PERÚ - DIA 02. Arequipa: la ciudad de los volcanes

20 de Agosto de 2011.

Como ya contaba en el capítulo anterior, después de aterrizar en Lima, realizaba una conexión a un nuevo vuelo que me llevaría hasta la hermosa Arequipa, donde llegaría a las 10.45. La Ciudad Blanca, así conocida por sus elaboradas casas españolas de los siglos XVI y XVII, me esperaba como el primer lugar que descubriría.

En el aeropuerto se supone que un taxista de confianza del hotel donde me iba a alojar me iba a estar esperando, lo cual no sucedería. Así que como, mientras miraba a un lado y a otro, se me ofreció otro taxista autorizado a llevarme hasta mi destino, pues al final acepté. Lo bueno a la hora de pactar el precio, que aquí ya no hay que hacerlo, ya que a la salida tienes carteles por todas partes donde queda más que claro que el trayecto hasta el centro de Arequipa son 15 soles.

Aeropuerto Alfredo Rodríguez Ballón. Arequipa


Me alojaría siguiendo recomendaciones de una amiga viajera en la “Posada del Parque” con baño individual y agua caliente. El sitio está bien y por el precio que tiene (40 soles) no puedes pedir más. Además en cinco minutos caminando te plantas en la plaza de Armas de Arequipa.

Hostal del Parque

Hostal del Parque

Nada más llegar a la posada, me estaría esperando una chica muy agradable de la agencia Colca Tours para que realizase el pago de la excursión que había contratado por internet, para mañana, del cañón del Colca durante dos días. (95 dólares), la cual incluía transporte, guía y alojamiento en Hotel de dos estrellas con baño individual y agua caliente. En todos los sitios me alojaría en este régimen por lo que ya no me refiero más a ello.

Apañadas las cuentas, rápidamente, dejaría el mochilón  en la habitación y salí a la calle para empezar con Edi, el taxista que me llevó desde el aeropuerto al hotel, el tour de los miradores. Conseguí que me lo dejara por 30 soles, pero no bajó de ahí.

Por ese precio me llevaría a los tres que tiene Arequipa: el del Alto del Carmen, Yanahuara y Sachaca. Me acompañó en cada uno de ellos, me explicó algunos detalles y por supuesto que me dejó que me tirase el tiempo que yo quise en ellos. Cada uno tiene su encanto y las vistas con las cumbres nevadas de los tres volcanes que rodean la ciudad (Misti, Chachani  y Pichu Pichu) son increíbles.

Mirador Alto del Carmen

Mirador de Yanahuara

Iglesia de Yanahuara

Mirador de Sachaca

Después de dos horas y cuarto conmigo, a las 14.15 me despediría de Edi en la puerta del monasterio de Santa Catalina, lugar donde me dejaría, no sin antes parar en un puesto callejero de confianza, que él conocía, para que probase el famoso queso helado, pues me dijo que si no lo probaba no podía decir que había estado realmente en Arequipa. Luego me dí cuenta que había cometido la primera gran imprudencia del viaje, ya que estaba compuesto entre otras cosas por granizado y el primer consejo que me habían repetido hasta la saciedad es que sólo bebiera agua embotellada. Pero bueno, parece que no me sentó mal.

Después de la despedida, comenzaría la visita a este espectacular monasterio, donde gran parte de la Arequipa colonial se encuentra escondida tras unas imponentes murallas. Uno no es consciente, hasta que traspasa sus muros, del gran secreto que esconde esta ciudad en miniatura que se encuentra dentro de la principal y que no se abrió al público hasta 1970.

Monasterio de Santa Catalina

Monasterio de Santa Catalina

Monasterio de Santa Catalina

Durante siglos, esta tranquila comunidad independiente sería el hogar de mujeres, de familias adineradas, que nunca salían del recinto. Muchas jóvenes de dichas familias aristocráticas consideraban que la vida en el convento era la única alternativa a un matrimonio forzoso. De hecho, el convento tomaría su nombre de Santa Catalina de Siena, que no se casó y desafió así la voluntad de sus padres, y se convirtió en una monja devota.

El paseo por el interior del recinto te va llevando hasta agradables plazuelas, a calles completamente pintadas de rojo, azul y blanco que desembocan en infinidad de habitaciones y celdas, etc. por lo que  aun no gustándote el arte religioso, ni las iglesias, la visita es recomendable cien por cien, pues no tiene nada que ver con los sitios tradicionales.

Monasterio de Santa Catalina

Monasterio de Santa Catalina

Aunque tienes la opción, nada más traspasar sus muros (35 soles), de contratar una guía para que te vaya explicando, yo preferí servirme del mapa y de la información que llevaba e ir un poco a mi bola para poder ir parándome las veces que me apeteciera y hacer fotos con toda la tranquilidad del mundo.

Durante dos horas me colé por sus recovecos, me interné en sus pasadizos y recorrí calles como las de Córdoba, Toledo y Sevilla, además de disfrutar de los claustros con los que te vas encontrando como el de los Naranjos o el Mayor. El tiempo que permanecí dentro fue como un viaje en el tiempo, donde además pude relajarme bastante.

Monasterio de Santa Catalina

Monasterio de Santa Catalina

Monasterio de Santa Catalina

Monasterio de Santa Catalina

Cuando salí de éste eran ya más de las cuatro y como no tenía hambre porque entre comidas de los aviones, el desayuno con Yoli, el queso helado y los picoteos, estaba lleno, pues me fui a ver, a tan sólo dos cuadras, la Casa del Moral (5 soles), una bonita casa de estilo colonial que alberga muebles de época y una colección de mapas de América del Sur. Además las vistas desde la azotea son espectaculares con los volcanes Misti y Chachani como telón de fondo.

Casa del Moral

Casa del Moral

Vista desde Azotea de la Casa del Moral

De aquí, pasando por la iglesia de San Agustín, por fin me dejaría caer por la inmensa plaza de Armas con su colosal catedral y los soportales de los edificios que la rodean. El ambientazo era tremendo y estaba a rebosar de familias arequipeñas, grupos de jóvenes y un montón de turistas.

Iglesia de San Agustín

Catedral.Plaza de Armas

Plaza de Armas

Me encantó el rollo que había y me quedé un buen rato sentado en la escalinata de la catedral. Después de darme un paseo por el interior de ésta y como no quedaba mucho para anochecer me fui a una cuadra de la misma para ver otra visita obligada en la ciudad, la iglesia de la Compañía, donde lo más destacable son la capilla de San Ignacio con su cúpula policromada (4 soles por entrar) y luego los claustros, inmensos y tallados.

Iglesia de La Compañía

Claustro Iglesia de La Compañía

Claustro Iglesia de La Compañía

Ahora sí que estaba hambriento, agotado y desfallecido. Eran las seis de la tarde y no podía con mi alma. Por lo que volví a echar mano de la opinión de algunos viajeros y me metí a cenar-comer-merendar en “El Herraje”, un restaurante nada turístico y frecuentado más por arequipeños que por extranjeros. Aquí me comí un lomo alto de vaca, con chorizos  y patatas fritas, con el que se me saltaban las lágrimas, mmm, ¡como estaba!

Esto lo acompañaría con una cerveza blanca arequipeña de medio litro, la cual estaba un poco templada, pero vamos que me dio igual. (24 soles) Muy recomendable.

Al acabar haría unas cuantas fotos más de la plaza de Armas de noche, que bien merece la pena verla iluminada, daría un paseo por las cuadras de los alrededores para ver un poco el bullicio de la gente y, como ya los ojos se me cerraban, me fui directo al hotel a meterme en la cama.

Plaza de Armas Iluminada

Plaza de Armas Iluminada


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