Muchas han
sido las películas donde el mítico Monument Valley ha aparecido como telón de
fondo o acompañando en sus aventuras a grandes actores como John Wayne, Michael
J. Fox, Susan Sarandon o Geena Davis. Cuando veía algunas de esas cintas como
La Diligencia, Thelma y Louis o Regreso al Futuro III, además de disfrutar con
la historia en cuestión, me quedaba especialmente embobado con el paisaje donde
transcurría la acción. Pronto me empezaría a interesar por cual era ese lugar
formado por una gran depresión repleta de multitud de monolitos de todo tipo de
tamaños y formas, que sitio era ese donde los amaneceres y atardeceres
permitían observar tonalidades rojas y anaranjadas de una intensidad tal que podían
sobrecoger y estremecer al más hierático de los seres humanos.
Una vez
localizado el mismo ya no dejaría de preguntarme, cada vez que lo volvía a ver
en una nueva película o documental, si alguna vez tendría la oportunidad de
poder levantar el polvo con mis propios zapatos mientras diese un paseo por ese
escenario natural tan afamado. Parece que la respuesta a esa pregunta iba a
llegar en la jornada que comenzaba con un sí repleto de ilusión. Después de
tantos años esperando, hoy podría sentirme como un pasajero en el tiempo, un
proscrito perseguido o un vaquero del viejo oeste.
Ayer
seríamos previsores y también compraríamos el desayuno en la gasolinera que
había en frente de nuestro alojamiento, pues la corneta hoy sonaba a las 06.30
de la mañana y no queríamos que nos
pillara el toro como en Arches y así poder disfrutar de todo el plan de hoy con
calma.
La distancia
que nos separaba del centro de visitantes de Monument Valley era de algo más de
30 kilómetros por lo que en apenas media hora íbamos a llegar a nuestro
destino. Eso sí no podríamos evitar hacer varias paradas en la también famosa e
inmensa recta que te lleva hasta este lugar y que tantas veces se ha visto en
televisión. El silencio y la soledad de estos parajes a esas horas de la mañana
eran sobrecogedores y aprovechamos para hacernos algunas fotos en el mismo
asfalto de la carretera. Después llegaríamos, en poco tiempo, al parking donde
poder dejar el vehículo.
Hay que
decir que este lugar se encuentra regentado por los indios navajos y por lo
tanto esta fuera del pase anual al no ser Parque Nacional. Esto supone tener
que pagar cinco dólares para acceder.
Ya en el
centro de visitantes empezaríamos por disfrutar de unas espectaculares vistas,
desde la parte trasera del edificio, de la famosa imagen de los tres inmensos
monolitos, erosionados por las fuerzas naturales del viento y el agua durante
los últimos 50 millones de años, que se han inmortalizado para la eternidad
gracias a Hollywood.
Tras recrearnos un buen rato con la vista y hacer algunas compras en la tienda, tuvimos que decidir que opción tomar, de las dos posibles, para recorrer el valle. La primera es realizar el recorrido con tu propio coche por un camino de arena sin asfaltar y con bastantes baches. Para ello te facilitan un pequeño mapa con los nombres de cada monolito que te encuentras en la ruta. La segunda es contratar un tour con los indios navajos. Teniendo en cuenta que nos gusta ir a nuestra bola, que las furgonetas en las que realizas el tour van hasta arriba y que los tiempos de parada en cada lugar de interés están bastante limitados con ellos, no dudamos en tomar la primera opción y hacerlo por nuestra cuenta.
El recorrido
de 25 kilómetros parte desde el mismo parking donde dejas el coche y lo primero
con lo que nos encontramos sería con una pendiente algo pronunciada, con
badenes y agujeros, en la que temimos, por momentos, quedarnos sin vehículo,
pues al no haber excesiva distancia entre el suelo y los bajos del coche,
tuvimos que oír algún fuerte sonido que nos asustó un poco. Afortunadamente
pronto llegaríamos a la zona llana, que ya no nos abandonaría, y por la que
podríamos sortear sin problemas los nuevos obstáculos con los que el terreno
nos sorprendía.
A lo largo
de la pista podríamos ir gozando de monumentales cerros, maravillosas mesetas y
cañones, formaciones que desafían la gravedad y todas ellas con sus respectivos
nombres quedando así personalizadas. Entre las muchas que veríamos se
encontraban Sentinel Mesa, Elephant Butte, East Mitten Butte, West Mitten
Butten, Merrick Butte, etc. Y todo ello acompañados a cada instante y desde
casi cualquier perspectiva de los majestuosos centinelas de piedra rojiza que
identifican el Monument Valey.
Monument Valley Monument Valley Monument Valley
También tendríamos tiempo en uno de los últimos miradores del recorrido de echarnos unas risas con dos matrimonios jubilados de americanos, pues aunque ellos no hablaban castellano y nosotros chapurreábamos bastante mal el inglés, la persistencia y la ilusión de nuestros efímeros amigos en querer charlar un rato, aunque fuese por gestos con dos españoles nos hicieron, por supuesto, tratar de esforzarnos e interesarnos, de la misma manera que ellos, por sus vidas y costumbres.
Tras algo más de media hora de auténticos malabarismos para tratar de comprender el acento de la América profunda, desharíamos el recorrido para volver a nuestro punto inicial y con el coche intacto en cuanto a mecánica se refiere, no así en cuanto a limpieza ya que acabó completamente cubierto de un capa de polvo de casi un centímetro de grosor, nos despediríamos del maravilloso Monument Valley. Me iba hipnotizado y con la inmensa alegría de saber que tan sólo unos minutos atrás había presenciado, en primera persona, los escenarios por donde los indios galopaban libremente en un pasado no demasiado lejano.
Nos habíamos
pasado algo más de cuatro horas en este lugar por lo que eran casi las doce
cuando salíamos en dirección a nuestro próximo destino: la localidad de Page.
Llegaríamos a las inmediaciones de la misma después de recorrer unos 200
kilómetros y tras unas dos horas y media de conducción, pero todavía no iba a
ser el momento de dirigirnos hacia nuestro alojamiento, dado que queríamos
conocer un lugar llamado Antelope Canyon del que nos habían contado auténticas
maravillas. Así que unos kilómetros antes de que terminara la recta por la que
circulábamos y de hacer la entrada triunfal en dicha localidad, podríamos ver a
nuestra izquierda un espacio amplio con varios coches aparcados y una pequeña
caravana en cuyo exterior una persona con rasgos indios se encontraba sentada
en una silla plegable y con una pequeña mesa de madera delante suyo. Estaba más
que claro que era aquí donde teníamos que dirigirnos para sacar las entradas,
porque además un cartel al lado del arcén también indicaba que este era el
lugar. Tras solicitar dos tickets, casi que nos caemos de espaldas porque cada
uno de ellos suponía 32 dólares. Una auténtica pasada. Como se puede apreciar
este paraje no está incluido en los Parques Nacionales y su gestión depende
únicamente de los indios navajos.
Sólo nos
quedaba ya esperar a las 15.30, hora en la que comenzaría el ansiado tour.
Montaríamos en un vehículo 4x4 con varias personas más y su conductor nos
llevaría hasta la garita de control de acceso del monumento natural. Aquí nos
sucedería una anécdota curiosa que nos permitió ver como es, in situ, la
hipocresía americana en su máximo esplendor. Parecía que el vehículo que
teníamos delante tenía algún problema técnico que no le permitía seguir
adelante, por lo que tras un rato esperando, nuestro conductor empezó a ponerse
nervioso y tras unos minutos más, perdería los nervios y echó marcha atrás sin
cerciorarse de que no había vehículo alguno con el que colisionar. ¿Y qué
sucedió? Pues que una bonita ranchera negra estaba detrás nuestra y el golpe
que la metió casi que la deja sin parte delantera, porque, además, en vez de
echar para atrás despacio, lo haría con toda su soberbia. Yo que estaba
presenciando con interés todo lo que sucedía, en el mismo momento que se
produciría la colisión, centré mi mirada en el conductor de la ranchera.
Encolerizado, histérico, cabreado y mil adjetivos más se podían achacar al
hombre, sumado a unos 30 “Fuck” consecutivos leídos perfectamente de sus
labios. Aquí me dije, - “verás tú, van a llegar a las manos y se va a montar la
de Dios”. El indio navajo bajó de nuestro vehículo y se dirigió a la ventanilla
del conductor que había sufrido el golpe. Y sorprendentemente este puso su mejor
sonrisa, empezó a hacer gestos como si nada hubiera sucedido y rellenaron
amigablemente los partes del seguro. Una vez que terminaron y el indio se dio
la vuelta, el individuo de la ranchera y su pareja, comenzarían de nuevo a
burlarse de él, gesticulando con claros gestos racistas y algún que otro “Fuck”
más. Realmente sorprendente como pueden tener la sangre fría de pasar en
segundos de un estado a otro.
Tras este
incidente, ahora sí que pasaríamos el control y el jeep nos llevaría por unas
dunas de arena reseca, repletas de baches, que nos catapultaban al techo del
vehículo, temiendo por nuestras cabezas, hasta la entrada del cañón de ranura.
Este tipo de formación se caracteriza por ser más profundo que ancho y se forma
por el desgaste del agua que corre a través de la roca, erosionando esta.
Casi no había gente y nuestro conductor, ahora convertido en guía, antes de introducirnos en las entrañas de la tierra, haría una explicación acerca de las características geológicas, la historia, la cultura y los problemas que afectan al pueblo navajo. Tras esto nos adentraríamos en un increíble mundo de fantasía en piedra, un universo mágico repleto de formas y colores causados por los rayos de luz que se proyectan desde el cielo e impactan en las profundidades y paredes del cañón, originando un juego de luces y sombras maravillosos que nos dejaron a todos los allí presentes atónitos y con la boca abierta. Durante el paseo por el interior de la formación, también tendríamos tiempo de deleitarnos con la realización de espectaculares fotografías que nos recomendaba nuestro guía. La verdad que fue una gozada porque casi no había gente, salvo a la mitad del recorrido de vuelta, donde pudimos observar como es el asunto cuando se masifica y es un horror. Así que muy contentos por la suerte que tuvimos, salimos del cañón, montamos en nuestro jeep y nos volvieron a dejar en el lugar donde compramos las entradas.
Antelope Canyon Antelope Canyon
Durante los últimos kilómetros que restaban para llegar a Page, pudimos ir viendo, en la lejanía, el inmenso lago Powell. Esto nos haría dudar si apurar lo que restaba de tarde, acercándonos hasta sus inmediaciones para ver si podíamos contratar algún tour o pasear por alguna de sus orillas o directamente irnos hacia el hotel, pues el cansancio que llevábamos acumulado, hoy se hacía más patente que otros días. Tras comentar la jugada, al final decidimos parar a un lado de la carretera para tomar alguna foto y directamente irnos al alojamiento, pues todavía nos quedaba mucho viaje y era un buen momento para reponer fuerzas.
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