CHILE - DIA 26. Joyas de la Araucanía y el peor momento del viaje

9 de Septiembre de 2014.

La Araucanía es la región que da paso el verde intenso del sur de Chile, sustituyendo así a las áridas tierras del norte. Es una comarca vigilada por la grandiosa presencia de los volcanes que dibujan el perfil de la Cordillera de Los Andes, cubriéndose de bosques, lagos y ríos.

Esta naturaleza se encuentra protegida en Parques Nacionales, accesibles a través de una importante red de senderos. Es el caso de la Reserva Nacional Villarrica y el Parque Nacional Huerquehue, dos lugares a los que quería dedicar la jornada que empezaba.

No tendría problemas en disfrutar de la Reserva y de las sorpresas que esta ofrece, pero el Parque Nacional Huerquehue me quedaría sin poder conocerlo como consecuencia de la peor situación que he vivido en cualquiera de mis viajes. Pero vayamos paso a paso.

A las 09.00 en punto me encontraba en la puerta de la empresa Sierra Nevada (Calle O´Higgins, 524) donde me tenían preparado un Kia 205 por 28000 pesos. Ayer lo había apalabrado con ellos después de encontrar otra empresa en la calle Pedro de Valdivia (Pucon Rent) que me lo dejaba por 25000 pesos pero no me daba buena espina, por lo que decicí fiarme de mi instinto y pagar 3000 pesos más antes de jugármela. Con la empresa contratada me ponían como límite 300 km al día, pero todo lo que quería visitar no iba a llegar ni a la mitad por lo que me pareció bien.

Ya con mi nuevo coche me fui directo hacia un lugar que me había recomendado Egidio y Nydia, los dueños del Hostal, que se llamaba Saltos de Marimán a tan sólo 20 minutos de Pucón y de camino hacia el lago Caburgua. Se trata de una reserva ecológica donde puedes observar especies de plantas pertenecientes al bosque templado lluvioso, un ecosistema único en el mundo que sólo se da en Chile y Argentina. La entrada me costó 1000 pesos y el horario es de 10.30 a 18.00, pero a las 10.00 ya había abierto el encargado, así que pude iniciar el pequeño sendero sobre tablas de madera en el que te vas encontrando especies tan complicadas de ver como la murta, el laurel, el tineo o el precioso arrayán.

Arrayán en el Sendero Marimán

Saltos de Marimán

Pero sin duda, lo mejor de todo es encontrarse los miradores desde los que se ve como discurre el río Trancura con toda su bravura y fiereza, especialmente el tercero de ellos donde los rápidos formados entre enormes piedras son sobrecogedores. Aquí me detuve un rato antes de continuar por el sendero y enterarme que en este pequeño bosque también viven especies endémicas y únicas como la guiña, considerado el felino más pequeño del mundo; el martín pescador o los patos correntinos, entre otros.

Saltos de Marimán

Saltos de Marimán

Saltos de Marimán

Terminada la visita, volvería a la carretera principal y me dirigiría hacia otro de los lugares imprescindibles para conocer en esta zona: los ojos del río Caburgua, un conjunto de cascadas que confluyen desde diferentes puntos en una gran poza de aguas cristalinas. El paraje es único y muy bello y se recorre a través de un conjunto de pasarelas de madera que te llevan a diferentes miradores situados estratégicamente para tener distintas perspectivas del lugar. La entrada cuesta 500 pesos por persona y 2000 por vehículo.

Ojos del Caburgua

Ojos del Caburgua

Hay que aclarar que el acceso a este punto se realiza a través de un desvió a la izquierda, donde existe un Cristo crucificado como referencia, ya que no se encuentra señalizado. Antes de llegar a este lugar, en la carretera hacia el lago Caburgua, se encuentra otro cartel indicando también “Ojos del Caburgua”. No hacer caso de él, ya que también accedes al lugar pero la perspectiva que se obtiene de los saltos es bastante pobre y no tiene ni punto de comparación.

Ojos del Caburgua

Ojos del Caburgua

Ojos del Caburgua

La mañana la terminaría acercándome al lago Caburgua y disfrutando de dos relajantes paseos por las llamadas playa Negra y playa Blanca, nombres que reciben del color de su arena. Sería en esta segunda donde, desgraciadamente, el agradable día del que estaba disfrutando se acabaría para mí.

Lago Caburgua desde Playa Negra

Lago Caburgua desde Playa Blanca

Una vez que me volví a calzar y tomar algunas fotos del lugar, me dirigiría otra vez hacia el sendero que me había traído hasta aquí, un camino transitable y público y que es uno de los utilizados por todo el mundo para llegar a playa Blanca que es una de las más famosas de la zona e incluso por la que se dejan ver personalidades importantes del país. Pues bien, tras avanzar por él los primeros metros, de repente, empezaría a escuchar ladridos que venían de no muy lejos y que cada vez sentía más cerca. El corazón se me aceleró y sintiendo que estaba en peligro empecé, de nuevo, a retroceder hacia la playa. Conseguiría llegar, otra vez a la arena, pero en ese momento fue cuando los vi aparecer: tres perros que se aproximaban hacia mí con muy pocas ganas de hacer amigos y ladrando sin parar. Dos de ellos Pastores Alemanes y un tercero, también grande, pero no sé de qué raza.

Lago Caburgua desde Playa Blanca

Traté de mantener la calma y dado que no venían corriendo, seguí avanzando hacia la orilla de la playa ya que siempre había leído que lo que no tienes que hacer con los animales es correr, pues así hice. Se plantaron detrás de mí, pegados totalmente a mi trasero y continuando con el ensordecedor sonido de sus ladridos. Yo estaba muerto de miedo y seguía dando pasos hacia la orilla, cuando pasó lo que temía que iba a pasar. Uno de los canes lanzó el ataque y me mordió en la parte izquierda del muslo superior, pero no consiguió agarrarlo ya que mi pantalón era bastante suelto y eso haría que mitigase el impacto de la mordedura y no pudiera afianzar mi carne entre sus fauces. Los otros dos perros, de momento, seguían ladrando. En este momento fue cuando crucé los dedos y comencé a correr hacia el lago, la única esperanza que tenía de garantizar mi integridad física. Eran sólo unos metros, por lo que corrí como alma que lleva el diablo, más que en toda mi puñetera vida, serían los 100 metros más agobiantes y largos que había vivido.

Lago Caburgua desde Playa Blanca

Temía que en cualquier momento alguno de los perros se abalanzase sobre mí, pero antes de que eso sucediera, sentí las frías aguas del lago, las benditas y heladas aguas que me cubrirían hasta el pecho. Miré hacia atrás y allí estaban los tres asquerosos perros, en la misma orilla, ladrando y vociferando como posesos. Me había salvado, pero no se iban, por lo que empecé a gritar pidiendo ayuda, por si algún alma caritativa de los alrededores se compadecía de mí y se acercaba a socorrerme.

Lago Caburgua desde Playa Blanca

El problema que en esta época del año todo aquello estaba desierto. Tras varios minutos que se me hicieron días, aparecería un señor con un palo dirigiéndose a los animales, surtiendo el efecto necesario y haciéndoles huir. Salí del agua, muerto de frío, bastante nervioso y con la pierna, en la que había sido mordido, dolorida. El señor me tranquilizaría y me acompañaría hasta el coche y me ofreció acompañarme si no me encontraba bien. Pero tras calmarme un poco, le daría las gracias y conduciría hasta mi hostal en Pucón. Allí me encontraría con Egidio quien, tras explicarle lo sucedido, me obligaría a montar en su furgoneta y me llevaría a ver a los carabineros, los que me tomarían declaración y, rápidamente, me llevaron al hospital donde me atenderían por urgencias. Me curaron la herida y me la vendaron y me pusieron la antirrábica, dándome una lista con las próximas dosis que tenían que administrarme ya en España.

Tras todo lo sucedido, los carabineros me llevarían otra vez al hostal para que pudiera ducharme y ponerme ropa seca y tras ello, volveríamos al lugar de los hechos para que ellos pudieran constatar lo sucedido y justificar el coste del hospital, además de intentar encontrar a un posible dueño de los canes asesinos. Les relaté todo cuando había pasado y empezaron a moverse por la zona, tomando caminos y veredas que salían desde la playa. Uno de ellos nos conduciría hasta una casa bastante alejada del lago y allí según nos íbamos acercando comenzaron, otra vez, los ladridos insoportables de los perros, apareciendo en medio del camino con los ojos llenos de ira y como si tuvieran la rabia. Los tres policías con los que iba, sacaron las porras y empezaron a amenazarles, suficiente para que callaran y se dieran la vuelta. Tras esto aparecería un tal Gabriel, el encargado de la finca, que pediría explicaciones de porqué todo ese alboroto. Una vez que los agentes le relataron lo que habían hecho sus bestias, este se quedaría blanco, para pasar luego a un color morado pálido, cuando le dijeron que se iba a presentar denuncia por parte del ministerio fiscal por tener animales sueltos en un lugar público y por agresión a un ciudadano, o sea a mí. En ese momento mi cara empezó a mejorar y una leve sonrisa tipo Gioconda se dejó entrever en mis labios. Por lo menos, se estaba haciendo justicia.

A las cinco llegaríamos a Pucón, donde tras tomar todos mis datos y mi correo electrónico para que la fiscalía pudiera ponerse en contacto conmigo cuando el juicio se celebrara, se despedirían de mi. Les daría yo no sé cuantas veces las gracias, casi me faltó abrazarles por cómo se habían portado y me fui a la habitación de mi alojamiento para descansar y valorar la situación. Al final iba a ser que para lo que podía haber pasado, había tenido hasta suerte ya que el coste del hospital al ir por Carabineros no corría de mi cuenta y el abrigo y la mochila los había dejado en el coche ya que no hacía demasiado frío y me apetecía ir sin peso. Por otro lado, la cámara aunque instintivamente la mantuve en alto y no se sumergió en el agua, no funcionaba, pues sí que se mojaría algo de las salpicaduras. El móvil y la cartera con el dinero y resto de documentación, que los llevaba en los bolsillos del pantalón, pues quedaron totalmente empapados. Estaba un poco desmoralizado ante la nueva situación que se presentaba: sin cámara, sin móvil y con todo el dinero y demás que llevaba en la cartera chorreando. Así que saqué todo y lo dispuse sobre una de las camas de mi cuarto, ya que seguía sólo y tenía las cuatro camas para mí. Tras esto me fui a devolver el coche de alquiler, pues no tenía sentido ya seguir con él y me dirigí a una tienda de móviles que me habían recomendado por si podían hacer un milagro y revivir el teléfono que, evidentemente, estaba muerto. Un señor muy amable me recibiría y me dijo que iba a hacer todo lo posible pero que me sentara allí tranquilamente porque la hora no se la iba a quitar nadie. Lo desmontó por completo, le echó unos productos especiales, le pasó un secador, lo raspó con una cuchilla en las partes quemadas por cortocircuitos y tras volverlo a montar, ¡tachán!, volvía a funcionar. Otra vez volvía a sonreír y más cuando me dijo que por todo ello me cobraba 5000 pesos.

La suerte volvía a aliarse conmigo, pues al regresar al hostal y encender la cámara, esta también volvía a funcionar. Por segunda vez, la campeona resucitaba en el viaje, así que más feliz no podía estar, por lo que me fui a celebrarlo a Café Balganez, donde me tomaría una pizza de cuatro quesos con una buena cerveza y un tarta de limón de postre. (11500 pesos).

Habían sido muchas emociones para un solo día y, ya más relajado, casi que se me cerraban los ojos antes incluso de meterme en la cama, por lo que no tardaría ni cinco segundos en quedarme profundamente dormido.

Para aquellos que tengan curiosidad de cómo acabaría el asunto acontecido con los perros, legalmente, y ya de paso como actúa la justicia chilena, el tema quedó de la siguiente manera. Tras unos quince días después de mi llegada a Madrid, la fiscalía de la región de Pucón se pondría en contacto conmigo, a través del correo electrónico, para preguntarme que cuales eran mis pretensiones. Mi respuesta sería que dado que el móvil quedó bastante tocado al perder el audio para poder mantener una conversación normal y en la cámara quedo dañado el objetivo, teniendo que forzarlo cada vez que tenía que utilizarlo, quería el importe de ambos aparatos, por lo que les remití las facturas de compra correspondientes.

Su respuesta sería que el procedimiento judicial a seguir sería el llamado monitorio por el que se le permitía al dueño de los perros pagar una indemnización al estado chileno y con ella quedar liberado de toda responsabilidad. Por lo que se me quedaría una cara de imbécil de mucho cuidado. Menuda decepción.

Pero si a todo lo anterior le sumas que cuando unos meses después se plantaron en la zona mis amigos de Santiago con otras amistades que habían ido a visitarles y al llegar a playa Blanca, verían al impresentable del dueño de los perros, Gabriel, con estos sueltos y paseando tranquilamente por allí y encima, para mayor despiporre,  pidiéndoles 2000 pesos por la visita a la playa, la cosa es ya para pegarse un tiro. Realmente vergonzoso el amiguismo imperante entre las autoridades judiciales y los ciudadanos de la zona.

En fin, que ya lo sabéis por si os dejáis caer por Playa Blanca en el lago Caburgua. Tened cuidado con los perros asesinos de Gabriel, podríais tener un desagradable accidente y el resultado es que no le pasaría nada.

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