PERÚ - DIA 15. Kuélap

2 de Septiembre de 2011.

Por fin había llegado otro de esos días que esperaba con auténtica ilusión en mi viaje por Perú. Para mi poder visitar Kuélap era un sueño, al igual que lo era Machu Picchu y no es casualidad que, cada vez más, este lugar arqueológico sea conocido como el Machu Picchu del norte. Aunque la comparación puede ser algo exagerada, lo cierto es que Kuélap es una fortaleza que no puede dejarse de lado. En ella vivieron los Chachapoyas, una cultura cuyo máximo apogeo tendría lugar sobre el año 800 d.C. y que resistió a los incas construyendo una gigantesca muralla para proteger las colinas donde construyeron edificios circulares adornados de frisos que aún se conservan.

Yacimiento arqueológico de Kuélap

En la furgoneta que nos llevaría hasta las ruinas iríamos unas diez personas junto con el guía, con la grata sorpresa de encontrarme con una pareja de madrileños. Curioso el encontrarnos en casi el fin del mundo. Se llamaban David y Tania.

En el trayecto nuestro guía, que sólo hacía dos años que había acabado el instituto y quería hacer la carrera de arqueología, nos fue explicando algunas características del pueblo Chachapoyas, que significa hombres nubosos. Ocupaban una importante extensión de terreno en los Andes del norte y era una civilización que dominaba la agricultura y el arte de tejer. Este era un pueblo de lo más tranquilo, hasta que fue absorbido, como tantos otros, por la llegada y expansión del imperio inca.

En el camino de ida realizaríamos una primera parada en una colina, para observar el recinto arqueológico de Macro donde se alzan los restos de las viviendas circulares de los Sachapuyas. Tras unas breves explicaciones continuaríamos nuestro camino.

Poblado de Cronos

Poblado de Cronos

Río Utcubamba a su paso por Cronos

Antes de llegar a nuestro objetivo primordial, todavía pararíamos, una vez más, en el pueblo de María para encargar la comida, y tras esta breve parada y después de dos horas y media el autobús se detenía y nos dejaba en el control de entrada de Kuélap. Nos cobraron 5 soles (en el cartel ponía 10, pero no sé porque pensaron que también éramos peruanos y sólo nos cobraron la mitad, ya que todo el grupo a excepción de nosotros tres, eran del país).

Aldea de María

Una subida de unos veinte minutos nos dejaría delante de las murallas de la ciudad fortificada. La emoción era indescriptible. Este gran muro que rodea todo el complejo está construido  con enormes bloques de piedra caliza y en algunos puntos alcanzaba una altura de once metros.

Acceso al recinto arqueológico de Kuélap

Vistas desde el recinto arqueológico de Kuélap

Muralla. Recinto arqueológico de Kuélap

Nos explicaba nuestro guía, que se trataba de una ciudad especialmente ceremonial, dedicada al culto de los dioses y que únicamente al final, cuando llegaron los incas en el S.XV, se convertiría en ciudad defensiva.

Muralla. Recinto arqueológico de Kuélap

Muralla. Recinto arqueológico de Kuélap

Tras acceder al interior por una de las tres únicas puertas, con forma de embudo y cuesta arriba, lo que nuevamente demostraba el miedo a ser atacados, comenzaríamos una apasionante visita que nos llevaría a conocer algunas de las estructuras más importantes de este poblado que llegó a albergar 400 viviendas y unas 3500 personas.

Entrada. Recinto arqueológico de Kuélap

Entrada. Recinto arqueológico de Kuélap

Recinto arqueológico de Kuélap

Entre otras muchas construcciones cabe destacar, especialmente, el torreón de siete metros de alto que se halla en uno de los extremos del pueblo con unas vistas excepcionales hacia los cuatro puntos cardinales; los canales de agua; el tintero que con forma de cono invertido se piensa que tenía una función astronómica, aunque no se sabe a ciencia cierta cuál era su cometido real; y por supuesto que los edificios circulares que aunque hoy sólo queda la base de la gran mayoría, gracias a los trabajos de restauración, se ha podido completar alguno de ellos para que los visitantes podamos observar cómo era una vivienda tradicional de esta cultura, con hasta cuatro metros de altura y tejado de paja.

Recinto arqueológico de Kuélap

Recinto arqueológico de Kuélap

Torreón. Recinto arqueológico de Kuélap

Recinto arqueológico de Kuélap

Recinto arqueológico de Kuélap

Si a todo lo anterior además le añades que el paisaje y las vistas que se obtienen, desde casi cualquier punto por el que transitas, son soberbias por la influencia amazónica y los bosques lluviosos, característicos de esta región, pues hace que sea el complemento perfecto.

Entorno del Recinto arqueológico de Kuélap

Entorno del Recinto arqueológico de Kuélap

Entorno del Recinto arqueológico de Kuélap

La visita de casi tres horas de duración no tuvo desperdicio y yo estaba encantado pues  ya nadie podía quitarme el haber conocido los dos yacimientos arqueológicos más importantes de Perú.

Recinto arqueológico de Kuélap

Tintero. Recinto arqueológico de Kuélap

Recinto arqueológico de Kuélap

A las 14.15 saldríamos de las ruinas por la puerta principal, ya que habíamos entrado por la de servicio, que era por donde entraban todas las mercancías y gente poco importante.

Puerta Principal de acceso. Recinto arqueológico de Kuélap

Puerta Principal de acceso. Recinto arqueológico de Kuélap

Muralla. Recinto arqueológico de Kuélap

Y desde aquí y en un cuarto de hora, haríamos la parada para comer, de nuevo, en el pueblecito de María, donde habíamos encargado la comida a la ida. Junto con David y Tania, probaría, por fin, el cuy, que es cobaya frita y hasta el día de hoy se me había resistido un poco, pues nunca me apetecía demasiado. No estaba mal pero tampoco era para tirar cohetes, tenía un sabor fuerte y con poca sustancia. Me quedé normal gracias a la sopa anterior, al arroz y a las patatas que la acompañaban. (15 soles)

Pasadas las tres, comenzaríamos el camino de regreso a Chachapoyas, para llegar allí a las 17.30. Me despedí de mis paisanos y me fui un rato a descansar al hotel hasta la hora de la cena.

Llegada esta, me daría un paseo por la calle más comercial del pueblo y al final me decidí por un sitio que se llamaba La Estancia, donde me tomaría una pizza, y al quedarme con hambre porque era un poco enana, decidí probar otra plato típico de la cocina peruana, el anticucho, que es corazón de res frito, servido en brocheta en este caso. Estaba bueno porque a diferencia de lo que yo creía la carne estaba dura y no era blanda como el resto de este tipo de comida. Así que acerté. (15 soles) De camino al hotel me daría el capricho de un helado (2,5 soles), antes de terminar la jornada.

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