruces con el inmenso cráter. Traía entre mis planes rodearlo, pero estaba muy cansado y según las guías se necesitan entre una hora y hora y media para llevar a cabo la excursión extra, por lo que claudiqué, pues todavía tenía por delante la bajada, más varios planes más, por lo que me senté un rato a admirar el inmenso agujero y tras esto empezaría la caminata cuesta abajo.


Cráter del Monte Fuji

El descenso sería muy duro, muchísimo más que la subida, pues aparte que siempre he llevado peor las bajadas debido a que se me sobrecargan bastante las rodillas, más parecía un muerto que un vivo. Vamos que era fiel imagen de uno de los zombis de “The Walking Dead”.

Tras una parada de veinte minutos para desayunar, continuaría arrastrando los pies en el eterno e interminable regreso por sendas en zigzag repletas de arena, chinas y pequeñas rocas de lava que te van mermando sin piedad.

Y de esa manera conseguía llegar a las 09.20, de nuevo, a la quinta estación, agotado pero con la inmensa satisfacción y alegría de llevarme en la mochila la ascensión a una de las montañas más famosas y de más renombre del planeta.

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